martes, 16 de noviembre de 2010

Quiebra. ¿Cuánto aguantará España?. Por Emilio J. González

La responsabilidad de la posible quiebra de España recae fundamentalmente sobre quien lleva más de seis años al frente del Gobierno sin hacer nada para resolver los problemas de la economía.

Irlanda ya negocia con la Comisión Europea un rescate que oscilaría entre los 45.000 y los 90.000 millones de euros. Portugal ya empieza a ponerse la venda antes de que se produzca la herida y habla de que la probabilidad de que necesite una operación de rescate es elevada y de que es posible que se pueda producir un efecto contagio. En nuestro país, por su parte, empiezan a cundir los nervios: el Banco de España insta a que el proceso de reestructuración del sistema financiero se culmine antes de Navidad y su gobernador, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, pide a la oposición que apoye las medidas del Gobierno. ¿Cuánto aguantará España? Puede que no mucho más tiempo.

Las crisis de Irlanda y Portugal afectan a nuestro país en un triple sentido. Los mercados tienden a hacer de todas las economías periféricas de la zona euro, entre ellas España, un solo paquete, ya que sus problemas más o menos tienen la misma naturaleza. Además, la caída de Irlanda y Portugal, sobre todo del segundo, golpearía de lleno a la banca española, que está muy cargada de activos de ambos países. Un primer cálculo indica que la exposición de las entidades financieras españolas a ambas economías estaría en torno a los 90.000 millones de euros y entre ellas se encontraría el Santander y el BBVA, que están entre los 19 bancos a los que, por su elevado tamaño, el G-20 quiere poner bajo la supervisión de un Consejo Internacional, además del control de los supervisores nacionales, con el fin de evitar una nueva crisis financiera global. En este sentido, no es de extrañar que el Banco de España esté lanzando mensajes y peticiones acerca de culminar cuanto antes el proceso de concentración de cajas de ahorros porque si esta operación de saneamiento no avanza con rapidez, podría darse el caso de que coincidiera con una nueva oleada de problemas en el sector derivados de la caída de Irlanda y Portugal y con nuestros dos grandes bancos esta vez como protagonistas. Y al Banco de España posiblemente le falta músculo para lidiar con un problema, el del sector financiero, que puede alcanzar dimensiones más que preocupantes. Por ello, el supervisor quiere que se resuelva cuanto antes la cuestión de las cajas, por lo que pueda venir después.


Además, está un tercer elemento que es la cuestión política. Irlanda y Portugal caen, entre otras razones, porque Gobierno y oposición no han sido capaces de alcanzar, en el primer caso, o mantener, en el segundo, un acuerdo para superar la crisis, y las medidas a tomar se han convertido en armas arrojadizas dentro de la contienda política y electoral. Por ello, el Banco de España ahora pide a la oposición que apoye las decisiones del Ejecutivo con el fin de evitar que los mercados piensen que en nuestro país no hay consenso sobre lo que hay que hacer, que no lo hay; deduzcan, a continuación, que el Gabinete se encuentra en una situación de debilidad política que le incapacita para afrontar la crisis y, por último, actúen en consecuencia provocando la caída de la economía española. En esto, sin embargo, el Banco de España se equivoca porque a quien debe lanzar sus advertencias es al Gobierno.

No se puede afrontar una crisis como la nuestra como lo está haciendo Zapatero, anunciando medidas que luego no pone en marcha, negándose a hacer las reformas que hay que hacer porque van en contra de su ideología y, cuando los mercados le presionan, obligando a que la oposición acepte sin más lo que propone el presidente del Gobierno, sin negociación ni diálogo previo y presentándolo como un ‘trágala’. Así es imposible el entendimiento y lo que no puede hacer el Banco de España es pedir a la oposición que acepte todo esto, renunciando a desempeñar el papel que le toca en el juego político, sólo para evitar la quiebra de España cuando desde Moncloa y desde el Consejo de Ministros se actúa como se actúa. Ese es el verdadero problema en esta crisis, que ZP jamás ha querido tender puentes con la oposición y buscar soluciones conjuntas y respaldadas por todos porque su objetivo es aniquilar al PP con el fin de permanecer eternamente en el poder y seguir desplegando esas políticas de ideología tan rancia y tan propias de un adolescente inmaduro con que viene castigando desde hace años a nuestro país.

La responsabilidad de la posible quiebra de España, por tanto, recae fundamentalmente sobre quien lleva más de seis años al frente del Gobierno sin hacer nada para resolver los problemas de la economía. Es al Ejecutivo al que el Banco de España tiene que pedirle que cambie de actitud... o que se marche a su casa, porque es él quien, para bien o para mal, toma las decisiones en este país. Es él quien ahora puede dar marcha atrás en la tímida reforma laboral que aprobó hace unos meses. Es él quien se muestra incapaz de acometer el más que necesario ajuste presupuestario en todos los niveles de la Administración. Es él quien está impidiendo el ajuste de la vivienda y el saneamiento del sector financiero. Es él quien actúa con soberbia y prepotencia en vez de buscar un respaldo amplio a las duras medidas que hay que tomar. Es él quien, en definitiva, ha puesto a España en una situación como la de Irlanda y Portugal.


Libertad Digital - Opinión

Zapatero. El Papa, en campaña. Por Cristina Losada

Zapatero no es ningún transgresor de los códigos de conducta tradicionales que vilipendia. Al contrario. Casó por la iglesia, no se ha divorciado, fue a un colegio de curas y envió a sus hijas a uno de monjas. Pero es un político en busca de votos.

Los intentos de Zapatero por involucrar a la Iglesia de Roma en la campaña electoral de turno, tal que si fuera su antagonista en las urnas, son como esos trajes demodés con los que se hace el ridículo hasta en un baile de carnaval. El último de tales episodios tuvo lugar en Viladecans, donde sea por resucitar a Montilla, sea por terminar de sepultarlo, el presidente anunció campanudo que el Papa no impondrá ninguna ley en España. Incluso garantizó, por si había dudas, que el poder legislativo seguirá en el Parlamento. ¡Toma, Benedicto XVI! Si pensaba que iba a dirigir aquí el cotarro, ya sabe a qué atenerse. El valeroso líder socialista no pasará por el aro. Sólo ignoró ZP, quizá de modo deliberado, que el Vaticano dispone de idéntica capacidad para dictar nuestras leyes que los hombrecillos verdes de Marte.

En realidad, el presidente que acaba de pactar con el partido más vaticanista que ha habido en España quiso presentar al PP como la correa de transmisión de la Iglesia. A fin de cuentas, la batalla política no se libra, aunque lo pretenda, entre él y Ratzinger, sino entre él y Rajoy. Pero así da a entender que la oposición y el Pontífice están en el mismo bando y en el mismo partido, y que se proponen devolvernos a los tiempos de la Contrarreforma. Por ahora, sin embargo, las actuaciones que guardan mayor similitud con las de la Inquisición proceden de la izquierda y el nacionalismo: ahí están los más feroces guardianes de la ortodoxia. Y, en todo caso, los aspavientos del PSOE contra la influencia del catolicismo contradicen su dictamen de que España ha dejado de ser católica. Si casi nadie sigue las normas de la Iglesia, ¿por qué les importan tanto a los socialistas?

En lo personal, Zapatero no es ningún transgresor de los códigos de conducta tradicionales que vilipendia. Al contrario. Casó por la iglesia, no se ha divorciado, fue a un colegio de curas y envió a sus hijas a uno de monjas. Pero es un político en busca de votos. El ataque a los católicos y a sus convicciones morales tiene predicamento en una izquierda que ha renunciado a disponer de una alternativa global y se contenta, infantil, con los gestos de desprecio al Papa, la confrontación con los obispos y otros clásicos del anticlericalismo montaraz. Y el PSOE quiere elevar esa demagogia comecuras a la categoría de "laicismo". Qué falta de respeto.


Libertad Digital - Opinión

Sin rumbo político. Por Florentino Portero

EN diplomacia hay algo peor que equivocarse y es demostrar al mundo que no se sabe lo que se quiere. Cuando esto le ocurre a uno de los estados más antiguos de Europa, antigua potencia imperial y hasta hace unos pocos años actor de referencia en la política continental, nos encontramos ante un ejemplo perfecto de decadencia. Podríamos entender, aunque no compartir, que por crudo realismo nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores asumiera una posición claramente pro-marroquí, abandonando definitivamente la causa saharaui. Pero ni eso es capaz de hacer en su inconsistencia doctrinal, en su incapacidad para definir cuáles son los intereses nacionales y cómo defenderlos.

No puede haber política exterior sin antes resolver quiénes somos y adónde vamos. Nuestro Gobierno dedica sus energías a demoler la identidad nacional, herencia de siglos y garantía de un proyecto común.


Nuestra diplomacia no reacciona ante los abusos marroquíes contra saharauis, medios de comunicación y políticos nacionales, de la misma manera que nuestros máximos responsables económicos no son capaces de enfrentarse a las reformas necesarias o nuestros políticos no tienen el valor de poner orden en el caos de administraciones públicas. No tenemos un problema diplomático sino político y de dimensiones alarmantes. Saben lo que quieren destruir pero poco más. A su falta de visión se suma una constante de todos los gobiernos Zapatero: la falta de nivel de los designados para ocupar altos cargos, patente en esa incapacidad para reaccionar a tiempo y con criterio.

El Partido Socialista teme el chantaje marroquí en temas sensibles —islamismo, emigración, drogas— y se pliega cobardemente, olvidando sus supuestos valores. Con ello se gana a pulso el desprecio de la corte alauí y confirma ante los socios europeos nuestra condición de Estado a la deriva.


ABC - Opinión

Expolio. Puigcercós. Por José García Domínguez

Montilla asiente humilde porque, lejos de constituir un extravío individual de Puigcercós, el explícito desprecio a Andalucía y lo andaluz forma parte, y muy principal, de la cultura del catalanismo

Con esa chabacanería tan cara a los de su crianza, Joan Puigcercós acaba de subir el diapasón catalanista de la campaña. Así, aportando su saliva como única prueba de cargo, ha depuesto que en Andalucía "no paga impuestos ni Dios", tras antes pontificar solemne que "Madrid es una fiesta fiscal". Apelación, ésa suya a las genuinas esencias victimistas de la doctrina, que de inmediato ha colocado a la defensiva a sus iguales. Al punto de que Mas y el de Iznájar se han apresurado a suscribir la astracanada como suelen, esto es, al vergonzante modo, vía clamorosa omisión.

Escribió don Antonio Machado en su día que nada hay más triste que un andaluz andalucista. Se ve que tuvo la dicha de jamás haber contemplado a un andaluz catalanista. Sin embargo, igual que las meigas, haberlos haylos. Trátase, por cierto, de oscuros seres espectrales, como ese don José, tragicómico burlador de sí mismo siempre presto a besar la mano de cuantos le desprecian. Nadie se extrañe, pues, del silencio del Muy Honorable ante la baladronada. Y es que Montilla asiente humilde porque, lejos de constituir un extravío individual de Puigcercós, el explícito desprecio a Andalucía y lo andaluz forma parte, y muy principal, de la cultura del catalanismo. Al respecto, es sabido que la Unesco llama cultura al conjunto de saberes que cualquier miembro de una comunidad adquiere sin que resulte preceptivo un aprendizaje expreso.

Ergo, ha dignificado con esa voz a toda la morralla que quepa almacenar dentro de la cabeza del más lerdo de los miembros de un grupo humano históricamente constituido. De tal guisa, desde hace más de un siglo, en concreto desde que cierto medidor de cráneos, el doctor Robert, bendijo el "tancament de caixes", la cultura del catalanismo exige una España de moscas, caspa, batas de cola, toreros famélicos y funcionarios ociosos. Tal como requiere, también de forma imperiosa, volver una y otra vez a la leyenda del Madrit arcaico y parasitario que ingiere sin cesar bocadillos de calamares a su costa. Lo ordena el pensamiento mítico, único de curso legal en Cataluña desde el último cuarto de siglo. Huelga decir, en fin, que si esa España no existe, se inventa. A ser posible con saliva, que sale más económico.


Libertad Digital - Opinión




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Camisas grises. Por Ignacio Camacho

ERC ha calcado el discurso xenófobo de la Liga italiana sobre los vagos del Sur. un compromiso para el andaluz Montilla.

EN Italia hay un partido —la Liga Norte—que dice desde hace tiempo las mismas simplezas demagógicas que Puigcercós pero al menos no se adorna con el rollo de progresismo sedicente de los camisas grises de Esquerra Republicana: allí todo el mundo sabe que Bossi, Maroni y demás minervas del separatismo padano son vulgares racistas envenenados de xenofobia y ensoberbecidos por un arrogante complejo de superioridad que sueñan con un imaginario de independencia para no tener que mantener a quienes consideran agitanados haraganes del Sur que viven de la prosperidad ajena encantados de ser pobres. Sin embargo este rancio discurso de ultraderecha insolidaria lo enarbolan en España los aliados de un Partido Socialista que gobierna Cataluña con los votos de los emigrantes andaluces y extremeños y bajo la presidencia de un señor nacido en Córdoba que se ha tragado durante años la despectiva etiqueta de charnego. La política catalana se ha vuelto tan ensimismada que constituye un extraño caso de anormalidad democrática en el que el concepto de igualdad ha desaparecido bajo un manto de paroxismo particularista en el que han confluido intereses contrapuestos amalgamados por la ambición de poder. Y ahora que en campaña nadie conoce a nadie queda de manifiesto que el socialismo se ha apoyado en un partido xenófobo al que no puede desenmascarar sin dejarse en evidencia a sí mismo. Así que a callar y a disimular a ver si queda alguien que no se dé cuenta del truco.

Pero no queda porque los puigcercós de turno necesitan armar ruido y están a gusto en ese independentismo psicológico de brocha gorda. Las milongas de las balanzas fiscales y de los perezosos andaluces que no pagan impuestos y dilapidan cantando como cigarras el esfuerzo de las hormiguitas catalanas, les vienen muy bien para excitar a esa pequeña burguesía cabreada que suele constituir la base electoral del fascismo. Es la típica retórica falsaria de agitación populista. Está muy visto. Pero seguramente funciona porque el nacionalismo viaja poco y es un sentimiento de tribu pancista que se estimula con el miedo en épocas de incertidumbre económica. No merece la pena discutir; el mero hecho de hacerlo equivale a otorgarle un fundamento de realidad a ese planteamiento desquiciado y torcido que parte de la base embustera de que los impuestos los pagan y los cobran los territorios y no las personas. A los agitadores de la insolidaridad les viene bien para blindar su burbuja. Pero los socialistas que han gobernado con ellos sí tendrían que decirles algo a quienes les votaron creyendo que apoyaban otra política: a los andaluces de Hospitalet, Badalona o Cornellá, a los parientes emigrados de esos vagos indolentes que no le dan un palo al agua y viven a costa de los demás y tal y tal. Como presidente suyo que es, que diría el difunto Berlanga, Montilla les debe una explicación y esa explicación no se la va a dar.

ABC - Opinión

Fanatismo contra la Cruz

ESCRIBE AQUÍ EL ENCABEZAMIENTO

Una de las consecuencias del auge del radicalismo islamista encuentra algunas de sus aristas más sangrantes en la persecución que están sufriendo las minorías cristianas en algunos países. No sólo son amenazados por profesar su fe, también sus vidas corren peligro ante la mirada complaciente de algunos estados que amparan y avalan con sus leyes cualquier tipo de represión, incluida la pena de muerte si es necesario. Durante estos días, LA RAZÓN está publicando el testimonio de Asia Bibi, una cristiana de 45 años que ha sido sentenciada a la horca en Pakistán porque, según el mulá Muhammed Saalam, había «blasfemado» contra el Profeta y el Corán. De más está decir que este proceso judicial se ha desarrollado sin unas mínimas garantías judiciales. Éste es sólo uno de los ejemplos de cómo los cristianos están siendo acorralados con saña, hasta lograr su desaparición en muchos rincones del mundo. Ser cristiano en muchos estados es vivir en una situación de extremo riesgo. El pasado 31 de octubre, en Bagdad, Al Qaida realizó un ataque contra la Iglesia Católica Siria con el balance de 52 muertos. En países como el citado Pakistán, Irán, Irak, Egipto, Somalia, Nigeria, Sudán, Indonesia o China, por citar sólo algunos, malviven por profesar su fe tanto en el ámbito público como en el privado. En el informe sobre libertad religiosa publicado por la Comisión de Conferencias Episcopales (COMECE) se denuncia que al menos cien millones de cristianos son perseguidos en el mundo. En las sociedades de los citados estados son considerados ciudadanos de segunda, a los que se les niega unas condiciones de vida y un trabajo digno sólo por vivir con coherencia y sin ocultar sus convicciones religiosas.

Articular una respuesta eficaz y coordinada para atajar esta violación sistemática de los derechos humanos no es fácil. Los asesinatos y las vejaciones a los cristianos se suelen producir en países con un déficit endémico de democracia y, como consecuencia, con un desprecio absoluto a los principios más elementales y a la libertad religiosa. Esta situación se agudiza si, como en el caso de Asia Bibi, se vive en una sociedad donde una confesión mayoritaria doblega al resto, como ocurre en Pakistán.

Ante esta situación la comunidad internacional debe expresar una condena contundente además de hacer saber a los estados que estas prácticas que ellos mismos amparan no pueden quedar impunes. Es difícil asumir que la publicación de unas viñetas sobre Mahoma provoquen un desencuentro virulento entre Occidente y los países musulmanes y que la matanza de cristianos no merezcan ni siquiera una protesta formal, salvo en el caso de El Vaticano. La represión y la intolerancia religiosa, en especial hacia las comunidades cristianas, está alcanzando unas cotas que no pueden ser asumibles por parte de las naciones democráticas. Si la única acción es mirar hacia otro lado, con nuestro silencio estaremos alentando y legitimando al fanatismo islámico con las trágicas consecuencias ya conocidas.


La Razón - Editorial

Miedo al contagio

La crisis de Irlanda amenaza con arrastrar a Portugal y frena la recuperación española.

A pesar de que las primas de riesgo se han moderado, la estabilidad económica y financiera de la zona euro sigue sometida a la intensa presión de la crisis irlandesa. Solo razones políticas explican que Irlanda no haya invocado todavía el Fondo de Rescate Europeo, pero la intervención es prácticamente inevitable y sería deseable, además, que fuera urgente. Y lo que más urge es proceder a una recapitalización de los bancos irlandeses, que Dublín no puede afrontar. Por ello, la propuesta de la Comisión es proceder a una salvación rápida del sistema financiero irlandés y recuperar así, con un coste elevado pero medido, una parte de la confianza de los mercados. Pero el desorden no se limita a Irlanda; ha contagiado a Portugal, perjudica a Grecia, a quien Eurostat ha descubierto un déficit superior al previsto, y amenaza con contaminar a España si las autoridades españolas no gestionan el nuevo episodio de crisis con la debida competencia.

Actuar con competencia significa aceptar que existen probabilidades de contagio. Las autoridades portuguesas admitieron ayer que Lisboa podría verse obligada a recurrir al Fondo de Rescate, porque la presión de los mercados no reacciona ante las meras declaraciones de intenciones. Los ministros de Economía de la zona euro se enfrentan hoy a una situación compleja, porque en interés de la moneda común deben recomendar a Irlanda que acelere la petición de ayuda, al menos para los bancos, y porque la economía portuguesa se precipita hacia una situación parecida.


Hoy, como cuando empezó el proceso fatal que acabó con la intervención de Grecia, no basta con decir que "España no es Irlanda". No lo es, entre otras razones, porque la prima de riesgo en España ronda los 200 puntos básicos y la irlandesa supera los 600. Pero con cada episodio de crisis el diferencial de deuda estabilizado después de la vorágine es superior al anterior. La prima de riesgo no ha vuelto a los 100 puntos básicos después del repunte de la primera crisis ni a los 150 puntos después de la segunda. Y esta situación refleja el recelo latente de los inversores y encarece el coste de financiación de las empresas.

La situación de España es delicada, aunque esté todavía lejos del abismo. Su solvencia financiera depende de los planes de ajuste, de las reformas a medio camino (en especial de la reforma del sistema financiero, que debe sustanciarse de inmediato) y de las expectativas de crecimiento económico, porque es la condición imperativa para reducir el paro y el déficit.

La recuperación es difícil cuando la financiación de la economía se encarece constantemente debido al recelo de los inversores. De ahí que la gestión política tenga que ser muy cuidadosa; debería evitarse cualquier gesto que implique que los recortes del gasto no se respetarán, cualquier indicio de que la reforma financiera no se cerrará a tiempo, o cualquier sugerencia de que las reformas laboral y de las pensiones quedarán aplazadas. Pero, desgraciadamente, esta última torpeza ya se ha cometido.


El País - Editorial

Servilismo extremo ante Marruecos

Que Dios les coja confesados, a ellos y a los saharauis que osen seguir protestando contra la ocupación. Nuestro Gobierno sirve al de Marruecos con mejor gana que los propios marroquíes. Inaudito.

Tal y como presagiábamos hace una semana desde esta misma tribuna, la actitud que el Gobierno español ha tomado respecto al conflicto del Sahara es la que se esperaba de Zapatero que, si por algo se ha caracterizado en materia exterior, es por defender mejor que nadie los intereses de Marruecos. Ni la recién nombrada ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, ni, por descontado, el presidente del Gobierno, han hecho nada útil desde que comenzase la operación de castigo por parte del ejército marroquí en El Aaiún.

Primero se escondieron. Rehusaron ambos dar explicaciones ante la prensa cuando el desafuero marroquí copaba las portadas de todos los periódicos. Jiménez, de hecho, se fue de viaje a Colombia y no hizo intención alguna de anticipar su regreso. Luego, en el momento en el que la violencia se había salido de madre y ya era imposible ocultar los desmanes de los militares marroquíes, trataron de templar gaitas quitándole hierro al asunto.


Más tarde, con la morgue llena de cadáveres –entre los que encontraba uno de origen español– y con la prensa acorralada, la ministra se limitó a protestar suavemente. Rabat, entretanto, arremetía con furia contra la prensa española y hasta contra el Partido Popular. Zapatero tan sólo acertó a trasladar su "malestar" al Gobierno marroquí al tiempo que enviaba al ex ministro Moratinos a Tánger para que se entrevistase con Fassi Fihri, ministro de Exteriores del régimen alauita.

Como se puede comprobar, una torpeza detrás de otra, impropia de un Gobierno democráticamente elegido de un país europeo que, para colmo, tiene una singular vinculación histórica con el Sahara Occidental. Poco ha importado que simpatizantes gubernamentales como los sindicatos o los actores de la ceja se manifestasen en Madrid en repulsa de la represión marroquí, o que las voces para que se detenga la matanza de El Aaiún salgan ya de todos los lados. Zapatero no quiere ni oír hablar de este asunto y permanece callado en espera de que amaine la tormenta.

A pesar de que el territorio está nominalmente administrado por nuestro Gobierno, y que España tiene una deuda moral con sus habitantes tras haberles dejado tirados hace más de tres décadas, ni en Moncloa ni en el PSOE quieren hacerse cargo del muerto. Se alcanza de este modo la mayor cota de servilismo hacia Marruecos de toda nuestra historia reciente. Marcelino Iglesias, secretario de organización de los socialistas, se ha limitado a "exigir" a Rabat que respete los derechos humanos y que deje trabajar a los periodistas. De condenas ni hablar, no vaya a ser que el tirano alauita se ofenda más de la cuenta y las cosas terminen de complicarse para los españoles que aún continúan en el Sahara realizando labores de ayuda humanitaria. Que Dios les coja confesados, a ellos y a los saharauis que osen seguir protestando contra la ocupación. Nuestro Gobierno sirve al de Marruecos con mejor gana que los propios marroquíes. Inaudito.


Libertad Digital - Editorial

Diplomacia caótica

La ausencia de condena de este Gobierno a la brutalidad empleada contra los saharauis y al trato dispensado a los periodistas es inaceptable.

EL Gobierno de la «comunicación» tampoco ha funcionado con la crisis del Sahara, mostrando nuevamente que el problema de fondo del Ejecutivo es la ausencia de dirección y de proyecto políticos. Mientras Marruecos arrasaba el campamento saharaui en Ggeim Izik, el Gobierno español no sabía si reconocer la soberanía marroquí sobre el Sahara, como hizo el ministro de presidencia en el Congreso, o limitarse a «constatar» que Marruecos ejercía su autoridad en esta región. Mientras la ministra de Asuntos Exteriores hacía gira por Bolivia y Ecuador, en una primera salida al extranjero de dudosa oportunidad, Rodríguez Zapatero rescataba al recién destituido Miguel Ángel Moratinos para que viajara a Argel a interponer sus buenos oficios. Mientras algunos miembros del Gobierno negaban que este hubiera sido avisado por Marruecos de la operación policial contra el campamento saharaui, otros lo admitían. En medio de este caos diplomático, la titular de Exteriores, Trinidad Jiménez, se afanó ayer en retomar la posición tradicional de los gobiernos españoles, reconociendo el apoyo a la autodeterminación del pueblo saharaui. Pero lo hizo intentando recomponer a toda prisa un equilibrio roto y con argumentos que demuestran que la actitud del Gobierno español está bajo un síndrome de alienación, revestido de interés estratégico, por las consecuencias que puede tener una reacción hostil de Marruecos en materia de lucha antiterrorista, narcotráfico e inmigración. La ausencia de condena explícita a la brutalidad empleada contra los saharauis y al trato dispensado a los periodistas españoles es inaceptable en un Gobierno que siempre ha querido ser visto como abanderado de la ética frente al pragmatismo. Todo el discurso buenista que construyó Zapatero para salir de Irak e invitar a los aliados a que desertaran de la coalición liderada por Estados Unidos, y toda la propaganda pacifista de la Alianza de Civilizaciones, no ha aguantado el tirón de Marruecos.

España tiene un compromiso con el Sahara que es de naturaleza moral, histórica y jurídica, en virtud de los tratados de 1975 y de las resoluciones de Naciones Unidas. Todos los gobiernos, hasta que llegó Zapatero, habían comprendido que la suerte del pueblo saharaui forma parte de la responsabilidad histórica de España. Responsabilidad que este Gobierno ha abdicado por no saber defender los intereses de España con firmeza y diplomacia.


ABC - Editorial