lunes, 27 de junio de 2011

Una chapuza del Gobierno con freno (110) y acelerador (120). Por Antonio Casado

No se entendieron las razones del límite máximo de velocidad a 110 kilómetros por hora ni se han entendido las de volver a donde estaba hace cuatro meses ¿Por qué rectifica el Gobierno? Por haber constatado en la práctica que la medida era irrelevante. Ni buena ni mala, simplemente anodina. E incluso contraproducente -¿o habría que decir incoherente?- en función del objetivo oficialmente señalado. Se trataba de ahorrar. No de disminuir la cifra de muertos en la carretera, que fue una saludable derivada y por eso las asociaciones de afectados lamentan la rectificación. No el objetivo principal, aunque Interior se lo apunte al relacionar los 110 km por hora con la disminución de accidentes. Pero si se pone en valor esa relación, ahora sería incoherente volver a los 120 km por hora.

Aún así se vuelve porque, insisto, el objetivo declarado no era la seguridad en carretera sino el ahorro, por las subidas del crudo en los mercados internacionales. Esa fue al menos la justificación oficial de llevar la frenada al BOE y ahora el vicepresidente Rubalcaba cifra ese ahorro en 450 millones de euros que el Estado ha dejado de gastar. Habría que saber, como se ha dicho con toda lógica, si toda esa gasolina que se ha dejado de consumir, y de comprar, se ha debido al alivio de los motores (menos velocidad, menos consumo) o a que los conductores han usado menos el coche privado con una gasolina tan cara, como acreditan todas las estadísticas (tenemos a niveles de tráfico similares a los de 2005).
«Habría que saber si toda esa gasolina que se ha dejado de consumir, y de comprar, se ha debido al alivio de los motores o a que los conductores han usado menos el coche privado con una gasolina tan cara.»
La frenada ahorró en gasolina al conductor privado, que de todos modos ya estaba por ahorrar de su bolsillo sin que se lo dictaran desde el BOE. También es verdad que la frenada de hace cuatro años aumentó la recaudación pública en multas de tráfico, pero en proporción mucho mayor disminuyeron los ingresos estatales por impuestos especiales (alcohol, tabaco y gasolina). Lo reconoce indirectamente la vicepresidenta, Elena Salgado, cuando explica ahora, cuando se vuelve a los 120 kilómetros por hora, que va a aumentar la recaudación fiscal. Lógico. Aún así, que no esté tan segura porque el mayor consumo de gasolina a mayor velocidad del vehículo puede quedar sobradamente compensado por la persistente tendencia de las ciudadanía a dejar el coche en casa. Precisamente por razones de ahorro. Privado, se entiende. Por lo que cabe preguntarse dónde estaba entonces el supuesto ahorro público que aportaría la medida.

Tampoco las razones electorales explican la decisión cuando faltaban tres meses para las elecciones del 22-M, como algunos han sugerido ¿Qué rentabilidad electoral va a tener un decreto contra la libertad del conductor que, además, es el que le paga la gasolina y el impuesto por usarla?

El desenlace argumental de todo este galimatías es el peor que se le puede endosar a un Gobierno: incompetencia. Ni electoralismo, ni ahorro público (el privado no pasa por el BOE) ni seguridad en carretera. Simplemente, una metedura de pata no reconocida en el Consejo de Ministros del viernes, donde se anunció la vuelta a los 120 km por hora a partir del próximo fin de semana, coincidiendo con el primer gran éxodo vacacional de los españoles.

Digo que no se reconoció la metedura de pata porque al Gobierno le ha venido de cine el desembalse estratégico de 60 millones de barriles de petróleo decidido por la A.I.E. (Agencia Internacional de la Energía), con la consiguiente bajada a 9 euros menos por barril que cuando se decidió la frenada a 110 km por hora. Pero ustedes y servidor de ustedes sabemos que el barril volverá a subir inevitablemente a partir de julio, con las llegadas de los calores insoportables al hemisferio norte. Sin embargo, ya no se rescatarán las pegatinas de los 110 porque de los errores también se aprende ¿O no?, que diría Rajoy.


El Confidencial - Opinión

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