jueves, 30 de junio de 2011

Atenas, Roma y Córdoba. Por M. Martín Ferrand

Entre nosotros, ha producido un generalizado disgusto el que sea San Sebastián, y no Córdoba, la merecedora de tan vacuo honor.

COMO la mancha de una mora con otra verde se quita, antes de que se apague el rescoldo del Debate sobre el estado de la Nación —otra victoria pírrica de Mariano Rajoy—, ya está viva la llama que enciende la designación de San Sebastián, ex aequocon la Breslavia del «Barón Rojo», como Capital Europea de la Cultura para 2016, después de que lo sean, en 2015, la ciudad holandesa de Mons, donde sentó sus reales el Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, y la checa de Pilsen, mucho más conocida y venerable por su magnífica cerveza que por sus ignotos pensadores.

Entre nosotros, ha producido un generalizado disgusto el que sea San Sebastián, y no Córdoba, la merecedora de tan vacuo honor. En puridad, Europa —culturalmente hablando—, tiene tres capitales indiscutibles: Atenas, Roma y Córdoba que, al final del primer milenio, tenía una Mezquita verdaderamente única en torno a la que convivían un millón de personas y tres culturas junto a una biblioteca de 400.000 rollos y volúmenes. No hay razón para sentir agravio. San Sebastián no existía en esa época y, además, ¿quién tiene la autoridad y el culturómetro precisos para establecer esas ridículas comparaciones?


Lo sorprendente es que las gentes se irriten, más o menos, porque se distinga con un título tan hueco a una ciudad o a otra; pero no, como debieran, por el hecho de que se conceda el título. Son cosas de la mandanga burocrática europea, ese monstruo creciente que, sumado a los domésticos, nos cuesta un Congo y da de comer a varias docenas de miles de paniaguados. La «inventora» de la capitalidad cultural turnante fue la griega Melina Mercuri, ministra de Cultura después de gran actriz y cantante curiosa, y, desde entonces, cada año la designación de la venidera es pretexto para un grueso capitulo de gasto público comunitario que incluye, a mas de la preparación de las candidaturas, viajes y visitas de funcionarios, políticos y ganapanes anexos.

Estos acuñadores de capitales, como tantos otros monstruos intercontinentales, continentales, nacionales, autonómicos y locales, a la vista del precio al que se está poniendo el pescado, debieran ir reduciendo su actividad. Este 2011 las capitales titulares de la cultura son Turko, la ciudad más antigua de Finlandia —¡siglo XIII!— y Tallín, en Estonia. Se entiende que los donostiarras, especialmente los de Bildu, estén felices por igualar la gloria de ambas capitales —yo mismo lo estaría si no fuera financiador forzoso de la majadería—; pero cabe sospechar que Séneca, Averroes, Maimónides, Góngora e, incluso, Antonio Gala no quepan en sí de tanto gozo.


ABC - Opinión

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