martes, 22 de febrero de 2011

Aguirre, una estrella. Por M. Martín Ferrand

La salud es el tema fundamental y a ella debe consagrar la presidenta toda su dedicación y su fuerza.

HACE ya muchos años, cuando era concejala del Ayuntamiento de Madrid y parecía inalcanzable para el PP cualquiera de los sitiales entonces ocupados por el felipismo, me decía Esperanza Aguirre: «Los ocuparemos todos y, quizás, al mismo tiempo». Así fue. En política todo es posible si se dispone de la firme voluntad para conseguirlo, el respaldo de un sector de la sociedad, un equipo conveniente y el tiempo suficiente para ello. Ahora, las noticias que hablan de la salud de la presidenta de la Autonomía de Madrid son inquietantes. Lo son, sobre todo, en el orden personal. La salud, de la que solemos olvidarnos cuando nos sobra, es el tema fundamental y a ella debe consagrar la presidenta toda su dedicación y su fuerza hasta que, muy pronto, la recupere multiplicada por cien.

La enfermedad de Aguirre y la pausa en su actividad política que comporta es un problema para el PP, en el supuesto de que Mariano Rajoy sea capaz de metabolizar que el partido que él lidera tiene algún problema más que el que encarna José Luis Rodríguez Zapatero. No abundan en la política española, en ninguna de sus formaciones, los grandes nombres, los líderes a los que la ciudadanía identifica como tales y, desde la admiración, los sigue con mayor confianza de la que suelen merecer las siglas. Esperanza Aguirre es uno de esos pocos nombres y, aunque es previsible como corto el tiempo de su alejamiento, coincide éste con unas elecciones municipales y autonómicas cruciales, más en el resto de España que en Madrid, para el PSOE y, por ello mismo, fortalecedoras de la imagen del PP con vistas a las legislativas del año que viene. Aguirre es la candidata proclamada por la calle Génova para Madrid y, previsiblemente, confirmará en ellas su presidencia actual; pero su prestigio y su carisma solo pueden ser comparados en Madrid con los de Alberto Ruiz-Gallardón que, además de luchar con su propio morlaco municipal, tendrá que reforzar en lo posible, y al margen de viejas rencillas, la ausencia de quien, en su día, soñó con ser la sucesora de José María Álvarez del Manzano en la Plaza de la Villa.

Las peripecias de la política, siempre cambiantes, son un estímulo para quienes nos dedicamos a observarlas y tenemos vocación de espectadores; pero, cuando afecta a la salud de sus protagonistas, sobrecogen. Ya sabemos que, sin tardar mucho, Aguirre volverá a desplegar su casticismo señorial en el escenario central de la política española y, también, que no hay graves asuntos pendientes en la Comunidad que aporten inquietud; pero, como en el cine, parte fundamental del encantamiento lo generan sus estrellas.


ABC - Opinión

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