jueves, 10 de marzo de 2011

La mili que nunca existió. Por Ignacio Camacho

El Gobierno que suprimió la mili se las apañó para pasar a la posteridad como campeón del belicismo.

UNO de los errores más notables del aznarato fue sin duda el modo en que desperdició el rédito político de suprimir la mili. El Gobierno del PP no sólo no supo vender esta medida de potencial electoral decisivo en el voto juvenil, sino que se las apañó para pasar a la posteridad como un campeón del militarismo belicista. Fue un caso histórico de incompetencia para el marketing, de inadaptación comunicativa o de mala conciencia ideológica. Para empezar, lejos de desarrollar una campaña de propaganda enfocada en el salto cualitativo que suponía la desaparición del servicio obligatorio en un país donde había regiones —País Vasco, Cataluña y Navarra— con un ochenta por ciento de objetores e insumisos, el aznarismo puso el énfasis en la creación del Ejército profesional y permitió que la opinión pública centrase el debate en los problemas de reclutamiento. En una época en que sobraba el empleo hubo que cazar a lazo aspirantes a soldado, y el ministro Trillo fue zarandeado por rebajar incluso los coeficientes mentales mínimos de la requisitoria. Aquello fue un dislate de pardillos; una de las medidas más populares que puede tomar un Gobierno se convirtió en un manantial de problemas que Aznar terminó de agravar estrenando la nueva milicia en el desembarco de Perejil y luego enredándose en el lío maldito de Irak. El resultado de un manejo tan inepto de la comunicación política lo vimos ayer, en la intentona mediopensionista con que el zapaterismo ha celebrado la efemérides de los diez años sin ponderarla en exceso por ser logro ajeno ni poder apropiársela del todo por no constituir éxito propio.

La liquidación de dos siglos de mili hubiese constituido un arma nuclear en manos de la maquinaria de agit-propsocialista, capaz de transformar casi en un programa electoral una foto de la ministra Chacón desfilando embarazada ante un escuadrón de tropa. El zapaterismo debe de considerar una especie de injusticia histórica haber llegado tarde a esta frontera social que habría redondeado su gloria adanista y su retórica del «ansia infinita de paz». Pero como se da el pequeño detalle de que se adelantó el odiado líder del centro-derecha, se ha tenido que conformar con una conmemoración de circunstancias y un pellizco de monja en el culo de Trillo, ninguneado para la ocasión de forma inexplicable. O lo que es peor, explicable desde un gratuito, rencoroso y cicatero ejercicio de sectarismo.

Entre la falta de perspicacia de Aznar y la ausencia objetiva de mérito de Zapatero, la vieja miliserá pronto un remoto escenario de batallitas de cincuentones para arriba, un eco del pasado diluido como por generación espontánea. Quizá en el fondo su desaparición sí constituya una cierta paradoja, un bucle de la Historia: la decidió a cencerros tapados quien no se la supo adjudicar y los que hubieran hecho con ella encaje de bolillos se han quedado con las ganas.


ABC - Opinión

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