jueves, 24 de febrero de 2011

Solos. Por Ignacio Camacho

Occidente ha de hacer algo más que contemplar la primavera árabe con cara de panoli y brazos cruzados.

ANTE la mecha revolucionaria que corre por el mundo árabe ya no procede preguntarse si la democracia es incompatible con el Islam, como se temía Bernard Lewis, porque lo que está claro es que sí lo resulta con el caos y la violencia. Ningún ser humano civilizado sentirá la menor lástima cuando tiranos como el terrorista Gadafi tengan el final que se merecen, pero el Occidente democrático tiene que hacer algo más que contemplar con cara de panoli y brazos cruzados esta primavera rebelde que puede acabar de mala manera. Y más allá de la retórica, de los hermosos discursos de Obama y del descomprometido y abstracto buen rollito de la Unión Europea, se percibe un clamoroso desconcierto agravado por la patente falta de liderazgo. Lo sepan o no, los tipos que se juegan la vida en las calles de Libia o Bahrein están, como antes los de Egipto o Túnez, más solos que la una ante su incierto futuro.

Esa gente ha saltado frente a los tanques por desesperación, por falta de horizonte, por hambre y por cansancio. No tienen organización, ni método, ni otro plan que sacudirse de encima a sus sátrapas en un arrebato terminal de hartazgo. Y necesitan ayuda. Compromiso. Esperanza. A cuerpo limpio, comunicándose por twitter, por facebook o por radio macuto, tal vez se pueda derribar un régimen pero no se puede construir otro. Y menos un régimen democrático, que es la única posibilidad de que este proceso compulsivo desemboque en un orden razonable. Necesitan que se involucre con ellos el mundo libre que hasta ahora sólo los está mirando. Con mucha simpatía teórica, pero mirando a ver de qué lado cae la moneda.


Involucrarse no es hacer frases de apoyo ni prepararse con reflejo defensivo para una oleada migratoria. Involucrarse es utilizar la diplomacia para enviar mensajes inequívocos y apretar buscando salidas a la crisis. Involucrarse es meter recursos, ayuda y cooperación a medida que vayan cayendo las fichas del dominó de sátrapas. Involucrarse es fortalecer organizaciones civiles y partidos políticos que puedan estabilizar y articular con legitimidad los vacíos de poder. Involucrarse es intentar evitar que los regímenes arrastren en su caída (como ocurrió en Irak) las precarias estructuras de los Estados que dominaban. Involucrarse es dejar de esperar con signos evidentes de no entender nada de lo que está pasando.

Y la alternativa a no involucrarse es permitir que se involucren otros que lo tengan más claro. Los de siempre, los teócratas y fundamentalistas que sí son incompatibles con la democracia. Los que sueñan con sacar ventaja de esta sacudida popular. Los que ni siquiera hablan de libertad porque jamás la han necesitado. Los que sí saben qué hacer cuando el estupor, la tibieza y el egoísmo de las democracias occidentales los deje solos al frente del caos, listos para apoderarse del botín que están acariciando.


ABC - Opinión

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