martes, 28 de junio de 2011

Estado de la Nación. El éxito del farsante. Por Cristina Losada

Alejo de mí la tentación de identificar a esos dos personajes con los nuestros. Aquí ni siquiera hace falta un buen actor para meterse al público en el bolsillo y vaciarle el bolsillo al público al mismo tiempo.

Los jefes de filas se han preparado a conciencia, los periodistas aguzan los sentidos y los sondeos se disponen a recabar la opinión del respetable. El gran debate parlamentario del año está a punto de empezar. Es el primer malentendido. Visto con benevolencia, quizá sea un debate, pero de parlamentario ¿qué le queda? En la Cámara se hablará en realidad para la cámara. La de televisión, naturalmente. El mismo medio, idéntico interlocutor, para los que habla el político contemporáneo cada día. Por supuesto, hay excepciones. Y así les va. Rajoy, por ejemplo. Rajoy cree que está en un Parlamento como aquel en que cruzaban armas dialécticas Sagasta y Cánovas, y por ello ha perdido todos los Debates sobre el estado de la Nación que ha mantenido con Zapatero. Incluso en 2010, la crisis ya desatada y el empleo en caída libre, le volvió a ganar, si no mentían del todo las encuestas.

¿Un misterio? Valga, para ilustrar el punto, el caso del Dr. Fox, del que da cuenta un nuevo libro de Dan Gardner. Unos psicólogos norteamericanos seleccionaron a un actor y lo convirtieron en el doctor Myron L.Fox, experto en "teoría matemática de juegos aplicada a la educación física". Pura filfa. Pasearon al falso erudito por el circuito de conferencias y a pesar de su humo retórico, falacias y contradicciones, obtuvo aplauso y reconocimiento. Y es que formulaba sus disparates con claridad, autoridad y seguridad absolutas. En contraste, Robert Shiller, uno de los economistas más influyentes, que predijo la burbuja tecnológica y después la inmobiliaria, goza de nula credibilidad entre las audiencias. Resulta que no es simple y claro, y tiende a matizar y a reflexionar. Cómo extrañarse de que despierte violento rechazo y antipatía.

Alejo de mí la tentación de identificar a esos dos personajes con los nuestros. Aquí ni siquiera hace falta un buen actor para meterse al público en el bolsillo y vaciarle el bolsillo al público al mismo tiempo. Basta con despojarse del pesado lastre del raciocinio, la insufrible coherencia, la aburrida sensatez y proceder con empatía al generoso derrame de sentimentalismo. El gestor de traje y alma grises nada puede contra esas potencias irracionales que el farsante domina. Tal vez, si el debate no fuera captado por las cámaras tendría alguna posibilidad Rajoy. No siendo así, me figuro que este será otro Estado de la Nación que gane Zapatero. El último. Con las encuestas en contra y aun después de muerto.


Libertad Digital - Opinión

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