miércoles, 2 de marzo de 2011

Vísperas. Por Gabriel Albiac

Vivimos una situación prebélica. Aunque no queramos verla. Un trocito de realidad nos hará añicos.

LAS vísperas de lo peor no se perciben nunca. Aunque luego, una vez que sucede, reconocer los síntomas que lo anunciaban —y su lógica— sea tan fácil. Vienen a mi memoria los versos del más joven Gimferrer, cuando, en Cascabeles, evoca la ceguera dulce de una Belle Époque empecinada en no escuchar el trueno que está prefigurando la Gran Guerra

«Algo nacía, bronco, incivil, díscolo,
más allá de los espejos nacarados».

Europa se asomaba a un impensado abismo, pero no quería verlo. No veía más que el destello parpadeante de la fiesta, la gran fiesta:

«Los hombros, el champán, la carne nívea,
la cabellera áurea, el armiño,
los senos de alabastro».

Es la experiencia que, con la fría lucidez de la cual él poseyó la clave, desmenuza Sigmund Freud en 1915: «La guerra en la que no queríamos creer, estalló y trajo consigo una terrible decepción». El ensueño de haber alcanzado una etapa de ilustración que nos pondría a salvo del recurso irracional a la violencia, saltaba por los aires. Y, después de aquello, escribe el vienés, «es como si no hubiera ya de existir futuro». Fue un desmoronamiento, sí. Pero no del mundo. Se desmorona una ilusión. Es el destino de todos los consuelos imaginarios. «La ilusiones nos son gratas, porque nos ahorran sentimientos displacientes y nos dejan, en cambio, gozar de satisfacciones. Pero entonces, habremos de aceptar sin lamentarnos que alguna vez choquen con un trozo de realidad y se hagan pedazos».

Asisto, con plácida melancolía, al ingenuo angelismo de una Europa empeñada en confundir la realidad norteafricana con sus humanitarios deseos. La realidad está a punto ahora de darnos caza. Y, una vez más, tras las amables fantasías quedarán sólo vidrios rotos.

Ribera sur del Mediterráneo. Turquía, bajo poder ya islamista, ha borrado la herencia laica de Ata-Turk; puede hablarse, si se quiere, de islamismo moderado; es una broma. Siria sigue bajo la dictadura hereditaria de lo que fue fundado como rama árabe del nacional-socialismo: el Baaz; y consolida sus buenas relaciones con el Irán teocrático y nuclearizado. El norte del Líbano es un protectorado sirio; el sur, un protectorado iraní. Israel, apenas un mínima isla democrática rodeada ahora por todas partes. En Egipto, la primera medida del nuevo gobierno ha sido abrir el paso de Suez a los buques de guerra iraníes. La guerra en Libia no augura nada bueno; en suma, tres hipótesis: gana Gadafi y todo sigue igual, ganan los islamistas y todo sigue peor, estalla el país en ese rompecabezas tribal sobre el cual fue edificado y todo es imprevisible. Túnez ha cambiado a un hombre fuerte por otro y luego por nada; queda por saber cuál es la fuerza real de sus clérigos para colmar el vacío. En Egipto, el jefe de los servicios secretos y responsable máximo de la brutal represión política en los últimos dos decenios, se ha deshecho del decaído Mubarak. Argelia, desangrada ya por una guerra civil agotadora, aguarda el retorno justiciero del islamismo extremo. Para cerrar el Mediterráneo queda sólo Marruecos, donde mora el último descendiente del Profeta.

Vivimos una situación prebélica. Aunque no queramos verla. Como a la eufórica Europa de 1914, un trocito de realidad nos hará añicos.


ABC - Opinión

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