sábado, 19 de febrero de 2011

La agonía. Por Ignacio Camacho

El «síndrome del pato cojo» ya no es más que un deformado espejo de la agonía política de este mandato.

ESTO no aguanta; la precariedad del Gobierno para terminar la legislatura se empieza a volver asfixiante. Zapatero parece decidido a apurar el mandato por el prurito personal de no admitir el fracaso y porque «los mercados» —léase la señora Merkel— pueden haberle desaconsejado el adelanto de elecciones para no detener el ritmo de reformas, pero en la propia izquierda está creciendo la sensación de que la actual escena no da más de sí. «Mientras más tarde peor», confesaba esta semana en privado un exalto cargo socialista; «incluso desde el punto de vista del partido, sería mejor que el PP cargara con el coste de impopularidad de las medidas de ajuste». La entrevista del presidente con Bono abrió el miércoles el abanico de las especulaciones, no tanto sobre un eventual tanteo de sucesión como sobre una disolución anticipada. La sensación general es que la continuidad sólo beneficia a los nacionalistas, que van a exprimir al Gobierno a cambio de hacer de costaleros en el calendario legislativo pendiente.

El silencio y la ambigüedad de Zapatero, empeñado en no dar pistas según el patrón clásico del síndrome monclovita, ha empezado a sembrar el desconcierto. El mismo Rubalcaba da muestras de desagrado ante su papel de báculo presidencial que va quemando sus expectativas sucesorias mientras el «caso Faisán» lo achicharra poco a poco. Quizá sea el copresidente el único que al menos atisbe parte de los designios del líder, en la medida en que pueda compartir el otro gran objetivo pendiente del zapaterismo: el Proceso de Paz 2.0, es decir, el presunto final de ETA. Lejos de este arcano, el resto de los felipistas empieza a urgir al menos el anuncio de la retirada, amagando, como el propio González, con no permitir una hipotética tercera candidatura. Los barones autonómicos, acorralados en las encuestas, sueñan con una coincidencia de elecciones generales, municipales y autonómicas, o al menos con llegar a estas últimas con el horizonte del relevo despejado. «No hace falta que proponga ya al sucesor; basta con que diga que no se va a volver a presentar», se desesperan. Sin embargo el presidente mantiene el hieratismo de una esfinge, complacido en el manejo de los tiempos y la capacidad de sorpresa, que es quizá ya lo único que le queda. El Gobierno ha hecho planes para otoño con las cajas de ahorro, pero la primavera promete aprietos financieros graves ante los que el fantasma de la intervención europea no se ha disipado.

La sociedad, que se expresa en los sondeos, ha asumido ya la alternancia como inevitable: un 70 por 100 largo está convencido de que ganará el PP. Y la izquierda más responsable reflexiona sobre el tamaño de la derrota, que es esencial para su futuro. Pero el presidente quizá ya sólo se mire en la posteridad, preso del temible «síndrome del pato cojo» que no es más que un deformado espejo de la agonía política.


ABC - Opinión

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