jueves, 24 de febrero de 2011

Contra manifestantes sin armas. Por Darío Valcárcel

Un profesor de Trípoli hablaba con suma cautela: no nos han dejado más salida que la sublevación.

LAS fuerzas de Muamar el Gadafi han dejado centenares de muertos sobre el suelo de Libia. Desde los helicópteros se cazaban manifestantes. También en Bahrein, el ejército ha disparado con fuego real. El viernes, millares de jóvenes enterraban a cuatro de sus compañeros: cuando volvían del cementerio los militares abrieron fuego, tres muertos, decenas de víctimas en estado crítico, 300 heridos de bala. Los hospitales de Manama, desbordados, recibían ofertas de transfusiones. La administración se indignaba. ¡Nada de privilegios!

Bahrein es una de las cinco monarquías del Golfo, al este de Arabia Saudí, enfrentada a Irán. Desde el fin del protectorado británico, 1971, Bahrein es una monarquía. El rey es hombre poco dotado para la información. Un colega suyo, Luis XIV, dijo hace 300 años que en un monarca eran indispensables el sentido común y la buena información. Varios hechos complican la situación en el golfo Pérsico. La V Flota de Estados Unidos, destinada desde hace decenas de años a vigilar la costa iraní, tiene su base en Bahrein. Desde allí dos portaaviones y casi 50 buques recorren el Golfo 365 días al año. Bahrein no es una pieza indispensable, pero la US Navy andará con pies de plomo. También la Casa Blanca. El viernes último, Barack Obama telefoneaba al rey de Bahrein: «La estabilidad va unida al respeto de los derechos universales del pueblo de Bahrein y del proceso de reformas».


Cientos de kilómetros al Oeste, en el África mediterránea, el ejército de Gadafi tiraba contra los manifestantes mientras bandas de sicarios, de paisano, mataban sospechosos. Gadafi parece no entender, o no importarle, la nueva realidad: las escenas en que se mezclan gritos de heridos con ráfagas de ametralladora se distribuyen de inmediato en el planeta. Un profesor de Trípoli, 50 años, hablaba con suma cautela: no hay más salida que la sublevación, años y años de violencia y pobreza extremas no nos dejan otra alternativa.

Las noticias sobre Argelia y Marruecos son especialmente confusas. El paro juvenil argelino, sin subsidio, supera el 50 por ciento. Marruecos tiene una clase media más conectada y más resistente. La monarquía marroquí peligrará, sin embargo, sin reformas inmediatas. Las emprendidas por Hassan II resultan hoy inconexas. El proceso de reforzamiento de las instituciones lleva años atascado. Desde su llegada al trono en 1999, Mohamed VI ha logrado avances en un asunto clave, el estatuto de la mujer. Ha revocado la injusta adjudicación de la herencia paterna —solo la mitad de lo asignado al hijo varón se reconoce a la hija— y ha modificado las condiciones del divorcio. Frente a 32 millones de marroquíes, 35 millones de argelinos. Los bereberes del norte de Marruecos plantean reivindicaciones apremiantes: sociales, políticas, lingüísticas. Marruecos, debe reconocerse, no ha cargado con el durísimo pasado de guerra colonial de su vecina Argelia en los años sesenta; ni con una segunda guerra en 1991, contra el islamismo del FIS. Marruecos ha sido duro, pero no sangriento. La monarquía ha respetado más a sus súbditos de lo que los militares argelinos han respetado a los suyos.


ABC - Opinión

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