jueves, 30 de junio de 2011

A fuego lento. Por Fernando Fernández

El resultado del tiempo de Zapatero es que España ha perdido soberanía: soberanía económica, fiscal y política.

EL presidente Zapatero se ha despedido del Congreso sin grandeza alguna. El balance de su gestión no permitía otra cosa —los datos son apabullantes— y tampoco se esmeró en intentarlo. Tres han sido los pilares de su mandato: la solución definitiva del problema de Cataluña, la negociación con ETA para poner fin al «conflicto vasco» y la ampliación de derechos sociales en una España próspera. Y los tres se han saldado con un estrepitoso fracaso. El Estatut ha ampliado la brecha emocional catalana hasta límites peligrosos, ha conducido a la insostenibilidad fiscal del Estado de las Autonomías, obligando a imponer un techo de gasto autonómico que está muy lejos del proyecto confederal inicial, y ha llevado al PSC a su peor resultado histórico. El retorno de Bildu-Batasuna a las instituciones vascas, sin asomo de arrepentimiento ni petición de perdón, supone un insulto a los demócratas y el triunfo de la estrategia de la socialización del terror de la que tan orgulloso se mostraba Otegui en la Audiencia Nacional, visiblemente aliviado de que el Estado haya abandonado el camino de la victoria política y policial que tan buenos resultados estaba dando. Pero ha sido el derrumbe económico la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de los españoles. Que un presidente que prometía entre risitas superar a Francia en renta per cápita se despida rogando a los mercados que no nos confundan con Grecia lo dice todo. No hacen falta más cifras, jugar con segundas derivadas o perderse en discusiones técnicas. El resultado del tiempo de Rodriguez Zapatero es sencillamente que España ha perdido soberanía: soberanía económica, fiscal y política. Es un país dependiente que se ha convertido en un problema.

Salvo que sus correligionarios nos ahorren el sufrimiento, el presidente parece decidido a consumirse y consumirnos a fuego lento confiando ahora en un chamán que le predice que España volverá a crecer al 1,5 por ciento a finales de año. Desconozco a tan ilustre augur, pero deberíamos haberlo presentado a director del Fondo Monetario Internacional. Tal es su capacidad de previsión que resulta poco solidario hurtarle su disfrute a la comunidad internacional. Claro que Zapatero siempre se ha movido mejor en las promesas huecas que en las soluciones concretas. Quedó patente en el debate del Congreso que no hay más programa económico que lo ya aprobado. Un bagaje insuficiente en condiciones normales y extraordinariamente preocupante en las actuales. Las dudas sobre la voluntad y capacidad de España para mantenerse en el euro van a continuar con independencia del resultado del drama griego. Mercados y analistas solo miran ya al nuevo Gobierno y sus primeros cien días. Razón para que el candidato popular empiece a mojarse. Lo que queda hasta entonces son solo minutos basura en los que estaremos a merced de la volatilidad del sentimiento de los acreedores y a expensas del Gobierno griego. Triste momento para una nación que podía haber sido un gran país europeo y haber servido de cierto contrapeso al eje franco-alemán, si hubiera mantenido el rumbo y consolidado alianzas inteligentes. Hoy solo nos queda confiar en que la masiva llegada de turistas nos alivie el tránsito. Pero llegará el otoño, el diferencial de deuda no habrá bajado, la liquidez no habrá retornado al sistema financiero ni a las pymes, el desempleo volverá a acercarse a los cinco millones y muchos de los presuntos apoyos con los que cuenta el Gobierno se evanescerán como los amores de verano de un adolescente. Las reformas pendientes seguirán pendientes y la opinión pública unánime: no merecía la pena este calvario.

ABC - Opinión

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