jueves, 23 de junio de 2011

Indignados. La genuflexión de los políticos. Por Cristina Losada

Durante años, los grandes partidos han desoído las propuestas de reformas económicas y políticas que han presentado asociaciones, grupos de estudio y personas cualificadas. Ahora, en cambio, van a escuchar atentamente el popurrí de la charanga antisistema.

Empeñado Zapatero en repicar que España no es Grecia, como antes no era Irlanda, van a desmentirle esos okupas de la calle a los que ha dedicado elogios. Gritaban de noche en la plaza Syntagma que iba a arder "el burdel del parlamento" y de mañana, en Madrid, recibían a los diputados a la voz de "hijos de puta". Hasta Primo de Rivera, en el manifiesto que precedió a su golpe y su dictadura, orillaba declaraciones tan explícitas en su embestida contra los políticos. Se quedó en "la política de concupiscencia", vocablo hoy descatalogado por mandato de la Logse. En la revuelta o el revuelto, que más parece revoltijo, España y Grecia son primas hermanas. No se busque ahí resistencia a la "vieja política", sino resistencia a la realidad económica. El profundo programa oscila entre mantener el status quo, retornar al aislacionismo y acabar con el mercado maldito.

Qué poco agradecida es la tribu. La obsequiosidad de los miembros del Congreso hacia quienes los injuriaban había dado un salto cualitativo. Sus señorías decidieron por unanimidad hacerles la pelota a los iracundos. Será un jabón de pega, pero la gracia está en el gesto. Y vaya gracia la de premiar, una y otra vez, a quienes no respetan las reglas del juego. Durante años, los grandes partidos han desoído las propuestas de reformas económicas y políticas que han presentado asociaciones, grupos de estudio y personas cualificadas. Ahora, en cambio, van a escuchar atentamente el popurrí de la charanga antisistema. Qué gran lección de política. Los cívicos, relegados y los incívicos, regalados. Dar carta de interlocutor a quienes deslegitiman las instituciones, nutre la deslegitimación. Y ése es el legado explosivo que dejará el partido en el Gobierno al siguiente.

Tan peligrosa herencia se está acumulando, desde luego, con la aquiescencia de un sector del respetable, creído de que los movilizados y sus columnas representan su propio descontento. Un descontento que, a su vez, canaliza contra los políticos. Es significativo que el rasgo más celebrado del Movimiento sea que "no hay detrás ningún partido". Lo cual nos puede llevar de nuevo a Primo de Rivera, padre e hijo. Y, en cualquier caso, a un antipoliticismo visceral presto a derivar en antiparlamentarismo, al modo en que gritaban los griegos. Sólo falta que a ese caldo contribuyan los políticos con una genuflexión oportunista. Sería una nueva estocada a la ya maltrecha moral cívica.


Libertad Digital - Opinión

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