sábado, 25 de junio de 2011

Ahora, a 120

El balance de aquella ocurrencia del Ministerio del Interior ha sido francamente negativo. No se puede legislar para salir del paso ni improvisar medidas que no hayan sido objeto de una reflexión suficiente.

EN pleno desbarajuste general, el Ejecutivo ha conseguido estropear también la imagen parcialmente positiva de la política desarrollada en los últimos años en materia de tráfico y seguridad vial. El Consejo de Ministros decidió ayer elevar de nuevo el límite máximo de velocidad en autopistas y autovías a 120 kilómetros por hora. Según el vicepresidente, ministro del Interior y portavoz (además de candidato), la medida «transitoria» ha permitido ahorrar 450 millones de euros al compensar la subida coyuntural del precio del petróleo, ahora a la baja. Sin embargo, este supuesto ahorro resulta muy discutible. Para empezar, toda ocurrencia tiene su precio, ya que las pegatinas costaron en su día 230.000 euros. Además, Hacienda ha perdido dinero por el descenso en el consumo de carburante. Los automovilistas denuncian el estrés que produce conducir más pendientes del velocímetro que de las incidencias en la carretera. Mucha gente ha preferido buscar medios de transporte alternativos a causa de la evidencia de los retrasos en los desplazamientos de media y larga distancia. En fin, la seguridad en las carreteras no ha mejorado y, por el contrario, han crecido las multas por descuido en el cumplimiento de una norma tan restrictiva.

Así pues, el balance de aquella ocurrencia del Ministerio del Interior ha sido francamente negativo. No se puede legislar para salir del paso ni improvisar medidas que no hayan sido objeto de una reflexión suficiente. Las contradicciones saltan a la vista. Si la reducción del límite a 120 era eficaz en términos económicos y de seguridad, ¿por qué ahora se elimina? Si no lo era, ¿por qué se introdujo al amparo de argumentos que ya no sirven? Los experimentos, mejor con gaseosa, porque no tiene sentido provocar un debate social y anunciar a bombo y platillo unas medidas que poco tiempo después quedan sin efecto. La imagen de los operarios despegando las pegatinas será otro símbolo de la improvisación permanente de un gobierno completamente desbordado por las circunstancias. Mientras tanto, las obras en vías públicas de máximo tránsito entorpecen la circulación, la DGT se enreda en disputas internas y, sobre todo, sigue pendiente un programa eficaz de educación vial que sería mucho más positivo que la multiplicación de sanciones con afán recaudatorio.

ABC - Editorial

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