viernes, 1 de octubre de 2010

Huelga general. La administración del fracaso. Por Agapito Maestre

El 29-S se deslegitimó, una vez más, una sociedad concebida corporativamente y emergió en su lugar el poder de autodeterminación de los ciudadanos que consiguieron liberarse de las presiones violentas de los "sindicatos".

El fracaso de la huelga del 29 de septiembre tiene cientos de interpretaciones. Una es obvia. Elemental es que el trabajo, cualquiera que sea la noción de trabajo que tenga un individuo políticamente desarrollado, o sea un ciudadano libre en una sociedad plural, es demasiado importante y compleja para dejarla a merced de los dictados de CCOO y UGT. La corporativización fascista de la sociedad, máxima aspiración de los sindicatos que han convocado el paro, tiene en la idea de trabajo de los españoles demócratas un serio límite. Pocos españoles, en efecto, se dejaron embaucar el día 29 por el cuento de que CCOO y UGT son una parte, una corporación, decisiva de la sociedad española. Falso.

Estos sindicatos no representan ni poco ni mucho al mundo del trabajo. No representan nada en absoluto la idea del trabajo que pueda tener un trabajador por cuenta ajena o por cuenta propia en el actual capitalismo. Jamás comprenderán qué es un trabajador autónomo o un desempleado y menos todavía que en el nuevo capitalismo, con todos sus defectos y virtudes, la concepción del trabajo ha cambiado radicalmente. La rutina la predicción de una carrera, la adhesión inquebrantable a una empresa y el trabajo estable hace tiempo que desaparecieron en un mundo de empresas estructuralmente dinámicas y de imprevisibles reajustes de plantillas.


El contraste entre el mundo del trabajo antiguo, casi en vías de desaparición, de organizaciones jerárquicas rígida por un lado, y el nuevo mundo de empresas en cambio y crecimiento permanentes por otro, es algo que no sólo han entendido estos sindicatos, sino que se oponen a él como el avestruz. Estos sindicatos, en el mejor de los casos, sólo representan a sus mandos, jefes y vicarios del poder socialista. CCOO y UGT no agotan, y es la primera consecuencia del fracaso de estos sindicatos, ni de lejos el mundo del trabajo por cuenta ajena.

No entiendo, por lo tanto, por qué la patronal CEOE, después del 29-S, ha hecho un llamamiento a esos sindicatos para seguir negociando. Falso. En mi opinión, ni esos sindicatos representan a los trabajadores españoles ni la "patronal" CEOE representa a los trabajadores por cuenta propia. El fracaso de esta huelga ha vuelto demostrar que las sociedades democráticas no pueden ser reducidas a corporaciones fijas y estancas. No hay una sociedad dividida en cuerpos de trabajadores por un lado, y empresarios por otros, sino individuos que se agrupan para defender intereses. Los ciudadanos españoles no están dispuestos a ser clasificados ni como animales de cargas ni en corporaciones fascistas.

El 29-S se deslegitimó, una vez más, una sociedad concebida corporativamente y emergió en su lugar el poder de autodeterminación de los ciudadanos que consiguieron liberarse de las presiones violentas de los "sindicatos".


Libertad Digital - Opinión

Tras la huelga que no fue. Por José María Carrascal

El concubinato que el Gobierno y los sindicatos han mantenido se ha roto en mil pedazos con la huelga del 29-S.
ESTAMOS como antes de la huelga, sólo que peor. Tres mil millones de euros más pobres, una calificación más baja de nuestra deuda, los sindicatos asegurando que fue un éxito y el Gobierno hablando de «luz al fondo del túnel». O sea, lo que hemos venido viviendo durante los dos últimos años, mientras la economía se desplomaba, el paro crecía y la confianza se evaporaba.

Hace falta tener mucha cara o muy poco seso para considerar esta huelga un éxito cuando ha sido el más rotundo de los fracasos. Los españoles hicieron huelga a la huelga, y los que no la hicieron fue por impedírselo los piquetes o por decisión de las empresas sobradas de stocks, como la automovilística, que saludaron el paro de sus cadenas de montaje como una bendición. El resto pasó de ella.

De lo que no se puede pasar es de la realidad. Una realidad más dura que nunca, como unas perspectivas cada vez más negras. El paro va a seguir subiendo —lo que advierte que la reforma del mercado laboral no funciona—, la calificación de nuestra deuda, bajando —señal de que la desconfianza internacional hacia España continúa— y el Gobierno seguirá adelante con su plan de ajuste, prueba de que el objetivo de la huelga —detener ese plan— no se ha conseguido.


El próximo campo de batalla será la reforma de las pensiones, centrada en el retraso de la edad de jubilación. Los sindicatos ya han dicho que están en contra. Zapatero les dice que le gustaría complacerles, pero que no puede. Se lo impiden Bruselas y los mercados. ¿Qué van a hacer? ¿Declararle otra huelga general? Pues, por ese camino, lo que van a conseguir de victoria en victoria es su derrota total. Y la de Zapatero con ellos, así que mejor que se lo piensen dos veces. Lo más que pueden conseguir de él en estas circunstancias es que prolongue el subsidio de paro a los que ya se les ha acabado. Es decir, prolongar su agonía y la nuestra, pues estamos todos en el mismo bote.

Ese matrimonio de conveniencia, ese maridaje de intereses, ese concubinato que Gobierno y sindicatos han venido manteniendo durante los últimos seis años se ha roto en mil pedazos con la huelga del 29-S. Los intereses de Zapatero —mantenerse en el poder a toda costa— y los de Méndez y Toxo —mantenerse al frente de los trabajadores con empleo fijo, mientras los eventuales y los parados se multiplicaban— marchan ahora en rumbo de colisión. La huelga ha dejado al descubierto la desnudez de los tres, su incapacidad, su desorientación, sus vergüenzas. Mejor dicho, no ha sido la huelga, han sido los españoles que decidieron el miércoles ir a trabajar, que es lo que el país necesita y no encuentra.


ABC - Opinión

Punto final. Por Alfonso Ussía

Punto final al tostón de la presumible y ficticia huelga general. Un fracaso absoluto. «Democrática y constitucional» según Méndez y Toxo. Si esta cosa con pretensión de huelga ha triunfado en algún sector, ha sido gracias a los piquetes violentos, a los matones, a los contratados para impedir el derecho al trabajo. Y eso no es democrático y menos aún, constitucional. Analfabetismo puro o cinismo polisémico. En donde no han llegado los piquetes, total normalidad. Por todo ello, un chasco de fiesta. ¿Quién ha pagado los gastos? ¿De qué caja han salido los millones que han cobrado los piqueteros? ¿Y los carteles, los altavoces, el montaje final y demás vainas? Los que no hemos hecho huelga. Es decir, el ochenta por ciento de los contribuyentes.

He paseado con parsimonia por mi barrio. Ningún comercio cerrado. A un grupillo de piqueteros la gente los ha insultado. No con crudeza ni grosería. Simplemente han sido señalados como vagos, gandules, carotas y otras pequeñas lindezas. La propietaria de un comercio ha firmado una inteligente síntesis: «Estos vagos sólo trabajan un día cada tres o cuatro años para impedir que trabajen los demás».


Para mí que Méndez y Toxo, por mucho que celebren la gamberrada, se sienten hundidos. No se puede convocar una huelga general contra los suministradores del dinero. Y lo lamento profundamente por Rubalcaba. De haber puesto algo más de interés, los piquetes madrugadores no hubieran conseguido sus nada democráticos ni constitucionales objetivos. Sucede que el Gobierno y los sindicatos son familiares, y contra la familia no se actúa. Ha dicho el Presidente del Gobierno que deseaba respetar el derecho a la huelga y el derecho al trabajo. El segundo derecho no se ha respetado ni en la industria, ni en el transporte urbano colectivo.

Y al final, a la Puerta del Sol, qué casualidad. Allí se ubica la presidencia de la Comunidad de Madrid, qué casualidad. Y la presidenta de la Comunidad de Madrid, democrática y constitucionalmente elegida, ahora sí, por los madrileños, se llama Esperanza Aguirre, qué casualidad. Todo muy casual, muy coincidente, muy sospechoso. Pero los manifestantes estaban cansados. Eran los mismos, reunidos, que formaron los piquetes. Muchos de ellos, cansados y con un sobre agradecido en el bolsillo. El cansancio se nota, como la desilusión. Méndez y Toxo, los grandes responsables del fracaso, los cómplices callados –¡Tres años sin decir ni mú!–, de la desastrosa política social y económica del Gobierno, se sabían vencidos mientras soltaban las bobadas de siempre. Se han gastado por nada y para nada. En UGT y en Comisiones Obreras ya han principiado las conspiraciones. Sus puestos son muy apetecidos y apetecibles. Y cuando pase la falsa euforia, llegarán las críticas sinceras y las amarguras propias del chasco. Punto final a la huelga general. ¡Qué rollo!


La Razón - Opinión

Huelga. Zapatero busca un bálsamo. Por Cristina Losada

La traición de ZP consiste en haber sustituido el discurso sentimental asociado a una política económica de izquierdas por aquel que, bajo el signo de la austeridad, se vincula a la derecha.

Al contrario que Felipe González, su sucesor ha usado guante de seda con la huelga general. El primero no ocultó su enfado ante las cuatro que le cayeron, sobre todo, en la del 88, que a un paso estuvo de provocar un cisma familiar. En aquella etapa de ostentoso poderío, las protestas sindicales se despacharon oficialmente como fracasos. El contraste con la reacción gubernamental al 29-S es, pues, total. Ni asomo de acritud, ni un mísero reproche. El Gobierno se ha mostrado comprensivo, efusivo y amistoso. No ha querido dar cifras de seguimiento que pudieran molestar y el día después, De la Vega se retrataba junto a Méndez provista de una sonrisa profidén. Hízose la huelga, es decir, la gran putada, y aquí paz y después gloria. Tan amigos.

La actitud conciliadora del Gobierno resulta indicativa del frágil equilibrio de fuerzas del que depende Zapatero cuando ya ha tomado cuerpo la perspectiva de una cuantiosa pérdida de poder. Quedar a la intemperie es el destino que más teme un partido y no digamos sus dirigentes, que ven llegar, inexorable, el tiempo de la matanza pendiente. De ahí que el camino de la salvación posible transcurra por el intento de rehacer las relaciones con los grupos que pastorean a un rebaño en trance de dispersión. Todo un peligro ése, dado que Zapatero logró sus triunfos electorales al aglutinar en torno suyo a cuantos se identifican con la izquierda, incluido ese segmento volátil, minoritario, pero decisivo.

Curioso, irónico, que sea la economía la que haya abierto una brecha entre los que fueron activos y fieles sustentadores del zapaterismo. Y es que no encumbraron a Zapatero por su alternativa económica, prácticamente inexistente. Lo idolatraron por una retórica que revalorizaba la marca "izquierda" y una política de confrontación con la derecha, de hermanamiento con el nacionalismo y de beligerancia con los valores tradicionales. La economía les traía al fresco, como al propio presidente hasta hace poco. Y sospecho que nada ha cambiado en ese punto. No les incomodan la incompetencia y los engaños, ni el paro, la recesión, el déficit y todo ese galimatías. La traición de ZP consiste en haber sustituido el discurso sentimental asociado a una política económica de izquierdas por aquel que, bajo el signo de la austeridad, se vincula a la derecha. Veremos qué bálsamo, si alguno, dispensa para tal herida.


Libertad Digital - Opinión

Paleosindicalismo. Por Ignacio Camacho

Ese sindicalismo piquetero, apegado a un viejo cliché industrialista, es casi un anacronismo social.

LO que importa no es tanto el fracaso de la huelga como el fracaso del modelo. Ese paleosindicalismo piquetero, vociferante, apegado a un viejo cliché industrialista, es un anacronismo en la moderna sociedad laboral. Tiene un problema importante de afiliación —15% en el sector privado— y de representatividad, y funciona apegado al imaginario obrerista del siglo XX. No ha conseguido integrar a los autónomos ni se preocupa por los desempleados, vive de fondos públicos, abusa de sus prerrogativas y mantiene una rancia identidad ideológica cercana al viejo concepto de las correas de transmisión de los partidos de la izquierda. La propia idea de la huelga general constituye un recurso en declive que los sindicatos no han sabido ver. El jueves lograron parar, aunque a base de piquetes, la industria y la construcción pero se les fue vivo el sector terciario: los servicios, el comercio, la hostelería, que son la clave del PIB nacional. A la Administración y el funcionariado, donde las centrales tienen su mayor porcentaje afiliativo, los habían quemado con la huelga fallida de junio. Y en su burbuja ensimismada no sólo se olvidaron del teletrabajo sino de que internet y las redes sociales pueden retratar en directo el paisaje social de una jornada como ésa: las imágenes de la coacción violenta han destruido la mitología del paro con el demoledor testimonio en tiempo real de una barbarie inaceptable en plena democracia.

Lejos de hacer autocrítica de ese bucle obsoleto en que andan encerrados, los dirigentes de UGT y Comisiones cerraron la huelga con un lamento victimista sobre su maltrecha imagen pública, y tuvieron la osadía de deslegitimar al Parlamento como fuente de representatividad… ¡en el cuarto país con más baja afiliación sindical de Europa! La gente les ha dado la espalda ignorando su órdago más potente y ellos persisten en una rancia retórica pancartera. Están defendiendo su statu quoen vez de aplicarse a la puesta al día de un modelo que exige una refundación urgente. Se enrocan ante las críticas como vestales de un derecho que nadie ha cuestionado; no es el fuero sindical ni su papel constitucional lo que está bajo sospecha, sino la forma en que ellos lo han convertido en un modo de vida ajeno a la necesaria función de interlocutores sociales. Zapatero, que se ha permitido el lujo de concederles un empate político donde ellos sólo han cosechado una derrota, que los trata con condescendencia por proximidad ideológica y por mala conciencia respecto a sí mismo, ha sido sin embargo el encargado de poner de manifiesto su irrelevancia. Ha pasado del proteccionismo al ajuste duro sin encontrar más respuesta que un paro malogrado que desacredita a sus convocantes. Y está mucho más preocupado por la oposición parlamentaria que por la sindical. Él sí sabe que los Gobiernos no caen por huelgas generales, sino por elecciones generales.

ABC - Opinión

Presupuestos bajo mínimos

Presentar en el Congreso los Presupuestos Generales del Estado al día siguiente de una huelga general ya ofrece una idea de por dónde van las cuentas públicas del año próximo. Pero hacerlo, además, el mismo día en que el Banco de España diagnostica un debilitamiento de la actividad económica y la agencia de calificación Moody’s rebaja la calidad de la deuda española disipa las pocas dudas que hubiera sobre la naturaleza restrictiva, de mera supervivencia, de los PGE. Si en el avance proporcionado el pasado viernes por el Consejo de Ministros ya se percibían fuertes recortes en casi todas las partidas, con los datos concretos en la mano aquella primera impresión se ha quedado corta y en exceso generosa. Las cuentas entregadas ayer por la vicepresidenta Salgado son fuertemente regresivas y recortan sin paliativos el gasto social, la inversión productiva y las cantidades destinadas a I+D+i. Es evidente que la columna vertebral de estos Presupuestos es reducir como sea el déficit del Estado, de acuerdo a los compromisos con la UE, y que para ello hay que hacer recortes drásticos, pues el ser humano todavía no ha logrado la cuadratura del círculo. Sin embargo, el empeño del Gobierno por cuadrar sus cuentas se lleva por delante los estímulos a la actividad económica y deja bajo mínimos las inversiones públicas que podrían generar empleo y aportar oxígeno a sectores estratégicos como el de la construcción. Desde luego, es positivo que los gastos de los ministerios se reduzcan en un 15,6%, pero no se puede decir lo mismo de las inversiones reales, que se contraen un 38,3%, investigación civil (-7%) y militar (-17,5%), infaestructuras (-40,7%) e industria y energías (-13,5%). En suma, resulta muy negativo que las actuaciones del Estado en los sectores productivos de la economía caigan nada menos que un 18,9%, porque significa que en vez de reavivar las ascuas de la reactivación se arroja sobre ellas un jarro de agua fría. Y sin crecimiento no hay empleo ni recaudación fiscal, y sin éstos crecen exponencialmente las prestaciones a los parados, la deuda pública, los gastos financieros y, en definitiva, el déficit que se pretende combatir. Éste es el círculo infernal en el que se mueven los Presupuestos del año próximo, por eso da la sensación de que el Gobierno ha arrojado la toalla y ya sólo aspira a sobrevivir un ejercicio más a la espera de que se produzcan varios milagros, entre ellos una fuerte recuperación de la zona euro que tire de España como el socorrista del náufrago y llegar así a las elecciones generales de 2012 con mejores perspectivas que ahora. Las cuentas públicas tienen el sello inconfundible de unos gobernantes que hacen las cosas a medias, como encogidos y a regañadientes. Así han hecho la reforma laboral y así pretenden sobrevivir, ir tirando a trompicones, en vez de afrontar con coraje las grandes reformas estructurales que necesita la economía española para dar el salto: reducción drástica de las Administraciones, de los organismos públicos y de las subvenciones clientelares, reforma educativa, judicial y pensiones, etc. Cuatro años lleva el Gobierno con políticas y presupuestos de cataplasmas: ahí están los resultados.

La Razón - Editorial

Cuentas de emergencia

El Presupuesto busca la estabilidad financiera; es dudoso que sirva al crecimiento y al empleo.

Un primer análisis de los Presupuestos del Estado para el año próximo indica que la reducción del déficit público hasta el 6% del PIB pretende conseguirse, además de con la congelación de las pensiones (salvo las mínimas, que subirán el 1%) y la reducción salarial de los funcionarios, con un recorte radical de la inversión en infraestructuras, nada menos que del 30% en comparación con las inversiones presupuestadas para 2010. Las técnicas de recorte presupuestario indican que ha de actuarse sobre los grupos fundamentales de gasto, en este caso los gastos sociales, los costes de la Administración pública y la inversión pública; son las vías más rápidas para bajar el déficit por la vía del gasto. Y así se ha hecho en los Presupuestos de 2011, en busca de recuperar la estabilidad presupuestaria por etapas, hasta situar el déficit público en el 3% del PIB en 2013.

Ahora bien, la estabilidad presupuestaria tiene contraindicaciones que no está de más recordar. La inversión en infraestructuras actúa como factor de crecimiento económico en periodos recesivos. Con un descenso del 30% difícilmente puede argumentarse que las cuentas públicas de 2011 contribuirán a impulsar un crecimiento del PIB del 1,3% el año próximo. Es más, también es dudoso que el crecimiento supere claramente el 0,5% en 2011. Por tanto, lo que los Presupuestos confirman es que no hay estímulos públicos para incentivar la actividad económica. La agencia de calificación Moody's ha justificado precisamente la rebaja de calidad de la deuda española desde triple A a AA1 en las débiles perspectivas de crecimiento de la economía española. Y el Banco de España acaba de informar de que la recuperación económica, incipiente en el segundo trimestre, se ha debilitado en julio y agosto.


A lo que más se parecen las cuentas de 2011 es a un presupuesto de emergencia. Bajo la consigna general de que el déficit debe reducirse imperativamente, todos los ministerios sufren recortes de importancia. El sueño de fundamentar el crecimiento en actividades más competitivas y de superior valor añadido queda pospuesto para mejor ocasión (la dotación para I+D+i cae el 7%) y las políticas de reforma educativa, lo mismo (8,1% menos de presupuesto, cuando la educación es el factor fundamental para aumentar la productividad y los salarios reales), mientras que se dispara la partida para financiar la deuda pública (sube el 18%).

Un debate parlamentario riguroso sobre el Presupuesto debería plantear al menos la duda sobre si las prioridades en los recortes del gasto son las adecuadas o si es posible reducir el déficit con otras políticas que salvaguarden la inversión en educación e infraestructuras a cambio de suprimir unidades administrativas, imponer un recorte drástico del gasto de las autonomías, reducir casi a cero los gastos fiscales y limitar el fraude fiscal. Pero estas políticas requieren un esfuerzo de negociación y capacidad persuasiva que el Gobierno no está en disposición de hacer y la oposición ni sabe ni quiere intentar.


El País - Editorial

La deuda de ZP nos devora

Puede que, como pronostican los más optimistas del lugar, ZP se vaya en 2012 y el PSOE no vuelva a gobernar en 30 años. Pero desde luego su ruinosa herencia perdurará durante muchas décadas. De aquí a las generales todavía pueden empeorar mucho las cosas.

Sindicatos y Gobierno son expertos en falsificar la realidad. Los primeros no se avergonzaron de repetir ayer que su fracasada huelga había sido todo un éxito; se siguen proclamando represantes indiscutibles de la "clase trabajadora" y, por tanto, piensan continuar sometiendo a nuestro mercado laboral a unas rigideces tales que en apenas tres años nos han llevado a alcanzar la delirante cifra de casi cinco millones de parados. El segundo ha estado toda una legislatura mitiendo abiertamente sobre los presupuestos, inflando la cifra de ingresos e infravalorando la de gastos, lo que nos ha conducido a acumular año tras año uno de los mayores déficits públicos del mundo.

Tal ha sido el desastre del Ejecutivo de Zapatero que si en 2007 podíamos vanagloriarnos de gozar de una solvencia mayor incluso que la de Alemania, hoy padecemos una humillación tras otra por parte de las agencias de calificación. Si Standard & Poor’s y Fitch ya nos habían rebajado hace meses nuestro rating crediticio, ayer fue Moody’s, la agencia que más se resistía hasta la fecha a reducirlo, quien ya no tuvo más remedio que admitir lo que para todos los operadores de mercado era un clamor: que nuestro país se acerca peligrosamente a un muy delicado escenario en el que le será crecientemente complicado hacer frente a sus obligaciones.


Es cierto que la rebaja por parte de Moody’s no ha sido sustancial y que, para sus estándares, el Reino de España todavía sigue siendo muy solvente. Pero no olvidemos que las agencias de calificación son un oligopolio privado –no están abiertas a la competencia– que fracasó estrepitosamente a la hora de anticipar el riesgo real de impago de la deuda privada en 2007 y 2008. La situación no tiene por qué ser distinta para el caso de la pública.

De hecho, más importante que la degradación de Moody’s es que nuestro diferencial con el bono alemán ya vuelva a situarse a los peligrosos niveles de mayo pasado, cuando fuimos intervenidos de facto por Bruselas, y, sobre todo, que exhibamos un cada vez más estrecho margen para repagar el explosivo endeudamiento público.

Al fin y al cabo, los intereses y los vencimientos de deuda de 2011 coparán un quinto de todo el gasto presupuestario, sin que nuestro endeudamiento se reduzca (pues lo que gasta el Gobierno sigue siendo muy superior a lo que ingresa). Cuando en el futuro debamos reducir el gasto –y tendremos que hacerlo habida cuenta de nuestro enorme déficit– dispondremos de menores partidas que recortar. Ese 20% de gasto financiero es ya una partida intocable, una merma permanente en nuestra riqueza hasta que no volvamos a generar superávits. En otras palabras, la deuda y sus intereses –esto es, los despilfarros pasados de Zapatero– van devorando nuestros presupuestos y pueden terminar por engullírselos por completo.

Con su suicida política manirrota, la izquierda gobernante, tan social y socialista ella, nos está abocando a una situación en la que sólo tendremos dos opciones reales: o suspendemos pagos como país o reducimos drásticamente el resto de gasto no financiero (a saber, educación, sanidad, pensiones, subsidios de desempleo, salarios de los funcionarios...). Incrementar los impuestos no es una opción factible para generar un superávit que nos permita amortizar deuda, por el simple motivo de que nuestro déficit sigue siendo equivalente a toda la recaudación anual de IRPF e IVA juntos.

Cada día que pasa nuestra situación se vuelve más delicada. Los planes E y el resto de absurdos gastos de Zapatero se están convirtiendo en una losa tercermundista para nuestra economía y para nuestro futuro. Puede que, como pronostican los más optimistas del lugar, ZP se vaya en 2012 y el PSOE no vuelva a gobernar en 30 años. Pero desde luego su ruinosa herencia perdurará durante muchas décadas. De aquí a las generales todavía pueden empeorar mucho las cosas; es más, pueden empeorar hasta un punto de no retorno.


Libertad Digital - Editorial

La realidad del día después

Entramos ya en la recta final de 2010 sin atisbo de una inflexión definitiva que ponga a España en la senda de la recuperación real de su economía.

TRAS la rebaja de la calificación de España por la agencia Moody´s y el pesimismo del informe publicado por el Banco de España sobre la evolución económica del tercer trimestre, ni hay margen para que el Gobierno «rectifique» en el sentido que le piden los sindicatos ni estos van a recibir del Gobierno posibilidades reales de «diálogo» sobre pensiones y reforma laboral. La agencia Moody´s ha rebajado la calificación de la deuda española por la debilidad de la recuperación económica, lanzando un jarro de agua fría sobre el discurso oficial del Gobierno, que defiende que la recuperación se está consolidando. El de Moody's no es un juicio de valor infundado, porque coincide con los datos que ha recabado el Banco de España para anunciar que la levísima mejoría de los indicadores económicos del segundo trimestre se ha frenado en el tercero. Las causas eran previsibles, porque se encuentran en el aumento del IVA, la supresión de las ayudas a las compras de vehículos y el recorte a la inversión pública. Mientras los planes de estímulo estuvieron vigentes, la economía española vivió con respiración asistida. En cuanto el Gobierno se ha visto obligado a retirarlos, la situación económica empieza a dar su verdadero rostro. Este es el día después de la huelga del 29-S, un cuadro de crisis que entra ya en la recta final de 2010 sin atisbo de una inflexión definitiva que ponga a España en la senda de la recuperación real de su economía. La huelga ha sido inútil en todos sus propósitos, incluso el de despacharla como un trámite indoloro para el Gobierno, porque la opinión pública ha diagnosticado que detrás de la convocatoria había «tongo» entre el Ejecutivo y las organizaciones sindicales. El amistoso encuentro de De la Vega y Méndez, en una emisora de radio a menos de doce horas de que acabara la jornada de paro, es la fotografía de esta mascarada perpetrada por el Gobierno y los sindicatos el 29-S.

De esta huelga, de estos sindicatos y de este Gobierno no se vislumbra una aportación para dar empleo a los millones que lo buscan, ni para mejorar la confianza de los ciudadanos y de los empresarios ni para sentar las bases de una política económica fiable a medio plazo. Desde luego, no servirán a este fin unos presupuestos generales para 2011, entregados ayer por la ministra de Economía al presidente del Congreso, construidos sobre unas previsiones económicas otra vez contaminadas de optimismo. Unas cuentas para entrar con pocas esperanzas en el cuarto año de la crisis.


ABC - Editorial