lunes, 27 de junio de 2011

Lágrimas de cocodrilo. Por Ignacio Camacho

No valen lágrimas de cocodrilo: nadie se puede extrañar ahora de que Bildu bildee ni de que Batasuna batasunee.

NADIE se puede extrañar ahora de que Bildu bildee ni de que Batasuna batasunee a sus anchas en sus recién conquistadas y amplias parcelas de poder en el País Vasco. La legalización no les ha concedido patente de corso pero sí capacidad suficiente para desafiar y poner en tensión a un Estado en el que no creen y al que consideran una prioridad combatir. No valen las lágrimas de cocodrilo: es ese mismo Estado el que ha abierto la puerta para que pasen sus enemigos en un ejercicio incomprensible de democracia estúpida. Y lo ha hecho antes de que ETA deje las armas, premisa esencial que sostenía la política antiterrorista cuyo incumplimiento permite a la banda erigirse en garante tutelar del poder recién ganado por sus continuadores y/o herederos.

El cúmulo de errores de cálculo, negligencias y egoísmos que ha abierto paso a Bildu lo vamos a pagar todos aunque no hayamos participado en él. Lo pagará en primer lugar el Partido Socialista de Euskadi, vapuleado en las urnas y basureado por los nacionalistas en sus negociaciones directas con Zapatero y Rubalcaba. Patxi López es ya un lendakari provisional, sin autoridad ni crédito, al que el PNV trata sin tapujos como un vulgar okupa transitorio de su feudo histórico. Y lo pagará, lo ha pagado ya, el Tribunal Constitucional, herido de gravedad por las consecuencias de su veredicto contemporizador que lo sitúa ante la opinión pública como causa primera —aunque sólo sea el instrumento—del catastrófico avance de los batasunos.


Pero también el PNV tendrá que hacer frente a la factura de su tacticismo. La idea de dejar gobernar a Bildu para que se queme con sus delirios hasta que los votantes soberanistas vuelvan al tradicional redil hegemónico constituye una apuesta suicida que traiciona su supuesta vocación de fuerza estabilizadora. El nacionalismo ha decidido hacerse corresponsable de la entrega parcial del poder a ETA, y eso equivale a volverse rehén de ésta. Ya les ha ocurrido dos veces y sólo una terquedad ciega, rayana en el instinto de autodestrucción, puede explicar la tercera.

La cuenta del fracaso recae además sobre las biempensantes élites sociales vascas que creyeron en la operación de maquillaje de Batasuna como una esperanzadora vía hacia la paz definitiva. Su seducción ante el enésimo canto de sirena del zapaterismo ha terminado en otro desastre del que ahora se lamentan cuando las ven las manos de Bildu en sus negocios y su Hacienda mientras las escoltas que el presidente les prometió innecesarias continúan vigilando sus vidas como sombras trágicas. Y, por último, vamos a pagar nuestra parte del siniestro escote los ciudadanos españoles, sujetos finales de la derrota que acaba de sufrir el Estado democrático. Sólo que la mayoría somos, junto a las víctimas nuevamente burladas, los únicos paganos de este fracaso que no tenemos en él parte de responsabilidad ni de culpa.


MEDIO - Opinión

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