martes, 22 de febrero de 2011

Gadafi desangra Libia

Tras Ben Ali y Hosni Mubarak, le toca a Gadafi. La revuelta que sacude el mundo árabe colocó ayer al dictador libio a un paso de la caída. Su intención, sin embargo, tras 42 años en el poder, no era abandonar el país ante los primeros signos de oposición, sino todo lo contrario. Uno de sus hijos dejó claro que Gadafi resistiría hasta el final y lo demostró de forma trágica. Trípoli se convirtió en una zona de exterminio de la oposición. El dictador utilizó artillería pesada y su aviación bombardeó indiscriminadamente al pueblo. El balance: cientos de muertos en lo que la delegación libia en la ONU definió como un genocidio.

Pese a todo, las señales del desmoronamiento del régimen fueron evidentes: la oposición tomó el control de Bengasi, la segunda ciudad más importante, la dimisión del ministro de Justicia, la renuncia de varios embajadores libios, la fuga de dos coroneles con sus cazas a Malta y la decisión de la mayoría de los imanes de las mezquitas de rechazar el discurso preparado por Gadafi y de llamar a la población a salir a las calles para luchar contra el régimen. El baño de sangre sólo retrasará lo que parece cuestión de tiempo.


Libia no es un Estado más en la región. Hablamos del país con el PIB más alto de África y también el que encabeza el índice de desarrollo humano del continente con una economía basada en el petróleo, que constituye el 95% de sus exportaciones. Es el cuarto productor de crudo de África y suministra la mayor parte de su producción a países de Europa, fundamentalmente Italia, Alemania, España y Francia. Por eso, lo que allí suceda tiene también una dimensión económica internacional. Ese clima bélico e inestable disparó el precio del petróleo a su nivel más alto desde 2008. Y si algo no necesitan en estos momentos las economías europeas, y especialmente la española, es una presión imprevista de las tarifas petroleras. Las consecuencias para las economías domésticas están por verse, pero no es exagerado esperar que repercuta en un aumento general de los costes y, por tanto, en un freno para la recuperación económica.

Al problema del petróleo, hay que sumar el de la inmigración. La Comisión Europea no descartó ayer una avalancha de «sin papeles». En Bruselas circulan cálculos que cifran el éxodo en 750.000 personas sobre las costas europeas. Sean o no exageradas las previsiones, la realidad es que una marea humana se nos viene encima y que la UE corre el riesgo de verse desbordada por los acontecimientos una vez más, como a lo largo y ancho de toda esta explosión árabe.

Pero más allá de las secuelas económicas y migratorias, la caída de un sanguinario personaje como Gadafi siempre es una noticia positiva, porque ha hecho de la excentricidad, del enriquecimiento y de la violación sistemática de los derechos humanos sus señas de identidad, y porque durante demasiados años lideró un régimen terrorista contra Occidente, que causó, como en el atentado de Lockerbie, cientos de víctimas inocentes. Gadafi debería pagar por sus crímenes sin que pudiera alcanzar el exilio dorado de otros. Cuando caiga, el mundo será un poco más seguro y libre.


La Razón - Editorial

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