lunes, 28 de febrero de 2011

La singular batalla del PSOE contra los sondeos. Por Antonio Casado

“Un mapa demasiado azul será insoportable para el electorado socialista”. Se lo oigo decir a un ministro del estado mayor de Rodríguez Zapatero, en referencia al paisaje político del día después de las elecciones autonómicas y municipales del 22 de mayo ¿Supone que Moncloa deposita en la ley del péndulo la última esperanza de recuperación electoral?

Algo así. Tiene sentido si, como sabemos, el hundimiento de los socialistas en las encuestas se debe básicamente al desistimiento de sus propios votantes y no al irresistible ascenso del PP, cuya enorme ventaja sobre el PSOE se basa en el alto índice de fidelidad del votante propio unido al desapego del votante socialista.

En esas condiciones, la previsible barrida del PP en las elecciones de mayo, junto a la anunciada autoexclusión de Zapatero del cartel electoral para las generales de 2012 (en ese trance postelectoral ya no tendrá dudas de que su figura resta y no suma a la causa electoral de su partido), deberían despertar a un electorado socialista al borde del desfallecimiento. Sin perjuicio de que Zapatero continúe de presidente del Gobierno hasta el final de la Legislatura (cuando toca, en marzo de 2012) y de secretario general del PSOE hasta la celebración del próximo congreso federal (probablemente este mismo verano).

«Todo eso está ocurriendo en medio de una previsión de bancarrota electoral socialista congruente con lo que dicen los sondeos pero no con el resto de los indicadores habitualmente utilizados para medir la salud política de un gobierno: cohesión interna, mayoría parlamentaria y paz social.»
Esa dinámica se desencadenará cuando hayan ocurrido dos cosas. Una, confirmación de que el azul persil del PP domina en el mapa del poder territorial diseñado por las urnas de mayo. Y otra, el anuncio de Zapatero ante el comité federal del PSOE de que no repetirá candidatura a la Moncloa, junto a la convocatoria del XXXVIII congreso federal, el ordinario, el que toca (el anterior fue en julio de 2008), del que saldría un nuevo secretario general y candidato a las elecciones generales de 2012.

Más allá de la marea especulativa, este es el único relato que se ajusta a la normalidad estatutaria. Eso sí, igual de perturbador que los alternativos que circulan por los corrillos políticos y mediáticos, propios y ajenos, si tenemos en cuenta que nos distrae a todos de la ambiciosa operación reformadora del gobierno en los mercados del capital y del trabajo, básicamente.

Todo eso está ocurriendo en medio de una previsión de bancarrota electoral socialista congruente con lo que dicen los sondeos pero no con el resto de los indicadores habitualmente utilizados para medir la salud política de un líder, un partido o un Gobierno. A saber: cohesión interna, mayoría parlamentaria y paz social. En el PSOE, por dentro, hay desencanto pero no dispersión, y el Gobierno, que acaba de concertar la paz social con empresarios y sindicatos, cuenta con suficientes apoyos en el Congreso para culminar una ambiciosa operación reformista que goza del reconocimiento internacional.

Enfrente del PSOE, un adversario obligado a ganar por mayoría absoluta por sus dificultades para entenderse con el nacionalismo, que es lo que siempre falta para el duro de la estabilidad parlamentaria. Y un líder peor valorado que Zapatero en el ranking de valoración ciudadana.

Con todas esas coordenadas, cuando aún falta un año para las elecciones, el PP debería tentarse la ropa antes de vender la piel del oso.


El Confidencial - Opinión

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