jueves, 29 de julio de 2010

Feliz estabulación. Por Hermann Tertsch

Dóciles todos y con vocación de ganado de establo, el toro bravo y la lidia son para ellos una provocación.

«COMO si le hubieran clavado las banderillas a ellos: así han reaccionado los del sector protaurino», ha dicho la voz en off del telediario de las tres en TVE. Así anunciaba la buena nueva la principal televisión de Zapatero y de su patético «gepeto» Oliart. No pueden ocultar su felicidad y desde luego nada tiene que ver esta alegría con el toro de lidia, ese bellísimo animal que es previsible nuestros nietos o biznietos ya sólo puedan admirar en fotografías o películas. O en cuadros y viñetas como a los diplodocus. Se extinguirá el animal libre que vivía feliz en la dehesa durante sus cinco años de crecimiento y preparación para el rito final, su encuentro con el hombre que lo hizo posible, la culminación de una vida en unos momentos de intensa belleza, en el resplandor del instante que escenifica como nada el paso de la fuerza al más allá, la emoción milenaria y eterna, con toda la verdad de la muerte.

En realidad era lógico que esto sucediera y más que fuera en Cataluña. ¡Qué pinta ya allí una ceremonia de excelencia y gallardía, una liturgia de la verdad y una evocación del pálpito de lo sagrado! Lo que pintaría una reflexión de Hamlet o un lamento de Fausto en un programa televisivo de sobremesa. Lo decía como pocos hace unos días en este periódico el dramaturgo y actor Albert Boadella, uno de tantos huidos del terrible tedio que produce una sociedad roma, plana. Producto de treinta años de catetismo sentimental agro-nacional, adobado con la vocación totalitaria izquierdista, la picaresca omnipresente del 3 por ciento y los ladrones amantes de la ópera. Con la sardana como máxima expresión cultural.

Está claro que la vida animal ideal de nuestros héroes de ayer es del burro peludo o del cerdo estabulado, engordado a la carrera con pienso e inyección para la matanza y cosecha de butifarra. Aunque ambos tengan más carácter que los que asisten callados y dóciles a esta transformación de parte de España en un parque temático en el que todos pretenden comportarse como el poder o «Catalunya» demanda de ellos. El asno como icono y su mansedumbre como virtud suprema, revelan ese puritanismo tan sentimental como sórdido de quienes no quieren destacar y están dispuestos a aplastar a quien lo haga. Todos estabulados y felices bajo la señera y del manto de la arrogancia que los lleva a llamar casposos a los de fuera, a los otros, cuando la caspa de la ñoñería mentirosa les cubre hombros y cejas. Dóciles todos y con vocación de ganado de establo, el toro bravo y la lidia son para ellos una provocación. Y ante cualquier recuerdo de libertades pasadas, coraje individual o formas de vida ajenas a la superstición y la leyenda patria reaccionan con agresividad y fanatismo. Habrá quien piense que lo aquí escrito es agitación anticatalana. En absoluto. Creo que la estabulación voluntaria ha prendido en toda España. El mundo del toro ha demostrado la misma indolencia ante la agresión a su libertad como la sociedad española ante los 6 años de desmanes sufridos sin mayor queja. La estabulación continua. Cataluña es una vez más la vanguardia española.


ABC - Opinión

Irreconocible España. Por M. Martín Ferrand

Lo aprobado ayer en Cataluña es el afán diferencial que, por encima del separatismo, ilumina al nacionalismo.

FUE Alfonso Guerra quien dijo que, después de unos años de poder socialista, a España no la reconocería ni la madre que la parió; pero a quien, verdaderamente, correspondería una expresión tan sincera como poco académica es al ambiguo José Luis Rodríguez Zapatero. Tras su sexenio de Gobierno, España resulta irreconocible. No, como pretendía Guerra, por su grandeza y progreso, por su modernidad y riqueza; sino en función de su decadencia y pobreza, por el renacimiento de odios ya olvidados y en aras del disparate electorero.

Cuando Eugenio Noel, el pionero de los escritores antitaurinos en el primer tercio del XX, clamaba por la suspensión de la fiesta de los toros, se inspiraba, mitad por mitad, en la doctrina piadosa de su maestro, el cardenal belga Desiderio Mercier, y en el impulso regeneracionista de Joaquín Costa; pero no trataba de segregar o dividir, de enfrentar ni, mucho menos, marcar distancias entre dos porciones de España. Noel era un escritor a quien admiraban el muy taurino José Bergamín, Miguel de Unamuno o Ramón Gómez de la Serna; pero, ¿quién avala a los indocumentados en presencia?


Lo aprobado ayer en el Parlamento de Cataluña, la supresión de las corridas de toros en todo el territorio catalán, es algo distinto del antitaurinismo clásico. Es, como ya apuntaba en esta columna el pasado domingo, el afán diferencial que, por encima del separatismo, ilumina al nacionalismo del lugar. Y, peor que eso, es la instrumentalización que de ese sentimiento ha hecho, no se sabe muy bien para qué, el presidente Zapatero. Es más, si el líder socialista abundara en pundonor, antes de abandonar los ruidos mundanos para refugiarse en el silencio del Císter y hacer penitencia por su destrozo de España, firmaría una nota que, más o menos, dijera: «No se culpe a nadie del apagón taurino de Cataluña; he sido yo con mis manejos especulativos quien, primero, impulsé el innecesario nuevo Estatuty, después, a pachas con José Montilla y para disimular otros errores, organicé el alboroto antitaurino».

Lo que asusta es pensar, a la vista de los destrozos generados por Zapatero en la legislatura y media que lleva en La Moncloa, lo que puede llegar a hacer en la otra media que aún le resta. Cádiz, ciudad taurina donde las haya, no tiene plaza de toros y vuelca su afición en El Puerto de Santa María y en Jerez. Barcelona puede hacerlo en Zaragoza, que, además, es coso abrigadito, o en el sur de Francia; pero, ¿qué puede hacer una España empobrecida, poblada de parados y cuajada de subsidios, en la que aparece redivivo el odio hemipléjico que nos llevó al desastre?


ABC - Opinión

Golpe a la fiesta 'nacional' y bajonazo a las libertades. Por Antonio Casado

No hubo sorpresas. Una vez decretada la libertad de voto de los socialistas (37), rectificando la posición inicial de votar por disciplina de grupo contra la prohibición de los toros en Cataluña, José Montilla había creado las condiciones para seguir el ejemplo de Canarias (prohibidos desde 1991). Los antitaurinos del PSC se unieron a los antitaurinos de confesión nacionalista y salió una matemática contundente. El Parlament decide abolir las corridas de toros por mayoría absoluta: 68 votos a favor de la abolición desde el primero de enero de 2012.

La paradoja anda suelta en este asunto. Cataluña es ya un poco más diferente del resto de España al suprimir uno de los rasgos hasta ahora comunes. Sin embargo, lo ocurrido ayer en el Parlament es un hachazo a las diferencias entre las personas que viven en el territorio catalán. Ese es el resultado. Respecto a la fiesta de los toros, habrá uniformidad en Cataluña por la vía del prohibicionismo y pluralismo en el resto de España en el ejercicio de la tolerancia.


A saber. Unos se fijan en el arte del toreo, se quedan con los ojos en blanco ante unos muletazos de José Tomás y luego comentan la jugada. Otros sólo se fijan en el sufrimiento del toro e invocan los derechos de los animales. Es lo que hay. Y viva la diferencia. Sin imposiciones. Sin ahogar el derecho de los individuos a defender sus gustos y sin reclamar que prohíban los ajenos. A esta vida hemos venido a discrepar en base a nuestras diferencias. La horma soviética reventó hace mucho tiempo.

Devolver el golpe

La votación de ayer, calificada de histórica por los periodistas venidos de todo el mundo a levantar acta, es como ponerle un par de banderillas a la llamada fiesta “nacional” (solo puede referirse a España, según el Tribunal Constitucional), so pretexto más o menos forzado de combatir los malos tratos a los animales. Pero también es un bajonazo a la libertad de ser diferentes en base a los gustos de cada cual, siempre que éstos no sean impuestos a quienes no los comparten.

Ha hecho bien Mariano Rajoy en tomar ese ángulo de valoración en sus primeras declaraciones después de conocer el resultado de la votación. Pero hará mal si se embarca en iniciativas legislativas para que las corridas de toros sean declaradas “fiestas de interés general y cultural”, siguiendo la estela madrileña de Esperanza Aguirre. Implicar a los poderes públicos en una operación de esa naturaleza, a favor de las corridas de toros, sería tan indefendible como prohibirlas.

Si el PP quiere reprobar la prohibición, cuando se haga efectiva dentro de año y medio, que acuda al Tribunal Constitucional, a la luz de la reciente sentencia sobre el Estatut que, entre otras cosas, interpreta y fija los límites de las competencias “exclusivas” de la Generalitat en materia de cultura, espectáculos y actividades recreativas. Pero no piensa hacerlo. Y menos en vísperas de las elecciones autonómicas del otoño y después de haber hecho méritos, con su recurso contra el Estatut, para seguir arrastrando el sambenito de partido anticatalán.

Ya escribí ayer que el frenazo a las aspiraciones nacionales de Cataluña se haría sentir en la votación. No puede demostrarse la existencia de consignas en el mayoritario bloque de la centralidad (85 diputados), donde se dio libertad de voto. Pero es verosímil que muchos diputados hayan aprovechado la ocasión para devolver el golpe.


El Confidencial - Opinión

Toros. España como souvenir. Por Cristina Losada

Curiosamente, suscita mayor atención y controversia la represión de los toros en Cataluña que la que allí se dirige, desde tiempo ha, contra la lengua común. Así nos va.

En abril de 1991, la comunidad autónoma de Canarias prohibió las corridas de toros sin que los periódicos nacionales le dedicaran una línea al asunto. El promotor de la proscripción es hoy un diputado del Partido Popular que no se arrepiente de su iniciativa, aunque fallara en el propósito de acabar con las peleas de gallos, de gran arraigo en las islas. Nadie vio en aquella decisión un deseo de marcar distancias con el resto de España. Los toros no gozaban allí del favor popular, igual que ocurre en tantos otros lugares. En realidad, no era necesario prohibirlos, como tampoco era necesario hacerlo en Cataluña.

Siempre me ha parecido un espectáculo cruel, el de las corridas de toros. Mi sensibilidad, urbanita y ñoña, me impide disfrutar de los innegables valores estéticos asociados a la tauromaquia. Pero tengo la certeza de que el nacionalismo, el catalán como otros, no la rechaza por compasión hacia las reses, sino para dar cuerda a su cansina cantinela de que Cataluña no es España, como si España pudiera encerrarse en el cliché de toros y flamenco que con tanta gracia kitsch representan las figuritas de las tiendas de souvenirs; las de las Ramblas, sin ir más lejos. De ahí que esos antitaurinos sobrevenidos no estén por liquidar las tradiciones que consideran "propias", aunque entrañen maltrato a los animales. Quieren fabricar un "hecho diferencial" y ocultan toda una historia de afición taurina catalana.

Esa contumaz pretensión nacionalista pervierte la discusión sobre las corridas de toros, que tiene –la discusión– larga tradición en España. En todas las épocas ha habido partidarios y adversarios. Y los adversarios no eran, por serlo, menos españoles. Pero en torno a la catalana ha surgido, como contestación, otro reduccionismo identitario, que hace de los toros una cuestión de política nacional con mayúsculas. Por tradicional que sea, no es más que un espectáculo y no será por el declive de la afición taurina ni aun por su desaparición, que España vaya a dejar de ser España. Curiosamente, suscita mayor atención y controversia la represión de los toros en Cataluña que la que allí se dirige, desde tiempo ha, contra la lengua común. Así nos va. En cualquier caso, flaco favor nos hacen los prohibicionistas catalanes. La alianza de dos fanatismos no podía resultar en nada bueno.


Libertad Digital - Opinión

Rejón soberanista. Por Ignacio Camacho

El escrutinio es inequívoco: una vara de castigo soberanista en el morro de un toro simbólico llamado España.

POCAS cosas hay más españolas que la sectaria pasión de prohibir… salvo la pasión de prohibir los toros, que es tan antigua como la fiesta misma. En ese sentido, los soberanistas catalanes han incurrido con su abolición en pecado de lesa y típica españolidad al caer en el espeso vicio celtibérico de vetar a los demás todo aquello que no le gusta a uno; una de las grandes contradicciones del nacionalismo consiste en que comparte grandes rasgos emotivos con la España de la que se quiere alejar. Si algo enseña la historia de la polémica sobre la lidia es que los antitaurinos han sido siempre tipos más viscerales y castizos que los propios taurófilos: gente agitada, crispada, convulsa, pasional, dominada por una rancia convicción fundamentalista. Razones de más o de menos han tenido siempre unos y otros porque las corridas son un ritual tan atávico como subyugante, tan violento como heroico, tan cruel como sugestivo; pero el viejo debate no se ha sustanciado en la contemporaneidad hasta que no se ha impregnado del nuevo componente integrista que le suministra el soberanismo. Es decir, hasta que no se ha incluido en él el factor desequilibrante de las identidades excluyentes mediante una inyección de sesgo político.

La eterna controversia taurina no ha sido más que la máscara de una pantomima muy bien puesta en escena por el Parlamento catalán, que ha revestido el debate de impecable formalidad democrática. Pero basta observar el resultado de la votación para entender que el fondo de la cuestión no eran los toros en sí mismos, sino la condición cultural española del rito. Los votos a favor de la prohibición procedían todos del bloque soberanista, salvo tres socialistas que acaso hayan querido dejarse confundir por el disfraz intencional de la propuesta o bien se han alineado con el alma nacionalista de su partido en Cataluña. Se trata de un escrutinio inequívoco ante el que no cabe llamarse a engaño: la interdicción surge de una voluntad excluyente relacionada con el deseo de hacer visible una independencia metafórica, una separación virtual, un gesto de autodeterminación simbólica.

Sin ese componente de enfrentamiento identitario el asunto tendría un recorrido tan corto como el que van a tener las iniciativas prohibicionistas que surjan en el resto de España al amparo de la decisión catalana. La porfía antitaurina es un elemento más de la fiesta misma, y la mayoría de los españoles a los que no les gustan las corridas son más indiferentes que partidarios de proscribirlas porque la nuestra es ya una sociedad claramente antiautoritaria. El veto a la fiesta, con su carácter impositivo, con su rango de solemnidad política, constituye un acto explícito de afirmación soberanista. Es una vara de castigo clavada en el morro de un toro simbólico llamado España.


ABC - Opinión

La tumba de Zapatero no será la crisis, será Montilla. Por Federico Quevedo

Y no se imaginan lo que me alegra que eso sea así porque de alguna manera significará volver a poner las cosas en su sitio. Prácticamente toda la estrategia política de Rodríguez ha estado dirigida a consolidar el granero socialista catalán, que es el que le dio la victoria en 2004 -junto a Andalucía- y, sobre todo, en 2008 cuando el PP, pese a tener el mejor resultado electoral de su historia, no consiguió arrebatarle el poder porque en aquella circunscripción se produjo un resultado radicalmente distinto al del resto de España. Ese año, ni siquiera Andalucía hubiera salvado a Rodríguez de la derrota si no llega a ser por los 20 escaños de diferencia que se contabilizaron entre las cuatro provincias catalanas.

La Hoja de Ruta ya venía de atrás, del Pacto del Tinell y la conjura antidemocrática contra la derecha, y exigía la ruptura de los consensos de la Transición porque para poder consolidar ese granero de votos el socialismo necesitaba aliarse con el nacionalismo. El experimento se intentó trasladar a Galicia y País Vasco, pero con resultados mucho menos satisfactorios, cuando no totalmente contrarios a lo que se pretendía en ambos casos. Por eso todos los esfuerzos se centran en Cataluña, y de ahí la razón de todo lo que estamos viviendo y del hecho de que ayer el presidente del Gobierno y su partido miraran para otro lado mientras en el Parlamento Catalán se perpetraba una de las mayores afrentas a la libertad que se recuerden en este país desde tiempos del franquismo.


No les quepa ninguna duda: prohibir la fiesta de los toros es exactamente igual a la prohibición de hablar catalán que, según dicen los nacionalistas -yo no tengo comprobado que fuera así-, regía durante la dictadura. Lo que se hizo ayer en Cataluña fue instalar definitivamente un régimen fascista y prohibicionista, y eso es independiente de que haya gente que le gusten los toros más o menos, porque de lo que estamos hablando no es de una cuestión relativa al maltrato animal, sino que de lo que estamos hablando es de una cuestión que afecta, por un lado, a la libertad y, por otro, al conflicto que algunos quieren hacer valer entre Cataluña y el resto de España.

Atrapado en su propia trampa

Esto es lo que pasa cuando las cosas se llevan al extremo, que es lo que está haciendo Rodríguez para intentar salvar los muebles. Atrapado en la espiral de radicalismo en la que le ha metido el presidente catalán, José Montilla, ayer permitió que los diputados de su grupo parlamentario en el Parlamento regional votaran a favor de una ley prohibicionista de graves consecuencias, en primer lugar porque afrenta la libertad individual y colectiva, en segundo lugar porque busca el enfrentamiento civil y en tercer lugar porque supone un ataque sin precedentes a los usos y costumbres que nos son propios y que conforman nuestras señas de identidad como pueblo. La realidad es que la de ayer no fue una victoria de los defensores de los derechos de los animales, sino que fue una victoria del nacionalismo más radical que contó con la complacencia de Rodríguez Zapatero.

Porque, independientemente de la naturaleza jurídica que una al PSC con el PSOE, lo cierto es que forman parte de un mismo todo sobre el que manda, como secretario general, el presidente del Gobierno, luego éste tenía en su mano haber impuesto, de haber querido, una votación disciplinaria como la que impuso, por ejemplo, para la Ley del Aborto que, sin duda, crea muchos más problemas de conciencia que ésta. Al menos a mí no me parece lo mismo matar a un toro que matar a un niño… Creo.

Todo esto lo que está haciendo es presentar ante la opinión pública a un Rodríguez Zapatero atrapado en su propia trampa hasta el punto de que él, como presidente del Gobierno de España, es quien está trabajando activamente en contra de todo lo que nos une como país y, aunque tarde, parece que una buena parte de la sociedad catalana se ha dado cuenta de que Rodríguez les está conduciendo a un abismo del que van a tener difícil salida. Es bastante dudoso que la mayoría de la sociedad catalana esté de acuerdo con la prohibición de los toros, porque entre otras cosas les va a pasar a los catalanes lo que ya nos ocurría a los españoles durante el franquismo: que teníamos que emigrar a Francia para ver determinadas películas que estaban prohibidas en España. Esas son las consecuencias de un política dirigista que asfixia los escasos espacios de libertad que les quedan a los catalanes.

Y esa es la razón por la que en las próximas elecciones catalanas el tripartito va a sufrir una severa derrota, y sino al tiempo. Y es también la razón por la que, lejos de conseguir lo que ansiaba desde el principio, Rodríguez ha estrujado tanto a aquella sociedad que ahora le rechaza y le va a hacer perder las próximas elecciones generales. Y como en el resto de España la brecha con el PP ya es demoledora, el hundimiento de sus expectativas electorales en Cataluña va a darle la puntilla llevando a su partido a un resultado que no se esperan. Y si, obligado por el chantaje de Montilla y la factura que todavía tiene que pagar con el nacionalismo catalán, en el Parlamento Nacional vota en contra de la propuesta de Ley que va a presentar el PP para devolver a la Fiesta Nacional el espacio que se le ha cerrado por culpa de unos cuantos políticos míopes y totalitarios, entonces es más que probable que esa brecha vaya en aumento, porque si algo le está quedando claro al todo el país es que Rodríguez ya no es un político libre ni autónomo, sino que es una marioneta que en lo económico actúa movido por los hilos de sus socios europeos, y en lo político lo hace al son que le tocan los nacionalismos más radicales. Y esa imagen no es que le perjudique, es que es la pala que está cavando su tumba política.


El Confidencial - Opinión

Cataluña. Y ahora las veguerías. Por José García Domínguez

La inexcusable marabunta de asesores áulicos. Ujieres, chóferes, secretarios, palmeros, jefes de área, departamentos mil. Siempre múltiplos de siete. Por fin, seremos una nación. De chupatintas, claro.

Tras larga y atormentada espera, al fin, los catalanes podrán disfrutar de ese matasellos administrativo que, generación tras generación, habían soñado recuperar sus ancestros: el de las veguerías del siglo XII (después de Cristo). Así, disponían ya de las preceptivas subdelegaciones del Gobierno en cada una de las cuatro provincias de la demarcación. Como todo hijo de vecino, también estaban surtidos de las correspondientes diputaciones. Generoso en extremo, el Parlamento doméstico igual los había premiado con cuarenta y un consejos comarcales. De antiguo gozan, pues, de los impagables saberes de varios centenares de consejeros de las dichas comarcas, todos cargos políticos, amén de los presidentes, vicepresidentes y la consiguiente legión de funcionarios sujetos a su arbitrio.

Por lo demás, cuantos sobrevivimos en Barcelona y su perímetro de influencia acabamos de recuperar otro negociado, la llamada Área Metropolitana; suprema conquista que nos permitirá sufragar noventa aconsejadores sobrevenidos, los que habrán de facturar dietas, condumios y demás gastos de representación a ese nuevo ente. Al tiempo, tan perentorio organismo transmunicipal se dotará de una junta de gobierno que, tal como prevé la ley que lo alumbró, estará integrada por sólo treinta miembros; a pan y cuchillo, huelga decir. Añádase a ese envidiable privilegio el de contar, además, con las prestaciones de los doscientos mil empleados a sueldo de la Generalidad, a su vez esparcidos por las nominadas delegaciones territoriales.


Para mayor deleite, repárese en los innúmeros servidores de los 946 excelentísimos ayuntamientos que componen la ínsula Barataria de Don José. Podrá entonces el lector formarse una idea aproximada del indecible dolor con que los catalanes sufrían en silencio la falta de unas cuantas veguerías. Mas la angustiosa espera está a punto de concluir. Apenas resta que Zapatero, fiel a su hondo sentir catalanista, fabrique siete provincias en el BOE, las imprescindibles con tal de dotar de coartada legal a la criatura. Quién nos vera presumir entonces ante el resto de España. Siete flamantes virgueros, vagueros, o como se llamen los barandas del asunto. 184, que ya los han contado, consejeros de veguería. Siete parques móviles, of course. Siete jefes de protocolo. La inexcusable marabunta de asesores áulicos. Ujieres, chóferes, secretarios, palmeros, jefes de área, departamentos mil. Siempre múltiplos de siete. Por fin, seremos una nación. De chupatintas, claro.

Libertad Digital - Opinión

La lógica del mercado

Ganan la economía de mercado y el interés legítimo de compradores y vendedores frente a ciertas tentaciones intervencionistas poco justificadas en esta época de globalización.

POR fin se han impuesto la lógica del mercado y el sentido común. Telefónica consigue su objetivo de hacerse con el control de Vivo después de una dura negociación, pagando 7.500 millones de euros a Portugal Telecom y superando el veto fuera de lugar interpuesto por el Gobierno portugués. El Ejecutivo que preside el socialista José Sócrates ha optado por desbloquear una operación aprobada por los accionistas y avalada por las instituciones comunitarias, en particular tras la última sentencia del Tribunal de Luxemburgo en contra de la llamada «acción de oro». Telefónica se convierte ahora en líder del mercado brasileño de telecomunicaciones y se sitúa en posición muy ventajosa en un país emergente llamado a un creciente protagonismo político y económico. La empresa que preside César Alierta da un nuevo paso para colocarse en primera fila a escala internacional, como consecuencia de una gestión brillante capaz de conjugar la ambición con la prudencia.

De hecho, la multinacional española ha llevado con tacto y buen sentido esta negociación hasta conseguir el resultado deseado, evitando incluso la incómoda sensación de que existen vencedores y vencidos. En todo caso, ganan la economía de mercado y el interés legítimo de compradores y vendedores frente a ciertas tentaciones intervencionistas poco justificadas en esta época de globalización. En cambio, el Ejecutivo español ha mostrado una actitud excesivamente tibia a la hora de defender la postura de Telefónica, amparada por las reglas del juego de la UE. Hemos llegado a un final feliz que los accionistas de las empresas y los mercados bursátiles saben valorar como merecen. A partir de ahora, será cada vez más difícil poner trabas a la libre competencia.

ABC - Editorial

Blindar la libertad

Como estaba previsto después de que el PSC concediera libertad de voto para la sesión, el Parlamento catalán aprobó ayer, con 68 votos a favor, 55 en contra y 9 abstenciones, prohibir las corridas de toros en esa comunidad a partir del 1 de enero de 2012. La brecha fue de 13 votos, cinco más que los ocho de diferencia que hubo en diciembre cuando se votó y aprobó la admisión a trámite de la Iniciativa Legislativa Popular, impulsada por la izquierda de ERC e ICV. El apoyo mayoritario de CiU y de su líder, Artur Mas, así como la fractura dentro del PSC y el Gobierno, con tres diputados que respaldaron la abolición (Josep Maria Balcells, Antoni Comín y Núria Carreras) y otros tres que se abstuvieron (el consejero Antoni Castells, Joan Ferran y Rosa Maria Ferrer), dieron la puntilla a los toros en Cataluña. El pleno representó para una comunidad autónoma, históricamente faro de libertades, un retroceso en tolerancia y pluralismo. Esa mayoría parlamentaria, que recogió el sentir de 180.000 ciudadanos de una población de varios millones, cercenó libertades individuales y pasó por encima del más básico respeto a la gente. El académico y poeta Pere Gimferrer lo definió en LA RAZÓN unas horas antes como «la más grave agresión cultural desde la Transición».

La tramitación en el Parlamento regional demostró que no era un debate animalista, sino una estrategia identitaria, con el propósito de acentuar el diferencial con España, y qué mejor símbolo que erradicar la Fiesta Nacional. Por no hablar de la doble moral que ha permitido a los nacionalistas jalear al mismo tiempo las fiestas de los «corre bous», donde los pitones de los astados se convierten en antorchas durante horas.

Los toros tienen un valor artístico, cultural y social indiscutible, y, desde este punto de vista, la decisión de la Cámara autonómica supone una pérdida irreparable. Pero Cataluña tendrá además que soportar la factura de una industria , unos puestos de trabajo y unos intereses arruinados, así como los efectos sobre el turismo y el comercio para una comunidad que corre el peligro de generar antipatía en el resto del país por la miopía de parte de sus dirigentes.

Decíamos ayer que la clase política y la sociedad civil no podían resignarse ante este ataque a la libertad y que existían respuestas parlamentarias en las Cortes Generales para reconducir el despropósito. Celebramos que Mariano Rajoy hiciera ayer suya la propuesta de blindar las corridas de toros con una declaración de Interés Cultural General y una moción «en defensa de la libertad». En coherencia con sus planteamientos en el debate, el Gobierno y el PSOE deben compartir un acto de justicia que responde al interés de una inmensa mayoría de los españoles. Sería muy positivo que los dos grupos mayoritarios dejaran fuera del debate partidista un asunto en el que, por lo demás, hasta el propio José Montilla ha estado de acuerdo. La opinión pública no entendería vacilaciones ni tacticismos. No se puede consentir sin más que triunfen iniciativas que fomentan una Cataluña uniforme, una Cataluña oficial, una Cataluña políticamente correcta que ahoga a la Cataluña real, la de los ciudadanos.


La Razón - Editorial

Menos España es menos libertad, también en los toros

Debería haber sido la conciencia y la sensibilidad de cada ciudadano, y no unos pocos diputados que actúan según sus propios intereses, las que deberían respaldar o rechazar el espectáculo de los toros.

Con 68 votos a favor, 55 en contra, 9 abstenciones y tres ausencias, el Parlamento catalán ha prohibido finalmente la celebración, a partir de 2012, de las corridas de toros en dicha comunidad autónoma. Aunque con esta prohibición se ponga fin a siglos de historia en una región que en otros tiempos fue cuna y referencia mundial de la fiesta de los toros, no estamos únicamente ante una agresión a la cultura catalana, tal y como han denunciado, entre otros, no pocos artistas e intelectuales catalanes. A lo que hemos asistido, sobre todo, es a una agresión contra la libertad individual de los ciudadanos y a un atentado contra la diversidad y pluralidad de Cataluña, donde, como en el resto de España, hay gente a la que les desagrada y gente a la que les gusta la fiesta de los toros.

Aunque este atentado a la libertad individual de los catalanes haya utilizado de excusa la causa de la defensa de los animales, lo cierto es que su objetivo no es otro que erradicar de la realidad catalana todo aquello que la una y la asemeje al resto de España.


Al margen del disparate que supone considerar al animal como si de un ser humano se tratara, si de verdad esta legislación prohibicionista estuviera motivada por los maltratos a los animales, también habría sido menester erradicar de Cataluña la práctica de la caza y la pesca deportiva, los célebres correbous, o la fabricación y el consumo de foie, por poner sólo unos ejemplos. Y es que la defensa de los animales tiene tan poco que ver con esta prohibición como lo tuvo que ver con la desaparición del Toro de Osborne de las carreteras de Cataluña. Es tan solo una excusa como lo ha sido la seguridad en el tráfico para justificar la reciente pretensión de algunos nacionalistas de multar a los taxistas que lucieron en sus vehículos banderas españolas tras la victoria de la selección de fútbol en el Mundial.

De lo que se trata a la hora de prohibir este espectáculo, al que el toro de lidia debe su supervivencia como especie, es de defender el delirante y agresivo "hecho diferencial" nacionalista que convierte en disidentes o en anómalos a todos los que no comparten ese homogéneo molde identitario. Y frente a esa pulsión identitaria poco importa sacrificar la libertad individual o el empobrecimiento económico y cultural de los catalanes.

Al margen de que ninguna iniciativa ciudadana ni ningún programa de partido debería tener legitimidad para pretender cercenar libertades individuales, esta ley prohibicionista no sólo supone una falta de respeto a la minoría, sino que ha sido votada, además, por los diputados de CiU y del PSOE que lo hacían, no en defensa de un programa y en representación de los ciudadanos, sino con libertad de voto, en función de su "conciencia" y "sensibilidad". Una libertad de conciencia y de sensibilidad que, por cierto, no se ha concedido recientemente con respecto a la ley del aborto, cuando lo que estaba en juego era la protección de la vida de los seres humanos en el seno materno.

Lo cierto es que debería haber sido la conciencia y la sensibilidad de cada ciudadano, y no unos pocos diputados que actúan según sus propios intereses, las que deberían respaldar o rechazar el espectáculo de los toros.

Aun así, a nadie debería sorprenderle esta deriva liberticida que algunos ya denunciaron estérilmente hace décadas cuando se comenzó a prohibir en Cataluña la enseñanza en castellano, lengua propia de más de la mitad de los catalanes. Y es que la tarea de erradicar de Cataluña todo lo que la asemeja con el resto de España está abocada indefectiblemente a cercenar no pocas de sus libertades.


Libertad Digital - Editorial

Despropósito consumado

La indolencia del Gobierno ante la campaña antitaurina catalana ha sido una muestra más de su incapacidad para actuar como una institución orientada a vertebrar y cohesionar el país.

SEGÚN lo previsto, el Parlamento catalán aprobó ayer la prohibición de las corridas de toros a partir de 2012. La mayoría parlamentaria a favor de la iniciativa prohibicionista se vio reforzada definitivamente con la libertad de voto que dio el Grupo Socialista a sus diputados. Aunque su opción fue mayoritariamente en contra de la abolición, las abstenciones y los votos favorables debilitaron cualquier posibilidad de mantener la Fiesta en Cataluña. Esta opción por la libertad de voto, aplicada normalmente a cuestiones graves de conciencia, ha sido un lavado de manos del PSC para no fijar un criterio único ante lo que ha constituido un desafuero contra la cultura, la historia y la tradición taurina de Cataluña. Y es, además, una hipocresía insuperable, porque tergiversa el respeto a la conciencia, aplicándolo a una fiesta multisecular, regulada administrativamente y con una proyección universal, y lo niega a cuestiones esenciales, como la instauración del aborto libre —es decir, de la impunidad de decenas de miles de muertes de seres humanos al año—, al que no ha llegado la extrema sensibilidad naturista de los antitaurinos catalanes. El ejemplo de la prohibición en Canarias, hace diecinueve años, es impertinente, porque en esta comunidad no había tradición taurina, ni se aprobó una norma específica contra las corridas de toros.

Esta prohibición antitaurina es otra muesca que puede hacer el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en la lista de prohibiciones y restricciones impuestas a la sociedad española durante sus mandatos. La agenda social de la izquierda, empeñada en crear una sociedad a la medida de sus prejuicios, se está cumpliendo sin concesiones. Por otro lado, la indolencia del Ejecutivo central ante la campaña para la eliminación de las corridas de toros en Cataluña ha sido una muestra más de su incapacidad para actuar como una institución orientada a vertebrar y cohesionar el país. Aquel Zapatero que llegó al poder para calmar las crispaciones y las separaciones provocadas por los Gobiernos del Partido Popular es hoy una fuente de problemas para los ciudadanos y de tensiones para los territorios. El PP ha anunciado que presentará en el Congreso una proposición de ley para declarar las corridas de toros como fiesta de interés general, lo que trasladaría al Parlamento y al Gobierno nacionales la competencia para decidir sobre los espectáculos taurinos. Por tanto, el PSOE tendrá que retratarse ante un asunto que, para muchos millones de españoles, con argumentos más o menos apropiados, es una prueba de la indefensión en la que el socialismo ha dejado la idea nacional de España.

ABC - Editorial