sábado, 26 de febrero de 2011

Zapatero, «Yira Yira». Por M. Martín Ferrand

Las relaciones bilaterales se fraguan con constancia y lealtad, dos ingredientes que escasean en el zurrón del leonés.

CON la jactancia con la que José Luis Rodríguez Zapatero suele presentarnos sus nimiedades como grandezas, la trompetería monclovita anuncia que mañana, domingo, el presidente del Gobierno —lo que queda de él— emprenderá una rápida visita a Túnez, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. Puede y debe valorársele el esfuerzo, la voluntad de servicio; pero la política exterior, el mayor de todos sus muchos y grandes fracasos, nunca es fruto de un gesto o una frase. Las relaciones bilaterales se fraguan con constancia y lealtad, dos ingredientes que escasean en el zurrón del leonés como ya nos demostró, recién sobrevenido presidente, al tirar por la borda un largo proceso de aproximación y entendimiento con Washington que inició Felipe González, apalancó Javier Solana en sus días de la OTAN y perfeccionó José María Aznar. Algo que, dicho sea de paso, analiza con finura el ex embajador de España en USA, Javier Rupérez, en sus recientes Memorias de Washington.

Insisten los voceros zapateristas, para ponerle alzas a la estatura del líder, que será el primer dirigente europeo que aterrice en Túnez después de la caída de Zine El Abidine Ben Alí. Pues que bien. Quizá porque somos tierra y patria de navegantes y descubridores nos gusta presumir de ser pioneros; pero, a estas alturas de la Historia, es preferible incluirse en el grupo de los mejores que en el de los primeros. La calidad es sustancial y, en cambio, lo segundo —lo de Zapatero en Túnez— es meramente ordinal y, además, hay que forzar el concepto para que lo sea porque sin ser, en puridad, «un dirigente» hasta la muy inútil y también socialista Catherine Ashton ya estuvo allí. Y David Cameron visitó El Cairo a la caída de Hosni Mubarak.

Lo más notable del viaje de Zapatero es que se produzca, que el desánimo no cunda en él cuando los suyos, con evidente desapego, han empezado la carrera de la sucesión. Algo que sería obsceno de no ser acostumbrado en los rituales de la partitocracia en los que es más importante y decisivo el favor de los apparatchikque la voluntad y el aprecio de los ciudadanos. Carlos Gardel, gran conocedor de la miseria humana, podría cantarle al decadente líder socialista aquello tan expresivo del tango de Enrique Santos Discépolo: «Cuando manyés que a tu lado/ se prueban la ropa/ que vas a dejar...». Puestos a no tirar la toalla, como aconsejarían la prudencia y el patriotismo de consuno, es imprescindible salvar el tipo y, en ese sentido, buen destino es Túnez. Cualquier pueblo es bueno para un olvido o un disimulo y, no puede negarse, la actualidad es el más eficaz de todos los pretextos. Buen viaje.


ABC - Opinión

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