viernes, 9 de julio de 2010

Caso Ripoll. El pulpo Freddy. Por Emilio Campmany

Paul y Freddy se parecen como dos gotas de agua, pues ambos son poco agradables a la vista, tienen una fuerza extraordinaria en proporción a su tamaño, poseen largos tentáculos con los que llegar a todas partes y se ocultan tras una cortina de tinta.

El pulpo Freddy, como el pulpo Paul, sabe siempre lo que va a pasar. Paul pronostica quién ganará los partidos de fútbol, mientras que Freddy adivina qué gerifalte del PP va a ser detenido. Es verdad que Freddy juega con la ventaja de que va a ser él quién dé la orden de detención, así que no tiene mucho mérito saber con antelación lo que va ocurrir a una orden suya. Pero, por lo demás, Paul y Freddy se parecen como dos gotas de agua, pues ambos son poco agradables a la vista, tienen una fuerza extraordinaria en proporción a su tamaño, se camuflan mimetizándose con el entorno, poseen largos y pegajosos tentáculos con los que llegar a todas partes y, cuando se ven atacados, se ocultan tras una cortina de tinta. Admito que mientras Paul es capaz de producir su propia tinta, Freddy se ve obligado a recurrir a la de El País, pero no creo que esto implique una diferencia sustancial.

Freddy pronostica que José Joaquín Ripoll va a ser detenido y ¡zas! va la Policía y detiene al presidente de la Diputación de Alicante. Como no son cosas para darlas a los cuatro vientos, el pulpo Freddy, que ansía el reconocimiento de su arte adivinatoria tanto como el pulpo Paul, coge el teléfono y avisa a un adversario político, en este caso Mariano Rajoy, para que cuando atestigüe que Freddy le avisó con antelación de lo que ocurriría, nadie dude de su palabra.


Naturalmente, el pulpo Freddy, como Paul, puede con sus ocho tentáculos atender a tantas otras cosas a la vez sin que una pueda distraerle de la otra y mientras escucha las conversaciones telefónicas de sus enemigos por medio de Sitel, se trae a España prisioneros de Guantánamo, ordena el chivatazo a ETA, niega a las víctimas del 11-M las pruebas contra Sánchez Manzano, se entera de las negociaciones de Eguiguren con la banda, desarticula por enésima vez la cúpula de la organización, advierte de la probabilidad de un secuestro y arresta políticos de derechas. No creo que el pulpo Paul, a pesar de disponer también de ocho tentáculos tan pringosos como los de Freddy sea capaz de atender a tantas cosas a la vez.

Y si en alguna de estas hazañas en las que tanto se esfuerza se ve estorbado por los ataques de este político o de aquel periodista, el pulpo Freddy enseguida recurre a ocultarse tras la tinta prisaica que es de una negrura más intensa y profunda que la que emplea el pulpo Paul, que en esto no puede competir el pobre.

En su última fechoría, la detención de Ripoll sin orden judicial, va El País y chorrea un editorial negro como el carbón que omite lo relevante, que la Policía de Freddy ha detenido a un político popular sin orden judicial. Naturalmente, la Policía puede, en determinados casos, hacerlo. Pero no se discute que la detención practicada haya sido legal, pues hasta ahí podíamos llegar. Lo que se discute es si ha sido legítima. Y nada legítima puede ser cuando ni el propio juez, en un asunto que se arrastra desde hace tres años, tiene claro que se haya cometido un delito y mucho menos que uno de sus responsables sea Ripoll. Pero, ya se sabe, por encima de la justicia del fútbol está el pulpo Paul y por encima del Estado de Derecho está el pulpo Freddy.


Libertad Digital - Opinión

Presos molestos. Por José María Carrascal

La liberación de un pequeño grupo de presos políticos no es una concesión de aquel Gobierno. Es un deber.

QUE Moratinos no se ponga medallas por la liberación de presos políticos cubanos porque no las merece. Diría más: de haberse seguido la política de diálogo, entendimiento y levantamiento de sanciones preconizada por el Ministro de Asuntos Exteriores español hacia el régimen castrista, posiblemente no hubiera liberado ningún preso. El único lenguaje que entienden las dictaduras es el que ellas usan: el de la fuerza. Todo lo demás son pamplinas. A los únicos que temen es a aquellos que les hacen frente con todas las consecuencias, la muerte incluida. Quiero decir que los únicos héroes en esta tragedia son los integrantes del «Grupo de los 75», detenidos por el delito de disentir del Gobierno y condenados hasta a 28 años de cárcel. Entre ellos merecen especial distinción Orlando Zapata, albañil de 42 años, fallecido el pasado febrero, tras una huelga de hambre de 85 días, y Guillermo Fariñas, periodista, todavía en esa huelga, en condiciones tan precarias como le hemos visto y oído. Fue el miedo que causó su posible fallecimiento lo que ha empujado a los líderes cubanos a iniciar negociaciones con la Iglesia Católica, con el Ministro español como monaguillo, para quitárselo de encima, junto a unos cuantos como él, y enviarlos lo más lejos posible. Pues saben que gentes que no tienen miedo a morir en defensa de sus convicciones son más peligrosas que todos los ejércitos. También lo sabe Moratinos, que ha tenido la desvergüenza de pedir a Fariñas que deje la huelga de hambre, «ya que la situación está arreglada».

¿Arreglada con el despacho a otros países de 52 presos políticos, cuando Cuba entera es una cárcel? Para empezar, esas personas no deberían estar encarceladas por el hecho de disentir de su Gobierno, y si el Gobierno cubano quiere ser tratado con dignidad, lo primero que tiene que hacer es tratar dignamente a sus ciudadanos. Luego, debe quedar muy claro qué van a hacer las autoridades cubanas con el resto de los disidentes. Pues si siguen practicando la misma política que hasta ahora habremos adelantado muy poco. Es incluso posible que vuelva a encarcelar a algunos de los ahora puestos en libertad o encarcele a otros.

Ni medallas, pues, para Moratinos, ni levantamiento de la Posición Común europea hacia el régimen castrista. La liberación de un pequeño grupo de presos políticos no es una concesión de aquel Gobierno. Es un deber. Y para ser admitido entre las naciones respetables, tiene que comportarse respetablemente. Por fortuna, en Europa hay gobernantes que saben decir estas cosas mejor que nuestro ministro de Exteriores, que a menudo no se sabe a quién quiere ayudar, a los disidentes o el régimen castrista.


ABC - Opinión

El desacato y la marcha catalanista de mañana. Por Antonio Casado

Si lo del sábado en Barcelona no es insumisión institucional se le parece mucho. Un derecho, el de manifestación, frente a un deber, el de cumplir la ley y respetar las reglas del juego. Dos deberes atropellados en este caso.

Más allá de las contrariedades de partido, cada uno las suyas, en función de sus intereses electorales, la doble cabecera de la manifestación de mañana no expresa ni de lejos el debido acatamiento del reciente fallo del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.

A las pruebas me remito: “Som una Nació. Nosaltres decidim” (“Somos una nación. Nosotros decidimos”), junto a los presidentes de la Generalitat, José Montilla, y del Parlament, Ernest Benach, envueltos en la senyera. Y todo ello, en “primera cabecera” y “segunda cabecera”, según el difícil acuerdo alcanzado ayer por los representantes de las entidades participantes en la marcha.

Si colgamos el sambenito del desacato a otros gobernantes autonómicos que se declaran incompatibles con la Ley del Aborto, como Valcárcel, Aguirre o Sanz, con la misma vara de medir hemos de analizar el llamamiento de los gobernantes de Cataluña a la protesta popular. Se protesta contra un recorte del Estatut decretado por el alto tribunal en una sentencia que, entre otras cosas, viene a recordarnos que en España solo hay una nación. Un principio constitucional inequívocamente contrariado en el lema elegido para la manifestación.


Organizar la cabecera

Aunque oficialmente está convocada por la plataforma Omnium Cultural, con la expresa adhesión de 500 entidades, la manifestación servirá para que los partidos políticos sigan retratándose en clave electoral, como ya ocurrió con las primeras valoraciones al fallo de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. A este respecto, son muy elocuentes las discrepancias de las últimas horas sobre el modo de organizar la cabecera en función de tres elementos: el abanderado (Montilla, solo o acompañado), la senyera y el lema.

Artur Mas quería mensaje y Montilla no. Montilla quería sólo senyera y Omnium quería lema y senyera. Detrás de la senyera, ¿sólo los representantes institucionales o también los líderes políticos? Alicia Sánchez Camacho (PP) afea la conducta del president por querer encabezar una manifestación en la que, dice, van a predominar las banderas independentistas. Según el ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, si sólo hay una senyera abriendo la marcha, “aquello va a parecer una fiesta de pueblo”. Joan Puigcercós (ERC) arremete contra CiU y el PSC porque su lucha por el poder siembra la división en el frente de rechazo a la sentencia.

O sea, que aquí cada cual trata de encontrar la forma de convertir el agravio a la “dignidad de Cataluña” en bonus para las urnas del otoño, ante las que Montilla ha decidido ser más nacionalista que nadie y acusar a su partido, el PSOE, de dejarse comer la moral por el PP. No entiende que un partido cuya ejecutiva se llama “federal” no defienda el federalismo. Bueno, tampoco se entiende que alguien que se llama socialista ejerza de nacionalista. Qué cosas.


El Confidencial - Opinión

Mundial. España está ahí. Por Cristina Losada

El nacionalismo periférico y sus aliados en el centro martillean continuamente, sin tregua ni descanso, por la sencilla razón de que si aflojan un instante su cargante y mediocre tiranía, España rebrota.

La gran celebración que ha acogido el triunfo de la selección española permite constatar ciertos fracasos. Uno es periodístico y político. Nadie grita ¡la Roja! El intento de extender al fútbol el tabú que impide mencionar a España en España no cuaja. La gente sigue apegada al nombre de la nación, erre que erre y dale que dale. Mira que se ha hecho por erradicar la mala costumbre. Pues nada. Ahí estaban decenas de miles de personas la otra noche, desgañitándose al grito de ¡España!, desde Bilbao hasta Cádiz y de Vigo a Barcelona. ¿Milagros del fúrbol?

Quienes no residen en lugares donde la condición de español ha de llevarse de forma clandestina, pueden minusvalorar la explosión de patriotismo que el Mundial ha detonado. Pero allí donde se sufre en vivo y en directo la presión nacionalista hay plena conciencia de la transgresión que supone cualquier exhibición de españolidad y de sus costes. Valgan como ejemplos la agresión de que ha sido víctima un "español de mierda" en Pamplona y los ataques contra escaparates y edificios que ostentaban la rojigualda en Galicia. O, en otro registro, la consternación en TV3 ante la fiesta que recorría las calles barcelonesas.


A una, que no es futbolera ni patriotera, le gustaría que el apego a la nación se demostrara en asuntos que apelan más a la razón que a las emociones y más a la política que al deporte. Pero parece mucho pedir tras décadas de constante cuestionamiento de España y un trabajo de ingeniería social destinado a borrar cualquier atisbo de su existencia. Tanto pesa y asfixia esa losa, que la espontánea vindicación de España a la que asistimos sólo podía ser apolítica. Un apoliticismo que sirve de coartada para expresar un sentimiento natural que aquí está vetado y se sabe que lo está.

El nacionalismo periférico y sus aliados en el centro martillean continuamente, sin tregua ni descanso, por la sencilla razón de que si aflojan un instante su cargante y mediocre tiranía, España rebrota. En el caso de que fuera una ficción la nación española, el pesado contencioso que arrastramos podría resolverse al gusto de los secesionistas y los Zapateros de turno. El problema, ay, es que España existe. En cuanto se le deja un respiro, una pizca de tierra, una grieta en el asfalto, vuelve a salir la puñetera.


Libertad Digital - Opinión

España sin fantasmas. Por Ignacio Camacho

Nada queda de aquella vieja angustia, de aquel cansancio histórico que pesaba como un fardo de frustraciones.

TODAVÍA no sabes muy bien qué haces ahí, plantado en medio de la plaza atestada de jóvenes eufóricos con las caras pintadas de rojo y amarillo y las banderas colgadas del cuello y de la espalda, una chavalería exultante que baila y canta a coro «yo soy español, español, español» con el aire remoto de una balalaika. Simplemente te has dejado llevar al oír desde el balcón los claxons rítmicos y el rumor creciente de la marea en la calle; has permitido que tus pies te conduzcan sin rumbo hasta el corazón de una fiesta alborotada, húmeda de cerveza y calimocho, en la que la palabra España domina los cánticos con una satisfecha impronta de orgullo y de victoria. Quizá te hayas sumado a ese carrusel radiante y entusiasta porque nunca lo sentiste así, porque para ti y tu generación España fue siempre un dolor y un problema, un sueño roto, un ideal fracasado, un naufragio moral. Una derrota tan distinta de este clima triunfal, de esta atmósfera impetuosa y alegre que impregna la celebración con la naturalidad desenfadada de un optimismo sin remordimientos ni culpas ni resignaciones.

Nada queda a tu alrededor de aquella vieja angustia dividida por la pesadumbre, de aquel yermo cansancio histórico que pesaba en el alma como un fardo de sufrimientos y frustraciones. Lo sabes cuando te rodea esa multitud desahogada que agita las banderas con un ardor espontáneo, fogoso, pasional; esa dulce marea de rojo que brinca y salta con un ímpetu virgen de decepciones y desencantos. Quizá tus propios hijos estén ahí, confundidos en la montonera disfrutona a la que te asomas como el invitado que acaso de hecho seas: invitado al fin a la fiesta tanto tiempo aplazada de un país sin obsesiones ni trabas ni desengaños.

Todo ese sentimiento de pertenencia ha estallado en una sacudida de júbilo cuando alguien ha trepado hasta la fuente central para anudar en lo alto una enorme bandera rojigualda que desata clamores en la plaza. El estribillo de «yo soy español» atruena la noche como una fluida ola de patriotismo sentimental y desacomplejado. Entonces lo has comprendido: simplemente se trata de una generación sin fantasmas. La tuya quedó inhabilitada por la angustia , secuestrada por el mal fario, minusválida de emociones. Has mirado a tu alrededor las camisetas rojas, los balcones engalanados de enseñas, la muchachada de rostros pintados en los que no se atisba un solo rasgo ni una sola huella de vuestras viejas maldiciones. Sí, están ahí por el fútbol, es verdad, pero no es sólo el fútbol lo que agita este espasmo de identidades amontonadas. Es una vibración, un pálpito, una certeza: la de España como un sentimiento, al fin, satisfactorio. Como una victoria.


ABC - Opinión

¿Estado de Derecho? No, esto es un estado policial. Por Federico Quevedo

ESCRIBE AQUÍ EL ENCABEZAMIENTO

Seguramente muchos de ustedes, la mayoría, tendrán cierta memoria de cómo era la vida, nuestra vida, durante el franquismo. Aquel régimen era una dictadura en la que no existían libertades políticas, y todo aquel que se mostraba contrario al régimen acababa en la cárcel, y los medios de comunicación discrepantes eran silenciados. No existía, por tanto, ni libertad de expresión ni libertad de elección, básicas ambas para poder construir una democracia, y por el contrario lo que sí existía era represión contra los sectores críticos con la dictadura. Eso era así y, sin embargo, la inmensa mayoría de la gente, que no se metía en política ni formaba parte de ningún tipo de oposición mediática al dictador, vivía bastante tranquila: España era una economía en desarrollo, había nacido una clase media importante, se encontraba trabajo y el ciudadano normal que, como digo, estaba alejado de los movimientos de oposición, tenía a su disposición un nivel de vida aceptable, viajes al extranjero incluidos. Era la España que descubría el mundo a través de las largas melenas rubias de aquellas imponentes suecas que venían a disfrutar del sol de nuestras playas, objeto de deseo y sueño erótico del macho ibérico… Era la España en la que se fue Eva María en busca de un rayo de sol mientras algún enamorado escribía su nombre en la arena y de fondo Jeanette cantaba Porqué te vas.

Incluso en las peores circunstancias, bajo las más férreas dictaduras, la ciudadanía busca siempre válvulas de escape, intenta mirar para otro lado y huir de aquello que no le gusta mediante la evasión. Esta España de 2010, más de treinta años después, se empieza a parecer mucho a aquella otra España del tardofranquismo. Una España en la que la gente mira para otro lado, huye de la realidad mientras el Gobierno que preside Rodríguez practica la represión política y convierte el Estado de Derecho en un estado policial. La persecución de la oposición política, el intento de silenciar a los medios discrepantes, empieza a ser una constante en un sistema que ha dejado de ser eso, un sistema democrático, para empezar a convertirse en un régimen, en un modelo caudillista de la peor factura, al más puro estilo del chavismo venezolano.

Algunos venimos advirtiéndolo hace tiempo, pero es ahora cuando el Gobierno, asfixiado por su propia incompetencia, echa mano de sus peores artes para intentar por la vía del comportamiento antidemocrático lo que no puede conseguir por la vía del comportamiento democrático. La utilización de las instituciones en beneficio del interés particular, el debilitamiento de la Justicia y su sustitución por otro tipo de autoridades administrativas a las que en ningún caso la Constitución reconoce ese papel, se ha convertido en la tónica habitual para poder ejercer la presión sobre todos aquellos que discrepan del Pensamiento Único.

La detención de Ripoll

Es este un estado policial a cuyo mando se encuentra quien, probablemente, sea la mente más perversa de cuantas han pululado por la política española: Alfredo Pérez Rubalcaba, el hombre que siempre aparece cuando de las cloacas del Estado fluye la mierda para extenderla por doquier. Lo que está ocurriendo en las últimas horas, como anticipo del Debate del Estado de la Nación, no tiene nombre, ni desperdicio, y debería ser objeto de una acción fulminante de la Fiscalía pero, claro, la Fiscalía también depende del Gobierno. Miren, la denuncia del modo en que ha actuado la Policía en Alicante a la orden de Rubalcaba no justificaría, en ningún caso, el hecho de que las personas implicadas en este asunto hayan podido cometer delitos sancionables por la Justicia, pero debe ser ella, la Justicia, la que establezca si esos delitos existen y cuál es la condena por ellos. Ese papel no le corresponde a la Policía que, sin embargo, ha actuado como juez y como parte. El señor Ripoll, bien lo saben ustedes, y si no se lo digo, no es santo de mi devoción y desde luego esta denuncia que hago poco o nada tiene que ver con su persona, sino con el hecho de que como demócrata me resisto a contemplar impasible la degradación de un país, de mi país, en manos de una pandilla de sectarios aprendices del peor de los fascismos.

Les contaré algo que ustedes no saben, para que vean cómo se las gastan y cómo me asiste la razón en lo que digo. El pasado 8 de junio, coincidiendo con la huelga de funcionarios, la Policía se personó en el despacho del Juez Pedreira, que instruye el Caso Gürtell en Madrid, para solicitarle una orden de detención sobre varios cargos del PP madrileño, entre ellos el actual alcalde de Boadilla del Monte. El magistrado, sin embargo, se negó a hacerlo, primero porque la solicitud no venía de la Fiscalía como debía y, segundo, porque no estaba lo suficientemente fundamentada. La intención de Interior era buscar un titular al día siguiente que ‘tapara’ la huelga, pero esta vez no lo consiguió, aunque fue ‘filtrando’ convenientemente al diario El País el contenido del informe que había servido de base para la solicitud realizada ante Pedreira.

Lo que ha ocurrido en Alicante es aún más grave, porque se ha vulnerado el Estado de Derecho de modo flagrante y se han violado los derechos constitucionales de ciudadanos libres de este país, aunque sean políticos, y ese es el síntoma más grave que pueda imaginarse de la degradación y la descomposición del sistema que nos dimos en 1978. Aunque la gente siga disfrutando del fútbol y bañándose en la playa mientras suenan de fondo los acordes del último éxito de Shakira.


El Confidencial

La Selección como ejemplo

Aunque parezca baladí, la Selección española, y su excelente trayectoria en el Mundial de Suráfrica, se ha convertido en un elemento de cohesión nacional y un estímulo para los españoles en estos tiempos de crisis. Eso se desprende de la encuesta que NC Report ha realizado para LA RAZÓN. Para el 62,3 por ciento de los encuestados, la Selección simboliza la unión de España frente a un 6 por ciento que opina lo contrario. También se ha valorado muy positivamente el trabajo en equipo que despliega el combinado nacional. Un 56,3 por ciento cree que los de Del Bosque, con su unión dentro y fuera del campo en pos de un objetivo común, han dado una lección a los políticos de que juntos podemos alcanzar cualquier meta.

Nadie ignora que el fútbol, el deporte seguido mayoritariamente en nuestro país, y en especial la Selección española es uno de los elementos con los que más se identifican los ciudadanos y en el que se sienten más reconocidos como españoles, por encima de los nacionalismos, salvo en el caso de los más radicales. Sólo hay que ver estos días las calles de numerosas ciudades de España, con los balcones engalanados con nuestra bandera, hecho que, desgraciadamente, ocurre muy pocas veces por complejos heredados que, lejos de beneficiar a nadie, muchas veces, al dejarnos llevar por ellos han contribuido a la división. Cuando juega la Selección, la bandera de España alcanza su verdadera naturaleza, no es patrimonio de ninguna ideología y sí de todos los españoles. Igual sucede con el himno que, salvo en actos castrenses, pocas veces es tan respetado.


Y sí, les convendría a los políticos extraer más de una lección del combinado nacional. La Selección española encandila a los seguidores, no sólo por su estilo de juego, también por su actitud. Desde el triunfo en la Eurocopa, que esperemos que se reedite en el Mundial, los españoles han valorado la comunión que existe entre los jugadores –rivales a lo largo del año al jugar en distintos equipos– que ante una competición tan exigente, priorizan el interés común frente a intereses particulares que puedan entorpecer los logros que se puedan conseguir. También valoran su humildad y su perseverancia. La Selección difícilmente da un partido por perdido. Creen firmemente en sí mismos y en lo que están haciendo, sin caer nunca en la improvisación. Dan sensación de unidad, seguridad y aplomo ante la adversidad, como se pudo ver en la fase inicial del Mundial, que sólo puede llevar a la victoria.

Sin duda, el proceder de los integrantes de la Selección nacional debería ser un ejemplo para los políticos y también para la ciudadanía. Porque la ciudadanía no sólo está cansada de que el Gobierno no tenga, usando un símil futbolístico, un sistema claro de juego; también de que la clase política, ante la crisis que estamos viviendo, no tenga más altura de miras y llegue a acuerdos firmes y duraderos en los que todas las partes cedan por el bien común. La Selección, gane o pierda el Mundial, se ha convertido en una inspiración y en la plasmación más concreta de que, si estamos todos unidos, no hay meta que se nos resista.


La Razón - Editorial

Cuba: el destierro como triunfo

Los disidentes que serán excarcelados en los próximos días y meses –si los Castro cumplen su promesa– no podrán seguir siendo lo que eran: cubanos que viven en Cuba y protestan contra su gobierno.

Ya tenemos los extraordinarios resultados de años de pleitesía del ministro Moratinos a la tiranía castrista: el injusto e inhumano encarcelamiento de decenas de personas por manifestarse en contra de la dictadura se transformará, en algunos casos, en el destierro; los demás seguirán entre rejas.

Aunque siempre sea motivo de alegría que un preso de conciencia salga de las cárceles cubanas, no parece que estemos ante nada más que una operación de propaganda. No hay que olvidar que todos ellos, y algunos más, eran personas libres –todo lo libre que se puede ser en Cuba– antes de 2003. Ni siquiera hemos vuelto a la situación de entonces, pues no todos ellos han sido liberados. Creerse que esto es un "avance" es de una ingenuidad tal que resulta difícil de creer en un político profesional. Y, sin embargo, eso es lo que nos intentan vender los socialistas.


Para Elena Valenciano, secretaria de Política Internacional y Cooperación del PSOE, el destierro de cinco presos políticos cubanos demuestra que Moratinos tiene razón en su política de claudicación ante los Castro. El argumento es difícil de seguir. Moratinos no ha conseguido su objetivo desde que está en el cargo; después de seis años, ha terminado la presidencia europea de España sin que haya logrado romper la posición común de la UE frente a Cuba. Así pues, esta "liberación" se ha conseguido estando vigente esa política. Aún si nos creyéramos el cuento de que esto es algo más que una operación cosmética por parte de un régimen que no tiene intención alguna de cambiar de rumbo, ¿qué motivos hay para cambiar una política que ha logrado este "éxito"?

Al régimen le viene sin duda muy bien este movimiento: no pierde nada, pues mantiene la condena a sus disidentes limitándose sólo a cambiar su castigo; mientras, en España y otros países, se vende la imagen de que está dispuesto a cambiar. Coste, cero; la rentabilidad dependerá del entusiasmo con que se venda esta operación de propaganda, que en el Gobierno y sus terminales mediáticas será mucho.

Sin embargo, los disidentes que serán excarcelados en los próximos días y meses –si los Castro cumplen su promesa– no podrán seguir siendo lo que eran: cubanos que viven en Cuba y protestan contra su gobierno. Se convertirán en exiliados, en lo que la izquierda más miserable y rastrera califica de "gusanos". La dictadura comunista a la que apoya el líder de Izquierda Unida, Cayo Lara, se habrá librado de su incómoda presencia y, encima, logrado unos cuantos aplausos en el proceso. Esto es lo que Moratinos y los suyos consideran un éxito. Asusta pensar a qué llamarán fracaso.


Libertad Digital - Editorial

Política de detenciones

En España se ha instalado una práctica de la detención gubernativa, en determinadas investigaciones de repercusión política, que resulta preocupante.

LA detención policial o gubernativa ha sido históricamente uno de los mayores riesgos para las libertades de los ciudadanos, y si el Estado de Derecho presenta algún rasgo característico es el de su protección frente a las arbitrariedades del poder ejecutivo. No en vano, la primera garantía fundamental del proceso penal es el «habeas corpus», un procedimiento especial que tiene su origen en la Carta Magna inglesa del siglo XIII y que está previsto por la Constitución española para obtener el amparo del juez por una detención ilegal. La polémica sobre las circunstancias en las que se ha producido la detención del presidente de la Diputación de Alicante, José Joaquín Ripoll, obliga a recordar que la legalidad de una detención no depende únicamente de que la Policía esté autorizada a practicarla, como afirma el Gobierno, lo cual es una obviedad que llevaría a dar por buena cualquier detención policial, sino de que dicha detención responda a alguno de los supuestos expresamente previstos por la ley y sea practicada conforme a la ley. También conviene recordar que las garantías del proceso penal son ajenas a la mayor o menor cantidad y calidad de los indicios contra el sospechoso. Se justifican por sí solas en la medida en que representan la primacía del derecho a un proceso justo.

En España se ha instalado una práctica de la detención gubernativa, en determinadas investigaciones de repercusión política, que resulta preocupante, porque, o bien no están basadas en alguno de los casos previstos por la ley, o bien se realizan de forma que lesionan gratuitamente la imagen y la fama del detenido. Por eso, la demanda de explicaciones dirigida por el Partido Popular al Gobierno sobre la detención policial de Ripoll está plenamente justificada, sea cual sea la veracidad de las sospechas o de los indicios contra el presidente de la Diputación alicantina. En todo caso, parece desproporcionada una privación de libertad de ocho horas para entregar una citación judicial; y no es razonable que, estando en trámite una investigación judicial —y no mediando peligro de fuga, de destrucción de pruebas o de inminente comisión de delitos—, el juez que la dirige se entere de pasada de que la Policía ha detenido a varios investigados. Entre la intencionalidad política de una operación policial más propia de la lucha antiterrorista y las dudas más que justificadas sobre la legalidad de la detención de Ripoll, el Gobierno socialista vuelve a demostrar que en la contienda contra el Partido Popular le vale todo.

ABC - Editorial