domingo, 20 de marzo de 2011

Punto de inflexión en la Complutense

Hay muchísima gente harta de dejarse avasallar por una izquierda que se cree única poseedora de la virtud y la moral.

La extrema izquierda suele creerse con derecho a hacer lo que le dé la gana, atropellando los derechos de aquellos ciudadanos que no comulgan con sus ideas. La única ley que conocen es la del embudo: han aprendido bien de sus mayores el desprecio por todo aquel que se limita a ejercer sus libertades. Como ellos, llaman laicismo al anticlericalismo más rancio, heredero de quienes quemaban iglesias y conventos. Pero la sociedad española, y no sólo la española, sigue viviendo en esa absurda hemiplejía moral que la hace mirar con mayor benevolencia sus abusos que los de la extrema derecha. De ahí que esta última sea tan minoritaria, mientras la extrema izquierda cuenta con millones de votos y representantes en el Congreso.

Se podrá discutir si tiene sentido que el Código Penal incluya castigo por la ofensa a los sentimientos religiosos, un delito del mismo orden que los que afectan al honor: siendo los daños inmateriales y difíciles de percibir, dan pie al abuso y la arbitrariedad en su aplicación. Pero lo cierto es que se considera delito, y como tal debe juzgarse la profanación de la misa de la Complutense; una liturgia que por más que resulte absurda o medieval para una minoría, es considerada sagrada para cientos de millones de personas de todo el mundo.


El millar de católicos que han acudido a la misa de desagravio un viernes por la mañana muestra a las claras que hay muchísima gente harta de dejarse avasallar por una izquierda que se cree única poseedora de la virtud y la moral. Que los más de cien millones de asesinatos del comunismo en todo el mundo no hayan mermado ese complejo de superioridad se debe, en buena medida, a que no hemos sido capaces de enfrentarnos a esa propaganda que nos martillea día y noche y que equipara ser de izquierdas con ser buena persona.

No es así. Quienes se dedican con tanto ahínco a burlarse de las creencias más profundas de los demás y a procurar destruir aquello que estiman como más sagrado puede ser muchas cosas, pero no moralmente superiores. Tampoco valientes, porque jamás hemos visto a estos extremistas burlarse del islam ni profanar mezquitas. Hay que enfrentarse a ellos y quitarles la careta, como ha sucedido esta semana en la Complutense. Esperemos que a partir de ahora esto sea la regla, y no la excepción, por más que no podamos esperar mucha ayuda de la derecha política, tan dispuesta siempre a mimetizarse con el paisaje socialdemócrata.


Libertad Digital - Editorial

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