viernes, 18 de febrero de 2011

Multiculturalismos. Por Hermann Tertsch

Quienes vengan han de integrarse, disolverse en la sociedad nacional.

EL primero de los actuales gobernantes europeos en reconocer públicamente el desatino y el desastre fue ella, Angela Merkel. Y se le echaron de inmediato encima todos los basiliscos de la «bienpensancia», los irredentos glosadores del «buen salvaje» y los defensores de la tolerancia hacia todo menos lo propio. «Un giro a la derecha», «vuelve el mensaje ultraderechista» o «retorno al supremacismo» fueron algunas de las perlas retóricas que recibieron con escándalo la declaración de quiebra del modelo del multiculturalismo hecha por la canciller alemana. Todos los sumos sacerdotes del relativismo cultural y moral clamaron contra el supuesto retroceso que supondría declarar en quiebra ese modelo, según ellos incuestionable, que viene a proclamar que toda idea, toda religión, toda forma de vida, toda costumbre y cultura son iguales de valiosas y defendibles y por tanto equiparables. La evidencia de que hay ideas mejores que otras, costumbres mejores y peores —y algunas claramente nocivas o peligrosas— y culturas incompatibles con nuestras libertades, ha sido reprimida implacablemente por una corrección política que ahora toca desmantelar.

Los grandes países europeos ya han llegado a esta conclusión y se disponen ahora a tomar medidas para intentar mitigar el desaguisado. Y corregirlo después. Esta batalla cultural puede ser la más importante de este siglo sobre tierra europea. Merkel abrió el fuego. La han seguido el presidente francés, Nicolás Sarkozy, y el primer ministro británico, David Cameron. Ambos han anunciado que se han de acabar los juegos sociales que, por pura pereza, dejación o veleidades ideológicas de décadas pasadas, asumieron valores traídos por la emigración que socavan los de la democracia occidental. Probablemente el más afectado de todos por la irracionalidad de este fenómeno que ya se prolonga más de medio siglo sea David Cameron. Las peculiaridades de la inmigración del Reino Unido como antigua potencia colonial son muchas. Son ya demasiado evidentes los efectos desastrosos que sobre la cohesión de esta sociedad ha tenido la creación de guetos étnicos y religiosos. Su aislamiento cultural y la falta de toda exigencia de adaptación a los modelos de comportamiento y sistema de valores de la sociedad que los acogía han provocado un desapego de las nuevas generaciones de origen inmigrante que en vez de disminuir, aumenta. Cameron ha anunciado que se implantará la exigencia de aceptación de un código de conducta y el respeto a un sistema de principios. Para lo que es fundamental que toda la sociedad se implique. Abandonando la falsa tolerancia de la indiferencia. La sociedad que acoge dicta las normas.

Sarkozy ha sido aun más contundente. «Estamos pagando ahora la inexistencia de un gran debate nacional sobre la inmigración (…) en el siglo pasado. Con el Islam y la laicidad ocurre algo parecido. Es nuestro deber plantear estos problemas con claridad para evitar se conviertan en problemas podridos dentro de unos años». Sin duda va a ser el trato del islam en la sociedad laica occidental el problema capital. Y Sarkozy ya ha advertido que Francia no aceptará ninguna imposición musulmana en su sociedad. Otros deberíamos ir planteándonos esto con la misma claridad. Por el bien de todos y para ser justos con los inmigrantes que no deben albergar falsas expectativas. Quienes vienen a Europa buscando libertad, prosperidad o ambas cosas vienen huyendo de países y sociedades que carecen de lo uno y lo otro. No pueden pretender implantar aquí modelos de las sociedades fracasadas, pobres y cautivas de las que huyen. Quienes vengan han de integrarse, disolverse en la sociedad nacional. Quien no esté dispuesto a ello debe evitar venir. Sarkozy, Merkel y Cameron son conscientes de este problema. ¿Lo es alguien aquí?


ABC - Opinión

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