lunes, 27 de junio de 2011

Afganistán, una guerra sin norte

Lo que no es de recibo es que sigamos con el doble discurso de negar que estamos en guerra contra los talibán para así legitimar retrospectivamente la bochornosa campaña que la izquierda española hizo en contra de la guerra de Irak.

No podemos más que empezar este editorial dando nuestro más sentido pésame a las familias del sargento Manuel Argudín y de la soldado Niyireth Pineda, asesinados en Afganistán por un ataque talibán. Han dado su vida sirviendo a España y por ello es menester que todos les estemos agradecidos.

Ahora bien, cuestión distinta es por qué el Gobierno de Zapatero, en representación de España, ha enviado sus tropas a Afganistán. No lo ha hecho, desde luego, para librar ninguna guerra contra el islamismo, pues conocida es la postura pacifista del presidente e incluso de la ministra de Defensa, y notoria ha sido su desbandada de Irak, donde se libraba una guerra con idénticos objetivos. Ello por no hablar de que los socialistas siguen resistiéndose a emplear el término "guerra" para referirse a Afganistán.

Todo parece indicar que Zapatero envió primero al ejército español a Afganistán para reparar mínimamente su desacreditada imagen exterior tras retirar deprisa y corriendo las tropas de Irak, y que incrementó su presencia después para congraciarse con Barack Obama. Ninguno de ambos objetivos debería condicionar la política exterior y de defensa de un país serio donde el interés nacional primara sobre el interés personal de su presidente, pero en este caso, y para nuestra desgracia, sí lo hizo.


El caso es que, desnortados los fines de nuestra presencia en Afganistán, el desarrollo de las operaciones se encuentra viciado de raíz. Nuestros soldados se encuentran maniatados a la hora, no ya de defenderse, sino de atacar en primer lugar para evitar preventivamente ofensivas futuras. Una limitación que ni mucho menos se ve compensada por el hecho de que eventualmente se dote a nuestros soldados de mejores materiales y medios defensivos (como los modernos Lince); los talibán también son capaces de adaptarse a las nuevas circunstancias y de atacar con bombas de gran potencia que destruyan los blindajes, como trágicamente acabamos de comprobar.

Ahora que EEUU ya ha anunciado la progresiva retirada de sus tropas, convendría que nos replanteáramos cuál es nuestro papel en la zona. Si el propósito de mantener a nuestro contingente hasta 2014 no es defender las libertades occidentales de la amenaza islamista, sino contentar a Obama, deberíamos salir del país lo antes posible. Y si, por el contrario, llegamos a la certeza de que como miembros de la civilización occidental debemos estar en Afganistán, entonces habrá que permitir que nuestras tropas también puedan atacar a sus enemigos, por mucho que ello revuelva los instintos pacifista de la plana mayor del socialismo patrio. Pero lo que no es de recibo es que sigamos con el doble discurso de negar que estamos en guerra contra los talibán para así legitimar retrospectivamente la bochornosa campaña que la izquierda española hizo en contra de la guerra de Irak; no puede construirse una estrategia militar efectiva sobre la negación de la realidad.


Libertad Digital - Editorial

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