miércoles, 23 de febrero de 2011

Nada justifica el mutismo y la inoperancia de nuestra política exterior en este asunto y, menos aun, el clamoroso abandono que nuestro Gobierno está dispensando a los españoles residentes en Libia.

En un inesperado discurso televisado, el dictador libio Muamar-al Gadafi ha vuelto a reiterar la amenazante determinación, que ya anunciara un día antes su hijo y heredero, de derramar cuanta sangre sea necesaria para sostener la tiranía que viene ejerciendo desde hace más de cuarenta años. El desquiciado sátrapa libio ha acompañado sus palabras con una brutal represión en la que la fuerza aérea libia ha vuelto a bombardear varios sectores de Trípoli como parte de esa ofensiva a sangre y fuego contra las protestas, que no parecen, sin embargo, amainar en la capital libia.

Aunque los sucesos se estén precipitando a la misma velocidad que lo hicieron en Túnez o en Egipto, sería un error meter en un mismo saco y considerar homogéneas las distintas protestas que están sacudiendo el mundo árabe. Sin protagonizarlas en Libia un "atajo de drogadictos", tal y como los denigra el desquiciado dirigente libio, los que allí protestan tampoco es que sean grupos de jóvenes universitarios de clase media en busca de reformas aperturistas y democratizadoras, tal y como sí ocurrió en Egipto. Militares e islamistas son las únicas fuerzas existentes en Libia, y si buena parte de las Fuerzas Armadas –a diferencia de lo ocurrido en Túnez y Egipto– se están enfrentando a los manifestantes en Libia, aquí también hay mucho más riesgo de que el islamismo radical sea el que esté liderando la revuelta.


Por todo ello, y a pesar de la innegable y empobrecedora tiranía que constituye el régimen de Gadafi –un repugnante cóctel de islamismo, socialismo y nacionalismo supuestamente moderados– nada asegura que de su hipotética caída surgiese algo que fuese para mejor. El riesgo de un islamismo aun más radical es, de hecho, el gran obstáculo para poder acoger con esperanza estas revueltas que están sacudiendo el mundo árabe.

Con todo, nada justifica el mutismo y la inoperancia de nuestra política exterior en este asunto y, menos aun, el clamoroso abandono que nuestro Gobierno está dispensando a los españoles residentes en Libia. Tal y como han denunciado muchos de los empresarios y trabajadores que se encuentran allí atrapados, el Ministerio de Asuntos Exteriores españoles se "está lavando las manos", instándoles a salir del país por sus propios medios y sin ocuparse siquiera de los españoles que ya se encuentran preparados para salir en el aeropuerto de Trípoli.

A diferencia de los Gobiernos de Portugal o Francia, que ya llevan tiempo evacuando a sus ciudadanos, el español está exhibiendo la misma inoperancia que ya dejara en evidencia en la reciente revuelta vivida en Egipto. Y es que, por pronto que sea para saber qué podemos esperar de esta revuelta contra el regimen de Gadafi, no lo es en absoluto para denunciar la inoperancia que el pomposo "gabinete de crisis" de Zapatero no hace sino tratar de ocultar.


Libertad Digital - Editorial

La revuelta libia y la incompetencia española

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