sábado, 26 de febrero de 2011

El alcalde de Zalamea. Por Tomás Cuesta

Reinterpretada por José Bono, la pieza, ¡menuda pieza!, se descuelga desdeel drama al sainete.

JOSÉ Bono se supone víctima de un montaje de la ultraderecha mediática, de una conspiración cuyo único objetivo sería desestabilizar el sistema y dejar las instituciones en barbecho. «Tengo los bolsillos de cristal», afirma la tercera autoridad del Estado. Nadie lo pone en duda, pero de la incomodidad de los fiscales con el expediente del presidente del Congreso se deduce que el vidrio es tan diáfano como las ventanillas de los vehículos blindados, por poner un ejemplo. Escudriñar los interiores de Bono, en esas condiciones, es una encomienda que requiere grandes dosis de empecinamiento y arrojo, cualidades que deben asistir a la juez de Toledo que ha decidido admitir a trámite una querella por delito societario y falseamiento de cuentas en la hípica del ínclito jinete. Que tal resolución se haya tomado en contra del criterio de la Fiscalía es la prueba del nueve del modelo de justicia vip que se aplica en supuestos como el de que el afectado sea socialista, condición previa en el caso de Bono a la de socio de referencia de un picadero.

Si llegara a darse el caso, a Bono no habría que recordarle que tiene derecho a un abogado y aún menos que si no dispone de posibles se le proporcionaría uno, porque la Fiscalía ya actúa de oficio en defensa de sus intereses y de una presunción de inocencia que, carné socialista en mano, no es precisamente una fórmula retórica. Sólo por comparar, al imputado Camps ya se le considera culpable sin que nadie haya advertido en el entorno del presidente de la Generalitat valenciana el más leve rastro de conspiración alguna entre filtración y filtración. Sin embargo, el tiro por elevación de la estrategia de defensa del presidente del Congreso tiene consistentes efectos secundarios sobre la propia esencia del cargo que ostenta. Además de la grosera confusión entre lo público y lo privado, las constantes apelaciones a la virginidad de sus bienes han convertido al histórico dirigente socialista, embarcado también en la sucesión de Zapatero, en un trasunto romo, avieso y garbancero de aquel legendario edil (un punto extremoso, además de extremeño) que inmortalizara Calderón en «El alcalde de Zalamea».

En la obra original, como recordarán ustedes, el protagonista es Pedro Crespo, regidor de un municipio de la comarca de la Serena que, amparándose en que los ultrajes a la honra no discriminan entre nobles y plebeyos, se toma la justicia por su mano y da garrote vil al capitán que ha privado a su hija de las galas de doncella. Y recordarán también que, a la hora de rendir cuentas, («¿Sabéis que estáis obligado/ a sufrir, por ser quien sois,/ estas cargas?»), el encrespado Crespo apela con voz tonante al Tribunal Supremo: «Con mi hacienda,/ pero con mi fama no./ Al rey, la hacienda y la vida/ se ha de dar, pero el honor/ es patrimonio del alma,/ y el alma sólo es de Dios…».

Reinterpretada por José Bono, la pieza, ¡menuda pieza!, se descuelga desde el drama al sainete y el trémolo grandioso de la moral barroca acaba convertido en un ínfimo aspaviento. ¡El honor, el honor! ¿Nos haría el honor su señoría de darnos referencias acerca de su hacienda? El alcalde de Zalamea, en suma, pero a la viceversa.


ABC - Opinión

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