sábado, 25 de junio de 2011

El testamento. Por M. Martín Ferrand

Zapatero quiere pasar a la Historia y Rajoy aspira a una investidura imperial que difumine el dedazo de Aznar.

MIENTRAS los nacionalistas, tanto montan los arriscados vascos como los urbanos catalanes, rebañan la última gota de la alcuza presupuestaria española y venden su hazaña como servicio al común y contribución a la estabilidad (?), España se divide en dos grandes grupos, como siempre. Uno, el socialista no se para en barras para que José Luis Rodríguez Zapatero termine la legislatura yendo, como va, de ridículo internacional a esperpentos caseros. Deben de confiar en la fuerza de los milagros porque no es frecuente el espectáculo de un moribundo, aunque lo sea en términos políticos, que diga: «Cuanto más larga sea la agonía, mejor». El otro, el que se encarna en el entorno del PP, vive la obsesión contraria y, como si también creyeran en la hipótesis del gran milagro reparador de nuestra catástrofe colectiva, quieren tomar La Moncloa, como han hecho con las Autonomías y la mayoría de los Ayuntamientos, antes del plazo establecido.

En ese antagonismo insensato aparece la figura de Francisco Vázquez, varias veces y brillantemente ex, para proponer un «Gobierno de concentración nacional» capaz de abordar las grandes reformas estructurales que son necesarias para hacer posible la salida de la crisis. La propuesta de mi ilustre paisano, que demuestra una vez más los muchos peligros que acarrea dejar sin empleo ni ocupación a un hombre de talento, tiene sus visos de utilidad y sus ribetes de patriotismo; pero, aquí y ahora, parece inviable. En un país como el nuestro, de natural insolidario y con frecuencia despectivo, en el que los hermanos se pegan entre sí —literalmente— por el reparto de los cuatro euros y un bargueño que constituye la herencia de su padre, ya es difícil integrar grupos para la consecución de un objetivo común; pero, además, Zapatero quiere pasar a la Historia, la misma que quiere reescribir con letras grandes y Rajoy aspira a una investidura imperial que difumine el dedazo de José María Aznar y las carencias que han ido marcando sus astucias funcionales.

Hay que tomar medidas y tomarlas ya. Es decir, debe tomarlas el Gobierno de Zapatero con las ayudas y refuerzos que fueran necesarios. El recorte presupuestario capaz de enderezar en algo la difícil situación colectiva exige un toque de valor o, lo que viene a ser lo mismo, un cierre heroico de biografía política. Como no cabe suponer que el de León aspire a mucho más que una vejez tranquila con paseítos y picatostes al caer la tarde en algún lugar de la Avenida de Ordoño II, ésta es su gran oportunidad de hacer lo que debió cuando no quiso ver la crisis. No ha tenido programa, por lo menos que tenga testamento.


ABC - Opinión

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