lunes, 19 de julio de 2010

Estatuto. Insumisión constitucional. Por Ignacio Cosidó

Lo que no es asumible ni tolerable es que desde las instituciones catalanas se abogue por no cumplir esa sentencia reconociendo que no cabe en la Constitución.

La crisis política en la que va a dejar España la presidencia de Rodriguez Zapatero va a ser más difícil de superar que la propia crisis económica en la que nos ha hundido. La insumisión constitucional planteada ayer abiertamente por el Parlamento Catalán, con la complicidad del propio Presidente del Gobierno de España, pone en cuestión todo el entramado del Estado de las Autonomías desarrollado durante las tres últimas décadas. Zapatero, que quiso reinventar España sobre la base de un modelo confederal que no cabe en la Constitución vigente, ha cosechado el más estrepitoso de los fracasos. Hoy Cataluña se encuentra más alejada, más desafecta y más desvinculada de España que nunca. La responsabilidad de esa ruptura corresponde de forma casi exclusiva al socialismo gobernante, a un acomplejado presidente socialista de la Generalitat que ha convertido a su partido en rehén del nacionalismo independentista y a un presidente del Gobierno español, también socialista, que ha jugado a aprendiz de brujo con la Nación y puede terminar pereciendo políticamente en el incendio que él mismo ha provocado.

Zapatero creyó que podía engañar a todos durante todo el tiempo, pero sólo ha sido capaz de engañar a algunos durante algún tiempo. Primero mintió a los catalanes asegurándoles que aceptaría cualquier Estatuto que se le remitiera desde Cataluña. Después engaño a los nacionalistas haciéndoles creer que les dejaría el poder a cambio de un pacto estatutario. Más tarde engañó a los españoles diciéndoles que el Estatuto quedaría como una patena constitucional tras su paso por el Congreso de los Diputados. Ahora pretende engañarnos a todos diciendo que acata la sentencia pero que encontrará formulas para no cumplirla. En política pocas cosas hay más peligrosas que crear expectativas para luego frustrarlas. Pero cuando se trivializa con cuestiones tan serias como la estabilidad institucional de un país o los sentimientos de identidad de unos y otros entonces el juego se vuelve temerario.

La cuestión, en todo caso, es si esta crisis política e institucional tiene salida y sobre todo, qué tenemos que hacer para encontrarla. En mi opinión, siendo consciente de la dificultad de la solución, es posible devolver la estabilidad constitucional a nuestro país y recomponer la relación política entre Cataluña y España que Zapatero ha roto. Para ello, considero necesario tres ejes de actuación: La firmeza en la defensa del Estado de Derecho y el orden constitucional, un doble cambio político en Cataluña y en España y un fortalecimiento de la relación con la sociedad civil.

Actitudes de insumisión como la del Presidente de la Generalitat a la sentencia del Tribunal Constitucional son incompresibles en un país democrático e inaceptables en un Estado de Derecho. Es necesario desde el Gobierno de la Nación un mensaje de firmeza en el cumplimiento de esa sentencia y en la defensa de la Constitución como garantía del funcionamiento del Estado de Derecho. Es legítimo, como también ha hecho José Montilla, plantear una reforma de la Constitución para que el Estatuto de Cataluña tenga cabida en nuestro ordenamiento. Pero lo que no es asumible ni tolerable es que desde las instituciones catalanas se abogue por no cumplir esa sentencia reconociendo que no cabe en la Constitución. El Estado español deberá garantizar la vigencia de nuestro orden constitucional sino quiere convertir a España en un reino de taifas, utilizando para ello todos los instrumentos que la propia Carta Magna deja en manos del Ejecutivo español para defenderla.

En segundo lugar, resulta imprescindible y urgente un doble cambio político en España y en Cataluña. Es imposible que los causantes de este gran guirigai institucional pretendan ser ahora quienes nos saquen del lío. Zapatero y Montilla han perdido toda credibilidad como interlocutores para superar el problema. El primero porque no resulta en absoluto fiable y el segundo porque ha demostrado su incapacidad. Tendrán que ser otro Gobierno en Cataluña y un Gobierno del Partido Popular en España los que tengan que recomponer el pacto constitucional. No será fácil, pero frente a quiénes creen que la deriva soberanistas de los nacionalistas hace ese acuerdo inviable, yo creo que aún existe posibilidad y que en todo caso estamos obligados a explorarla.

Por último, es necesario apelar a una sociedad civil catalana, mucho más moderada, pragmática y sensata que su clase política. Es más, una gran mayoría de catalanes, el 67% según la última encuesta del CIS, se sienten orgullosos de ser españoles. Este no es un enfrentamiento entre catalanes y españoles, sino una confrontación artificial creada por una clase política profundamente desconectada de la sociedad a la que representa y que antepone sus ansias de poder a la convivencia y al interés de los ciudadanos. No sería sin embargo la primera vez que una minoría termina imponiéndose a una mayoría, pervirtiendo la esencia de la democracia, por la pasividad e incluso la cobardía de quiénes son más. Nuestro deber es evitar a toda costa que eso ocurra. Por el bien de Cataluña y de España.


Libertad Digital - Opinión

Zapatero. La prensa y la política. Por Agapito Maestre

Toda la vida pública española es un disparate, incluso se nos quiere hacer creer, en medio de tanta estulticia y maldad, que este hombre podría abandonar el gobierno por un problema familiar. No, hombre no.

Leo la prensa. Leo casi toda la prensa al servicio de Zapatero, pues que leerla toda sería imposible. Leo los periódicos de la derecha dirigidos por muchachotes de izquierda. Leo también los periódicos digitales. Leo y leo todo lo que puedo. Es imposible hallar una sola idea para iluminar las sombras de un régimen político en almoneda. La confusión lo domina todo. Zapatero está en todas partes. Si la realidad siempre es percibida como fragmento, entonces España no puede verse sin Zapatero. La confusión política es total. Zapatero ha conseguido algo inédito en la historia de España: el malestar espiritual de los españoles está generalizado. La esperanza política ha desaparecido. Todos están confusos. Aturdidos.

Ni los propios votantes socialistas, me refiero a los normales no a los fanáticos, ven viabilidad alguna a la España de Zapatero. No es capaz de poner de acuerdo ni a los de su clan; por ejemplo, Zapatero se enfrenta a Montilla, en Cataluña, y a Griñán, en Andalucía, le quita CajaSur para entregársela a los nacionalistas vascos. La vida pública va de dislate en dislate, de confusión en confusión, hacia la nada. Esto no es un sueño. Ojalá. Aquí no hay exigencia de realidad. Vivimos una pesadilla.


Imposible salir de la confusión a través de las confundidas instituciones públicas. Los gobiernos de Zapatero han caminado hacia el abismo. Nos conducen a la negación general de cualquier norma moral, es decir, de toda prescripción ética valida universalmente. Apenas si se reconoce ya una diferencia genuina entre el bien y el mal.

Toda la vida pública española es un disparate, incluso se nos quiere hacer creer, en medio de tanta estulticia y maldad, que este hombre podría abandonar el gobierno por un problema familiar. No, hombre no, si Zapatero se larga, será sólo y exclusivamente porque las instituciones son inviables. A ello vamos, porque la lucha es total: todos contra todos, e incluso del poder contra el poder. Un observador imparcial de España no dejará de reconocer la imposibilidad de hallar una solución que no perjudique a algún interés legítimo, ni frustre un deseo más o menos razonable. Aquí ya han desaparecido los intereses legítimos y los deseos razonables. Para Zapatero es lo mismo un independentista que un ciudadano español. No hay estado de derecho, pues que para el Gobierno de Zapatero un "derecho" se opone a otro "derecho".

Las condiciones de vida en común empiezan a ser insoportables, porque hoy por hoy ni el poderoso Zapatero ni la oposición, ni tampoco los medios de comunicación, son capaces de atisbar una posibilidad de vida pública basada en la justicia y el desinterés. Estas virtudes han desaparecido arrolladas por la casta política y sus brazos ideológicos. Y, lo que es aún peor, muchos son todavía los que cierran los ojos para no ver tragedia de España, es decir, aún estamos lejos de la catarsis.


Libertad Digital - Opinión

¿Quién manda aquí?. Por César Alonso de los Ríos

Resulta brutal decirlo pero ZP se está salvando gracias a la destrucción de la casa común que es España.

ZP supo lo que hacía cuando definió el «bloque de progreso» de socialistas y nacionalistas en los comienzos de su liderazgo. Si ya venía funcionando con González iba a tener más sentido al proponer la conquista de los «autogobiernos» en las nacionalidades. De hecho, gracias a este pacto el Gobierno está sorteando la terrible crisis económica. Resulta brutal decirlo pero ZP se está salvando gracias a la destrucción de la casa común que es España.

Ante este hecho a los ideólogos del PSOE les gustaría alejarse de los compromisos siniestros a los que les llevan los nacionalismos y en ese intento acusan a la derecha de haber planteado la polémica sobre el esencialismo español. Así, hace unos días José María Ridao aludía en «El país» al noventayochismo sin darse cuenta de que el retorno al debate sobre España en los términos del primer tercio del siglo XX ha surgido como reacción frente a las defensas de los «hechos diferenciales». No al revés. Ha sido el despertar de los nacionalismos en el último franquismo lo que iba a provocar la necesidad de defender la unidad y los valores españoles. Han sido las recuperaciones en Cataluña de las tesis de Rovira i Virgili y Prat de la Riba o en Galicia de Brañas y en el País Vasco de Arana… las que han llevado a un rescate de los planeamientos nacionales basados en Unamuno, Maeztu, Baroja, Menéndez Pidal, Ortega, Marañón, Azaña... ¡Qué diferencia de tamaño intelectual entre aquellos y estos! Ojalá la articulación del pensamiento de la derecha hubiera terminado siendo el producto depurado de las generaciones del 98 y el 14.

El «bloque de progreso» ha denunciado la traición que el fallo del TC ha supuesto para el pacto político que inspiró la redacción de la Constitución. Para recuperarlo cuenta con el Gobierno mismo dispuesto a crear leyes ad hoc o incluso a cambiar la propia Constitución. Porque, en definitiva, ¿quién manda aquí?


ABC - Opinión

Tontería económica. Estado residual. Por Carlos Rodríguez Braun

Igual cree que un Gobierno que acaba de subirles los impuestos a todos los trabajadores y que va a prohibirles hasta fumar en sus bares es un Gobierno liberal, pequeñito, abstencionista y residual.

El siguiente sumario en un artículo de Sami Naïr en El País atrajo mi atención: "La estrategia liberal llama ‘reforma’ a acabar con los restos del estado del bienestar".

Esa llamada estrategia liberal es pura ficción, porque sugiere que los liberales gobiernan el mundo o sus criterios informan las políticas de los que mandan, cuando los que mandan suben los impuestos, que es justo lo contrario de lo que el liberalismo propicia.

Pero aún más disparatado es que don Sami hable de "restos del estado del bienestar". Considerando que los Estados tienen un peso que oscila en torno al 50% del PIB, es decir, son Estados que todos los años arrebatan a sus súbditos la mitad de la riqueza que generan, hablar de eso como si constituyera algo residual no tiene mucho sentido, salvo que, inquietante hipótesis, el señor Naïr crea que un Estado no residual como Dios manda es uno que usurpa la totalidad de los bienes de los ciudadanos.

La lectura del artículo no invita al sosiego. Dice por ejemplo: "La crisis actual provoca una radicalización generalizada de todos los mecanismos de dominación social (competencia, precariedad, exclusión, etc.)". Y no dice ni una palabra del peso del Estado, ni una palabra de la presión fiscal, las regulaciones, las multas. Nada. Igual cree que un Gobierno que acaba de subirles los impuestos a todos los trabajadores y que va a prohibirles hasta fumar en sus bares es un Gobierno liberal, pequeñito, abstencionista y residual.


Libertad Digital - Opinión

Sabiduría gallega. Por José María Carrascal

Conversando sobre el debate parlamentario, si de Zapatero no se esperaba ya nada, de Rajoy que al menos no nos soltase el sermón de siempre.

Estábamos en la desembocadura del Miño, una sinfonía de colores, olores, sonidos, Portugal a un lado, el monte de Santa Trega al otro, allá al frente, América. El grupo de todos los veranos, conversando sobre el debate parlamentario. Todos insatisfechos. Si de Zapatero no se esperaba ya nada, de Rajoy se esperaba al menos que no nos soltase el sermón de siempre. Me dirijo al más gallego del grupo, por aquello de la afinidad: «Usted, don Félix, ¿que hubiera dicho de ser su paisano Rajoy?» Antes de responder, don Félix, me examina a fondo, para saber si hablo en serio. Parece que queda satisfecho porque inicia su propio discurso sobre el estado de la Nación. «Pues yo, don José María, hubiese dicho al señor presidente del Gobierno que estaba tan contento con lo que había oído que sólo el protocolo parlamentario me impedía ir a abrazarle. Finalmente había reconocido lo que yo venía diciéndole, sin que me hiciera caso: que estamos en una situación muy difícil. No iba a recordarle las veces que me había llamado alarmista por ello, ni sus repetidos anuncios de una próxima recuperación. No era el momento. Lo era de ofrecerle mi apoyo para salir del aprieto. Sin pedir gobiernos de coalición, ni ministerios, ni nada. Gratis. Me bastaba que dejásemos zanjado el tema del estatuto catalán, según lo que él mismo había dicho, que la sentencia del Constitucional “ponía fin al proceso de ampliación de la descentralización política en España”, y pasásemos a los recortes que se nos exigen para sanear nuestra economía. Empezando, no por los más débiles, sino por nosotros, los políticos, los partidos, los ministerios, los sindicatos, las administraciones, las campañas electorales y los extras de todo tipo. Sólo tras hacerlo, podríamos pedir sacrificios a la ciudadanía. De ahí pasaríamos a las grandes reformas. La laboral —para favorecer a todos los trabajadores, no sólo a los que tienen empleo fijo—, la de las pensiones —a fin de cuentas, nuestros padres trabajaron hasta los 70 años (los que llegaron), cuando la expectativa de vida era mucho menor—, la educativa —el estudio es un derecho, pero también un deber de todos los españoles, según su capacidad—, la financiera —partiendo de que bancos y cajas no pertenecen a sus directivos y, menos aún, a los políticos, sino a quienes han depositado su dinero en ellos, ante quienes deben rendir cuentas—. Para estas y otras reformas urgentes y necesarias, señor presidente del Gobierno, me tiene usted por completo a su disposición. Esto es lo que hubiese dicho, pero no lo dije, claro, por no ser el sr. Rajoy, sino un simple contable jubilado».

ABC - Opinión

Por segunda vez, Zapatero pisa engrudo en Cataluña. Por Antonio Casado

Hizo lo mismo con la reforma del Estatut y la aventura terminó de mala manera en el Tribunal Constitucional. Por mucho que Moncloa repita lo contrario, el saldo no ha sido positivo. No lo ha sido, al menos, en el sentir de los presuntos beneficiarios y sus legítimos representantes. A pesar de todo, el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, de nuevo se propone apadrinar una operación de alto riesgo. El riesgo de romper las costuras del Estado de las Autonomías.

Si el intento de mejorar el autogobierno de Cataluña siempre ha de terminar así, con la frustración de los catalanes y la desconfianza del resto de los españoles, a lo mejor es que el traje no sirve para vestir al mismo tiempo las aspiraciones de aquellos y los temores de éstos. Respecto a determinados usos, ya nos ha dicho el Tribunal Constitucional que, efectivamente, no sirve. Sin embargo, Zapatero se dispone a encabezar una operación de segunda lectura de la sentencia que en realidad es una segunda ofensiva para alcanzar las metas no alcanzadas en la primera, la que comenzó en 2003 y ha terminado siete años después con los consabidos recortes.


Son ganas de volver a pisar engrudo. Sus declaraciones de amor a Cataluña en el reciente debate sobre el Estado de la Nación y el sábado pasado ante el Comité Federal del PSOE, incluido el firme compromiso de rehacer la sentencia del Constitucional hasta donde sea posible sin incurrir en desacato, trasladan a la opinión pública la perturbadora sensación de que para el presidente del Gobierno nada es tan urgente como calmar a la clase política catalana, solidarizarse con ella y comprometerse de nuevo en devolverle lo que a lo mejor no está en su mano, como ya ocurrió con la promesa de aprobar en el Parlamento de la Nación lo que viniera aprobado del Parlamento autonómico.

Esta forma de proceder sirve para alimentar innecesariamente sospechas de mayor calado. Por ejemplo, que quiere enmendarle la plana al Tribunal Constitucional, que “juega con el Estado como si fuera un mecano” (Rajoy dixit), que se distrae de lo verdaderamente prioritario (la lucha contra el paro y las reformas económicas en marcha) y que, en fin, le preocupa más mantener su cotización electoral en Cataluña que mejorar el autogobierno de esta Comunidad Autónoma.

División en las filas socialistas

La plasmación de esta incierta aventura, que ha vuelto a dividir a la familia socialista, según vean las cosas desde Cataluña o desde el resto de España, quedará recogida en una resolución que será votada mañana en el Congreso de los Diputados con el aval personal de Zapatero y de Montilla. Entre otras cosas, los 169 diputados del grupo parlamentario (incluidos los 25 catalanes) constatan el malestar creado en Cataluña por la reciente sentencia del Tribunal Constitucional y la voluntad de “potenciar el Estatut mediante cambios legislativos”.

Sinceramente, creo que en este asunto el presidente del Gobierno ha ido demasiado lejos en su nivel de compromiso para salvar una situación política concreta. Le está dando alas a la demagogia de quienes utilizan las cuestiones identitarias para resucitar viejos fantasmas. Por un lado, los aliados de Montilla que proponen sin complejos la proclamación del Estat catalá. Y por otro, los adictos a la idea de la España con fobia a la diversidad.


El Confidencial - Opinión

Estatut. Zapatero obedeció al Tinell. Por José García Domínguez

Porque es él, el nacionalismo, quien engendra a las naciones y no viceversa. Y para inventarlas requiere de un instrumento imprescindible: el Estado.

Sin duda, el rasgo intrínseco más llamativo de las naciones es que no existen. Así, en el orden natural, digamos espontáneo, abundan las piedras, los ríos, los valles, las montañas, la gente, los idiomas, los usos, las costumbres, las tradiciones... Como en botica hay de todo; de todo, excepto naciones. Por algo, antes de que irrumpiera en el mundo el primer nacionalista, allá a principios del siglo XIX, no había una sola sobre la faz de la Tierra. De ahí, por cierto, que el nacionalismo no se defina por el objetivo político expreso que persigue, sino por la muy peculiar forma de su discurso, por ese extraviado modo de argumentar tan suyo. Y es que la genuina diferencia entre los nacionalistas y los seres racionales reside en que los primeros juran real la existencia de un sujeto colectivo –la nación– que sólo habita dentro de sus propias cabezas.

Porque es él, el nacionalismo, quien engendra a las naciones y no viceversa. Y para inventarlas requiere de un instrumento imprescindible: el Estado. Nada más peregrino, entonces, que sostener, como predican los catalanistas entre otros creyentes, la existencia de naciones sin Estado. No cabe imaginar ninguna nación sin Estado por la muy prosaica razón de que todas las que en el mundo han sido fueron creación suya, de los Estados. Todas. Sin excepción. Pues, para escarnio de los píos devotos de la fe identitaria, aquí y en Lima, resultan ser esos "artificios" jurídicos, los Estados, quienes fabrican con metódico celo administrativo las comunidades en apariencia tan "naturales" y espontáneas que hemos dado en llamar naciones.

A ese propósito, y al margen de que el célebre preludio lírico sueñe a Cataluña nación, imperio, confederación intergaláctica, pista de circo o pabellón psiquiátrico, cabe conceder que el riesgo cierto del Estatut, su inequívoca vocación de Estado, ha sido conjurado por el Constitucional. De momento. Repárese al respecto, igual que un consternado Santos Juliá acaba de recordar en El País, en el que el pacto del Tinell establecía como primero de sus fines programáticos. A saber, que se llegara a alcanzar "la consideración constitucional de la Generalitat como un Estado". Ellos lo saben mejor que nadie: el país que ansían destruir sólo pervivirá si consigue mantenerse como Estado. Veremos.


Libertad Digital - Opinión

¿De qué se ríen?. Por Félix Madero

Zapatero reconoce que gobierna sin la confianza de los españoles, y eso produce risa a los diputados socialistas.

FUE más o menos así. En el último debate el presidente hace la réplica a Rajoy y le dice: mire, yo reconozco que he perdido confianza, pero convendrá conmigo que usted no está tampoco para tirar cohetes. Fue decir eso y una parte de la bancada socialista rompió en carcajadas. Entonces me pregunté: ¿Y éstos, de que se ríen? Ante la falta de una respuesta que explicara la razón por la que algo que a mí me entristece a otros les produce risa, caí en la cuenta de que éste es el estado de mi país: unos ríen y otros lloran ante un mismo acontecimiento. ¿Cómo hemos llegado a esto? Probablemente como Chaves Nogales cuenta que llegó un banderillero a gobernador civil: degenerando. Degenerando unos políticos que viven para agradar al jefe, que a su vez les agrada a ellos manteniéndolos en las listas. Degenerando los electores, que votamos con una pinza en la nariz sin apreciar que ese gesto es el mismo que mueve al diputado a reír majaderías presidenciales.

Los partidos son máquinas engrasadas para el poder, no para la democracia. Aparatos en los que no cabe el diputado inteligente, reflexivo, discrepante y provocador. Y nosotros somos reflejo de eso. Zapatero reconoce que gobierna sin la confianza de los españoles —el 80 por ciento dice el CIS—, y eso produce risa a los diputados socialistas. Da un no se qué preguntar a esta gente qué creen que es la democracia. Viendo el último debate sentí la misma sensación que me embarga cuando voy al cine y veo una película en versión original. Corto de inglés, me molesta comprobar que mi vecino de butaca se ríe y no sé por qué. ¿Estaremos viendo la misma película, me pregunto? Y respondo: no, él está viendo la buena. Así fue el debate del estado del país, que el de la Nación sospecho que ha de ser otro. Los ciudadanos vemos una Nación, los diputados otra, y en el caso del PSOE, varias.

El CIS afirma que los dos presidentes socialistas más valorados son Barreda y Fernández Vara. Ambos han articulado un discurso propio que permite creer que están antes los ciudadanos que el partido. De los dos se espera que digan si la película que vemos les produce risa y o tristeza. Son valorados porque ríen cuando hay que hacerlo. Ahora, y ante la deriva nacionalista catalana que debilita a la Nación, tienen la oportunidad de decírnoslo: O una risa pastueña o un gesto que diga: Vale compañeros, dejemos ya de jugar con las cosas que no tienen repuesto. Que le digan a Zapatero que vive en un imposible, ese que te permite gobernar entre desconfiados. ¿Cómo es capaz de hacerlo? ¿Cómo se lo consienten? Las dos respuestas producen pena en algunos y carcajadas en la bancada socialista. Espero que no sean muchos.


ABC - Opinión

Respeto constitucional

José Luis Rodríguez Zapatero y José Montilla se reunirán este miércoles para escenificar un consenso sobre cómo afrontar la crisis del Estatut. Ambos comparten la estrategia a seguir tras la sentencia del Tribunal Constitucional. El presidente del Gobierno lo avanzó en el Debate sobre el Estado de la Nación y José Montilla lo refrendó después. Entonces, Zapatero se comprometió a abordar por vías legislativas los aspectos inconstitucionales de la norma estatutaria, porque, según dijo, «el Gobierno no recela del autogobierno, sino que lo reconoce, y no teme la fuerte identidad política de Cataluña, sino que la respeta». Era un guiño especialmente dirigido a los socialistas catalanes, pero también a los grupos nacionalistas que han sostenido al Ejecutivo en el Parlamento y cuyos votos podrían ser decisivos en trámites cruciales como los Presupuestos Generales del Estado. Otro gesto de complicidad fue la resolución que el grupo socialista registró en el Congreso «reafirmando» la «realidad nacional catalana tal y como se expresa en el preámbulo del Estatut», y que tiene «perfecta» cabida en el marco político y jurídico definido por la Carta Magna. No hay duda de que el presidente, consciente de lo que se juegan los socialistas en esa comunidad, de su peso en la vida nacional y en las elecciones y de la trascendencia de no abrir más frentes a un Ejecutivo vulnerable, parece decidido a colar por la puerta de atrás el Estatut original sin los recortes del TC.

LA RAZÓN adelanta hoy que Montilla reclamará el miércoles intervenciones legislativas en una docena de campos, con un peso principal para el Poder Judicial en Cataluña y lo referido al Preámbulo y a la nación catalana, que fueron los apartados más afectados por la sentencia.

La pirueta socialista no casa con el respeto debido a las resoluciones de los tribunales en un Estado de Derecho. Nos parece aún más grave cuando el órgano implicado es el máximo intérprete de la Carta Magna. El todo vale para cumplir los objetivos de partido es un mensaje muy negativo para la sociedad. Los responsables políticos no pueden instalarse en la desobediencia hacia los tribunales ni pueden declararse en rebeldía cuando un fallo no conviene a sus intereses. El deber de las administraciones no pasa por actitudes irredentas o por manipular las reglas de juego con una política de hechos consumados, como aquí se propone, sino en dar ejemplo a una sociedad que demanda líderes en los que se pueda confiar en tiempos de adversidad. Entendemos y defendemos el derecho del presidente de la Generalitat y de los políticos nacionalistas a pedir un cambio en la Constitución, porque ésta no encaje en sus proyectos; no lo compartimos, aunque defendemos que puedan hacerlo, pero sortear y ningunear el dictamen del Tribunal Constitucional es confundir la democracia con otra cosa.

Existe un fallo que todos debemos acatar, guste más o guste menos, y que las administraciones están obligadas a cumplir con el consiguiente efecto sobre leyes ya aprobadas emanadas del Estatut y que tendrán que ser revisadas. Eso es lo que dicta el rigor y el sentido de Estado. Lo otro es que las instituciones se echen al monte, y ese tránsito nunca sale gratis.


La Razón - Editorial

El show de la política exterior española

El multiculturalismo en el que se funde festivamente Moratinos no tendría que hacernos olvidar que Occidente se asienta en unos valores que las dictaduras atacan de lleno y cuya defensa debiera ser la razón por el que nuestras tropas están en Afganistán.

Hubo un tiempo en el que los diplomáticos eran señores de una exquisita educación y formación que se sabían representantes en el exterior de su nación y que trataban ante todo de defender sus intereses. Para algunas naciones, aquellas con una mayor raigambre liberal y democrática, esos intereses coincidían en gran parte con la promoción de las libertades más allá de sus fronteras o, al menos, con el distanciamiento de los regímenes que violaran derechos básicos; esto es, las obsesiones ideológicas o los intereses económicos de sus políticos no llevaban a socavar unos valores compartidos por la práctica totalidad de la sociedad. Forma y fondo eran importantes para transmitir una imagen de seriedad, fortaleza y dignidad en el concierto internacional.

La diplomacia española de las últimas décadas nunca terminó de controlar la estética de las relaciones internacionales. En general, nuestros ministros de Asuntos Exteriores tenían un perfil más político que diplomático y eso lo acabábamos pagando en serios fallos de protocolo que no servían precisamente para reforzar nuestra credibilidad. Pero aún así, en alguna ocasión, como sucediera con los gobiernos de Aznar y más en particular durante sus últimos años, las posiciones de fondo eran claras, lo que ayudaba a compensar los defectos formales: defensa de la democracia y de las libertades frente a todas las dictaduras, incluyendo las de izquierdas y las islamistas.


Zapatero llegó a La Moncloa con la idea de poner patas arriba el país que le había legado el Ejecutivo de Aznar y uno de los frentes donde generó un mayor estropicio fue el de las relaciones exteriores. No sólo dinamitó los valores que había promovido Aznar, abandonando a sus aliados en Irak, sino que se apresuró a alinearse con todas las dictaduras comunistas e islamistas que estuvieran dispuestas a recibirlo.

Esta última semana, Moratinos se ha reunido con los representantes de cuatro dictaduras: Bassar al Assad, del partido nazi Baaz en Siria; Raúl Castro, tirano y hermano de tirano cubano; con el ministro de Exteriores iraní Manucher Mottaki; y con el ruandés Paul Kagame. Pero pocos se han escandalizado de que la agenda de Moratinos esté en apariencia dedicada a legitimar internacionalmente a estos regímenes, cuando no (como en el caso de Cuba) a actuar como su correveidile.

De visita por Afganistán, Moratinos ha sido agasajado en una 'jirga', una fiesta afgana, en su honor. Ha lucido para la ocasión turbante y manto, lo que le ha permitido hacerse unas fotos que sirven, como ya sucediera con las de De la Vega en África, de apología multicultural de la Alianza de Civilizaciones. No estaría de más que Moratinos, aparte de sonreír a quienes agradecen una errática política española en la región que básicamente ha consistido en enviar a nuestras tropas con un insuficiente armamento para lograr una palmadita en la espalda de Obama, dejara clara cuál es la postura española en materias tan importantes como la democracia, las libertades y la discriminación de la mujer o de las minorías raciales, étnicas, religiosas o sexuales en ciertas regiones del planeta que con tanta alegría visita.

Porque el multiculturalismo en el que se funde festivamente Moratinos no debería hacernos olvidar que Occidente se asienta sobre unos valores y principios que las dictaduras y las ideologías totalitarias atacan de lleno y cuya defensa, precisamente, debiera ser el motivo por el que nuestras tropas se encuentran en Afganistán. Desde luego, nuestros soldados no deberían permanecer en el país si el objetivo último es que la agenda exterior de España se convierta en una pasarela de Moratinos por las principales dictaduras internacionales sin osar defender, ni en una ocasión, los intereses del país y los valores democráticos y liberales de Occidente.

Porque, por mucho que se divierta el ministro, este tipo de fastos deberían ser, como mucho, un instrumento para alcanzar unos objetivos más ambiciosos y no, como parece, el objetivo en sí mismo de toda nuestra acción exterior. Con los espectáculos que nos brinda la política nacional, ya tenemos más que suficiente.


Libertad Digital - Editorial

El maestro pensador. Por Ignacio Camacho

La «nación política» supone una síntesis del Derecho Constitucional que supera el magisterio weberiano.

CON apenas una breve experiencia como profesor asociado en la Universidad de León, Zapatero ha emprendido una revolución del Derecho Constitucional que puede superar el magisterio weberiano y convertir a Duverger, Sartori o Dahl en rancias reliquias de talento agostado. Su innovadora definición de la «nación política», evolución natural de la teoría de lo discutido y lo discutible, supera y arrincona la doctrina de los maestros pensadores con una síntesis decisiva fruto de la depuración del republicanismo cívico. En su impulso adanista ha alcanzado un estado de creatividad experimental en el que se siente lo bastante iluminado para reinventar con arrojo un orden jurídico. Si Alfonso Décimo escribió de su puño y letra una sustantiva porción de Las Siete Partidas y Napoleón fue capaz de dictar por sí solo un código civil y hasta otro de comercio, por qué no ha de poder nuestro audaz presidente alumbrar una solución posmoderna para el viejo problema de las identidades nacionales. Ingeniería conceptual, deconstrucción y reconstrucción: grandes hombres para grandes ideas.

El método politológico presidencial se basa en un mecanismo tan simple que sorprende que a nadie se le haya ocurrido antes. Todo consiste en sustituir el significado de los conceptos por el significante de las palabras, otorgando a éstas un poder demiúrgico. El principio fundamental, la piedra filosofal del pensamiento zapaterista, está escrito en los albores de su fecundo mandato: «las palabras han de estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras». Y al fin y al cabo, qué es el Derecho sino un conjunto de palabras herméticas interpretadas por una casta de chamanes. La cuestión primordial es arrebatarles a esos oscuros taumaturgos el poder de la interpretación y ponerlo al servicio de una causa progresista.

Así, si la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña establece que no hay otra nación jurídica posible que la española, basta con crear un término nuevo que dé cabida a las aspiraciones soberanistas. ¿Estado, nación, nacionalidad? «Palabras, palabras, palabras», que decía Hamlet. Tanto experto devanándose los sesos y se trataba del huevo de Colón; creatividad es lo requería este enredo de juristas doctrinarios. Voilà: la nación política, que se le ha escapado a las minervas del TC. El arriscado preámbulo estatutario podrá no tener efectos jurídicos, pero los puede tener políticos si hay un gobernante dispuesto a otorgárselos. Y como el veredicto sí admite de hecho la existencia de una «nación económica», con privilegios de desigualdad competencial, el resto consiste, como decía Pujol, en el uniforme de los guardias y el idioma de los letreros. Maldita la falta que hace la juridicidad cuando existe una imaginación tan esclarecida.


ABC - Opinión