domingo, 8 de agosto de 2010

Sainete madrileño. Por José María Carrascal

Zapatero ha armado un buen lío en Madrid, del que veremos cómo sale. Porque no puede echar la culpa al PP.

SUELE definirse a Zapatero como el hombre que crea problemas para intentar después resolverlos. Pocas veces habrá estado más en ese papel como en el sainete de la candidatura a la presidencia de la Comunidad madrileña que estamos presenciando. Porque fue él quien creó el jaleo, al preferir a Trinidad Jiménez sobre Tomás Gómez, que lleva años dando el callo al frente de la oposición socialista en la Comunidad. Nada de extraño su gran predicamento entre sus compañeros, que desconfían de Trinidad, por dejarles plantados tras perder las últimas elecciones municipales. Pero el presidente, fiándose de unas encuestas que nadie ha visto, ha decidido que la candidata debe ser su ministra de Sanidad e incluso citó a Gómez en la Moncloa, para «torcerle el brazo», como llaman los anglosajones a obligar a alguien a hacer lo que no quiere. Al correr la voz, tuvo que anular la entrevista, hasta que Gómez «esté maduro», según fuentes gubernamentales. Esto es, hasta que los pesos pesados socialistas le convenzan de la retirada. Bonita manera de practicar la democracia, pero es la que se estila en los partidos políticos españoles: los candidatos los eligen los gerifaltes, no los afiliados. Está por ver si Gómez resiste las presiones a las que va a ser sometido, pero queda ya claro que las bases cuentan muy poco en el PSOE. Como en el PP, dicho sea de paso.

Aunque más claro aún queda el perfil de Zapatero como gobernante voluble, epitélico, desleal con los demás, convencido de sí mismo, que lo fía todo a la intuición y no reconoce equivocaciones, lo que le lleva a dedicar la mayor parte del tiempo a intentar reparar los errores cometidos y a mentir sin parar. Le ocurrió con la negociación con ETA, con el Estatuto catalán y con la crisis económica, que se negó a admitir. Ahora ha armado un buen lío en Madrid, del que veremos cómo sale. Porque no puede echar la culpa al PP. Aunque es capaz.

Lo más chusco de todo es que ni Tomás Gómez ni Trinidad Jiménez tienen muchas posibilidades frente a una Esperanza Aguirre, con críticos dentro de la Comunidad, pero también con amplio apoyo entre los madrileños por su casticismo. Ante tales perspectivas, cabe preguntarse cómo se ha metido este hombre en tal jaleo, metiendo de paso al partido. ¿Es que quiere hacer un favor a Trinidad Jíménez o es que quiere mandarla al degolladero, por causas que desconocemos? ¿Le cae tan mal Tomás Gómez, un hombre gris, trabajador y de palabra, esto es, lo contrario que él, o quiere convertirlo en un mártir, en un héroe, para ver si a la próxima va la vencida? Con los Maquiavelos de León nunca se sabe. Aunque tampoco nos extrañaría que no lo supiese él mismo.


ABC - Opinión

El primo y la prima. Por M. Martín Ferrand

Gallardón es uno de los muchos nombres que, si el PP decidiera pasar a la acción, podría ganar batallas.

ALBERTO Ruiz-Gallardón es uno de los titanes de la derecha española. Le sobran complejos frente a la izquierda y le falta la audacia que sirve de pedestal a los grandes líderes; pero, visto el patio de la política nacional, es un gigante. Ahora, entregado a la prudencia para no desentonar de su jefe de fila, Mariano Rajoy, sestea al frente del municipio más endeudado de España y es uno de los muchos nombres que, si el PP decidiera pasar a la acción, podría ganar batallas. A Gallardón le sobran fuerzas y malas compañías y, para compensar, anda cortito del garbo que requieren los madriles, una difícil asignatura social y urbana que convierte a la capital de España en algo de difícil inteligencia para quienes proceden, bien sea de Pontevedra o de León, de otros lugares del país.

Cuando el poder del Estado, con riesgos para la Nación, lo ocupa un partido en el que es número uno José Luis Rodríguez Zapatero; número dos, José Blanco y número tres, Leire Pajín —¡tres currículos livianos!— , no deja de constituir despilfarro que un personaje como Gallardón sea poco menos que un estorbo en el partido alternativo; pero eso son los efectos, colaterales y malignos, de una democracia con listas cerradas y bloqueadas que no se perfecciona con la práctica real de la democracia interna en los partidos en presencia. Quizá por eso, entumecido de tanto permanecer agachado, Gallardón nos sorprende de vez en cuando con salidas y gestos que toman razón del Pepito Grillo de Walt Disney y del Repelente niño Vicente de Rafael Azcona.


Ahora, cuando su prima y, tiempo atrás, competidora en la lucha por el Ayuntamiento de Madrid, Trinidad Jiménez, tiene, como La Lirio de Rafael de León, las sienes moraítas de martirio, va el alcalde y rompe un largo silencio para pedirle a los suyos que no ataquen ni ofendan a la ministra de Sanidad que, para bien o para mal, Zapatero quiere quitarse de encima en perjuicio de Tomás Gómez y de las apariencias democráticas del socialismo madrileño.

Del mismo modo que nuestra gran política carece de programas, la pequeña política de lo cotidiano carece de elegancia. Todo en ella son gestos para perjudicar a alguien en función de razones que pocas veces alcanzamos los ciudadanos. ¿Por qué, cuando el PSOE vive uno de sus alborotos familiares, Gallardón rompe su bolígrafo —algo más que una lanza— para proteger a la prima que no quiso seguir frente a él en los plenos municipales? Podría ser que se tratara de darle un pellizco monjil a Esperanza Aguirre; pero eso es poco retorcido, muy elemental, para una cabeza tan compleja como la de Gallardón.


ABC - Opinión

Zapatero en el túnel. Por Germán Yanke

Lo que hunde a Zapatero es su propio demérito, no el mérito de quien podría tomar la iniciativa.

Hace bien el presidente en olvidarse este año de Lanzarote, no sólo por la austeridad esgrimida sino también porque, si quiere sobrevivir, es mejor no relajarse. Ha comenzado las vacaciones con una encuesta del CIS que aleja aún más al PSOE del PP y con una aceptación ciudadana que le coloca por debajo de la que tuvo Aznar en el momento crítico de la guerra de Irak. Pasará unos días en Quintos de Mora, una ironía si se tiene en cuenta que, mientras Obama se suma a la lista de los que exigen a Zapatero más y más reformas, la finca toledana fue el lugar en el que su antecesor sedujo a Bush hasta el punto de ofrecerse a mediar con Putin.

Nadie a estas alturas le pide una «hazaña» similar pero tampoco va a bastarle con preparar las cuentas de 2011. De nada le sirven ya los datos coyunturales de un incipiente crecimiento y un leve descenso del paro. El problema del presidente no se arregla con cifras: si la angustia deja de incrementarse quedan la mala imagen que se ha granjeado por cómo ha encarado la crisis y la desconfianza acumulada. Está en sus horas más bajas y hasta los más partidarios se duelen de una falta de discurso que es gravísima. Gravísima pero no letal, que parece que en política no hay nada tan definitivo.


Por eso, y por el tiempo que media hasta las elecciones, tampoco el PP debería tomarse unas vacaciones largas. Lo que hunde a Zapatero es su propio demérito, no el mérito de quien podría tomar la iniciativa y asentar el hoy previsible triunfo electoral en algo distinto de la pésima percepción del adversario. Se trataría de mostrar el rumbo de que debe tener el túnel para que, al final, se haga la luz y de hacerlo antes de que, por imponderables de la política, que se agrandan cuando el optimismo es tan pasivo como el del PP, los ciudadanos no sepan distinguir si lo que se ve en el túnel es la luz de la salida o el tren que va a terminar por arrollarles.

ABC - Opinión

Cinismo necio. Por Alfonso Ussía

«No queremos una derrota policial de la ETA». Lo dijo Arzallus, el mismo que afirmó en la época más sangrienta del terrorismo vasco que «los de ETA no son criminales, sino gudaris». En la última década anterior a su derrota electoral, con el Gobierno del PNV y el apoyito del comunista Madrazo, la «Ertzaintza» se dedicaba a poner multas, pero no a detener terroristas. Órdenes del siniestro Balza, consejero del Interior. Se escribe con mucho cuidado y temor de la actuación del PNV respecto a la ETA. «Tibieza», «excesiva prudencia», y todas esas tonterías que nacen de los complejos. El PNV ha sido durante décadas el aliado con corbata de los terroristas. Sin los asesinos, el PNV se convertiría –y se convertirá–, en una reunión divertida de falsificadores de la Historia, pero nada más. El informe publicado por el Departamento de Estado de EEUU, en el que se valora y se elogia la eficacia de la lucha antiterrorista del nuevo Gobierno vasco, ha molestado sobremanera a los nacionalistas del PNV. Ha dicho Eguíbar que no sabe en qué se basa dicho Departamento para afirmar tal cosa. Pues en él y en sus palabras y hechos de veinte años hacia acá, entre otras evidencias. Eguíbar, mano derecha de Arzallus, sabe perfectamente en qué se basa el Departamento de Estado de EEUU para emitir su informe favorable. El PNV ha sido la vergüenza de nuestra libertad, porque ha hecho pleno uso y abuso de ella y no la ha permitido en el territorio que gobernaba. Y no hay duda de que los terroristas han sido más libres en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava que los ciudadanos decentes y pacíficos.

El PNV es un partido tronado de nacimiento. Lo parió un tonto. Antonio Burgos escribiría que un tonto con balcones a la calle, y Jaime Campmany que un tonto de la higa. El fundador fue un tonto chocholo, un elemental. Sus «pensamientos» producen risas y carcajadas, y sus hazañas bélicas inventadas carecen de interés literario. El desinterés histórico se da por descontado. El PNV tiene una historia plagada de vilezas y traiciones. Cuando la situación en la Guerra Civil se puso fea, el «Lendakari» Aguirre mantuvo a los «gudaris» en el frente mientras él negociaba la rendición. Unos morían y otros acumulaban fortunas mientras huían al sur de Francia o Inglaterra. Los del fusil luchaban por una Patria Vasca que no había existido jamás, y los de la corbata se alojaban en el «Hotel du Palais», o junto al golf de Chantako. Una guerra durísima para ellos. De los miles de millones de dólares y pesetas que desaparecieron en las provincias vascas nada les llegó a los soldados derrotados y rendidos. Y con esos millones vivieron un exilio dorado algunos, y un retorno a España esplendoroso otros. «Euskadi», como se inventó Arana, se convirtió en su finca. Y con la democracia, el complejo de inferioridad de UCD y la estúpida colaboración del PSOE, fueron fundamentales para que el PNV estableciera un sistema diferente al que la Constitución dotaba a las autonomías. Libertad antes que las ideologías, el PP y el PSE se unieron para quitar del poder a los nacionalistas. Y los resultados, unos años más tarde, no pueden ser más brillantes. El Gobierno de Pachi López lo hace para todos los vascos, no sólo para los suyos. Las víctimas del terrorismo han sido reconocidas y tratadas como merecen. Las ayudas a las familias de los criminales han desaparecido. Y la «Ertzaintza» se ha convertido, al fin, en una fuerza que persigue a los criminales y los detiene. No obstante, Eguíbar no sabe en qué se basan los americanos para decir que en las Vascongadas se ha iniciado el camino de la normalidad. Sólo el principio, pero ya es mucho. Son necios hasta vestidos de cínicos.

La Razón - Opinión

Pobreza encubierta. Por Ignacio Camacho

La soledad urbana del verano les ofrece protección para el pudor social de admitir su desamparo sobrevenido.

EN la ciudad desierta por las vacaciones se les ve acudir a las parroquias, a los centros de Cáritas, a las terminales de esa red de asistencia que ofrece ayuda sin pedírsela al Estado. Visten con decoro pero sus ropas modestas están algo gastadas y sus camisas raídas por los puños o el cuello. La soledad urbana del verano les ofrece una cierta protección para su pudor social, para el desasosiego moral que les supone admitir su desamparo sobrevenido por el desempleo y la crisis. Hombres maduros de pelo canoso que ya no valen una oportunidad en el escaso mercado de trabajo; mujeres casi ancianas que viven solas y a las que ya no alcanza la exigua pensión; matrimonios mayores que vivían del socorro de unos hijos que ahora no pueden detraer dinero de unos ingresos que no cubren la cuarta semana del mes. Buscan discretamente un auxilio económico para pagar la hipoteca, para evitar el embargo, para saldar las deudas con la frutería o el supermercado. Les llaman pobres encubiertos; personas a las que la recesión y el paro han expulsado del bienestar o de la estabilidad laboral y que, sin formar parte de la sociedad excluida ni traspasar el umbral de la pobreza severa, se han quedado sin recursos para sostener una vida digna y cubrir las necesidades a las que en tiempos de prosperidad accedieron a base de un trabajo y un crédito con los que ahora no pueden contar.

Están ahí, camuflados en los eufemismos de las estadísticas, asomando su drama humano por el pico de la EPA, buscando en las organizaciones de caridad la mano que ya no alcanza a ofrecerles el subsidio menguante del Gobierno. Carne de cañón de una crisis cuyas repercusiones financieras a gran escala ocultan millones de dramas individuales: despidos, divorcios, abandonos, quiebras. No hace demasiado tiempo ellos también salían de vacaciones a algún apartamento de la costa; en las rebajas se les veía en los grandes almacenes y los fines de semana llenaban el carrito del híper con bienes de consumo a los que ahora no pueden llegar más que con el apoyo de las redes asistenciales. En invierno merodean con discreción los comedores sociales y entran en ellos cabizbajos junto a inmigrantes sin papeles y mendigos habituales procurando conservar un atisbo de dignidad. Pero en verano se quedan al albur de las ciudades semiabandonadas, sin dinero para encender siquiera el aire acondicionado de sus casas, a merced de una orfandad social más aguda cuanto mayor ha sido su caída por la escalera resbaladiza del confort perdido. En las iglesias les alcanzan de vez en cuando un sobre que cogen con gesto como distraído, tratando de negarse a sí mismos la aceptación del fracaso, y musitan junto a las gracias la vaga expresión de una expectativa de mejora o de suerte. Pero quizá algunos, o muchos de los veraneantes de ahora mismo tengan el próximo estío que llamar a esas mismas puertas de la esperanza.

ABC - Opinión

El legado de Uribe

El presidente colombiano cede el poder tras una gran victoria sobre la guerrilla.

No todos los mandatarios, aunque dispongan de dos periodos consecutivos pueden presumir de que dejan un legado. Álvaro Uribe, sin embargo, sí es uno de ellos. La Colombia que ayer entregó a su sucesor, Juan Manuel Santos, no solo no es la de 2002, sino un país infinitamente mejor en muchos aspectos, seguro de sí mismo, y sólidamente instalado entre las naciones de Occidente. Pero no todo ha sido un éxito. Hay luces, pero también sombras.

Uribe prometió hacer la guerra para asegurar la paz. Se negó a admitir que hubiera negociación política posible con las FARC y, granjeándose el apoyo material de Estados Unidos, le devolvió la capacidad de combate y especialmente el arma de la inteligencia al Ejército nacional. La guerrilla aún es capaz de provocar graves atentados terroristas, pero debe refugiarse en el matorral cuando hace una década asediaba ciudades y ocupaba pueblos. El Estado es de nuevo soberano en su propio país. Un segundo mérito es la desmovilización de 30.000 paramilitares, tan asesinos como los anteriores, pero supuestamente auxiliares en la lucha antiguerrillera. Y aunque su licenciamiento fue algo positivo, también hay que atribuirle el repunte de la violencia por la reconversión de millares de reinsertados en facinerosos de guayabera y no uniforme.


Esa Colombia renovada ha crecido macroeconómicamente, gracias a una intensa captación de inversión exterior, pero sigue estando entre los países de mayor desigualdad de América Latina. Lo verdaderamente grave ha sido la serie de escándalos que han jalonado la presidencia. La lista incluye enfrentamientos con el poder judicial, docenas de legisladores uribistas encausados y una treintena en la cárcel, y, especialmente, los falsos positivos: dos millares de campesinos asesinados por militares que, haciéndolos pasar por guerrilleros, obtenían recompensas y ascensos. Uribe tampoco ha conseguido la paz con sus vecinos. Su último acto fue demandar al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ante la Corte Penal Internacional por la presunta ayuda venezolana a las FARC.

Un presidente que ha buscado, insaciable, un tercer mandato, de estilo autoritario y populista, que no siempre ha favorecido la institucionalidad con su pasión por hablar a la opinión por encima de los partidos y cuerpos de la sociedad, ha desbaratado un sistema político, hoy en urgente necesidad de recomposición. Pero, con sus claroscuros, marca un camino a seguir.


El País - Editorial

Crisis. De ficción no se vive. Por José T. Raga

¿Hasta cuándo? Hasta que se acabe todo lo ficticio, hasta que se termine esta farsa en la que vivimos o, lo que es peor, hasta que nos acabemos nosotros, que ya falta poco.

O al menos no se vive mucho tiempo. Aunque algunos prefieran ignorarlo, el engaño, la ficción, siempre acaba pasando su factura: la factura de la dura realidad. Es más, me atrevo a decir que, tras la ficción, el desastre es mayor y el sufrimiento más cruel, que el que se habría producido si, a su tiempo, se hubiera reconocido la realidad y las personas afectadas por ella, habrían tomado las medidas necesarias para aliviar o incluso superar la dificultad que se avecinaba.

Recuerdo como todos ustedes que los miembros del Gobierno de nuestra nación, especialmente el señor ministro de Industria, anunciaban a los cuatro vientos cómo la crisis estaba cediendo y dejando paso a la recuperación, porque un índice significativo –la venta de automóviles– se estaba recuperando de forma muy acelerada. No era mi tradicional escepticismo, sino el análisis más simplista de la realidad el que me llevaba a afirmar lo contrario.


La razón de la llamada recuperación de la demanda de automóviles no era otra que, de un lado, las ayudas del presupuesto público a la compra de vehículos y, de otro, la entrada en vigor del incremento en el tipo tributario del IVA, pasando del 16% al 18%. Dos puntos, que en términos porcentuales supone una subida del impuesto del 12,50%, lo que en el bolsillo, y para determinados precios de vehículos, ya se nota.

Ha terminado julio y, con él, el primer mes de realidad, enterrada ya la ficción, porque, por una parte no queda dinero para las ayudas –es esa maldita consecuencia que se produce en las huchas cuando sacas y no metes– y, por otro lado, el Gobierno de la Nación anda buscando un euro por donde quiera que esté; algo así como Diógenes, desnudo y buscando al hombre. Conclusión que si nos fijamos en las ventas de turismos, por ejemplo, la caída de julio de 2010 sobre las ventas de julio de 2009, se sitúa en algo más del 27%. Algunas marcas, pero no podemos entrar en detalles, han caído más del 50%. ¿Ven lo que ocurre cuando no se quiere reconocer la realidad?

De no haber construido una ficción en la que desde luego estaba interesado el Gobierno para que no se notara lo mal que iba la cosa, el mercado por sí mismo se habría deslizado por una pendiente suave que habría impulsado ajustes no dramáticos, tanto por parte de la producción –sector empresarial– como por parte del trabajo, con salida del sector según las oportunidades. Ahora, la caída es sin paracaídas, de golpe, y lo que antes no se quiso reconocer poco a poco se tendrá que reconocer ahora sin remedios paliativos, a no ser que siga triunfando el síndrome de locura, a lo que Gobierno y pueblo estamos muy acostumbrado.

Y es que esta gente de la izquierda es siempre así. Están empeñados en definir una realidad inexistente por medio de un decreto, cuando una disposición de ese género, o reconoce lo que está pasando realmente –para lo cual no hace falta la disposición– o simplemente produce el caos, distorsionando las preferencias de los sujetos económicos y destrozando la propia estructura de los mercados que, por falsa, deja de cumplir su tarea de asignar los bienes con máxima eficiencia.

Algún día, si es que llegamos a verlo, convencidos de que hay ministerios de reciente creación y vicepresidencias con la misma antigüedad que no sirven para nada, salvo para molestar a los ciudadanos mandándoles lo que deben hacer y prohibiéndoles lo que no deben hacer, quizá un político iluminado dé el cerrojazo a tanto gasto inútil, y veremos plañideras por las calles clamando por el volumen de paro que se ha generado por semejante decisión. A lo mejor estoy pensando en un mundo paradisíaco, que desde luego no es el del señor Rodríguez Zapatero, pero si eso ocurriera, respondan a las llorosas mujeres que el paro no ha incrementado por el cierre ministerial, porque todos aquellos que se resguardaban en los ministerios y vicepresidencias mencionadas, ya estaban parados, pues nada productivo hacían; lo único es que se les engañaba y se nos engañaba, tratando de mostrar que eran personas activas, tan activas como el médico en el quirófano, o el juez dictando sentencias, o el guardia ordenando el tráfico o persiguiendo delincuentes.

¿Recuerdan ustedes la autoproclamada segunda potencia mundial de los años setenta y ochenta? Eran los mejores, se decían a sí mismos, y lo mismo decía la abobada izquierda española, siempre tan democrática y abierta. Iban y venían a la luna, como quien coge el autobús para el más próximo destino. Bien es verdad que, junto a esos viajes espaciales, no eran capaces de fabricar un automóvil que funcionase con normalidad y precisaron una licencia Fiat para fabricar el Lada; y cuidado que tiene pocas pretensiones. Dirán, los que siguen sin reconocer la realidad, que eso era porque se trataba de bienes de lujo, típicamente capitalistas, pero se les olvida, que tampoco sabían como fabricar maquinaria de obras públicas, tan ligada al rudo trabajo, gloria de las repúblicas socialistas y populares, teniendo que confiárselo a ese símbolo del capitalismo que es Caterpillar.

Desde mediados los setenta y las décadas siguientes, visité con frecuencia la Unión Soviética y concluí que todo aquello era una farsa. Ellos seguro que lo sabían, pero había que engañar, pues en el engaño está, por lo visto, la razón del triunfo, cuando se cuenta con gente decidida a no pensar. Después vendría la Pepsi-Cola, porque la Coca-Cola era demasiado signo imperialista americano y, eso, no se podía tolerar. ¿Argumentos infantiles? Para mí, sí, pero ya he dicho que hay gente que no está dispuesta a pensar y, por infantil que sea lo que le ofrecen, se lo toma como si de un medicamento se tratase.

Pues ahí estamos. Construcciones ficticias que un día despertarán al estruendo del derrumbe. Ya lo fue la construcción, ahora los automóviles, les llegará a las energías renovables, cuando se acaben los euros para la subvención –aquí le llaman primas, cuando los primos somos realmente nosotros, que somos los que pagamos. ¿Y hasta cuándo? Hasta que se acabe todo lo ficticio, hasta que se termine esta farsa en la que vivimos o, lo que es peor, hasta que nos acabemos nosotros, que ya falta poco.


Libertad Digital - Opinión

El adiós de Uribe

Santos ha reconocido que el grueso de su programa será seguir las líneas de su predecesor, como le encargaron los electores.

POCAS veces se retira un presidente con un índice de popularidad cercano a la unanimidad. El colombiano Álvaro Uribe deja su cargo después de dos mandatos en los que ha derrotado prácticamente a la narcoguerrilla de las FARC —que desde hace medio siglo hipotecaba como una pesada rémora el desarrollo de su país— y ha evitado verse envuelto por las maniobras de la vocación hegemónica de su vecino Hugo Chávez. El último gesto de denunciar formalmente y en su nombre al caudillo venezolano ante distintas instancias internacionales se puede interpretar como una especie de desahogo después de tantos años de contención, obligada por el pragmatismo, porque Chávez ha hecho todo lo posible por ayudar a la guerrilla colombiana y Uribe ha tenido que pasar por alto muchas cosas para evitar males mayores. Sus enemigos hablarán de las zonas de sombra de su herencia, como los lamentables casos de los sindicalistas, pero es indudable que la situación de la Colombia que Uribe deja a su sucesor Juan Manuel Santos es mucho mejor que la que recibió.

Precisamente por ello, el propio Santos ha reconocido que el grueso de su programa será seguir las líneas maestras de su predecesor, como le encargaron claramente unos electores que le dieron la victoria como apoyo a una nueva fase en la que los ciudadanos puedan beneficiarse más directamente del progreso del país. La Unión Europea tiene pendiente la firma del acuerdo de asociación con Colombia, que algunos sectores prochavistas han logrado paralizar. Es el momento de darle a Santos una oportunidad y lanzar el mensaje de que, de la misma forma que ha hecho Estados Unidos, Europa valora el papel fundamental que juega Colombia en América.

ABC - Opinión

Relaciones complicadas

Las relaciones entre España y Marruecos siempre han sido muy complejas. No es algo reciente, sino que hunde sus raíces en unos conflictos que tuvieron su eclosión en los años del Protectorado. España es la puerta de entrada a Europa. Lo fue de forma violenta hace siglos, y lo sigue siendo ahora pacíficamente con los importantes flujos migratorios y comerciales que atraviesan el Estrecho permanentemente. Una parte importante de la población marroquí trabaja en países de la UE, fundamentalmente en España y Francia, y las remesas de dinero que recibe son fundamentales para el desarrollo de su economía. Como lo son, también, las importantes inversiones que recibe anualmente y que han permitido que sea un relevante centro manufacturero que nutre a sus vecinos europeos gracias a la relación privilegiada que tiene con la UE. No hay que olvidar que el rey de Marruecos, al igual que su padre y su abuelo, es un fiel aliado de Occidente. Durante décadas se ha tolerado la sistemática vulneración de los derechos humanos a cambio de la estabilidad marroquí como bastión frente a cualquier riesgo de radicalización islamista. El enorme poder ejecutivo que goza el monarca le ha permitido gobernar el país con mano firme y bajo la apariencia de una democracia que, por supuesto, no es equiparable a las que existen en la UE. Mientras que las relaciones entre España y Marruecos son complicadas, no sucede lo mismo con Francia, la otra antigua potencia colonial. Mohamed VI mantiene la tradicional reivindicación sobre las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, que forman parte de nuestra unidad nacional desde hace más de quinientos años y que, por supuesto, son algo previo a la existencia del propio Marruecos o la llegada a ese territorio de la dinastía alauí. El otro conflicto está en el lamentable proceso de descolonización del Sahara Occidental, que fue ilegalmente ocupado por nuestros vecinos. Mohamed, al igual que su padre, maneja los conflictos con España en clave, sobre todo, interna. Aunque sabe que Ceuta y Melilla son españolas y no dejarán de serlo, en el caso del Sahara lo ocupa militarmente y considera que el tiempo juega a su favor. Nunca cederá. En los últimos días se han producido varios incidentes menores, pero que han servido para que el Gobierno marroquí tense la cuerda con España. Al igual que sucedió con los gobiernos de Aznar, González o Suárez, es un «juego» para que ver qué puede obtener. Lo que no se atrevería a hacer con Francia lo hace habitualmente con España. No es nuevo, sino que forma parte de esa estrategia que le permitió avanzar a su padre en la dirección que más le convenía. Unas veces era con la vista puesta en las aguas territoriales y los tratados de pesca, otras por la inmigración o las relaciones con la UE, pero en casi todas existía una clave de estabilidad interna para ofrecer patriotismo a la población. Nada más eficaz que esgrimir un enemigo externo y unas reivindicaciones inalcanzables para hacer que los marroquíes olviden la corrupción del régimen o ignoren las tentaciones del islamismo radical. La única respuesta posible del Gobierno de España es la firmeza de sus antecesores.

La Razón - Editorial

A primarias en Madrid

La negativa de Tomás Gómez a renunciar abre en el PSOE un proceso lleno de incertidumbre.

La candidatura socialista para las elecciones autonómicas de 2011 se decidirá, finalmente, en primarias. Este es el desafío que José Luis Rodríguez Zapatero, secretario general del PSOE, y Tomás Gómez, líder de los socialistas madrileños, sellaron ayer tras una tensa reunión en la que el presidente del Gobierno fue incapaz de convencer a su interlocutor de las bondades de la ministra Trinidad Jiménez para plantar cara a Esperanza Aguirre. Gómez no dio su brazo a torcer y, como mucho, ofreció una candidatura conjunta en la que él iría de número uno y Jiménez, de número dos. Zapatero rechazó de plano esta posibilidad. Las primarias son un procedimiento democrático que el PSOE ha utilizado en el pasado. Sin embargo, no es menos cierto que una batalla interna de meses, con el consiguiente desgaste para el partido y sus líderes, no parece la mejor manera de definir una alternativa en una comunidad tan importante y difícil para los socialistas como es Madrid. Un candidato sólido, con auténticas opciones y apoyado por todos los sectores del partido habría sido el mejor camino para una empresa muy complicada: volver al poder en Madrid tras lustros en la oposición.

Es evidente que lo sucedido estos días -la escalada de declaraciones, la suspensión de la primera entrevista prevista en La Moncloa, entre otras circunstancias- no ha ayudado a la imagen del partido, al margen del coste que para la autoridad de Zapatero supone la negativa de un líder regional que él mismo aupó. Sin duda, el presidente apelará a que su partido es, ante todo, un colectivo que respeta los procedimientos internos, pero es evidente que lo sucedido no le deja en buen lugar ni habla bien de cómo se ha gestionado este asunto por ambos bandos.

Fue Zapatero quien, tras la derrota repetida de Rafael Simancas frente a Aguirre, señaló al entonces alcalde de Parla, Tomás Gómez, como nuevo mirlo blanco capaz de capitanear al socialismo madrileño. Lo hizo por razones estrictamente electorales: Gómez había sido en dos elecciones consecutivas el alcalde más votado de España. Además, ha conseguido en estos tres años mantener el partido bastante cohesionado, superando las taifas tradicionales de la antigua FSM (ahora PSM). La paradoja de este embrollo es que el principal argumento contra él, que era poco conocido, ha quedado superado: su resistencia le ha convertido en un personaje famoso.

El PSOE quería que las elecciones en Madrid atrajeran el foco de las próximas autonómicas por dos razones. La primera, porque las encuestas internas del partido, con Jiménez al frente, mostraban alguna posibilidad de éxito. La segunda, porque los líderes del partido preferían centrar en la capital la atención antes que en otras comunidades en las que las posibilidades de éxito se ven muy mermadas por las pésimas expectativas electorales del PSOE, las peores desde que Zapatero accedió al poder. El foco ya lo han conseguido. Está por ver que el camino ahora elegido sea el mejor.


El País - Editorial

Uribe, un ejemplo hasta el último día

Hasta las postrimerías de su mandato, de hecho hasta su último día en el cargo, Alvaro Uribe ha hecho honor a su prestigio bien ganado como el político que ha tenido siempre como objetivo prioritario devolver la dignidad al castigado pueblo colombiano.

Juan Manuel Santos es ya Presidente de la República de Colombia. Alvaro Uribe, con seguridad el mejor gobernante de Hispanoamérica en las últimas décadas, le ha cedido el testigo con la seguridad de que el nuevo mandatario comparte con él los principios innegociables que exige un país sometido a la amenaza terrorista de las FARC, el grupo más activo del continente gracias a la financiación y otras ayudas recibidas de regímenes totalitarios como Cuba y, especialmente, la Venezuela de Chávez.

Hasta las postrimerías de su mandato, de hecho hasta su último día en el cargo, Alvaro Uribe ha hecho honor a su prestigio bien ganado como el político que ha tenido siempre como objetivo prioritario devolver la dignidad al castigado pueblo colombiano, azotado por décadas de terrorismo marxista, ante el que sus sucesores se confesaron derrotados con iniciativas que sólo debilitaron al Estado de Derecho y sus Fuerzas Armadas frente a un ejército irregular de asesinos totalitarios.


Uribe deja su mandato no sin antes presentar varias demandas en distintas cortes internacionales contra el régimen de Hugo Chávez, cuyos vínculos con las FARC han quedado sobradamente documentados en los informes que acompañan las reclamaciones presentadas por la república de Colombia. Si el tirano de Caracas pensaba que la retirada de Uribe iba a proporcionarle un respiro en su abochornante imagen internacional, ahora ya sabe que tendrá que hacer frente a las acusaciones fundadas que los tribunales competentes van a formular en su contra. De un alocado socialista como Chávez no cabe esperar el menor acto de contrición, pero al menos estará obligado a dar la cara ante la justicia internacional para responder de sus mentiras y explicar por qué y en nombre de quién, un país soberano financia y da cobijo a una organización terrorista reconocida como tal por todos los organismos del mundo civilizado.

En el último mensaje a sus compatriotas, y tras pedir la colaboración de todos con el nuevo Gobierno, la policía y las Fuerzas Armadas, el ya ex presidente Uribe afirmó que "las buenas semillas las han sembrado las Fuerzas Armadas y mis colaboradores, los errores son míos", al tiempo que pidió "perdón a la nación entera por los errores cometidos y por lo que no se hubiera podido hacer".

Uribe, como cualquier ser humano, ha cometido errores a lo largo de sus ocho años de ejercicio del poder, pero si en algo no ha errado ha sido en la firmeza desplegada para acabar de raíz con el grupo terrorista que amenaza desde hace décadas la seguridad y la libertad de su pueblo. No es extraño que, a diferencia de lo que es usual en un político, termine su mandato con unas cifras de apoyo popular que ya quisieran muchos otros gobernantes en el ecuador de sus mandatos. Y es que, en contra de la basura esparcida por los chavistas de todo pelaje, la libertad sigue concitando adhesiones. También en Hispanoamérica.


Libertad Digital - Editorial

Sangría autonómica

Los entes regionales representan una estructura que resulta cara e ineficiente en épocas de bonanza y que se hace insostenible en plena crisis económica.

LA Constitución establece un modelo territorial basado en el equilibrio entre Estado y comunidades autónomas, de acuerdo con los principios de coordinación entre las distintas administraciones y de eficiencia en el gasto público. Sin embargo, unas veces por planteamientos nacionalistas y otras por ganar espacios de poder al servicio de la clientela partidista, se ha producido una duplicidad de órganos administrativos que de forma artificial ha contribuido a disparar el gasto. Hoy publica ABC un amplio informe sobre esta multiplicación de organismos públicos, una estructura que resulta cara e ineficiente en épocas de bonanza, pero que se hace insostenible en plena crisis económica, cuando se imponen los recortes. Algunas cifras son abrumadoras, como el dato que revela que durante los últimos cuatro años se han creado 1,2 entes públicos por semana en cada comunidad autónoma. Hay que tener en cuenta que estos organismos suponen —según la expresión ya consagrada— una «huida» del Derecho Público, puesto que funcionan como aparentes sociedades mercantiles al margen del control jurídico y financiero ordinario. Además de los grandes servicios de educación o sanidad, cuya gestión es ya plenamente autonómica, florecen por todas partes institutos del más variado tipo (estadística, mujer, juventud, promoción exterior y un largo y descabellado etcétera), así como órganos análogos al Defensor del Pueblo o los tribunales de Cuentas y de Defensa de la Competencia, entre otros muchos. Otros servicios, como las televisiones autonómicas, contribuyen decisivamente a crear una inflación orgánica que, sin responder a una demanda real de servicios públicos, provoca una necesidad creciente de recursos a la que nadie parece dispuesto a poner freno.

Las comunidades autónomas crean sus propias burocracias y otorgan subvenciones sin medida, generando una fuerte dependencia social respecto de las élites políticas regionales. Rodríguez Zapatero debería impulsar un verdadero plan de recorte del gasto a nivel autonómico, porque es urgente tomar en serio la reducción del déficit público, y no sólo predicar austeridad mientras se mira para otro lado por razones electoralistas. De hecho, algunas comunidades gastan lo que no tienen porque saben que, al final, siempre consiguen presionar al Ejecutivo para obtener más recursos. Una sociedad moderna y una economía desarrollada no pueden permitirse esta sangría permanente, que vulnera no sólo la Constitución, sino también el más elemental sentido común.

ABC - Editorial