miércoles, 23 de febrero de 2011

Europa debe actuar

No basta un comunicado de condena contra Gadafi, sino sanciones que demuestren que la UE abandona su estrategia de componendas.

LOS dramáticos cambios que se están produciendo en la orilla sur del Mediterráneo y Oriente Próximo no solo van a afectar a los países donde la población se ha alzado, sino que representan un cambio esencial para Europa y su entorno inmediato. No sería razonable que desde la ribera norte se contemplase este proceso como un asunto lejano o ajeno, porque el único resultado sería agravar sus efectos. Bastante desenfocada ha estado hasta ahora esa política —dedicada a dar por buenas las relaciones con gobiernos de todo tipo, a sabiendas de que se trataba de simples dictaduras— como para seguir cometiendo los mismos errores. En el caso de Libia, sin ir más lejos, la pasividad ante las terribles atrocidades cometidas por Gadafi llevará a los libios a un mayor sufrimiento y quién sabe si incluso a la guerra civil, con la que han amenazado el sátrapa y su familia. Ministros, militares y diplomáticos abandonan un régimen cuyo mesiánico y estrafalario líder —a todas luces ajeno a la realidad y dispuesto a morir matando, según expresó en su apocalíptico discurso de ayer— no tiene más respuesta que bombardear a la población indefensa.

Ha llegado el momento de que la Unión Europea tome la iniciativa y envíe una señal inequívoca a Trípoli, indicando que la continuidad de Gadafi es ya inaceptable. No basta un simple comunicado de condena y un llamamiento a la contención, sino una batería de sanciones que demuestre que la UE abandona su tradicional estrategia de componendas, que a la postre no ha sido positiva para sus intereses y que ha condenado a millones de ciudadanos de esos países al atraso y la postración. Nuestra complacencia ha contribuido a someter a naciones enteras al chantaje de tener que elegir entre la dictadura o el integrismo islámico, porque el modelo europeo de democracia no ha sido defendido por nadie. Las palabras del presidente del Gobierno, al alegrarse de la expresión de las «ansias de libertad» en los países árabes, serían más apropiadas si no hubiera sido él mismo el impulsor de mecanismos como el de la Alianza de Civilizaciones, cuyo objetivo más evidente era precisamente entenderse con gobernantes que, como Gadafi, están aplastando a sus ciudadanos, o con otros a los que las manifestaciones han defenestrado como expresión de liberación.

ABC - Editorial

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