viernes, 25 de febrero de 2011

Afónico cacareo. Por Manuel Martín Ferrand

Hablar de avance social cuando 4,7 millones de españoles están en el paro es toda una provocación.

HUBO un tiempo, cuando Madrid era una provincia más de Castilla la Nueva, en que la ciudad, alegre y confiada, discutía, en el Ateneo, sobre la existencia de Dios y, en los cafés, para tratar de dilucidar si la media tostada de arriba era más o menos apetecible que la de abajo. Es decir, si un panecillo cortado a su través para, en su caso, sazonarlo con aceite o untarlo con mantequilla y mermelada, era más apetecible en su mitad superior o en la inferior. En el Ateneo, hoy tan lánguido, no llegaron a ninguna conclusión. En los cafés tampoco. Se proclamaron banderías defensoras de cada opción posible como corresponde a la más pura tradición española en la que la organización del disenso, por inútil que resulte, sigue teniendo el prestigio de la buena educación y el acatamiento de, dicen, lo verdaderamente democrático.

Ahora, para merma de la inteligencia común, lo que se lleva es que un líder político se asome a una tribuna, lo mismo da que ésta tenga la gravedad de un Parlamento que la ligereza de un desayuno, y se largue una machada para que los demás, después, le pongan a caer de un burro. Todo depende de la administración que sus cuarteles propagandísticos quieran o sepan hacer del mensaje principal o de sus más o menos polémicas derivadas. Ayer, en esa línea de vacía provocación y gran desfachatez, José Luis Rodríguez Zapatero se fue al Congreso para, en plena resaca evocadora del 23-F y tras haber rehusado la sesión de control de antier, sacar pecho y presumir de la política social que ha desarrollado desde que, hace ya siete años, sobrevino presidente del Gobierno. Es un caso límite de cacareo afónico. Lejos de, con apariencia de humildad y fondo de prudencia, esconderse en la astucia del silencio, se sube a la tribuna para ponerse en evidencia. Hablar de avance social cuando, por lo menos, 4,7 millones de españoles están en el paro es toda una provocación de las que, en su solución cómica tradicional, merecen una tarta estampada en la cara y, en la más dramática y reivindicativa, una algarada callejera que desahogue al personal y coloree las mejillas del provocador.

¿Qué puede hacer la oposición cuando el responsable del Ejecutivo se comporta, con intención engañosa, como ayer lo hizo Zapatero? En una democracia sólida y profunda ahí hay madera para una moción de censura; pero aquí, en donde ya no se reivindica ni el derecho al pataleo, Mariano Rajoy se limitó a decir que lo de su antagonista es «una broma de mal gusto». Y después, capeado el temporal, dedicarse a confirmar a Francisco Camps como titular del futuro de la Comunidad de Valencia. ¿Será esto el progreso?


ABC - Opinión

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