domingo, 20 de febrero de 2011

La rebelión de los jóvenes. Por José María Carrascal

Hay una relación directa entre las manifestaciones de los estudiantes belgas y las de los jóvenes egipcios, iraníes, libios...

NO me refiero a los jóvenes que se manifiestan en las ciudades árabes contra sus gobiernos, sino a otros muchos más cercanos, pero no menos importantes, aunque apenas les hemos prestado atención.

En Bruselas, Amberes, Gante, Lieja, Lovaina y otras ciudades belgas, miles de estudiantes se han manifestado contra el hecho de que su país lleve 252 días sin gobierno, al ser incapaces los partidos políticos de ponerse de acuerdo. Todo un record, aunque lo más sorprendente es que a ellas asistieron jóvenes flamencos y valones, bajo el lema de «División no es nuestro nombre», opuesto a la tendencia que empuja a la mitad norte del país, neerlandesa, a separarse de su mitad sur, francófila. A los jóvenes belgas, esa viejísima rivalidad, fundada en la lengua, la religión y la historia, les parece no ya anacrónica, sino ruinosa en los tiempos que vivimos, donde no sólo se derrumban fronteras en Europa, sino que se busca la homogeneización a escala planetaria. «No queremos la división, porque los problemas son los mismos a ambos lados de la frontera lingüística. Queremos que un valón pueda elegir a un político flamenco, o viceversa, y que los trabajadores tengan los mismos derechos en Flandes que en Valonia», dijo el estudiante que cerró el acto en Bruselas, ante una pancarta que proclamaba: «La lengua no es el problema. Son los políticos». Lo que ponía el dedo en la llaga. A los políticos «nacionalistas» les interesa mantener la división porque sus posibilidades disminuyen en un escenario nacional, donde la competencia es mucho mayor. Nada de extraño que prolonguen y fomenten las divisiones, aunque sea a costa de tener un país ocho meses sin gobierno, es decir paralizado, con todos los perjuicios que ello trae consigo, como está ocurriendo en Bélgica, donde han tenido que ser los jóvenes quienes salieran a defenderla.


Hay una relación directa entre las manifestaciones de los estudiantes belgas y las de los jóvenes egipcios, iraníes, libios y bahreiníes, pese a las enormes diferencias entre sus países: todos ellos están hartos de una clase política más atenta a sus intereses particulares que a los generales del país. Algo que ha calado en la opinión pública de todos ellos y ha hecho descender el prestigio de los políticos a uno de los niveles más bajos de la historia, no sólo en los regímenes totalitarios, sino también en los democráticos.

A las nuevas generaciones, crecidas en internet y la televisión global, las diferencias nacionalistas, religiosas, lingüísticas y demás «hechos diferenciales» les dicen muy poco, sobre todo viendo que frenan el desarrollo de su país y les dejan sin trabajo. En el mundo árabe, su estallido es violento. En Europa, pacífica, de momento. Es España, siempre retrasada, inexistente. Pero todo llegará, aunque tarde como siempre.


ABC - Opinión

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