sábado, 25 de junio de 2011

De cómo en el Crack del 29 los ricos se tiraban por las ventanas. Por Federico Quevedo

Dicen los expertos que de todas las crisis económicas recientes que ha atravesado la humanidad, la que más se parece a esta por su intensidad y por su duración es la que se produjo entre la I y la II guerras mundiales, el famoso Crack del 29, aquella crisis que desató el pánico en la Bolsa de Nueva York y que afectó a medio mundo obligando a cambiar los esquemas de convivencia conocidos hasta el momento. De aquella crisis ya solo nos quedan muchos libros e imágenes, algunas muy duras como las de cientos de ejecutivos que habían hecho sus fortunas al amparo de los mercados y que de un día para otro perdieron hasta la camisa y se arrojaban por las ventanas de sus despachos al vacío.

Aquella crisis la pagaron por igual ricos y pobres, clases altas, medias y bajas, obreros y empresarios pero, sobre todo, la pagaron también las clases poderosas de la política y la economía. Nadie escapó a aquel ‘tsunami’ provocado por causas de diversa índole y consideración que condujo a la Gran Depresión de los años 30, precedente de la II Guerra Mundial. Nadie. Primero cayeron los ricos, y después los pobres. Quebraron los bancos, cerca de 9.000 solo en Estados Unidos, después las empresas y comercios y todo ellos se tradujo en elevadísimas tasas de desempleo.


La situación se extendió en 1931 al resto de las economías occidentales y prácticamente en todo el mundo se produjo un vuelco político, social y económico de una magnitud muy considerables, hasta el punto de que muchos europeos se echaron en manos de los movimientos fascistas de la época como revulsivo de la crisis, mientras que los gobiernos orientaron sus políticas económicas hacia el modelo keynesiano de mayor intervencionismo estatal -es la época del New Deal de Roosvelt- frente al ultracapitalismo que había prevalecido hasta ese momento.
«A diferencia de lo que ocurrió en aquel Crack del 29, da la impresión de que en esta crisis sigue habiendo algunos que, como se dice vulgarmente, se van de rositas.»
Casi un siglo después, volvemos a vivir una situación muy semejante, un crisis muy profunda que amenaza con conducirnos a una larga depresión económica a pesar de que algunos países como Alemania parezca que han superado la peor fase de la misma. Si leyeron ustedes el viernes el magnífico artículo que publicaba en este periódico Ignacio J. Domingo, y si no lo hicieron les aconsejo su lectura, se habrán dado cuenta de hasta qué punto la debilidad de la situación económica mundial es extrema y según Nouriel Roubini amenaza con sufrir una tormenta perfecta, es decir, una conjunción de factores que la conduzcan de nuevo a una depresión sin precedentes.

Lo cierto es que la mayoría de nuestros problemas no se han acabado, siguen estando ahí, y lo percibimos tanto a nivel local, en España, como a nivel internacional a la vista de los últimos acontecimientos. Todo parece pender de un hilo muy fino, muy sensible, muy delicado que amenaza con romperse al primer soplo. Y ese soplo puede ser igual la definitiva quiebra del estado griego que una nueva contracción del PIB estadounidense producto de la política fiscal de Obama, que el estancamiento de la economía China o la recesión japonesa por culpa del terremoto y el posterior tsunami. O el conflicto árabe, o una nueva crisis energética… Da igual, cualquier cosa o la combinación de todas ellas pueden actuar como la mecha que prenda el incendio. Pero, a diferencia de lo que ocurrió en aquel Crack del 29, da la impresión de que en esta crisis sigue habiendo algunos que, como se dice vulgarmente, se van de rositas. No la sufren, o la sufren muy poco, mientras que a la inmensa mayoría de los ciudadanos se nos están exigiendo unos sacrificios que empezamos a no ser capaces de soportar.

Entiéndase bien lo que quiero decir, porque yo no tengo ningún interés en que nadie se tire por la ventana, y como liberal que soy creo en la iniciativa privada y la defiendo. Es más, para que la inmensa mayoría pueda tener trabajo es muy necesario que esa clase de personas capaces de emprender aun a costa de su propio patrimonio tengan el marco adecuado para poder hacerlo. O, dicho de otro modo, para que los pobres dejen de serlo, tiene que haber ricos y el Estado debe favorecer que los haya. Pero es lógico también que cuando se pone de manifiesto que todas las estructuras sobre las que se asienta nuestro modelo económico, fruto de la combinación de los dos modelos surgidos precisamente de la Gran Depresión y que yo he llamado capitalismo socialdemócrata, se tambalean y eso afecta de manera directa a los ciudadanos, éstos se pregunten por qué, cómo hemos llegado hasta aquí y qué es lo que ha fallado. Y, sobre todo, se cuestionen la razón por la cual todo el peso de la crisis lo sufren ellos en dos direcciones, por un lado por la propia crisis en términos de pérdida de trabajo y de poder adquisitivo y, por otro, en la merma de derechos sociales producto de los ajustes presupuestarios.
«¿Por qué Merkel y Sarkozy gobiernan Europa a su antojo sin explicarnos a los ciudadanos las razones por las que nos ponen esos ‘deberes’?.»
Los ciudadanos no entienden de macroeconomía, ni tienen por qué entender, pero sí entienden de ‘su’ economía y ven cómo cada vez les cuesta más llegar a final de mes, cuando directamente no llegan ni al principio, y encima su gobierno les recorta los pocos asideros que tenían para agarrarse. Pero ellos, los ciudadanos, no tienen la culpa de la crisis y ven cómo sin embargo los que sí la tienen o tienen una responsabilidad importante en la gestación de la misma, no sufren de igual modo las consecuencias y no solo eso sino que, además, habiendo sido en parte responsables de la situación, ahora lo son también de su salida. Y eso, necesariamente, se traduce en indignación.

¿Qué respuesta se les da a los ciudadanos? Ninguna. Es más, se miente de manera consciente y constante. Si nos vamos al ejemplo griego, la mentira ha sido la causa principal de que el país se haya visto conducido a una bancarrota de la que nadie sabe todavía muy bien cómo va a salir. Y lo que ven los ciudadanos griegos es a un gobierno, el suyo, extremadamente débil e incapaz de superar la situación, y a otros gobiernos europeos, principalmente Alemania y Francia, que le exigen a Atenas que adopte medidas de ajuste extremadamente duras y que no van a sufrir los ciudadanos de Francia o Alemania, sino los de Grecia.

En España nos ocurre tres cuartos de lo mismo aunque la situación no sea tan grave, pero es evidente que al mismo tiempo que las autoridades de Bruselas alaban al Gobierno español por haber hecho los deberes, como se dice en esa terminología buenista que practican los burócratas de la UE, le exigen más ajustes, más recortes, más sacrificios en definitiva. ¿Por qué? Si estamos haciendo las cosas bien, ¿por qué hay que apretar más las tuercas? Y si hay que apretarlas, ¿por qué no nos dicen la verdad de lo que está pasando? Es mas, ¿por qué Merkel y Sarkozy gobiernan Europa a su antojo sin explicarnos a los ciudadanos las razones por las que nos ponen esos ‘deberes’? Aquí nadie explica nada, ni nadie asume su responsabilidad. Salvamos bancos de la quiebra, pero eso nos cuesta más déficit y, por lo tanto, más paro, sin que nadie se rasgue las vestiduras por ello.

Y qué querían que hicieran los ciudadanos, ¿resignarse? Era evidente que no, que en algún momento se iba a producir el estallido social. Yo no sé si esto tiene una salida fácil, pero lo que sé es que ninguna salida puede darse sin la concurrencia de los ciudadanos. El mayor error de nuestros políticos, de nuestras clases dirigentes, ha sido obviarles, creer que nunca se iban a despertar del letargo al que se habían entregado y que a ellos les permitía actuar sin asumir sus responsabilidades. Es evidente que no es así, pero si no se produce una rectificación en toda regla, podemos vernos abocados a una crisis todavía mucho mayor que la que se avecina porque hay un elemento con el que Nouriel Roubini no cuenta entre todos esos factores que él señala para anunciar la nueva Gran Depresión: que los ciudadanos digan “basta ya”, hasta aquí hemos llegado y las consecuencias de eso pueden ser hoy impredecibles.


El Confidencial - Opinión

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