jueves, 24 de febrero de 2011

El tocino y la velocidad. Por Fernándo Fernández

Noto un tono agrio, la crisis del Magreb se ha llevado por delante el poco apetito por el riesgo que quedaba.

LA apropiación del 23-F que hizo Zapatero para evitar responder a Rajoy es inaceptable. Más aún para un presidente de Gobierno que ha hecho de superar la Transición su seña de identidad. Un pacto impuesto, recordemos sus palabras. Confundir el culo con las témporas es propio de alguien que ha perdido el sentido de la realidad, característico de un responsable político que no entiende nada de lo que está pasando en el mundo. La que iba a ser la legislatura de la conjunción planetaria se ha convertido en un suplicio. Hasta se le rebela Carmen Chacón, con lo que ha hecho nuestro líder por Cataluña y por esa generación de jóvenes insuficientemente preparados que ha aupado hasta las más altas cotas de su incompetencia. Pero no podemos sorprendernos: si algo ha caracterizado este socialismo posmoderno ha sido su insoportable incoherencia y levedad.

Escribo desde muy lejos. Me he pasado el día preguntando por la imagen de España. Ha debido de ser la noticia del Consejo de Competitividad que algunas grandes empresas españolas se han decidido tardíamente a constituir después de ver impávidamente cómo España se convertía en la enferma de Europa ante su silencio brechtiano, pero el ejercicio de masoquismo ha sido revelador. Los pocos que saben de qué les hablo —no nos engañemos, preocupan mucho más los goles de Ronaldo o Messi— no acaban de entender a qué jugamos, cómo hemos podido dilapidar el inmenso caudal de buena voluntad con el que contábamos en todo el mundo emergente. ¿Cómo es posible que lo hayan hecho ustedes tan mal si lo tenían todo a su favor? ¿Cómo han podido ser tan ignorantes de lo que estaba pasando? ¿De verdad se creían ustedes que se podían librar de una crisis bancaria con una burbuja inmobiliaria tan evidente? Intento convencerles que no somos tan ingenuos, que quizás haya sido deliberado, que el PSOE ha reaccionado como hizo el tardofranquismo a la primera crisis del petróleo —no hay espacio político para el ajuste económico, inventémonos una historia que vender—, como están haciendo los líderes árabes ante el despertar de la población civil. Noto entonces que pierdo a mi interlocutor, que se va con su copa a otro lado, a otro país que le atraiga, dejándome con mi copla aprendida en la boca.

Me temo que es lo que le puede pasar a estas empresas si no ajustan su discurso a la percepción de la realidad. Al mundo no le interesan nada nuestras batallas provincianas por salvar la nacionalidad de las Cajas de Ahorros; bastante tiene con entender la que está cayendo también en Corea con esas misma instituciones de crédito. Le aburre sobremanera nuestro provincianismo, no hay colega que no te cuente algún chascarrillo de la última visita de promoción de alguna Comunidad Autónoma. Los más enterados, siempre hay un listillo en todo cóctel, te preguntan directamente cuándo va Zapatero a prohibir a Cataluña que se siga endeudando para que Spanair sustituya a Ryanair en Gerona, cuándo va el Banco de España a tratar a las Cajas catalanas como al resto, las gallegas por ejemplo, incluida la intervención si es necesaria, cuándo vamos a dejar de hacer demagogia con las nucleares. Cuando les pido paciencia y confianza en la conversión de nuestro presidente, los que no se van directamente a por otra copa me sueltan sin tapujos que paciencia la suya, que llevan siete años creyendo que España era otra cosa. Noto un tono crecientemente agrio, la crisis del Magreb se ha llevado por delante el poco apetito por el riesgo que quedaba entre inversores maleados. Leo la prensa española y veo al personal preocupado por Belén Esteban, y al Gobierno, entretenido con la tinta del calamar mientras arde el patio trasero y no tenemos ni para comprar una regadera.


ABC - Opinión

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