martes, 1 de marzo de 2011

Hacia el estado de excepción. Por Hermann Tertsch

Tienen quince meses de manos libres, pánico y obsesión por impedir que se les hunda el proyecto.

WILLY Münzenberg fue un brillante agitador comunista alemán que elevó la manipulación y la intoxicación política a la categoría de arte. Fue el inventor y promotor de toda la red de organizaciones «independientes» que trabajaron para Stalin en las sociedades democráticas occidentales. Dirigidas por agentes propios pero nutridas por idealistas, necios y biempensantes —los célebres tontos útiles— lograron contrarrestar con eficacia durante décadas los esfuerzos de demócratas y anticomunistas por revelar al mundo las atrocidades del régimen soviético. Murió en 1940 en Francia en su huida hacia España, aunque nunca se supo si asesinado por nazis o comunistas. Pero su legado pervivió en la cultura de la izquierda hasta nuestros días. Aquel genio organizador era un intelectual y habría sentido cierto rubor ante los pedestres argumentos de los actuales agentes intoxicadores y tontos útiles en defensa de los continuos recortes de libertades del Gobierno socialista español. Las razones y las cortinas de humo de sus agentes para justificar u ocultar los crímenes de Stalin eran torticeros hasta la obscenidad. Pero tenían un músculo intelectual del que carecen las sinsorgadas que ahora oímos a favor de la reducción de la velocidad en carreteras, la represión de nuestra lengua o la persecución del fumador y de la propiedad privada de los establecimientos. Pronto oiremos otras para justificar leyes como la de «Igualdad de trato», atentado capital contra el Estado de Derecho que prepara el Gobierno para dotarse de manos libres en implacable injerencia de las conductas ciudadanas, vidas privadas y relaciones personales. Todo lo que hemos visto en intervención coercitiva en nuestras vidas empalidece ante los planes del Ejecutivo para desactivar toda autodefensa del ciudadano ante la voluntad impositiva del poder.

Consciente de la pedantería que supone citarse uno mismo, insisto —ahora que tantas encuestas hacen creer que basta con aguantar unos meses para olvidar esta pesadilla— en la tesis central de mi «Libelo contra la secta». El Gran Timonel y su tropa no han dejado nunca lugar a dudas sobre su voluntad de permanencia: «El cambio que invocamos va mucho más allá de una mera alternancia en el Gobierno». Zapatero llegó con la intención de quedarse y de abolir, si no «de iure», sí «de facto», la alternancia política en España. Por medio de alianzas frentepopulistas y la destrucción de la oposición. Y una labor legislativa con este fin. Que la crisis económica y su propia ineptitud hayan hecho casi inalcanzable este objetivo no significa que renuncien al mismo. Por eso no debe sorprender lo sucedido desde que asumieron que no habría una recuperación económica a tiempo para forzar el olvido de sus mentiras y del fracaso de su gestión. Las medidas adoptadas y las ya anunciadas tienen por objeto imponer en el país un virtual estado de excepción. El Gobierno, erigido en único intérprete de los intereses colectivos, adopta medidas extraordinarias, provisionales o no. Todas tienden a cercenar las libertades individuales, sirven para combatir a la oposición con las armas del Estado y otorgan discrecionalidad a la acción de gobernar. Ajenos a todo escrúpulo, tienen quince meses de manos libres, pánico y obsesión por impedir que se les hundan el proyecto y el acomodo. Lo harán «como sea» o «cueste lo que cueste», por utilizar dos de las expresiones favoritas y más reveladoras del caudillo de esta siniestra aventura.

ABC - Opinión

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