domingo, 25 de julio de 2010

¿Bajo sospecha?. Por José María Carrascal

El conglomerado que el pueblo conoce por «política» recibe las peores calificaciones entre los españoles.

SI los bancos españoles son sólidos y las cajas de ahorro se disponen a corregir sus deficiencias, ¿por qué tenemos que pagar un diferencial de deuda mayor que los demás? Sólo hay una explicación: porque no despertamos la misma confianza que ellos, porque se duda de que seamos capaces de manejar nuestros asuntos. En otras palabras: el problema no es nuestra economía. Es nuestra política. Es ella la que inspira la desconfianza que nos ha llevado al pelotón de los torpes europeo.

«La confianza política —aseguran los norteamericanos— se basa en un gobierno eficaz», Entendiendo por gobierno lo que ellos entienden: toda la administración estatal y local, desde el ejecutivo a la justicia, pasando por cámaras, sindicatos, ayuntamientos y enseñanza. Basta echar una ojeada a las encuestas para darse cuenta de que la función pública, ese conglomerado que el pueblo conoce por «política», recibe las peores calificaciones entre los españoles. Nada de extraño que los demás también desconfíen.


Ahora bien, sería hundirse en el error echar la culpa de la situación a la política y a los políticos. Política, en una democracia, es la entera ciudadanía, y a los políticos los elegimos entre todos. Esos escándalos que estallan en todas las comunidades, esos corruptos que figuran en todos los partidos, esas fortunas surgidas al socaire del poder, sólo pueden darse en un ambiente social favorable, que prefiere el atajo al camino correcto, frenando con ello su propio desarrollo. Los españoles hemos disminuido nuestra capacidad de progreso en la medida que hemos ido perdiendo la confianza en nuestras instituciones y creyendo que la ascensión social de hace mejor por la política que por el esfuerzo.

A lo que se une haber sustituido la agenda económica por la política. Durante los últimos seis años, el Gobierno se despreocupó totalmente de la economía, obsesionado por su plan para cambiar España y los españoles. Tan obsesionado estaba por ello que ni siquiera supo ver la crisis, y han tenido que obligarle desde fuera a tomar las medidas necesarias para atajarla. Lo ha hecho, finalmente, a la fuerza y todavía con el enorme lastre de su agenda ideológica, que le impide llegar a un acuerdo con el principal partido de la oposición, como han hecho prácticamente todos los países de nuestro entorno para afrontar la emergencia. La recuperación sigue así viéndose frágil, lenta y problemática, tanto dentro como fuera de casa. Y no olvidemos que la confianza es una planta que crece lentamente, pero se marchita enseguida. Siendo los que menos confianza inspiran los incapaces de ver sus propios fallos, como ocurre a quien ni nombrar hace falta.


ABC - Opinión

Happy birthday, ZP, por una década de embustes. Por Federico Quevedo

Fue un acto desangelado, frío, casi gélido, como no podía ser de otra manera porque la verdad es que hay poco que celebrar. Pero él apareció como siempre, con esa sonrisa petrificada en su rostro y su discurso de optimismo antropológico que provoca nauseas. Sobre un fondo rojo su nombre, Zapatero, y debajo un enorme 10 que inevitablemente trasladaba al subconsciente la imagen de una camiseta de la selección española, campeona del mundo. Es lo único positivo que puede esgrimir, y encima no es mérito suyo, ni por asomo, aunque sea el ministro de deportes, pero no deja de ser un recurso de urgencia para intentar salvar los muebles a lo que siempre ha sabido hacer, a lo único que ha sabido hacer: el eslogan fácil y barato. Zapatero es un producto de marketing, un envase que en su día pudo ser atractivo porque lo nuevo siempre lo es, pero que luego se ha demostrado que tras un buen diseño publicitario -ZP, Zapatero Presidente- no había ni hay nada, el vacío más absoluto, y por eso ha tenido que llenar el recipiente de demagogia, populismo y el permanente recurso al todo vale y al cueste lo que cueste para mantenerse en el poder. Rodríguez es, en definitiva, un embuste en sí mismo, un falso, un hipócrita, un cínico, un resentido, un demagogo, un sectario, un frívolo, un insolvente y un relativista de los pies a la cabeza. Reúne, por tanto, todas las cualidades de un mal gobernante. Qué digo malo, ¡pésimo! El peor que hayamos tenido, no ya en estos años de democracia, sino a lo largo de nuestra historia como país, con permiso de Fernando VII.

Tengo que reconocer que incluso a mí consiguió engañarme cuando, siendo todavía líder de la oposición, un grupo de periodistas de este diario nos reunimos un par de veces con él e hizo gala de una simpatía empalagosa y nos ofreció el caramelo de un programa político plagado de reformas dirigidas a regenerar la democracia. Pero poco tardó en aflorar el verdadero Rodríguez: bastó el accidente de un petrolero frente a las costas gallegas para que el hasta ese momento candoroso líder de la oposición enseñara sus uñas, y luego con la guerra de Iraq afilara los cuchillos del sectarismo. Había, por desgracia, muchos que seguían creyendo en él -no tanto por mérito suyo como por demérito, en aquel momento, de Aznar-, pero algunos ya nos dimos cuenta de que tras la fachada de talante se escondía un sectario impenitente y un hábil embustero. La prueba fue el Pacto del Tinell, probablemente uno de los documentos políticos de mayor trascendencia que se hayan firmado nunca en nuestro país, por su alcance y por el contenido profundamente antidemocrático del mismo al conjurar las fuerzas del socialismo y del nacionalismo radical contra la derecha democrática. Y el Pacto del Tinell marcó, sin lugar a dudas, todo el devenir de la primera legislatura de Rodríguez, dirigida al aislamiento del PP mediante el cordón sanitario que Rodríguez puso en marcha con la izquierda y el nacionalismo radicales, y la complacencia de los moderados. Supuso, además, el compromiso del socialismo con una idea confederal de España que nada tenía que ver con el espíritu de la Transición y la Constitución Española.

Rodríguez se había abandonado en manos de políticos nacionalistas que demostraban un odio irrefrenable hacia todo lo español, y de intelectuales de estrechas miras y formación de todo a cien obsesionados con la Transición y empeñados en refundarla porque, en su opinión, fue llevada a cabo por herederos del franquismo. Con esos mimbres se tejió una legislatura dedicada a buscar el enfrentamiento y la división entre los españoles, primando el interés de algunas minorías sobre el general del país, y en la que el objetivo principal fue intentar el final de la violencia buscando un atajo, aunque esta vez distinto al que utilizó González: el atajo de la cesión a las pretensiones etarras. Fue cuando pudimos ver a Rodríguez desplegando otra de sus facetas, la del embuste. Empezando porque cuando negociaba con el PP el Pacto Antiterrorista ya había autorizado, al mismo tiempo, los contactos de Eguiguren con la banda de asesinos. Esa es su característica principal: la de tener una doble cara, un doble lenguaje, una doble moral y ningún principio. Luego esa característica, la de ser un embustero, fluyó como un manantial cuando en la campaña electoral de 2008 llegó la crisis y la negó, y se pasó los meses siguientes, de nuevo reelegido, manteniendo vivo el embuste hasta que le fue imposible esconder las evidencias.

En el fondo todo ha sido eso, un embuste detrás de otro. Nunca hubo talante, ni compromiso, ni fe en la democracia. Siempre ha sido eso, una fachada tras la cual, como en las películas del oeste, solo había un montón de vigas sujetándola para esconder al otro lado de la puerta el desierto más inhóspito y desagradable. Todo esto lo saben en el PSOE, no se crean, y por eso el décimo aniversario de su elección como secretario general ha tenido el escenario que ha tenido en lugar de haberse aprovechado como correspondía en un gran acto multitudinario. Rodríguez ‘el Embustero’ ya no tiene crédito ni en sus propias filas. No puede ir a Rodiezmo porque sabe que los mineros le van a pitar, a silbar y a abuchear… No va, de hecho, a ningún sitio donde haya gente incontrolable por temor a las manifestaciones de desprecio colectivo. Vive encerrado en su burbuja de cristal, ajeno a la realidad, escondido del mundo mientras ensaya en el espejo su sonrisa cínica como si fuera una caricatura de sí mismo. Diez años han convertido a Daniel el Travieso en el Enemigo Público Número Uno, y hoy lo único que espera de él la sociedad española es que tenga la gallardía de convocar elecciones lo antes posible para que alguien mejor que él venga de una vez a arreglar todo lo que él ha estropeado, que ha sido mucho.


El Confidencial - Opinión

El malentendido. Por Germán Yanke

Zapatero presenta la sentencia del Estatuto como un malentendido que él se propone resolver.

El presidente Zapatero pretende presentar la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña como una suerte de malentendido que él se propone resolver. Comenzó, de un modo un poco altivo, recomendando su lectura atenta para terminar de ese modo con la enfadada interpretación de los nacionalistas catalanes a la que José Montilla se había sumado con un patético desconcierto que augura poco éxito en las próximas elecciones autonómicas. Pronto se vio que la lectura detallada que acabaría con las polémicas no era exactamente la del texto de la sentencia, sino la de la interpretación que el propio presidente se aprestaba a hacer: quien se enfade es presa del malentendido, lo que el Constitucional ratifica es un éxito ante los malvados recurrentes y lo que señala que no se ajusta a la Carta Magna no es por su contenido, sino por estar precisamente en el Estatuto. Búsquese otro camino y termínese con el malentendido.

Es difícil saber, a estas alturas, si resulta más lamentable desde el punto de vista de la estabilidad institucional despreciar el papel del Tribunal Constitucional por ser desafecto a lo «catalán», como hacen los nacionalistas tras su paradójica interpretación de lo catalán, o por este camino del malentendido y la búsqueda, para lo mismo, de otro procedimiento. El presidente se comporta como el comensal que pide sopa para empezar y, cuando el camarero le dice que no hay, sonríe y aclara: «ningún problema, entonces verduras de primero y, de segundo, sopa». Como si su voluntad valiera más que la realidad misma.

Precisamente por ello, porque la voluntad del presidente no puede con la realidad, habría que resolver el verdadero malentendido: el problema principal no es, como algunos piensan, la supervivencia del débil Gobierno mediante apaños y cesiones, aunque sean meras estratagemas, sino el concepto de la arquitectura constitucional que el señor Rodríguez Zapatero tiene en la cabeza. Si piensa que se puede dar carta de naturaleza a la «bilateralidad» entre el Estado y algunas comunidades autónomas, si cree que se pueden compartimentar los poderes del Estado o que los poderes regionales pueden decidir sobre competencias estatales, si está convencido de que la formulación de autonomías como nación les otorga un cierto poder constituyente, si piensa que España es una suma heterogénea y coyuntural en vez de un Estado organizado autonómicamente, estaremos verdaderamente apañados. El malentendido verdadero es pensar que el riesgo es su supervivencia; el peligro cierto sería que la pluralidad se confundiera con ese puré antidemocrático.


ABC - Opinión

Los diez años del monstruo. Por Jesús Cacho

El 7 de marzo de 2003, cuando aún faltaba un año para las elecciones generales de 2004, buena parte de la redacción de este diario digital fue recibida por José Luis Rodriguez Zapatero en su despacho de la calle Ferraz. El candidato a la presidencia del Gobierno por el PSOE, verbalmente triturado un día sí y otro también por la soberbia insolente de José María Aznar, era un hombre cuyas posibilidades de llegar a la Moncloa no hubieran logrado un euro en una casa de apuestas. Aquel día, sin embargo, y ante la cara de asombro de mis colegas del Confi, se mostró convencido de ganar las próximas generales. Nos cayó simpático. Nos envolvió con su verborrea fácil, posibilista, sin estridencias, apta para el consumo de lactantes. Durante dos horas largas nos vendió talante para parar un tren. Frente al entonces endiosado Aznar, nos pareció el chico next door dispuesto a mover montañas a base de sonrisas. Saben muy bien lo que ocurrió el 11-M de 2004, y la importancia que los atentados tuvieron para hacer de él un “presidente por accidente”, como malévolamente lo calificó el WSJ. A primeros de marzo de 2005, coincidiendo con el segundo aniversario de aquella visita, le escribí una carta recordándole su firme promesa de volver a recibirnos si un día llegara al Olimpo. “Estimado Jesús: Muchas gracias por enviarme noticias sobre el avance de elconfidencial.com. Como tú, recuerdo bien aquel encuentro de hace dos años […] Os deseo lo mejor para esta nueva etapa de la publicación y confío en que podamos encontrarnos en cuanto despeje algo la apretada agenda que ahora tengo por delante”. Firmado, J. Zapatero.

Como dicen en mi pueblo, si te he visto no me acuerdo. Nunca más se supo. Tampoco se ha sabido de sus vicepresidentes/as y ministros/as de Economía. Para un medio como este, básicamente orientado desde su nacimiento hacia la información económico-financiera, mantener relaciones fluidas con el ministerio del ramo era y es una cuestión que rebasa lo anecdótico. De todo punto imposible. Estamos inscritos en la lista negra de los espíritus libres y, por tanto, escasamente fiables. Tratados como enemigos. Y lo ocurrido con Zapatero, en la economía y en la política, ha sucedido también con el resto de ministros de sus Gobiernos, excepción hecha de Don José Blanco, que hace escasas fecha visitó nuestra redacción. Todo lo anterior viene a cuento para enmarcar mi idea, ahora que el monstruo (En sentido hiperbólico, aplicado a la persona que tiene dotes excepcionales para algo, incluso para el mal) acaba de cumplir una década de liderazgo, de que 70 años después de terminada la Guerra Civil y 35 años después de muerto Franco, Zapatero ha venido a consolidar y otorgar savia nueva al pérfido y evanescente, o eso parecía, fantasma de las dos Españas, la izquierda y la derecha, los buenos y los malos, los amigos y los enemigos, nosotros y ellos…

«Zapatero está muy lejos de ser el “bobo solemne” que algunos creyeron ver en él al inicio de su mandato..»

Todo lo tenía el personaje para haber sanado heridas, aplicado ungüento a las viejas luchas fratricidas, liberado tensión a los desplantes acumulados por Aznar en los dos últimos años de su Gobierno. Para desgracia nuestra, el sujeto prefirió la vía de la confrontación, con el objetivo puesto en aislar a la derecha política y colocarla extramuros del Sistema, pretensión suicida más que vana, en tanto en cuanto suponía dejar a media España en las alcantarillas del juego democrático. En contra del tipo banal que parece sugerir la simpleza de su discurso, plagado de obviedades y cursilerías, Zapatero está muy lejos de ser el “bobo solemne” que algunos creyeron ver en él al inicio de su mandato. Obligado a gestionar las contradicciones del capitalismo tardío muchos años después de la caída del Muro de Berlín y de la muerte de “la revolución” en el altar del consumo, el de León se planteó un rearme ideológico capaz de asentar al PSOE en el poder por tiempo indefinido sobre la base de la emancipación de los grupos sociales más o menos marginados por el Sistema: mujeres, inmigrantes del tercer mundo, minorías sexuales, etnias y culturas oprimidas, movimientos con vocación transversal (ecologismo y pacifismo) y así sucesivamente.

Hacia una hegemonía socialista duradera

La “revolución” de Zapatero se ha llevado a cabo mediante una intensa actividad legislativa que a duras penas ha conseguido disfrazar los perfiles de lo que a todas luces parecía una gran operación de ingeniería social destinada a dislocar el tradicional sistema de valores del español medio, sobre la base de una sociedad sin jerarquía y una ciudadanía con más derechos que obligaciones. Y con el punto de mira puesto en la promoción de un nuevo tipo de individuo despersonalizado, desideologizado, igualitario, acrítico, incluso idiotizado. Primando la igualdad sobre la libertad. La masa sobre la persona. El pueblo sobre el ciudadano. El todo sobre cada una de sus partes. “De lo que se trata es de la producción de otro individuo, un individuo que ya no sea más construido a partir de la matriz del individuo posesivo” (Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia. Ernesto Laclau y Chantal Mouffe). Todas y cada una de esas decisiones legislativas conseguían poner contra las cuerdas a una derecha atemorizada y bobalicona, mal preparada para aceptar el envite (el último, la posibilidad de abortar a chicas menores de 16 años sin el consentimiento de los padres), aunque ningún rebote en el PP ha sido comparable al producido por el intento, realizado en paralelo, de reescribir la reciente Historia de España procediendo a desenterrar, nunca mejor dicho, los viejos demonios familiares históricos hispanos.

«Todas y cada una de esas decisiones legislativas conseguían poner contra las cuerdas a una derecha atemorizada y bobalicona.»

El terremoto no ha sido menor en lo que al horizonte político e institucional se refiere, como corresponde a un personaje para quien la nación es “un concepto discutido y discutible”. En la antípodas de lo que gente como Gustavo Bueno entiende por el término (“Y digo la Nación española; no el pueblo. El pueblo no puede disponer de la Nación, el pueblo está sometido a la Nación. El pueblo es el viviente, pero la Nación contiene a nuestros muertos y a nuestros hijos”), Zapatero ha abierto en canal, sin la menor idea sobre cómo cerrarlos, melones de importancia capital en la estructura territorial del Estado, graves puñaladas a la Constitución del 78 por la puerta de atrás de los Estatutos de autonomía. Su “omnipresente esperanza fue pasar a la historia como el gran Pacificador” (Churchill sobre el incauto de Chamberlain), le llevó a intentar pactar con ETA, y con idéntica desenvoltura regaló al nacionalismo catalán un Estatut que una mayoría de catalanes sensatos ni reclamaban ni necesitaban. El resultado de tanta frivolidad a la vista está.

Estado cuarteado y españoles empobrecidos

Las consecuencias de los dislates de Zapatero serán perdurables y, al contrario de lo que ocurre con la crisis económica, puede que no tengan vuelta atrás. El Estado, tal como lo consagra la vigente Constitución, cuarteado y abocado a acontecimientos tal vez traumáticos, y los españoles empobrecidos para muchos años. No hay hoy un solo empresario o financiero importante en el país que no abomine del personaje y de su pobre gestión de la Economía. Vale la frase formulada hace unas semanas por un norteamericano de visita en España: “¿Pero no disponen ustedes de filtros capaces de impedir que un tipo como este pueda llegar a la presidencia del Gobierno?”. Impasible el alemán, el personaje ha seguido, no obstante, dedicándonos la mejor de sus sonrisas -a menudo trufadas de embustes- incluso en plena tormenta. De su boca es capaz de salir cualquier extravagancia, cualquier provocación propia de líder universitario de los sesenta, cualquier boutade sin sentido, sin que se le quiebre la sonrisa, convencido de que todo se lo perdonará la hedonista, anestesiada sociedad española actual. Sonriendo a media caña dijo el jueves, con motivo de la celebración de sus 10 años como Gran Jefe Sioux, que “estamos mucho mejor de lo que parece y lo vais a vivir”. Es posible que su entorno más cercano esté mejor de lo que parece; la realidad es que para una gran mayoría de españoles las cosas están bastante peor de lo que parecen.

«¿Es que tiene algo mejor que hacer…? A menos que se vaya de penene a León, no sabe hacer otra cosa.»

Cuando aún quedan casi 20 meses para el final de la Legislatura, el interés dentro y fuera del Partido Socialista está ahora centrado en saber, adivinar más bien, si Rodríguez Zapatero encabezará la lista socialista a las generales de marzo de 2012, en el supuesto, que es mucho suponer, de que la fiesta aguante hasta entonces. Las opiniones entre la propia nomenklatura socialista están divididas. Hay quien opina con rotundidad que por supuesto que sí. “¿Es que tiene algo mejor que hacer…? A menos que se vaya de penene a León, no sabe hacer otra cosa”, asegura un alto cargo de Moncloa, que lo define como “un duro disfrazado de blando, un tipo que jamás pega un puñetazo en la mesa, que te mata a besos, pero que tiene el virus de la política en sangre”. Cada día son más, sin embargo, los que piensan que ZP no será candidato por tercera vez, lo que aboca a los socialistas a la celebración de un Congreso para nombrar nuevo secretario general y candidato a la presidencia del Gobierno. “Es la reflexión que se están haciendo en el seno del PSOE”, asegura un destacado militante. “El problema es saber quién; es encontrar una alternativa con posibilidades de volver a ganar, porque éste optimista irredento va a dejar el partido como un sembrado”. Plagado de minas, además.


El Confidencial - Opinión

El ombligo nacionalista. Por M. Martín Ferrand

De tanto mirarse el ombligo en busca de sus más profundas raíces, Cataluña se va acatetando.

ME contaba Federico Gallo, la primera gran estrella de la televisión en Cataluña, que Chamaco era un torero tan querido en Barcelona, con tal capacidad para llenar la Monumental y entusiasmar al respetable que, al final de cada una de las corridas en que intervenía, desfilaba por el redondel un monosabio con una pizarra en la que podía leerse: «La semana próxima, Chamaco y dos más». Ni tan siquiera Joaquín Bernadó, la máxima figura de la tauromaquia catalana, ni Mario Cabré, el más popular y pinturero de los toreros de aquella tierra, llegaron a tanto. Tampoco sería fácil encontrar fuera de Barcelona —ni Antonio Bienvenida en Madrid— otro caso de adhesión a un torero como el que protagonizó Chamaco, Antonio Borrero, porque la ciudad condal fue, con tres grandes plazas funcionando a un mismo tiempo, una gran capital taurina.

Como en un magistral artículo —«La puntilla»— nos prevenía hace unos días Andrés Amorós, ya no habrá más corridas de toros en Cataluña. Así, según parece, lo sancionará la próxima semana la mayoría del Parlament en interpretación discutible y torticera de la demanda de sus representados. Los argumentos buenistas, desde la protección de los animales a lo sangriento del espectáculo, no caben en esta ocasión porque lo que se pretende es dar un paso más para marcar distancias con (el resto de) España. Esa es la esencia de un nacionalismo que, con el esforzado apoyo del PSC, le va arrancando pétalos a la margarita catalana en renuncia de elementos que, durante siglos, han formado parte de los usos y costumbres de los catalanes, forzosos o voluntarios: nacidos en Cataluña o emigrantes que allí buscaron un futuro mejor. Una Cataluña que, de tanto mirarse el ombligo en busca de sus más profundas raíces, se va acatetando y que, curiosa y paradójicamente, proscribirá la fiesta de los toros cuando ocupa la presidencia de la Generalitatun catalán nacido en Iznájar, Cordoba, a orillas del Genil.

Viví y trabajé en Barcelona durante los últimos años del franquismo y allí encontré un cosmopolitismo y una apertura cultural y vital insólitos en la España de la época. El Barçaya era capaz de ganarle por cinco a cero al Real Madrid y las óperas en el Liceo empalidecían por su brillo espectacular y social las de la capital de España, todavía sin un teatro especializado. Aquello era la sede del progreso, el puente con Europa, el brillo de la burguesía y, también, una plaza taurina de primera. Ya no será así. El afán diferencial del nacionalismo catalán, reforzado por la franquicia socialista del lugar, prefiere ser tuerto para ser distinto. Qué pena.


ABC - Opinión

¿Qué haces, criatura?. Por Alfonso Ussía

Además de abrirme los ojos, me ha angustiado la lectura del magnífico artículo de Gloria Lomana «¿Dónde está Zerolo? II», publicado en este mi periódico el pasado 24 de julio. Sucédeme lo mismo que a Gloria. Meses acumulados de silencio por parte de Zerolo y de inquietud por la mía. Su única aparición pública fue en la cosa del Orgullo Gay. Pero no participó en la Carrera de Tacones, que es lo más en esos días. Ni recortes económicos y sociales, ni lapidaciones, ni fallecimientos por huelga de hambre de presos en Cuba, ni deportaciones carcelarias, ni derechos humanos arrasados, ni salarios destruidos. Zerolo no está. No se puede poner. Está reunido. Es el Secretario de Los Movimientos Sociales, y lleva unos cuantos meses cobrando de todos los españoles sin dar con un palo al agua. Gloria Lomana asegura que ha sido visto en Viena, conllevando pancarta reivindicativa-social con mensaje en alemán. Algo es algo. Pero se me antoja poco para las expectativas y las ilusiones que hemos depositado en él los amantes del amor sin fronteras. Lo decía una tía abuela mía cuando llamaba a sus sobrinos nietos y éstos no daban señales de vida. «¿Qué haces, criatura? ¿Dónde te has metido? Si no apareces inmediatamente te quedas sin tu peseta». No era generosa, pero se preocupaba por los suyos.

Y yo a Zerolo lo considero muy mío. Pero que muy mío. Son ya muchos los años de pancarta permanente en los periódicos y las cadenas de televisión. Y uno termina por encariñarse con los rostros y los gestos. Sospecha Gloria Lomana que lo de Aminatu le dejó exhausto y anda en período de recuperación. Quizá por ello, su sorprendente aparición vienesa. Para mí, que Zerolo nos ha ocultado durante años que veía de niño la serie «Heidi» y harto de los maricas recalcitrantes y de toda la vida de España, y de las lesbianas que se sienten discriminadas con su gestión, y de los que le aseguran que van a salir del armario y se quedan en el armario, y de todas las decepciones que ha soportado con posterioridad a su gran labor con Aminatu, Zerolo se nos ha marchado a Centroeuropa a buscar a Pedro, porque lo de Heidi es para despistar. Y me parece muy bien que lo haga, pero que lo diga. Lo que no es presentable es que llamemos un día sí y otro también a la Secretaría de Movimientos Sociales y al Ayuntamiento de Madrid y nos digan que no está. Tengo un problema que debo resolver con urgencia y sólo Zerolo me puede orientar, y no se me pone al teléfono. De Viena habrá viajado a las verdes montañas de Baviera, y a ver quién es el guapo y el listo que lo encuentra mientras él, a su vez, busca a Pedro, lo que no es fácil, porque rebaños de cabras y ovejas en Baviera abundan en estos meses de estío, y para colmo, Pedro ha debido de cumplir los noventa y siete años, y el susto puede ser grande si al final lo localiza. Porque Pedro, y hora es ya de decirlo sin prudencias ni rodeos, era «gay» cuando conoció a Heidi, con la que nada intentó en sus escapadas a las cumbres, y en mi opinión, con sobrados motivos, porque Heidi, como ya he escrito en anteriores ocasiones, era bastante sucia. La única persona que le enseñó las ventajas del aseo diario fue la pobre señorita Rottenmeyer, y miren como acabó, odiada por todo el mundo, Zerolo incluido. ¿Nadie le ha dicho a Zerolo que Pedro no está para nada? ¿Para qué le sirve tanto personal a sus órdenes, y tantísimo dinero, y tantísima gaita?

Gloria no va más allá de Viena. Y tenemos que encontrar a Zerolo, que está callado, escondido y quizá, asustado. Echarlo del trabajo no lo van a hacer, pero no está dando muy buena imagen. Y yo, como mi tía abuela: «¿Dónde estás criatura?». Porque con Aminatu, les aseguro que no. Terminó harto.


La Razón - Opinión

Cataluña. La banda de comisionistas. Por Clemente Polo

Que nadie se engañe ante la enésima representación de la pasión de Esparraguera por la compañía de CDC, pues forma parte de un plan premeditado y de largo alcance.

A los amos de la Masía Gran (Palau de la Generalitat), la sentencia del Tribunal Constitucional les ha venido como anillo al dedo. Ni en sueños habrían encontrado una mejor excusa para distraer la atención de los ciudadanos de unos hechos que la instrucción del caso Palau está poniendo al descubierto: Convergencia Democrática Catalunya (CDC) se ha financiado ilegalmente durante al menos la última década (1999-2009) cobrando comisiones a empresas a las que adjudicaba obras públicas. De momento, la investigación judicial en curso ha desvelado ya que el partido del Honorable Pujol, Mas, Puig, Pujol (hijo) y compañía recibió al menos 5,8 millones de euros en comisiones ilegales de empresas a las que se adjudicaron obras tan emblemáticas como la reforma del Palau de la Música (1999) o la construcción de la Ciudad de la Justicia (2003), o tan prosaicas como la construcción del pabellón deportivo (PAV-3) de Sant Cugat del Vallés (2003) o una planta para el tratamiento de aguas residuales en La Escala.

En algunos de estos casos, CDC empleó como intermediarios a los Sres. Millet y Montull, los saqueadores confesos del Palau que se encargaban de reclamar a las empresas que recibían adjudicaciones una comisión del 4% del montante de la obra y la repartían entre CDC (2,5%) y Millet y Montull S.L. (1,5%). Entre los apuntes hallados en el ordenador de la secretaria de Millet figuran junto a la palabra "Daniel" las cantidades correspondientes a ese 2,5% que acabaron en la Fundación de CDC o se emplearon por Millet y Montull para pagar las facturas correspondientes a servicios electorales prestados a CDC por algunas empresas dedicadas a la difusión de publicidad (Letter Graphic y New Letter) y presentaciones audiovisuales (Hispart) cuyos trabajadores afirman no haber trabajado nunca para el Palau.

Todo apunta a que el misterioso "Daniel" no es otro que Daniel Osácar, fundador y apoderado de la empresa de rehabilitación Natur System que participó en la reforma del Palau en 1999, secretario personal del Sr. Mas desde el año 2000 y tesorero de CDC y la Fundación Trías Fargas –ahora rebautizada CatDem– desde 2005. Los dirigentes de CDC ha seguido la misma táctica que el PP en el caso Gürtel: negarlo todo y acusar al Gobierno de perseguir a la oposición. Pese a la gravedad de los hechos y las responsabilidades que se derivan contra los máximos dirigentes de CDC entre 1999 y 2009, los Sres. Pujol y Mas, CDC ha logrado de momento (con la inestimable colaboración del PSC) que no se hable del expolio de los contribuyentes perpetrado por los políticos convergentes sino de la "irresponsable" sentencia del TC y "de la humillación de Cataluña". ¿No encuentran contradictorio que el hombre que se conformó con ir arrancando pequeñas concesiones a González y Aznar durante los veintitantos años que estuvo al frente del Gobierno catalán se rasgue ahora las vestiduras y califique de "humillación colectiva" el nuevo Estatut que, pese a los recortes impuestos por el TC, reconoce a Cataluña un nivel de autogobierno superior al existente en los estados federales europeos y americanos?

Que nadie se engañe ante la enésima representación de la pasión de Esparraguera por la compañía de CDC, pues forma parte de un plan premeditado y de largo alcance. Pocos días después de la famosa escena del diván en el palacio de La Moncloa que desatascó la tramitación del Estatut en el Congreso, Mas i Gavarró, desveló la aparentemente contradictoria estrategia seguida en la tramitación del Estatut, primero en el Parlament de Cataluña y a continuación en el Congreso, así como el fin último de la misma:

Cataluña tenía dos opciones: recortarse las alas el 30 de septiembre para acomodar el Estatut al PSOE o subir el listón a lo más alto... De haber optado por rebajar nuestra reivindicación, ahora no tendríamos un imaginario de futuro para Catalunya. Mi objetivo sigue siendo el texto aprobado en el Parlament. No hemos conseguido alcanzarlo de una sola vez, pero sí que podemos hacerlo mediante dos o tres saltos como el que ahora hemos dado (La Vanguardia, 30 de enero de 2006).

En términos muy similares se expresó el Sr. Pujol en la ceremonia en la que se recibió el galardón especial de la XVII edición de los premios Sabino Arana el 29 de enero de 2006 al afirmar que el nuevo Estatut "no será un texto para muchos años ni será para la generación que ahora accede a la política". Más claro agua: aunque el TC no hubiera tocado el Estatut, el Sr. Mas ya estaría denunciando las limitaciones del nuevo Estatut y preparando el segundo salto (o, mejor, asalto) que ya anunciaba en enero de 2006, varios meses antes de que se aprobara en el Congreso y se ratificara en referéndum.

A quienes de verdad les interese conocer las verdaderas intenciones de CDC, les recomiendo se pasen por las sedes de esta formación y presten atención al mensaje que aparece en unos carteles de grandes dimensiones –¿quién pagará la factura en esta ocasión?– que forman parte de la precampaña electoral de CDC, impresos antes de conocerse la sentencia del TC: "Sí, queremos un Estado propio". Ni el Estatut aprobado en el Congreso en 2006, ni siquiera el proyecto de Estatut aprobado en el Parlament de Cataluña el 30 de septiembre de 2005, podrían satisfacer esa exigencia, lo que demuestra que la indignación de los líderes de CDC tras los recortes impuestos por el TC es una mera excusa para seguir alimentando el victimismo y el encono en la sociedad catalana y deslegitimando las instituciones del Estado español.


Libertad Digital - Opinión

El presidente soberanista. Por Ignacio Camacho

Los españoles que creen que el Constitucional ha sido benévolo con el Estatuto carecen de voz política.

LA operación del Estatuto le ha salido tan bien a Zapatero que después de haberle otorgado a Cataluña más autogobierno que nunca ha logrado que se dispare el índice de insatisfacción nacionalista y aumenten, aunque sea por impulso visceral, los partidarios de la independencia. He ahí una estrategia sobresaliente propia de una minerva del Estado. Los catalanes tienen un régimen semiconfederal y lo único que se oyen son protestas y manifestaciones de victimismo, ante las que el presidente se pone de rodillas. Su incapacidad para manejar la iniciativa tras la sentencia del Tribunal Constitucional y su mala conciencia a la hora de defender a las instituciones del Estado han provocado una crecida inédita del soberanismo, experto en sacar partido de contrariedades artificiales. La alianza de soberanistas en que se ha convertido la política catalana ha inoculado con facilidad en la opinión pública un mensaje de agitación pesimista a favor de corriente, generando un cabreo popular que estimula la visceralidad y aumenta la temperatura social en unos grados de desafecto hacia España. Éxito completo de ZP, que camina de victoria en victoria hasta la derrota final.

Pero mientras en Cataluña estalla la irritación sobreactuada y el lamento ventajista de su montaraz dirigencia pública, en el resto de España falta representación política del malestar por la desigualdad que representa un modelo asimétrico del mapa de las autonomías. Ni el Gobierno por egoísmo, ni el PSOE por obediencia, ni el PP por vergonzante conveniencia oportunista, son capaces de asumir la voz —mayoritaria según las encuestas— de los españoles que creen que el Constitucional ha sido benévolo con el Estatuto al consagrar sus principales premisas desigualitarias. Españoles que por cierto siguen constituyendo, a día de hoy y mientras no se reforme la Constitución, el único sujeto posible de soberanía nacional. Españoles a los que su Gobierno ni pregunta ni escucha lo que piensan de un conflicto que parece afectar sólo a Cataluña, que es precisamente lo que niega el veredicto del TC al establecer la preminencia de la nación española. Pero Zapatero ha vuelto la espalda a esa esencial doctrina de Estado y se ha avenido, con complicidad irresponsable y apocada, a propiciar el modo de desobecederla. Se ha arrugado ante la presión nacionalista y le ha cedido la iniciativa del pataleo.

El resultado de esa brillante gestión zapaterista es que el problema catalán sigue más abierto que nunca después de un Estatuto de máximos que revienta las débiles costuras del Estado. Y que el presidente de España permite que sólo se oiga la expresión del malestar de Cataluña, concediéndole de facto el rango de nación que ha venido a negarle la sentencia. Esto no se había visto nunca: un Gobierno volcado de parte de quienes pretenden achicarle su propia soberanía.


ABC - Opinión

Toros y libertad

Cuando hace unos días el público que ocupaba tres cuartas partes del aforo de la plaza Monumental de Barcelona gritó a coro: «Libertad, libertad, libertad», mandaba a Cataluña y a España entera un mensaje demoledor sobre el proceso público abierto contra los toros en el Parlamento de dicha comunidad autónoma. La campaña para abolir las corridas de toros en Cataluña, impulsada por grupos nacionalistas e independentistas, es, sobre todo y ante todo, un ataque injustificado y arbitrario contra el derecho del ciudadano de acudir y disfrutar con una tradición profundamente arraigada en la conciencia y el espíritu de una buena parte de la sociedad catalana. El próximo miércoles el Parlament votará el proyecto de ley de prohibición de la Fiesta Nacional, producto de la iniciativa legislativa popular (ILP) presentada por la plataforma animalista PROU. El resultado de ese acto parlamentario marcará un antes y un después en la historia de una comunidad y de una sociedad históricamente abiertas, tolerantes y pluralistas. Cuesta asumir que, por obra y gracia de una parte de la clase política, Cataluña pueda dar al mundo una imagen coercitiva y prohibicionista, donde sólo se acepta lo políticamente correcto marcado por el poder dirigente.

Los parlamentarios que decidirán el miércoles la suerte final de los toros en Cataluña asumen una responsabilidad trascendente. En este punto creemos positivo que una iniciativa del Partido Popular permita que la ciudadanía pueda conocer el voto de cada uno de los miembros del Parlament. Los catalanes tienen derecho a saber la posición de sus representantes en una sesión que puede coartar su libertad. De acuerdo a los debates previos y las intervenciones en todo el trámite parlamentario, los diputados del PSC y CiU tendrán en sus manos que los catalanes que así lo deseen puedan seguir acudiendo a los cosos y no se vean obligados a trasladarse a otros puntos de España donde la censura no somete la voluntad de la sociedad. Resultó significativo que la Ejecutiva del PSC decidiera la pasada semana dar libertad de voto a sus 37 diputados autonómicos en contra del criterio oficial mantenido hasta la fecha. Este guiño al sector más catalanista del partido es un preocupante presagio. Pese a todo, confiamos todavía en el sentido común y la responsabilidad de muchos parlamentarios convergentes y socialistas que no comparten el proyecto de fomentar una Cataluña pequeña, cerrada y confusa y sí defienden una en la que sus habitantes sean cada día un poco más libres.

LA RAZÓN publica hoy un amplio reportaje que refleja el sentimiento, la afición y la tradición taurinas en Cataluña que los sectores extremistas intentan negar. Desde el joven de la escuela taurina, que se entrena y aprende casi a escondidas, hasta el veterano torero catalán Joaquín Bernardó. Separados por varias generaciones, ambos demuestran que, al contrario de lo que la propaganda antitaurina vende, Cataluña no es ajena ni extraña a ese arte maravilloso y único que enfrenta al diestro con el toro bravo.


La Razón - Editorial

Zapatero, una década

La crisis desbarata la agenda política del líder del PSOE, cuyo mejor aliado es la debilidad del PP.

El hecho de que José Luis Rodríguez Zapatero haya pasado en La Moncloa seis de los 10 años que lleva al frente del Partido Socialista constituye el más expresivo resumen de su gestión política. Para lo bueno y, sin duda, también para lo malo. Su victoria en el 35º congreso del partido fue posible por el enfrentamiento entre corrientes internas que procedían de los tiempos de Felipe González. Rodríguez Zapatero se benefició de ser el único de los cuatro candidatos a la secretaría general que encarnaba lo que el desencantado electorado socialista reclamaba entonces: una renovación en la dirección de su opción política.

La interpretación de ese deseo de cambio como una simple cuestión generacional ha arrojado más costes que beneficios. La dirección del partido se renovó por completo, pero al precio de dejar en el camino la experiencia acumulada por una de las fuerzas políticas imprescindibles en el paso de la dictadura a la democracia y en la gobernación del sistema constitucional desde 1978. La renovación no se llevó a cabo mediante una radical democratización de las estructuras orgánicas para captar el talento emergente -que fue, por otra parte, la condición necesaria para la llegada de Zapatero a la secretaría general-, sino a través de un cierre de filas en torno al nuevo líder. La formación de equipos políticos quedó enteramente sometida a su voluntad, y el debate y la crítica interna fueron desterrados.


Zapatero ha sido el único líder que alcanzó la presidencia del Gobierno en las primeras elecciones generales a las que se presentaba. Ello fue posible gracias a una tarea de oposición que ofreció a los ciudadanos una alternativa a la crispación alentada por el Partido Popular (PP), llevada a sus últimas consecuencias tras los atentados del 11 de marzo en Madrid. La izquierda, que se había desmovilizado con Joaquín Almunia, regresó a las urnas y concedió la victoria al nuevo secretario general del PSOE en 2004.

Una vez en el Gobierno, Zapatero tuvo la oportunidad de abandonar la agenda ideológica impuesta por su predecesor, preocupada por la estructuración del Estado, la unidad histórica o el terrorismo; prefirió, sin embargo, mantenerla, aunque cambiando el sentido de las respuestas y añadiendo nuevos capítulos como la ampliación de los derechos civiles. La crispación no remitió, pero quedó meridianamente clara la responsabilidad del PP y también la raíz ultramontana que lo inspiraba. Sobre esta base y apelando al voto del miedo, Zapatero revalidó su victoria en 2008, aunque con la inevitable consecuencia de verse obligado a gobernar un país cada vez más dividido.

La crisis económica puso fin a la viabilidad de las propuestas económicas del presidente, en particular su preocupación por los avances sociales, y rompió la agenda política. Las debilidades iniciales del liderazgo de Zapatero y del partido que construyó a su medida se hicieron patentes, y solo tras el cambio de rumbo en la política económica es posible entrever un regreso a la realidad y una asunción de los ingentes problemas a los que se enfrenta el país, algunos derivados de la excesiva permanencia de la agenda ideológica. El principal aliado de Zapatero sigue siendo un PP minado por los casos de corrupción y carente de liderazgo y de respuestas.

Tras una década instalado entre los actores principales de la política española, Zapatero se enfrenta a una encrucijada. También su partido. Sea o no el candidato en las próximas elecciones, el futuro del PSOE dependerá de cómo interprete ahora, pasado el tiempo, su victoria en el 35º congreso: como una cuestión generacional o como una democratización interna para atraer el talento emergente. En la elaboración de las próximas listas electorales los socialistas se juegan, o más de lo mismo, o una larga travesía del desierto.


El País - Editorial

Kosovo, Cataluña... y Zapatero

Si cuando surge una rebelión institucional fuera de nuestras fronteras el gobierno actúa de forma tan insustancial como lo ha hecho en el caso de Kosovo, es fácil suponer cuál sería su reacción si alguno de sus socios políticos decide seguir el ejemplo.

La decisión de la Corte Internacional de Justicia declarando legal la independencia de Kosovo proclamada unilateralmente en febrero de 2008, pone de nuevo al ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero en una difícil situación, consecuencia de su alocada trayectoria en todo lo que se refiere al papel de España en la crisis de los Balcanes.

Dejando a un lado lo asombroso de una decisión del Tribunal de la Haya que contradice los usos, tratados y jurisprudencia anteriores en materia de derecho internacional, lo cierto es que el gobierno de Zapatero se encuentra ante un problema de origen exterior que siempre ha gestionado en función de intereses partidistas para consumo interno.


Tras la proclamación unilateral de la independencia de una región, que a mayor abundamiento ni siquiera fue una de las repúblicas integrantes de Yugoslavia, el Gobierno español decidió que nuestras tropas permanecieran en el territorio formando parte de la fuerza conjunta internacional, a pesar de que, expresamente, España no reconoció esa decisión secesionista de un parlamento regional. ¿Para qué permanecieron un año más nuestros soldados allí? No lo sabemos, porque ni Zapatero ni sus ministros dieron una explicación convincente.

Como tampoco aclararon por qué también de forma imprevista, un año más tarde, la ministra Chacón anunció abruptamente que nuestras tropas abandonaban Kosovo sin que hubiera habido ninguna modificación sustancial en el estatus jurídico-político de ese nuevo miniestado al que la Corte Internacional ha otorgado ahora una estrambótica carta de naturaleza.

Que la gestión de la OTAN y la UE en los Balcanes no cumplió ninguno de los objetivos previstos en cuanto a la estabilización de la zona es ya un hecho compartido por todos los países serios. Se trató únicamente de contener las matanzas étnicas castigando a los serbios de forma brutal mientras se contemporizaba con el surgimiento de nuevas entidades políticas de corte étnico, cuyas represalias contra la población civil no tuvieron nada que envidiar a los sufrimientos padecidos bajo la bota del desaparecido Milosevic.

Siendo esto último cierto, no lo es menos que el papel de un país que se respete a sí mismo debe ser siempre apostar por la defensa de los mismos principios que mantiene en su propio territorio que, como en el caso de España, no está ayuno de intentonas secesionistas en algunas de sus regiones.

Si cuando surge una rebelión institucional fuera de nuestras fronteras el gobierno actúa de forma tan insustancial como lo ha hecho el ejecutivo de Zapatero en el caso de Kosovo, es fácil suponer cuál puede ser su reacción si alguno de sus socios políticos decide seguir el ejemplo de los dirigentes de ese narcoestado de corte étnico dentro de nuestras fronteras. ¿Preguntamos a la ministra Chacón?


Libertad Digital - Editorial

Las respuestas de Rajoy

Si el PSOE ha renunciado a la lealtad constitucional, el Partido Popular debe asumir la defensa de la Constitución, como lo hizo frente al Estatuto de Cataluña.

UNA de las valoraciones más contundentes que realiza Mariano Rajoy en la entrevista que hoy publica ABC se refiere a la actitud de Zapatero respecto a la sentencia del TC sobre el Estatuto: «No hay democracia donde un Gobierno ponga en tela de juicio las sentencias de los tribunales». Este juicio tan crítico del líder de la oposición es coherente con el insólito emparejamiento que protagonizaron Zapatero y Montilla para hacer duelo por la identidad «nacional» de Cataluña. Que un presidente autonómico, máximo representante del Estado en su comunidad autónoma, se presente en La Moncloa para exigirle al presidente del Gobierno la reparación de los daños causados por el TC es algo que solo es posible ver gracias a Zapatero. Sin duda tiene razón Rajoy cuando pide mirar al futuro en este conflicto, pero sin olvidar que ese futuro está lastrado por una estrategia común de nacionalistas y socialistas para insistir en la sustitución del Estado autonómico por un modelo confederal; y que al Partido Popular le seguirá correspondiendo el papel de abogado de la Constitución, después de que la izquierda española se haya confirmado en su nuevo papel histórico como caballo de Troya de los nacionalismos en el Estado. Si el PSOE ha renunciado a la lealtad constitucional, el PP debe asumir la defensa de la Constitución, como lo hizo frente al Estatuto de Cataluña.

Rajoy no incurre en el error de centrar su discurso en los terrenos que pretende marcarle el PSOE y por eso defiende el derecho de su partido a hablar con el PNV y CiU. Cuestión distinta es la elaboración de una posible agenda común con los nacionalismos para facilitar un cambio de gobierno, asunto que Rajoy zanja con una rotunda defensa de la autonomía del PP frente a la conveniencia de ir preparando futuras alianzas. Esta opción es la que mejor entiende el electorado popular, consciente de que, llegado el caso, será necesario pactar con nacionalistas, pero también de que, en este momento, el PP tiene que optar a gobernar en solitario para poder realizar, entre otras reformas, un plan imprescindible de reforzamiento del Estado y de las políticas de cohesión nacional.

La prudencia y la coherencia son las características de la actitud de Rajoy ante las diversas cuestiones de la situación actual. Pero, si en algo manifiesta una cierta novedad, es acerca de la nueva ley del aborto, que Rajoy derogará si gana para mantener la legislación anterior, un compromiso que demuestra que la crisis de España no es solo económica.


ABC - Editorial