sábado, 19 de febrero de 2011

Sin Gobierno. Por Alfonso Ussía

Bélgica es un país nublado. «Le plat pays» de Jacques Brel, que como todo belga valón que destaca, se lo adjudican los franceses. Bélgica es un reino, y gracias a la Corona, se mantiene unida. Los flamencos no quieren mezclarse con los valones, y al revés. En Bélgica se come muy bien, y sus chocolates nada tienen que envidiar a los holandeses. Y Bélgica es uno de los puntos neurálgicos de la Comunidad Europea. En Bruselas, el problema de los valones y los flamencos no inquieta porque la abundancia de funcionarios de todos los países y regiones de Europa ha sepultado la enemistad local. Que Bélgica es una nación admirable lo demuestran sus 251 días sin Gobierno. Desde que el Primer Ministro Yves Leterme –valón–, presentó al Rey Alberto su dimisión el 26 de abril de 2010, Bélgica no tiene Gobierno. Y prospera.

Bélgica no es Islandia. Tiene problemas y dos corazones. Flamencos y francófonos mantienen una rivalidad constante desde la fundación de Bélgica como nación. Tiene la garantía de la Corona, la institución que une y reúne a unos y a otros. Es una nación pujante, con una poderosa inmigración. Sus retos y su convivencia son los mismos que los de todos los grandes Estados de Europa. Pero pueden sobrevivir, mantenerse en el orden y crecer económicamente sin Gobierno. En Francia se ríen de los belgas, y me temo que con grave injusticia. Francia sin Gobierno se convertiría en un caos. Bélgica mantiene su vigor sin gobernantes con toda naturalidad.


Una España sin Gobierno, incluso sin Gobierno socialista, es impensable. Se haría añicos en unos pocos días. El Escorial se independizaría de San Lorenzo en menos de una semana, y Elda de Petrel, y Vilanova de La Geltrú. Pero sería una experiencia interesante. Una nación con tres mil naciones sólo unida por la Corona, Las Fuerzas Armadas, la Guardia Civil y «El Corte Inglés». La Policía Nacional se disolvería en beneficio de las policías locales. Impuestos al gusto del contribuyente, lo cual significaría un cambio importante en nuestra calidad de vida. Mejor tres mil Haciendas pícaras que una resueltamente ladrona, como la que sufrimos. Y tres mil parlamentos, tres mil federaciones de fútbol y tres mil representantes españoles en la Liga de Campeones, que pasaría a celebrarse cada diez años para dar tiempo a que se eliminaran nuestros equipos entre sí. ¿Que en Alcorcón se prohíbe fumar y en Móstoles se permite? Pues a comer en Móstoles. ¿Que en Alcobendas se autoriza aparcar en doble fila y en San Sebastián de los Reyes se sanciona? Todos los coches en Alcobendas. Porque eso es lo que haríamos los españoles si no tuviésemos un Gobierno, y vuelvo a repetirlo, hasta un malísimo Gobierno como el que ahora padecemos. De ahí que la admiración por Bélgica y los belgas sea, más que justificada, obligatoria.

Una sociedad que funciona sin que nadie la gobierne, es una sociedad civilizada y admirable. Bélgica ha inventado el anarquismo conservador, lo cual habrá molestado sobremanera a los confundidos recalcitrantes. En los 251 días que Bélgica ha funcionado sin Gobierno, ha crecido proporcionalmente lo mismo que España ha menguado con el Gobierno de Rodríguez. Ello significa, y se ha demostrado, que el vacío de poder es mucho más beneficioso para una nación moderna que el poder en manos de Rodríguez.

Si no fuera porque en Bélgica un día soleado forma parte del milagro, no sería una bobada instalarse en «le plat pays» de Jacques Brel, ejemplo de civismo y tolerancia.


La Razón - Opinión

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