martes, 5 de abril de 2011

Aznar se fue porque quiso, a Zapatero lo han echado. Por Federico Quevedo

Entre el 25 y el 27 de enero de 2002 el Partido Popular celebró su XIV Congreso Nacional. Lo hacía, es verdad, en una situación política envidiable: el PP gobernaba con mayoría absoluta, se encontraba a una cómoda distancia del PSOE en las encuestas, la situación económica del país era la mejor que ningún Gobierno podría esperar y el partido ofrecía una imagen de tranquilidad y cohesión interna como nunca antes se había dado en la derecha española. Con ese escenario, Aznar se presentaba por quinta vez a la reelección como presidente del Partido Popular, pero lo hizo con un anuncio definitivo: “Es la última. No habrá otra vez. Yo no creo en la prolongación personalista de los liderazgos políticos. No he creído nunca, y os soy totalmente sincero si os digo que no estoy dispuesto a ejercerla”.

Dos años antes, Aznar había llevado a las elecciones como parte de su programa político la promesa de no estar más de ocho años en el poder, aunque fue en 1996 la primera vez que apuntó a esa posibilidad. Aznar quiso dejarlo, por iniciativa propia, y eso sentaba un precedente en la política española como reconocería el propio José Luis Rodríguez Zapatero poco tiempo después, en un Comité Federal del PSOE, cuando el PP eligió a Mariano Rajoy como sucesor de Aznar en una Junta Directiva Nacional celebrada en el verano de 2003.


Aquel mes de enero de 2002 Aznar se las prometía felices, y el PP también, y despidió a su líder como se merecía quien les había llevado a las mieles de poder, en una loa constante a su persona. Nada hacía presagiar lo que pasaría poco tiempo más tarde: el Prestige, la boda de El Escorial y, finalmente, la Guerra de Iraq empañarían una gestión hasta ese momento alabada por casi todos. Cuando Rajoy es elegido candidato, que no líder del partido -eso ocurriría después de las elecciones, en un Congreso-, las encuestas ya empezaban a hacer mella en la intención de voto del PP hasta el punto de pronosticar la pérdida de la mayoría absoluta, es decir, que la bicefalia, lejos de funcionar, le estaba pasando factura al candidato, que sufría en sus carnes electorales el castigo a la gestión del entonces presidente.

Eso culminó con los atentados de Atocha, la mala gestión que hizo el Gobierno de los mismos y la desleal manipulación y vulneración de las reglas del juego que llevó a cabo la izquierda. Resultado, Rajoy perdió y sufrió un castigo que no iba dirigido a él, sino a Aznar. Ganó Rodríguez y, fíjense qué curioso, siete años después empiezan a darse circunstancias parecidas, aunque con evidentes diferencias al menos en lo que se refiere a las circunstancias y las razones que a ambos políticos les han llevado a hacer el mismo anuncio.
«Es bastante probable que el impacto del anuncio de Rodríguez se disuelva inmediatamente, y lo que seguirá quedando como poso en la ciudadanía son los desastres de su gestión.»
Es verdad que Rodríguez tenía en su cabeza la idea de no estar más de ocho años en el poder, pero también lo es que esa decisión estaba estrechamente vinculada al hecho de que su salida del Gobierno se produjera por la puerta grande. La crisis económica y una gestión absolutamente ineficaz de la misma, unida a la evidente enmienda a la totalidad que Rodríguez ha hecho a casi toda su política, y no solo la económica -unas veces por imposición externa y otras por necesidad interna-, le han llevado a ser el presidente peor valorado de toda la democracia en las encuestas, y probablemente esa circunstancia le hizo plantearse en un momento dado no cumplir con una promesa que, por otra parte, solo había hecho en privado y nunca de manera oficial luego no estaba obligado a cumplirla.

El problema es que esa decisión chocaba frontalmente con los deseos de la inmensa mayoría de su partido, que ha visto cómo durante este tiempo la gestión de Rodríguez les hundía más y más en las encuestas y amenazaba seriamente su permanencia en el poder, ya no solo nacional, sino también territorial. El escenario al que se enfrentaba -y se enfrenta- el Partido Socialista era y es el peor de toda su historia reciente, por lo que algunos -muchos- consideraron necesario que Rodríguez anunciara su marcha para relajar esa tensión. Unos se contentaban simplemente con el anuncio, otros -principalmente la vieja guardia que apoya a Rubalcaba- hubieran preferido lo que se llamó la operación Calvo Sotelo, es decir, que dimitiera y dejara el Gobierno en manos del vicepresidente y ministro del Interior y, de hecho, esa fue la intención del cambio de Gobierno del pasado mes de octubre.

Lo cierto, sin embargo, es que Rodríguez se resistió y se aferró a lo único que le quedaba: la Presidencia del Gobierno. Sin embargo, presionado por unos y por otros, Rodríguez no ha tenido más remedio que ceder y optar por la primera solución, es decir, no dejar el poder pero anunciar que no será candidato. En el PSOE están contentos, aparentemente claro, pero lo cierto es que no hay muchos motivos para ese alborozo, y es que parece que no han aprendido de las lecciones anteriores. Nadie sabe lo que va a pasar en mayo, pero es un hecho que la información tiene una vida tan efímera -como han puesto de manifiesto los acontecimientos de los últimos meses- que es bastante probable que el impacto del anuncio de Rodríguez se disuelva inmediatamente, y lo que seguirá quedando como poso en la ciudadanía son los desastres de su gestión. Una gestión que, además, sigue en sus manos, y que va a comprometer seriamente a su sucesor/a, como ya le ocurrió a Rajoy con Aznar en 2004.

Cuanto más tiempo permanezca Rodríguez en el poder, más daño va a hacer a las aspiraciones del próximo candidato socialista a La Moncloa porque, por mucho que Rodríguez se empeñe en hacernos creer lo contrario, lo cierto es que los datos del paro de ayer y la fuerte caída del consumo en el primer trimestre ponen de manifiesto que, lejos de estar saliendo de la crisis, seguimos instalados en ella y de manera muy profunda. Y es la crisis, no se equivoquen, y su mala gestión, lo que le va a pasar factura a Rodríguez en la persona de su sucesor, igual que fue otra crisis –Iraq/11-M- y su mala gestión, lo que le pasó factura a Aznar en la persona de Rajoy.


El Confidencial - Opinión

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