miércoles, 3 de noviembre de 2010

Sospechoso habitual. Por Edurne Uriarte

Parece que el Gobierno no puede negociar aunque quiera. Lo que no quiere decir que no lo intente.

De líder de la paz a sospechoso habitual. Es el recorrido de Zapatero en política antiterrorista. Aunque protagonice un discurso impecable contra ETA como el de ayer en el Senado. Y es que le fallan los hechos y le falla la atmósfera social.
Y una cosa y otra, hechos y atmósfera social, son los que explican el clima de confusión y sospecha en torno a las intenciones del Gobierno con ETA que es dudoso se vea aplacado por el discurso del Senado. Los hechos son Eguiguren y sus contactos con ETA. Los hechos son las múltiples referencias nacionalistas a los contactos entre socialistas y ETA, ¿todas intoxicadoras? Los hechos son los movimientos de Rubalcaba con los presos, incluida la entrevista de Otegi. Los hechos son la insistencia gubernamental en separar Batasuna y ETA, en la línea del propio Otegi. Y los hechos son las creencias de Zapatero sobre la legitimidad y coherencia democrática de la negociación con los terroristas y que ayer mismo reiteró, única incoherencia de su discurso, cuando llamó «proceso de paz» a su anterior negociación.

Y le falla la atmósfera social, que es lo que sobre todo le ha rebajado de líder de la paz a sospechoso habitual. Nada tienen que ver el clima social de 2004 y el de hoy en lo que a ETA respecta. La negociación, que entonces fue vista por una parte de la población como solución a la amenaza, es ahora percibida, sin embargo, como una incomprensible cesión a una banda débil y derrotada. Todo el apoyo mediático-intelectual que tuvo Zapatero en su negociación con ETA ha desaparecido. Ya no queda ninguno de aquellos que habrían dicho de su discurso de ayer que es propio de alguien que no quiere el fin de ETA o que no quiere la paz.

A todo lo que hay que añadir los informes policiales poco esperanzadores. Parece que el Gobierno no puede negociar aunque quiera. Lo que no quiere decir que no lo intente.


ABC - Opinión

El futuro de Zapatero. Por M. Martín Ferrand

En el mundo intestino de los partidos, siempre escaso de grandeza y largo de ambiciones, no es fácil discernir valores.

NOS enseña la experiencia, y lo hace a palos, que el embrollo es algo inseparable de la idea de España. Aún así, los ciudadanos, especialmente los que no son incondicionales devotos de una cofradía política determinada, no suelen tener las ideas claras sobre el sentido y la profundidad de los enredos que arman, y desarman, la realidad pública nacional. Para empezar, y en lo que nos afecta, hay dos grandes modelos de intriga en el uso cotidiano de los partidos políticos. La más frecuente es la que se organiza, siempre con cautela y disimulo, en beneficio propio; pero, en los últimos tiempos, en coincidencia con el decaimiento del zapaterismo, adquiere valores estelares la intriga promovida en perjuicio ajeno. Ni son la misma cosa ni se asemejan sus efectos que, eso sí, son siempre destructivos. La intrincación nunca sirve para construir.

Las intrigas, más las próximas y amicales que las distantes y enfrentadas de la oposición, le han dejado a José Luis Rodríguez Zapatero con el carisma hecho unos zorros. Se le ve doliente y hasta demacrado y, como en los arranques del felipismo, vuelven los «fontaneros» que, con maña y buen sentido, facilitaron el aterrizaje de Felipe González en La Moncloa (en beneficio propio) y la eyección total de Adolfo Suárez (en perjuicio ajeno). La gloria se la llevaron las estrellas, pero el éxito socialista lo construyeron personajes como Julio Feo o Roberto Dorado —equivalentes al Aurelio Delgado de UCD—, que supieron conciliar intereses, darles la vuelta, decir sí donde el no era temerario y viceversa.

En Temas para el debate, la revista cuyo Consejo de Redacción preside Alfonso Guerra, publica este mes un artículo firmado por el citado Roberto Dorado, director del Gabinete de la Presidencia en el felipismo inicial, en el que, apelando al sentido común, el veterano militante le pide al todavía presidente del Gobierno que despeje la incógnita sobre su opción a un nuevo mandato. Dorado entiende que Zapatero debe decidir, ya, su propio futuro porque la situación actual «estimula las maniobras internas y externas». En el mundo intestino de los partidos políticos, siempre escaso de grandeza y largo de ambiciones, no es fácil discernir valores. El apremio del resucitado fontanero felipista, ¿es un buen consejo o una sutil advertencia? Sea lo que fuere, que no es cosa de entrometerse en pleitos familiares, ahí reside el problema de nuestro presente colectivo. Zapatero, Mariano Rajoy y los demás tienen un entendimiento funcionarial de la política que empequeñece su liderazgo. Entienden mejor lo que es una legislatura que lo que significa el futuro.


ABC - Opinión

Educación. Optimistas sin escrúpulos. Por Alicia Delibes

Resultaría que un puñado de optimistas sin escrúpulos quiere construir una sociedad donde hombres y mujeres sean iguales y tropiezan con un obstáculo difícil de solventar y es que los hombres no se comportan de igual forma que las mujeres.

La semana pasada, la comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados aprobó una proposición no de ley del Partido Socialista para regular los juegos en el patio de recreo de los colegios de Primaria, públicos y concertados. El objeto es eliminar los "estereotipos sexistas".

La proposición insta a que "se elaboren e impulsen protocolos de juegos no sexistas para que se implanten y desarrollen en los espacios de juego reglado y no reglado en los colegios públicos y concertados de Educación Primaria", y se solicita que "en cualquier actividad lúdica desarrollada en los citados Colegios de Educación Primaria se eliminen estereotipos que mantengan los roles machistas y se introduzca el concepto de igualdad entre ambos sexos".

El diputado socialista que ha defendido la proposición alega que los juegos de los niños son demasiado violentos y machistas y que si queremos una sociedad más igualitaria hay que acabar de una vez con ese tipo de juegos.


En su último libro, Los usos del pesimismo, el filósofo británico Roger Scruton utiliza el término "optimistas sin escrúpulos" para designar a aquellas personas que cuando buscan soluciones a un problema, imaginan un ideal y apuestan por él con auténtico fervor, sin tomar nunca en consideración el coste de un posible error y sin responsabilizarse de los efectos de sus creencias. Para los optimistas sin escrúpulos, sus críticos no son simplemente individuos equivocados, "son seres diabólicos interesados en destruir las esperanzas de toda la humanidad, y en reemplazar la bondad cordial hacia nuestra especie por un cinismo cruel".

Bien podría ser esta iniciativa parlamentaria del PSOE de regular los juegos de los niños un buen ejemplo al que aplicar la teoría de Scruton. Resultaría que un puñado de optimistas sin escrúpulos quiere construir una sociedad donde hombres y mujeres sean iguales y tropiezan con un obstáculo difícil de solventar y es que los hombres no se comportan de igual forma que las mujeres, a veces porque no quieren y otras porque no pueden. Esos optimistas creen que este comportamiento desigual está en la raíz de un grave problema que atañe a nuestra sociedad: la violencia que algunos hombres ejercen sobre las mujeres con las que se relacionan. Esos optimistas sin escrúpulos creen que esa violencia de carácter machista se puede evitar si hombres y mujeres recibieran la misma educación, una "educación en igualdad" que no puede ser completa si no incluye el control de los juegos de los niños.

Es evidente que la medida que proponen además de ser absurda es liberticida, pero cualquiera se atreve a plantar cara a un "optimista sin escrúpulos" que, como dice Scruton, toman a los críticos con sus medidas como seres diabólicos, enemigos de la esperanza de la humanidad.

Para Scruton "la peor clase de optimismo sin escrúpulos es la que animaba a Lenin y a los bolcheviques, la que les llevó a creer que ellos habían puesto a la humanidad en el camino que conducía a la solución de problema remanentes de la historia y a destruir todas las instituciones y procedimientos que servían para corregir los errores".


Libertad Digital - Opinión

De la esperanza al cabreo. Por José María Carrascal

Los norteamericanos se han hecho más escépticos ante el gobierno, más hostiles hacia las regulaciones

ESCRIBO esta postal mientras se vota todavía en todo el país, por lo que habrá que esperar a la madrugada para tener los primeros resultados. Pero se da por seguro el retroceso demócrata —que será el de Obama— y la única incógnita es el tamaño. Si logran mantener una de las cámaras, sería un empate, buen resultado para ellos. Si pierden las dos, un desastre. Si las retienen, un triunfo. Pocos piensan en esto último.

¿Qué ha pasado en estos dos años para que la escena política norteamericana haya cambiado de ésta forma? Aquella ola optimista que barrió el país en 2008 se ha convertido en indignación hoy. Los norteamericanos se han hecho más escépticos ante el gobierno, más hostiles hacia las regulaciones, más individualistas y más cínicos ante las tesis planetarias, como el mercado global, el cambio climático y la cooperación internacional. ¿Por qué? Pues porque esas eran las ideas de Obama, y no les han traído lo que esperaban: una mejor suerte para ellos y para su país. Al revés, hoy están peor que hace dos años. Lo que se carga en la factura del presidente, pues aquí las responsabilidades se toman muy en serio. No valen excusas: el que ocupa el poder tiene que rendir cuentas. Y si no son satisfactorias, se le pasa factura, que es lo que están haciendo los norteamericanos en este momento: pasar factura a aquellos congresistas, senadores y gobernadores que han contribuido a no sacarles del foso. El cabreo sustituye a la esperanza.


Debaten los analistas si esta explosión de ira es temporal o duradera. Si entramos en otra era conservadora, tras el breve episodio pastoral de Obama, que en 2012 habrá desaparecido. Ahí, las opiniones divergen. Hay quien piensa que la propia furia del Tea Party acabará consumiéndole, una vez que sus miembros, ya en cargos representativos, comprueben que las cosas no son tan fáciles y no den tampoco con la solución. Otros, en cambio, piensan que estamos ante un viraje de largo recorrido, dado el profundo abatimiento que barre el país.

Mucho va a depender de Obama. Tiene dos años para demostrar que no es sólo un hombre que habla bien, se mueve con soltura y da fantástico en televisión, sino que es también capaz de abordar con coraje los grandes y muchos problemas que tiene el país, y vencerlos. Pero, sobre todo, si es capaz de devolver a sus compatriotas aquella esperanza, aquella ilusión que le llevó en volandas a la Casa Blanca, hoy transformada en cólera sorda e intensa. Tiene dos años para demostrarlo y las apuestas no están a su favor. Él dice a sus allegados: «Soy un corredor de fondo. Al final, consigo siempre lo que busco». Pero tendrá que darse prisa. Mucha prisa.


ABC - Opinión

PSOE. Por el pleno empleo (público). Por Pablo Molina

ZP podrá presentarse a las elecciones de 2012 con el aval de haber creado varios cientos de miles de puestos de trabajo, todos ellos naturalmente con cargo al bolsillo de los contribuyentes, que son los únicos empleos que un político es capaz de generar.

Sólo en los tres últimos años el número de funcionarios ha crecido en España un diez por ciento, magnitud muy respetable que de haberse trasladado al mercado laboral en su conjunto hubiera supuesto una disminución del paro en más de un millón y medio de desempleados. Ahí es nada, lo que hubiera presumido Zapatero de haberse creado esa cifra de empleo neto, tan habitual en otras épocas como inalcanzable en cuanto los socialistas llegan al poder.

ZP prometió el pleno empleo en su última campaña electoral y probablemente lo hizo de forma sincera, porque el personaje tiene por costumbre dar por hecho que sus deseos transforman la realidad. Luego constata que ha provocado un desastre con su "optimismo antropológico", pero como las consecuencias las pagan los demás no es algo que parezca preocuparle en exceso. Además, si las empresas "se niegan" a crear puestos de trabajo, el Estado se encargará de paliar el desfase nombrando unas cuantas paletadas más de funcionarios, por supuesto con la colaboración necesaria de unas comunidades autónomas que llevan décadas fuera de toda sensatez.

La proximidad de unas elecciones exacerba la tendencia natural del político a crear funcionarios de la nada, pero si estas son autonómicas y municipales los procesos de selección de la administración adquieren un ritmo febril. No en vano son las autonomías y los municipios, por ese orden, los que más empleo público soportan en la actualidad sin que la cadencia –300.000 nuevos funcionatas en plena recesión económica–, parezca tener la menor intención de atemperarse en función de la crisis atroz que padecemos.

ZP podrá presentarse a las elecciones de 2012 con el aval de haber creado varios cientos de miles de puestos de trabajo, todos ellos naturalmente con cargo al bolsillo de los contribuyentes, que son los únicos empleos que un político es capaz de generar. Es la virtud de sacrificar los grandes objetivos para poder conquistar propósitos más modestos. En España vamos a seguir padeciendo un paro brutal, pero al menos hay algunos sectores que empiezan a mostrar signos muy esperanzadores de recuperación. Nos referimos en concreto a la esfera de los afiliados al PSOE, que en algunas zonas geográficas como Andalucía está ya rozando el pleno empleo tal y como prometió ZP. Que le pregunten a Zarrías. El tiene la receta.


Libertad Digital - Opinión

Obama en prosa. Por Ignacio Camacho

La impresión de estos dos años es que Obama aún no controla el complejo cuadro de mandos de la Casa Blanca.

LLEVABA razón Hillary Clinton, veterana resabiada del poder y sus amarguras, cuando en el duro pulso de las primarias le dijo a Obama que aunque ganase la presidencia con su hermosa lírica electoral llegaría un momento en que tendría que gobernar en la ruda prosa de la responsabilidad y la toma de decisiones. Hay que tener cuidado con las promesas de campaña porque luego es menester cumplir siquiera alguna, y Obama no prometió tanto medidas concretas como sugestivos conceptos retóricos —el cambio, la esperanza, la ilusión— demasiado ambiciosos para ponerlos en la letra pequeña de la gobernanza. La deflación actual de su popularidad tiene que ver con el exceso de las expectativas que creó con aquel discurso iluminado que puso el listón demasiado alto incluso para un atleta de la política.

La impresión de estos titubeantes dos años de obamismo es que el presidente aún no controla el complejo cuadro de mandos de la Casa Blanca. Se ha puesto a tocar botones como un piloto novato y el avión no acaba de enderezar el rumbo. La áspera prosa del poder tiene mucho menos encanto que los carismáticos versos de la candidatura. El encanto de aquel prometedor San Martín de Porres titulado en Harvard se está desvaneciendo entre las dificultades para sacar adelante su programa reformista; los votantes más jóvenes se alejan al comprobar que Fray Escoba no hace milagros y los más maduros se asustan ante las medidas intervencionistas que comprometen el viejo ideal liberal americano. Las inflamadas damas biempensantes del Tea Party le habrían durado al Obama candidato lo mismo que aquella mosca que atrapó al vuelo en una entrevista televisada, pero al Obama gobernante le han creado un notable foco de resistencia con su simple denuncia del estatalismo. El rumbo de la economía no logra enderezarse y al hombre que prometió cambiar el marco político convencional sólo se le ocurren normales recetas de socialdemocracia keynesiana.

Obama sigue siendo un buen político. Muy bueno, mejor que la mayoría. Es un orador convincente y seductor, y mantiene intactas considerables dotes de liderazgo. Su problema es que en el poder se ha enredado con los conflictos de una normalidad rocosa que no puede superar con el aura de superhombre que le rodeó en la campaña. La realidad no obedece sus órdenes ni se doblega ante sus impulsos, y éstos resultan menos sólidos y clarividentes de lo que parecían. Hay una oposición correosa y una sociedad escéptica que no siguen la melodía de una flauta de Hamelin más desafinada de lo previsto. El presidente aún tiene bastante crédito y otros dos años para acabar al menos parte de lo que ha empezado, pero no es un demiurgo capaz de transformar el mundo con una palabra. La brillantez arrasadora de su irrupción era una trampa para él mismo. Obligado a triunfar, ahora ya sabe que ha de limitar su grandilocuente desafío.


ABC - Opinión

Algo es algo. Por Alfonso Ussía

Si esto no lo arregla el imparable atractivo personal de Celestino Corbacho, el socialismo en Cataluña está a punto de darse un batacazo. Pero morrón, y de los gordos, el que se dispone, según las encuestas, a sufrir ERC. Con un canto en los dientes se daría Puigcercós si su formación política obtuviera la mitad de los escaños que hoy cubren los culos independentistas. Si se diera el caso de que CIU no consiguiera la mayoría absoluta, no resulta arriesgado intuir que el Partido Popular adquiriría en Cataluña una importancia que se le ha negado hasta nuestros días. No obstante, ERC no lo pierde todo. Les queda la lanza que un jefe de tribu del Amazonas le regaló al «pueblo de Cataluña» y que Carod-Rovira, receptor del punzane artilugio, se guardó para sí porque en su despacho quedaba muy mona y decorativa. Las cañas se vuelven lanzas, dice el refrán. Y nunca mejor dicho.

ERC, con el entusiasta apoyo del charnego mayor del Reino, se ha gastado el dinero de los contribuyentes catalanes abriendo embajaditas en todo el mundo que no sirven absolutamente para nada. Embajaditas encomendadas a embajadorcitos enchufados carentes de toda representación y eficacia. Un derroche inútil. Se recuerda, con gran regocijo, la oportuna inauguración de la embajadita de Cataluña en Nueva York, el mismo día y a la misma hora que Obama era proclamado en Washington Presidente de los Estados Unidos de América. Uno de los pocos concurrentes a la embajadita reveló que Carod-Rovira y su numeroso séquito se sintieron patrióticamente obligados a comerse todas las butifarras y caracoles que la Generalidad de Cataluña había enviado hasta Nueva York.


Los independentistas –incluyo a los terceros socios de ICV-Los Verdes, que no son otra cosa que los comunistas de toda la vida recubiertos de lechugas–, han mantenido en la presidencia de la Generalidad a un señor de Córdoba que no sabe hacer la «o» con un canuto.
Todo a cambio del protagonismo y acceso a los fondos autonómicos que el señor de Córdoba que no sabe hacer la «o» con un canuto les ha facilitado para dilapidar en tonterías y aldeanismos todos los millones de euros posibles y probables. Los catalanes no son amigos del derroche y el ridículo, y el castigo electoral se veía venir, aunque quizá, no tan contundente. Quien no tenga la fortuna de conocer Cataluña, podría pensar, por la política desarrollada por estos tres desdichados partidos, que aquello es un pueblo, cuando en realidad, es un prodigio de inteligencia, nervio, creatividad y riqueza. La imagen del «Tripartito» –en correcto español habría de escribirse y decirse Tripartido–, ha superado con creces el límite grosero de la gamberrada. Detallar o relacionar los errores políticos, sociales y económicos de este grupo de aprovechados merece el espacio que se reserva a una enciclopedia.

Pasadas las elecciones, es de esperar que con el mismo arrojo que Artur Mas ha demostrado pidiendo a Scarlett Johansson el número de su teléfono móvil, reduzca la intensidad de sus reivindicaciones soberanistas y se convierta en el presidente del Gobierno Autonómico de Cataluña desde una Generalidad renovada y seria. Y sin notarios. Existen muchas probabilidades de que su comodidad en la gobernación dependa de los injustamente tratados como apestados. Y Carod-Rovira, que se quede con la lanza, que algo es algo.


La Razón - Opinión

ETA: obstáculos y responsabilidades. Por Rogelio Alonso

«Es necesario prescindir de elucubraciones sobre un final de ETA del que se desconoce el momento en que se materializará, y que, por tanto, reclama paciencia y constancia en la firme aplicación de la política antiterrorista».

LA polémica sobre el final de ETA evidencia la enorme responsabilidad que políticos y formadores de opinión tienen en la materialización de ese horizonte. Tanto destacados políticos —entre ellos el propio presidente del Gobierno— como influyentes medios de comunicación han alentado erróneas interpretaciones sobre las intenciones de un movimiento terrorista en el que Batasuna sigue aceptando sumisa la disciplina de ETA. Aunque es cierto que el elevado coste que el terrorismo le supone al partido ilegalizado ha generado tensiones con la banda, la adhesión a ETA se mantiene, sin que la continuidad del terrorismo haya sido cuestionada de manera genérica. Las diferencias en torno a la utilidad del terrorismo resultan ser más bien de conveniencia táctica, constituyendo todavía un elemento fundamental de la estrategia terrorista cuya completa desaparición Batasuna evita plantear. Sin embargo, algunos periodistas y políticos han aceptado la propaganda terrorista trasladando una imagen distorsionada de las verdaderas intenciones de ETA y Batasuna. Así ha ocurrido al dar crédito una vez más a las interesadas manifestaciones de dirigentes que vienen escenificando una aparente pero inexistente separación de la organización terrorista.

Con manifiesta torpeza y ausencia de responsabilidad profesional se ha dado credibilidad a las declaraciones de terroristas que no dejan de recurrir a la propaganda para intentar aliviar la profunda crisis en la que se encuentran. Como si el rigor profesional no obligara a desconfiar de fuentes tan interesadas, se han llevado a primera página opiniones del entorno de Batasuna que además han encontrado respuesta por parte de actores democráticos. De ese modo, al ensalzarse la supuesta novedad de una simulada oposición a ETA en el caso de que volviera a matar, se ha manipulado el debate sobre su final. Por un lado se ha ignorado que las fórmulas verbales de distanciamiento con ETA no son una novedad y que en el pasado nunca han sido incompatibles con la sumisión de Batasuna a los dictados terroristas: en 1999 los representantes políticos de ETA firmaron un pacto de legislatura en el que «reiteraron» su «apuesta inequívoca por las vías exclusivamente políticas y democráticas para la solución del conflicto»; en 1998 Otegi aseguraba que «si ETA tuviera la tentación de emplear la violencia para imponer un modelo político y social, seríamos los primeros en denunciarlo».
Al mismo tiempo, se ha ignorado que las declaraciones provenientes del entorno radical asegurando su presencia en las elecciones en absoluto confirman una negociación entre el Gobierno y Batasuna. Diversos son los factores que pueden explicar la lógica desconfianza hacia el Gobierno en esta cuestión, pero ninguna la evidencia irrefutable que confirme que se ha vuelto a incurrir en el error de la primera legislatura de Zapatero. Sin embargo, la tergiversación de las motivaciones terroristas y la publicidad que han recibido sus pronunciamientos han incrementado las sospechas. El precedente de la anterior negociación, negada en público mientras se realizaba en privado, favorece la desconfianza, obligando al Gobierno a redoblar sus esfuerzos para que su declarado compromiso con una política antiterrorista de firmeza cobre mayor credibilidad.

Con este fin el discurso gubernamental podría fortalecerse si enfatizara con claridad principios fundamentales de una política en la que no debe haber el menor atisbo de concesiones a Batasuna, siendo precisamente esta negación de expectativas de éxito la que estimula el final de ETA. Oportuno resultaría subrayar que la ilegalización de Batasuna no puede eludirse con meras fórmulas verbales, por muy contundentes que aparenten ser. Como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos constató en 2009, la ilegalización no obedece únicamente a la negativa de condenar el terrorismo, que también, sino al hecho de que Batasuna ha incitado a recurrir a la violencia, ha propuesto un proyecto político que no respeta las reglas democráticas, y ha perseguido la destrucción y el desprecio de los derechos y libertades que la democracia reconoce.

A la luz de dicha sentencia, no es exagerado pensar que solo en un contexto en el que ETA haya desaparecido por completo podrá considerarse si es posible la participación en democracia de una nueva formación independentista que condene el proyecto político ilegalizado. La gravedad de los actos perpetrados durante décadas exige una intransigencia democrática imprescindible para garantizar que la violación de derechos humanos no reporte beneficios políticos. El pragmatismo político, que a menudo se utiliza para justificar medidas de tolerancia hacia Batasuna en la creencia de que solo así llegará el final de ETA, es precisamente el que aconseja lo contrario, o sea, una política de tolerancia cero contra el terrorismo y la ideología que lo alimenta. Si el Estado admite a Batasuna en el sistema sin la desaparición de ETA, perderá su mejor baza para lograr el final del terrorismo. Las dinámicas terroristas demuestran que si Batasuna obtuviera su legalización mientras mantiene la presencia coaccionadora de ETA, se desincentivaría la renuncia a la amenaza de violencia, pues habría resultado útil. Otras experiencias terroristas confirman que la erradicación del terrorismo se ha visto obstaculizada por la disposición de actores democráticos a recompensar cesiones que fueron presentadas como necesarias para la finalización de la violencia, pero que, en cambio, reforzaron un relato legitimador de la misma asegurando su perpetuación.

De ahí que, al plantearse el fin de ETA, la categórica negativa a aceptar la impunidad de los crímenes terroristas, en el presente o en el futuro, emerja como otra importante exigencia. Constituye además un útil factor para reforzar la confianza mutua entre el Gobierno y la oposición. Las sospechas, algunas razonables, otras infundadas, sobre la repetición del diálogo entre el Gobierno y ETA dañan el necesario consenso antiterrorista, pero también neutralizan la desmoralización y el desistimiento de activistas que ante la expectativa de una hipotética negociación eluden el abandono del terrorismo debido a las dificultades personales que entraña. El Gobierno, a pesar de la determinación y eficacia de su política antiterrorista desde la ruptura de la negociación, debería ser consciente de su déficit de credibilidad a causa de aquella iniciativa que ninguna autocrítica ha motivado. En este sentido, ilustrativo resultaba el comentario de Gara días atrás: «Después de que delegaciones de la izquierda abertzale hayan hablado con partidos y directivos de medios de comunicación del Estado, sale el portavoz parlamentario del PSOE diciendo que “no hay que reunirse bajo ningún concepto con Batasuna”».

En estas circunstancias es necesario prescindir de elucubraciones sobre un final de ETA del que se desconoce el momento en que se materializará, y que, por tanto, reclama paciencia y constancia en la firme aplicación de la política antiterrorista. La incuestionable debilidad de ETA no es sinónimo de una inmediata desaparición del terrorismo, constatación que exige de políticos y formadores de opinión una mayor responsabilidad en su tratamiento. El interés táctico de Batasuna por eludir los costes de la violencia y por rentabilizar la especulación sobre el final de ETA seguirá motivando argucias propagandísticas con las que los representantes políticos de los terroristas intentarán provocar fisuras en la política antiterrorista que les ha llevado al límite de su derrota. El desprecio de esas tácticas y la inequívoca adhesión a una exigencia innegociable, como la desaparición de ETA, sin ningún tipo de impunidad o de privilegios para Batasuna constituyen la mejor respuesta para evitar obstáculos en el final del terrorismo.


Rogelio Alonso, Profesor de Ciencia política de la Universidad Rey Juan Carlos.

ABC - Opinión

Rajoy se explica

El PP decide mostrar algunas cartas sobre sus planes de gobierno a riesgo de perder apoyos.

Desde que los cambios en el Gobierno han animado las alicaídas filas socialistas, el PP ha modulado algo su inflexible decisión de moverse lo menos posible: ha sustituido a Zapatero por Zapatero-Ru-balcaba, ZR, como objetivo de sus ataques; y ha deslizado algunas pistas sobre lo que hará si gana las elecciones. Rajoy ha elegido una entrevista con este periódico para avanzar que su modelo de programa contra la crisis se parecerá al de Cameron y se ha referido a algunas leyes aprobadas en estos años que se propone cambiar si tiene mayoría.

La estrategia de la inmovilidad parte de la constatación de que la ventaja que las encuestas dan al PP se debe menos a un trasvase de votos hacia los conservadores que a la desmovilización del voto de centro-izquierda, tentado por la abstención. Y a la evidencia de que las medidas de ajuste impuestas por la crisis hacen perder votos a chorros a quien las propone. Cameron perdió puntos en las encuestas cuando adelantó algunas, y eso que evitó concretar su alcance, que resultó más drástico de lo previsto.


Pero la acusación de que carecía de otro programa que el "Váyase, señor Zapatero" ha acabado por afectar a un punto débil de Rajoy: su escasa credibilidad. No es solvencia lo que transmite cuando habla de economía y su especialista en la materia, Montoro, no es desde luego comparable a un Rodrigo Rato, por ejemplo. En la tesitura de elegir entre la acusación de carecer de programa contra la crisis y la de tenerlo pero ocultarlo, ha optado por desvelar algunas propuestas en términos bastante genéricos.

Así, critica que Zapatero haya centrado los recortes en salarios de los funcionarios, obra pública y pensiones, pero no dice de dónde recortaría él, dado que asume la prioridad de reducir el déficit. Y apenas roza el dilema (eje del debate en todos los países) entre esa prioridad y la de mantener los estímulos a la recuperación; dice que una bajada de impuestos puede producir más ingresos, pero Cameron subió el IVA nada más llegar a Downing Street.

En materia de derechos sociales, Rajoy dice que corregirá la ley del aborto, que tiene recurrida, en lo relativo a si las menores deben tener la última palabra en la decisión. No le gusta que se llame matrimonio a la unión entre personas del mismo sexo, como también opinó el Consejo de Estado; pero en lugar de decir que aceptará lo que al respecto decida el Tribunal Constitucional, que deberá pronunciarse sobre el recurso presentado por el PP, se reafirma en su decisión de modificar la norma, lo que ya ha provocado quejas en sectores de su partido.

Es un ejemplo de lo que hasta ahora ha tratado de evitar el PP: tener que concretar medidas que, sobre todo en materia económica, pero no solo, pueden demostrar que, si gana, hará recortes más drásticos que los que han hundido al PSOE en las encuestas. Lo que podría despertar a una parte del electorado socialista.


El País - Editorial

La realidad del "jamás, jamás" de Zapatero

Quien mejor ha dejado en evidencia que utiliza la "paz" de los terroristas en beneficio de su gobierno fue el propio Zapatero al señalar, en El País, que "el proceso de paz", tras la retirada de tropas de Irak, era el "mayor acierto de su mandato".

Si hace una semana tuvimos que recordar la realidad de lo que el portavoz del PSOE, José Antonio Alonso, tuvo la desfachatez de considerar "inimaginable" –esto es que un partido democrático tuviese contactos con los proetarras– hoy nos toca hacer lo propio ante unas no menos hipócritas manifestaciones en las que Zapatero ha asegurado que "jamás, jamás" ha utilizado el terrorismo "desde una perspectiva política, de interés partidista".

Para empezar, hay que tener una inmensa caradura para que alguien que llegó al poder el 14-M de 2004, haciendo frente común contra el PP con los autores del 11-M, con la excusa de que eran islamistas y no etarras sus autores, nos venga ahora diciendo que nunca ha utilizado políticamente el terrorismo en su beneficio. Aquella fue la mayor y más descarada utilización que, en beneficio de los terroristas y en beneficio de su partido, haya hecho un dirigente político de un atentado en la historia reciente del mundo democrático. No hay que extrañarse que, ante tan vomitivo comportamiento, organizaciones islamistas de todo el mundo instaran a los gobiernos aliados a seguir "el ejemplo Zapatero", ni que la organización terrorista ETA tardara nada en pedir públicamente al recién llegado "gestos para Euskalherria tan valientes como los dados en Irak".


Pero dejemos de lado a los galgos y fijémonos en los podencos, no sea que Zapatero diga que su "jamás, jamás" se refiere exclusivamente al terrorismo etarra, como, de hecho, así ha sido al tenor literal de sus palabras de este martes. Pues bien, nos llevaría varios editoriales reproducir los tratos de favor que el Bobierno de Zapatero ha hecho a ETA –colar a los proetarras de ANV y PCTV; prometerle que "todo tendrá cabida, tenga el alcance que tenga"; votación favorable a la negociación en Estrasburgo; resolución no derogada favorable al fin dialogado de la violencia"; prometer "un cambio jurídico-político" en el País Vasco o dar "una salida a los presos"–, todo ello sin más objetivo que ganarse un anestésico electoral y encubrir con los ropajes de la "paz" sus alianzas con los separatistas.

Si Zapatero jamás, jamás se ha "posicionado en la lucha contra ETA en una perspectiva política, de interés partidista", ¿por qué no salió el pasado 25 de julio a desmentir al periodista de El País que, en la entrevista que en esa fecha le hizo, afirma que "en octubre de 2005, 14 meses antes de la bomba en la T-4 de Barajas, el presidente anunció a los representantes de los sindicatos y de la patronal que antes de esas navidades iba a acabar con ETA y que ese triunfo le aseguraría la reelección dos legislaturas más"?

Pero, ¿cómo iba a desmentirlo, si quien mejor ha dejado en evidencia que utiliza la "paz" de ETA en beneficio de su Gobierno es el propio Zapatero al señalar, en esa misma entrevista, que "el proceso de paz", tras la retirada de tropas de Irak, era el "mayor acierto de su mandato"?

Más recientemente, ha sido el secretario general del PSOE, José Blanco, quien afirmaba que "el Gobierno está a punto de acabar con ETA", no sin antes dejar de afirmar que "el PP tiene un capitán que marca el rumbo de una tercera derrota en las elecciones generales, y nosotros tenemos un capitán que nos ha llevado a dos victorias, y no hay dos sin tres".

Finalmente, y por mucho que Zapatero diga ahora que "no debemos, igual que el Gobierno no pretende hacerlo, abrir debates entre nosotros, entre los demócratas", tenemos que recordar que fue su propia y reciente valoración positiva de las declaraciones de Otegui la que reforzó la tesis de que el gobierno volvía a las andadas. Zapatero aun ha tenido la caradura de decir que cuando valoró las proclamas batasunas, "lo primero que dije es que eran insuficientes". Eso es lo grave. Que el calificativo más duro que se le ocurre al presidente del gobierno ante las nauseabundas declaraciones en las que Otegui se sigue negando a reconocer el carácter criminal de ETA es que son "insuficientes". Eso, para renglón seguido, decir que "no caerán en balde".

En conclusión, que Zapatero podrá hacer uso de la mentira tanto como lo requieran sus inconfesables y renovados apaños con los "hombres de paz". Pero que tenga claro que no se puede engañar a todos, todo el tiempo. Eso, jamás, jamás.


Libertad Digital - Editorial

Obama ante el juicio de las urnas

Dos años después de su histórica victoria, Obama ha generado desencanto a sus compatriotas por su intervencionismo.

POCO tiene en común el Barack Obama que se enfrenta hoy a las urnas con el que lo hizo el 4 de noviembre de 2008, logrando una victoria electoral de proporciones históricas. No hay un solo sondeo que haya logrado, hasta ayer, amortiguar el deterioro de la imagen del presidente, del que sus compañeros de filas han huido durante esta campaña como de una plaga bíblica.

Frente a esta evidencia, se ve con frecuencia en los medios de comunicación españoles el fácil recurso a la descalificación de los movimientos políticos que han logrado galvanizar la campaña electoral. Destacadamente al «Tea Party», habitualmente caracterizado como un movimiento de ultraderecha. ¡Qué fácil es la argumentación con etiquetas! Suponiendo que fuese cierto que el gran galvanizador electoral anti- Obama haya sido un movimiento de ultraderecha, habría que preguntarse qué se ha hecho mal en los últimos dos años para que ese movimiento haya surgido de la nada. Por qué tres meses después de que Obama presentara su primer presupuesto empezaron a surgir como setas convocatorias a «tea parties» por toda la Unión, denunciando el incremento del gasto público en un 8,4 por ciento y la predisposición del Gobierno federal a dar subsidios a grandes empresas. Es decir, un movimiento libertario —según la terminología anglosajona, liberal para nosotros— que en nada amenaza los sólidos fundamentos de la gran república norteamericana.

Es cierto que el movimiento del «Tea Party» —que el Partido Republicano ha logrado cautivar a pesar de que ello haya costado el puesto a muchos republicanos de línea oficialista— ha resultado una plataforma idónea para muchos demagogos y radicales que tienen larga vida en la política norteamericana. Mas en nada hay que confundir su papel con el fondo de la cuestión que está en juego. Y esa es que, dos años después de su histórica victoria, Obama ha generado desencanto a sus compatriotas por su intervencionismo, por su empeño en gobernar contra la voluntad manifiesta de los norteamericanos —como demostró con la imposición de su reforma sanitaria— y por su falta de voluntad para atender los mensajes contrarios a su política que el electorado le ha transmitido hasta ahora.


ABC - Editorial