martes, 8 de marzo de 2011

Iguales, pero menos. Por M. Martín Ferrand

En nombre de la igualdad se perpetran tantos dislates como crímenes a favor de la libertad.

SI entiendo bien el artículo 14 de la Constitución vigente, todos los españoles, menos Baltasar Garzón, algunos cargos de la Junta de Andalucía y otras cuantas excepciones, somos iguales ante la Ley. Está bien que así sea. El espíritu que inspira esa porción del texto constitucional es impecable y las excepciones, como afirma la sabiduría popular —¿la resignación?— tienden a confirmar la regla. El problema se suscita cuando el igualitarismo, quiere extenderse, traspasados los límites de los poderes públicos, a todos los ámbitos de la actividad individual y social. Leire Pajín, ascendida al rango de ministra de Sanidad asistida por su ahora subordinada y antes ministra de Igualdad, Bibiana Aído, encabezan la iniciativa de una Ley Integral para la Igualdad de Trato y la No Discriminación, y ello atenta contra los principios básicos del sentido común y contra la libertad del individuo que es, no nos confundamos, la libertad por la que lucharon nuestros abuelos en 1879, cuando la Declaración de Derechos del Hombre —plural de hombre y mujer— y el Ciudadano y que tanto han negado los poderes de la izquierda política, socialistas y comunistas.

La igualdad de derechos y oportunidades, mejor definida en la Constitución que aplicada por los gobiernos que han jurado acatarla y servirla, no conlleva grandes ampliaciones genéricas y ninguna específica. El lenguaje, que tanto irrita a las feministas que entienden la igualdad como el sometimiento del varón, es neutral y yo, por ejemplo, soy periodista sin que pudiera subrayar mi propia estimación el pasar a ser periodisto. Merezco una cuota aseguradora más elevada que la de una mujer con mi misma edad e idénticos alifafes porque la estadística, perfeccionada por los cálculos actuariales, demuestra que ella tiene cinco años y pico de expectativa de vida superior a la mía. En nombre de la igualdad se perpetran tantos dislates como crímenes a favor de la libertad; los últimos son inevitables en quienes la niegan, pero los primeros tienden a surgir de la ignorancia, de las lecturas mal digeridas y de la necesidad irrefrenable que tienen algunos —y algunas— de hacer religión de la nadería para poder sustituir la que no tienen y ajustarse a la perezosa comodidad de un código de conducta y una norma de pensamiento establecidos y dispensables, como los comprimidos de botica, dosis a dosis.

En los momentos de atribulada confusión que vive la Nación no cabe esperar la luz del sentido común ni el ánimo de la prudencia; pero sería bueno, por razones de igualdad bien entendida, que no prosperará la Ley Integral que pretenden las chicas de Zapatero.


ABC - Opinión

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