sábado, 25 de junio de 2011

Retirada. Por Ignacio Camacho

Un talibán moderado es un oxímoron, como el fuego helado de Quevedo, como la soledad sonora de San Juan de la Cruz.

ALGUIEN va a tener que construir a toda prisa un argumentario nuevo sobre la guerra de Afganistán. Después de diez años diciendo a la opinión pública que se trataba de combatir el terrorismo islámico y construir una democracia, los gobiernos occidentales han decidido salir por pies del avispero afgano dejando a los talibanes casi intactos. El casilo determina la ejecución de Bin Laden, que queda como una especie de hito simbólico: una percha sobre la que colgar alguna medalla victoriosa que justifique el toque de retirada. Nos vamos, pero la misión no está cumplida. Como tampoco en Iraq, por cierto.

En realidad, Obama no necesita ante su pueblo discursos alternativos: la presencia americana en Afganistán ha costado más de un billón de dólares que el Estado ha dejado de invertir en una economía en declive. Más las ayudas de reconstrucción. Y los muertos, claro, menos que en Iraq pero muchos en cualquier caso. Un gasto insostenible: demasiado coste, demasiado tiempo y demasiado cansancio. Han matado a Bin Laden y el americano medio ya tiene su dosis de revancha por las Torres Gemelas. Ya no hace falta el discurso sobre la «guerra justa» frente a la «guerra injusta». Basta con un repliegue en cierto orden para disimular las ganas de salir en polvorosa. Los afganos y su democracia han dejado de ser relevantes.


Para edulcorar la evidencia de que los vamos a dejar a su suerte, en manos de los mismos que mandaban allí antes de la invasión, los estrategas aliados han inventado el concepto de «talibanes moderados», supuestos herederos fiables de una presunta transición estabilizadora. No hay tales. Un talibán moderado es un oxímoron, como el fuego helado de Quevedo, como la inteligencia militar de Groucho, como la soledad sonora de San Juan de la Cruz, como el crecimiento negativo de los tecnócratas económicos. Una contradictio in terminis, una excusa piadosa. Los talibanes moderados lapidan a las adúlteras y cortan las manos de los ladrones. Occidente se conformará con que se trate de adúlteras y ladrones locales mientras sus nuevos socios no pongan bombas en nuestros aviones ni en nuestros supermercados. Que está por ver.

Ocurre que alguien podría preguntar para qué han servido los billones de marras. Y los muertos —España ha puesto algunos, bastantes— caídos en combate o en «misiones de paz». Y por qué si todo va a quedar más o menos como estaba antes hemos pasado tanto tiempo tratando de convencernos a nosotros mismos de que hacíamos lo correcto. La respuesta más lógica es que, de un modo o de otro, fuese lo correcto o no, hemos acabado perdiendo. Más o menos decorosamente, pero perdiendo. Nadie lo admitirá: la palabra derrota está en desuso en la política de la posmodernidad. Todo lo más, hemos reorientado la estrategia. El último que apague la luz. Si queda luz.


ABC - Opinión

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