viernes, 18 de febrero de 2011

Populismo bunga bunga. Por Ignacio Camacho

A «Berlusca» lo quieren lapidar por putero después de haberle consentido prostituir el Estado y la política.

A Berlusconi lo han agarrado al fin «por do más pecado había», al sur del ombligo, engolfado con menores, y lo va a intentar sacar del poder un tribunal de mujeres porque parece que no hay modo de echarlo por la vía política. Además de una sociedad anestesiada por el monopolio televisivo y enferma de pancismo —hasta la Iglesia miraba para otro lado ante sus orgías bunga bunga aplicando una pragmática teoría del mal menor—, a Berlusca lo ha venido sosteniendo la falta de alternativas de una izquierda fraccionaria entregada al cainismo entre sus propias filas e incapaz de construir una respuesta creíble a su populismo de viagra. Su éxito, como el de todos los aventureros y outsiders, es el fracaso de la política convencional y de una clase dirigente ensimismada en la que el pueblo sólo encuentra los rasgos de una casta de vividores. Vividor por vividor, la gente prefiere a uno que al menos no lo oculte.

En el berlusconismo hay trazas de una patología social que ya ha empezado a asomar en España a través de esas encuestas en la que los ciudadanos identifican a los políticos como un problema. Cuando el Estado italiano entró en colapso por la corrupción masiva y los partidos tradicionales implosionaron hasta provocar la refundación del sistema, Il Cavaliere irrumpió con una propuesta populista que se llevó de calle los votos de una ciudadanía cansada de engaños. Luego fue levantando un régimen de corte autoritario a su medida; apoyado en el fútbol, en las televisiones, en los federalistas del Norte y en el mundo financiero, edificó un poder personalista e invasivo que iba a culminar con la inmunidad procesal hasta que le han pillado en el renuncio del puterío con niñas. Ese proceso se produjo aquí a pequeña escala en la Marbella de Gil, donde la gente se fue en masa detrás de un tipo atrabiliario que resolvía problemas cotidianos a cambio de que le dejasen robar a gusto. Si no hubiera sido por los jueces, los malayos todavía estaban trincando a sus anchas con la aquiescencia popular. En Marbella, como en Italia, el experimento bananero fue posible por la descomposición previa de la política clásica, cuyos agentes se habían viciado en una burbuja tan corrupta como lo que vino después, pero encima ineficaz. Berlusconi es como un Gil más refinado, sin guayabera, al que todo el mundo reía las gracias hasta que de pronto estalla el escándalo y la sociedad se rasga hipócritamente las vestiduras aparentando fingir que nadie sabía la clase de truhán al que había entregado por conveniencia el liderazgo. Ahora, presos de un arrebato súbito de moralidad, quieren lapidar al putero después de haberle consentido prostituir el Estado.

En la crisis italiana hay una lección que aprender. Y es que ese peligro de aventurerismo sin retorno está siempre latente en el desprestigio progresivo en el que se precipita la actividad pública.


ABC - Opinión

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