viernes, 18 de febrero de 2011

Sucesión. Impacientes y atolondrados herederos. Por Emilio Campmany

Lo que tendrían que hacer Bono y Rubalcaba es ponerse de acuerdo en matar al padre de una vez ya que, cuanto antes, mejor para todos, incluidos ellos.

A veces se oye decir que Zapatero es un pésimo gestor. Y no es verdad. Para ser malo en algo es requisito indispensable ser antes ese algo. Quien no conduce no puede ser un conductor torpe y quien no cocina no puede ser un cocinero sin gracia. Como Zapatero no gestiona, difícilmente puede ser un mal gestor. Lo de Zapatero no es la gestión, es la política. Por eso, a él las críticas le importan un higo y las oye como el que oye llover. De hecho, de la gestión se ocupan sólo los asesores de Moncloa y los ministros, todos ellos malos y encima huérfanos de dirección.

Mientras, el presidente se ocupa de la política. La política entendida como una actividad encaminada a desarrollar un determinado proyecto. Pero desarrollar un proyecto exige conservarse en el cargo desde el que poder desenvolverlo. A esto, a veces, hay que dedicarle muchísimo tiempo, pero es indispensable hacerlo porque, si uno se dedica a los proyectos y olvida guarnecerse de los adversarios políticos, el cargo se pierde y con él toda oportunidad de aplicar ninguna política.


Normalmente, la vigilancia de la propia silla ocupa el ochenta por ciento de la actividad de un político, pero hay temporadas de crisis, ataques e incertidumbre en las que hay que dedicar el ciento diez por cien del tiempo a ver el modo de mantenerse donde uno está. Zapatero, tras haber podido hacer algunas cosas conforme a su proyecto, ahora se ve obligado a estar todo el rato pendiente de mantenerse en su butaca. Y hete aquí que damos con el mejor Zapatero, el hábil titiritero que logra que cada cual se mueva y comporte como su mano y sus dedos le ordenan.

Aparenta estar abatido por una fatiga que no puede padecer, y simula estar vencido y dispuesto a retirarse para provocar que asomen los más impacientes herederos, que hoy ya sabemos que son Bono y Rubalcaba. Cada vez que uno de ellos parece sentirse lo suficientemente fuerte como para dar un paso al frente, levanta el vuelo un faisán o se ilumina un ático y el postulante recibe un bastonazo que le hace agachar la cabeza. Entonces, quien de los dos se nota peor colocado se esfuerza más que nadie para que Zapatero aguante unos meses más, a ver si para entonces ha pasado la tormenta y su opción se ha recuperado. Restañadas las heridas, es el otro, que se siente ahora más débil, quien apuntala a Zapatero y se afana en alargar su mandato para dar ocasión a que llegue otra hora en la que sea su nombre el mejor colocado. Cuando Bono ríe, es Rubalcaba el del gesto serio. Y cuando éste enseña sus caballunos dientes tras una amplia sonrisa, es el otro quien tuerce el gesto y frunce el ceño. Los dos espabilados creen que tratan con un lerdo y no se dan cuenta de que es el estólido quien los maneja a ellos como si fueran marionetas. Contradiciendo a Forrest Gump, podría afirmarse que no es necesariamente tonto quien dice tonterías.

Lo que tendrían que hacer Bono y Rubalcaba es ponerse de acuerdo en matar al padre de una vez ya que, cuanto antes, mejor para todos, incluidos ellos. Y luego, batirse en duelo con las reglas de caballeros que suelen gastar en el PSOE, a sartenazo limpio y a quién Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Sería un bello espectáculo.


Libertad Digital - Opinión

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