miércoles, 23 de junio de 2010

Los sumideros del gasto. Por M. Martín Ferrand

Gutiérrez entiende que el borrador gubernamental es un «desaguisado» que solo sirve para abaratar el despido.

ANTONIO Gutiérrez, el que fue secretario general de CC.OO., consiguió, hace veinte años, redimirse de su militancia comunista. Ahora, parece dispuesto a liberarse de su obediencia socialista. A pesar de ser diputado del PSOE y presidente de la Comisión de Economía del Congreso ha anunciado, con solemnidad, que no votará a favor de la reforma laboral que ayer comenzó su trámite parlamentario. Optará por la abstención y votará consecuentemente con sus convicciones que, aunque parezca raro y resulte insólito, es lo que debieran hacer los diputados que, por serlo, no hayan perdido su exigible condición previa de personas de respeto. Sirve el caso, algo más que una anécdota, para señalar el escaso entusiasmo que produce el proyecto de José Luis Rodríguez Zapatero, tan necesario como insuficiente. Gutiérrez entiende que el borrador gubernamental es un «desaguisado» que solo sirve para abaratar el despido y actúa en consecuencia, como debe ser.

Una «reforma laboral» impulsada por una tremenda crisis, con más de cuatro millones y medio de personas sin empleo, que no aborda el sistema de pensiones y los subsidios del paro es como el toreo de salón. Queda bonito, pero el toro también tiene su estilo y sus costumbres y ello puede desbaratar cualquier postura. El gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, insiste en ello y entiende que «para disipar la incertidumbre» debe abordarse, con el mayor consenso posible, la reforma de las pensiones si queremos, según los compromisos que nos enganchan con la Unión Europea, que en 2013 el déficit no supere el 3 por ciento del PIB, un imposible metafísico sobre los supuestos de que partimos. Una nueva tarifa de despidos, en el supuesto de que fuera nueva, no basta como solución.

Tampoco es sostenible, por social que sea y deseable que parezca, la actual cobertura del paro. Nuestra decadente economía no da para tanto y, sobre la dimensión presupuestaria, tampoco su modelo resulta incentivador para que el parado renuncie a una confortable escasez a favor de un esfuerzo no siempre bien retribuido. Hay que cuadrar las cuentas antes que las ideas. Algunas Autonomías, por ejemplo, estudian atender el déficit de las líneas ferroviarias que, por no poderlas mantener, Fomento se dispone a cancelar. ¿Qué más dará desde qué caja de las del Estado se genera el agujero del déficit? Si los Ayuntamientos, las Diputaciones y las Autonomías, grandes sumideros del gasto junto con los grandes capítulos de las prestaciones sociales, no actúan de manera concordante con la política gubernamental, que ya es escasa, puede armarse la del fin del mundo.


ABC - Opinión

Zapatero y Obama. Por José María Carrascal

Nada de extraño que se alegre tanto de la llamada de Obama. Puede que quede como lo más destacado de su mandato.

¡QUIÉN iba a decir a aquel joven José Luis Rodríguez Zapatero sentado al paso de la bandera norteamericana que un día se alegraría como un niño con zapatos nuevos al recibir una llamada del presidente de los Estados Unidos! Y, además, para felicitarle. Bueno, felicitarle condicionalmente, pues la llamada contenía también una advertencia: era necesario seguir con los recortes que había iniciado. Recortes que no hubiera hecho de no imponérselos Europa y el propio Obama. Pero, en fin, lo importante era la llamada, la conjunción planetaria de que hablaba Leire Pajín y todo el mundo tomaba a cachondeo. Pues ahí la tienen de nuevo. Imagino que la conservara en cinta y en disco, para mostrársela un día a sus nietos. «¿Lo oís? Este que está hablando era el presidente de los Estados Unidos de América. Y me llamaba a mí, vuestro abuelo».
Últimamente está de moda entre los comentaristas españoles psicoanalizar a nuestro presidente. Se le ha comparado con Maquiavelo, se le ha clasificado como optimista antropológico, aunque con caídas en la depresión. Se le ha escudriñado del derecho y del revés, sin acabar de catalogarlo, tal vez porque es tan común, que no encaja en ninguno de los moldes en que suelen darse los personajes en las alturas donde se mueve. Quiero decir que su secreto es no tener ninguno. Él mismo ha venido a reconocerlo al decir a su mujer que cualquiera puede ser presidente del Gobierno español. O sea, un cualquiera. Lo malo es que cuando un cualquiera se encuentra al frente de un país y las cosas vienen mal dadas, lo único que sabe hacer, si hay suerte, es lo que le mandan.

A él le gustaría parecerse a Obama. Pero la distancia entre ellos es abismal. Obama tuvo un largo camino hasta llegar a la Casa Blanca, empezando por ser negro, mulato más bien, hijo de madre abandonada por su marido, con todo lo que ello representa en una sociedad que no ha acabado de sacudirse el racismo (las demás, tampoco, dicho sea de paso). Se ganó a pulso los estudios en las mejores universidades y su carrera política empezó en los escalones más bajos, sirviendo de intermediario entre la Universidad de Chicago y el gueto que la rodea. Para la presidencia tuvo que batirse con candidatos mucho más conocidos que él, entre ellos la esposa de un ex presidente. Quiero decir que nada le fue fácil. Zapatero, en cambio, ni siquiera fue concejal de su ayuntamiento. Era un chico bien de Valladolid que pretendía ser de León, para tener más pedigrí obrero, pero ahí se acababa todo. La confusión en el PSOE tras la salida de González le hizo candidato y las bombas del 11-M, presidente del Gobierno. Lo que ha hecho como tal es de sobra conocido. Prácticamente, todo le ha salido mal. Nada de extraño que se alegre tanto de la llamada de Obama. Puede que quede como lo más destacado de su mandato.


ABC - Opinión

Cambio de Gobierno. ¿Qué le queda a Zapatero?. Por Agapito Maestre

Su personalidad autoritaria le impide, en verdad, plantearse cualquier tipo de solución política a la crisis económica e institucional si se pone en riesgo su poder.

¿Qué le queda a Zapatero traspasado el meridiano de esta legislatura? Nada y todo. Nada de credibilidad ante la comunidad internacional y todo en España. No es nadie en el mundo, pero tiene todo el poder en España. Una excepción: la reforma del mercado laboral. Ésta ha sido jaleada internacionalmente, pero rechazada por todos los partidos políticos en España. El decreto de reforma del mercado laboral sólo ha sido votado por el grupo parlamentario socialista, pero Zapatero ni se siente aislado ni disuelve las Cortes. Todo sigue igual para Zapatero. Él mantiene cohesionado el poder. No hay catalepsia política, entre otras razones, porque casi todos los medios de comunicación respaldan su ficción. No hay democracia de opinión pública. Los medios no han conseguido cambiar jamás ninguna decisión del poder de Zapatero. O sea, puede hundirse el país, e incluso puede ser denunciado el hundimiento por algunos medios, pero Zapatero no dará razones a nadie de sus fracasos.

Él sólo impone su santa voluntad. Por eso, precisamente, nadie cree al vicepresidente tercero del Gobierno cuando manifiesta que no habrá crisis de Gobierno. Las quinielas para saber la composición del nuevo Gabinete son múltiples. No me atrevo a descartar ninguna, incluso quienes apuestan por la vuelta de Solana podrían ver satisfecha su demanda. De Zapatero todo puede esperarse, nada en este hombre es previsible, si es por mantenerse en el poder. Este hombre no conoce límites. Pío García Escudero le ha dicho en el Senado que las familias están hartas de su inoperancia, pero él le ha exigido al PP que exponga cuáles son sus medidas para resolver la crisis. Se ha revuelto con pericia populista contra la oposición sin dar señales de agotamiento político. Se equivocan, pues, quienes crean que este político está muerto.

Eso no significa que Zapatero pueda conseguir cambiar la tendencia de las encuestas. Sin embargo, creo que aguantará en el poder más de lo que muchos sospechan. Un populista de su corte, es decir, alguien que le interesa sólo y únicamente el poder por el poder, nada tiene que ver con tipos con sentido de Estado y de autolimitación democrática. Hará de su fracaso, insisto, su principal fortaleza. Así funciona el populismo. Este hombre aún tiene recursos suficientes para manejarlos a su favor. Por supuesto, no evaluará el daño que le hace a la nación, mientras se mantenga en el poder. Más aún, es posible que el PP, según las encuestas, llegara a gobernar en trece comunidades autónomas, cosa inédita en este país, pero sospecho que, incluso entonces, él persistirá en que no es menester adelantar las elecciones generales.

Su personalidad autoritaria le impide, en verdad, plantearse cualquier tipo de solución política a la crisis económica e institucional si se pone en riesgo su poder. De ahí que de todas las quinielas que se hacen sobre el actual Ejecutivo, todas cargadas de plausibilidad, sólo hay una que no contemplo: la dimisión del presidente del Gobierno. El poder es suyo. Y lo manejará, vaya que si lo hará, como nadie puede imaginar. Así de cruda está la cosa. Ni elecciones anticipadas ni gran gobierno de coalición nacional.


Libertad Digital - opinión

Vientre de alquiler. Por Ignacio Camacho

Los batasunos han contratado a EA como vientre de alquiler para incubar el huevo de la serpiente.

ACUCIADOS por la necesidad perentoria de encontrar hueco en las instituciones locales que alimentan su entramado filoterrorista, los batasunos han contratado a Eusko Alkartasuna como vientre de alquiler para incubar el huevo de la serpiente al calor del presupuesto público. El pequeño partido que fundase Carlos Garaicochea tras su ruptura con el caciquismo peneuvista ha terminado arrendándose como útero de conveniencia a cambio de un incierto papel de comparsa concedido por el brazo político de ETA, cuyas listas se presta a blanquear en una operación que acabará contaminándolo de indignidades. La primera ya se la han tragado al aceptar un acto fundacional absorbido por la hipócrita retórica batasunera, que no ha hecho ni una sola concesión en su obstinada negativa al arrepentimiento.

Ese aquelarre de delirio soberanista en el que algunos ingenuos esperaban la conversión democrática de Batasuna forma parte de la estrategia marcada —por escrito para que no haya dudas— por la dirección de ETA. Lejos de acercarse a la «pista de aterrizaje» que el socialista Eguiguren trata de construir al margen, según él, del Gobierno que le consiente sus manejos, Batasuna ha preferido la seguridad de un aeródromo amigo en el que puede tomar tierra sin condiciones previas. Si alguien sigue soñando con un segundo «proceso de paz» —pronúnciese pazzzzzzz— está a tiempo de desengañarse. Los movimientos ambiguos, las líneas de diálogo oficioso y las idas y venidas de mediadores de ocasión carecen de sentido ante la incapacidad que el entorno etarra muestra para desmarcarse de sus siniestras tutelas. Y si alguien no lo impide mediante el refuerzo de la acción jurídica del Estado —¿quizá una modificación de la Ley de Partidos?— el año que viene volverá a haber cómplices del terror cobrando sueldos de ayuntamientos vascos. Ésa, y no las de las declaraciones altisonantes, es la piedra de toque de la voluntad política de cerrarles el paso.

El Gobierno, que está ejerciendo de manera impecable la acción policial, se mueve sin embargo con perniciosa ambigüedad en el terreno de la presión política. Hay demasiados indicios de que el zapaterismo no ha dejado de creer en la redención de los batasunos, casi tantos como los que éstos ofrecen de continuar de la mano de los verdugos de la capucha. A cada expectativa responden con un escupitajo; su estrategia consiste en ganar terreno ante cualquier concesión para reforzar sus posiciones de poder. Si nadie les para los pies el próximo paso —también está escrito— será una escalada de movilizaciones. Hasta ahora, todos los gobiernos democráticos se han dejado embaucar una vez por la milonga de las treguas, procesos, tanteos y demás señuelos; el que se engañe dos veces carecerá de coartada para no avergonzarse de sí mismo.


ABC - Opinión

La reforma empieza ahora

Es muy infrecuente que la abstención sea la opción mayoritaria en una votación parlamentaria de gran relieve, así que cuando se produce es necesario analizar sus causas y rectificar en consecuencia. Eso es, precisamente, lo que el Congreso le transmitió ayer al Gobierno a propósito de su reforma laboral. La convalidación del decreto, paso previo a su tramitación como proyecto de ley, sólo fue posible gracias a la abstención en bloque de todo el centro derecha, desde el PP a CiU, de manera que los votos a favor quedaron en minoría. La traducción inmediata de la voluntad mayoritaria es bien clara: hay consenso en que la economía necesita una reforma laboral de gran calado para impulsar la creación de empleo, pero la propuesta del Gobierno socialista no es suficiente, se queda a medio camino, aunque sea un aceptable punto de partida.

En congruencia con este criterio, y a diferencia de lo que hizo en la votación del tijeretazo social, el PP defendió la posibilidad de mejorar la reforma para hacerla más operativa, más audaz y menos abstrusa. Objetivo que bien podría conseguirse si todo el centro derecha logra presentar unas enmiendas consensuadas y asumibles por los socialistas. Sería de gran importancia para la recuperación inmediata y para la estabilidad económica a medio y largo plazo de España que la nueva legislación laboral contara con el apoyo netamente mayoritario del Congreso, de modo que perdurara por encima de quién fuera el partido gobernante. Muy rara vez se presenta una oportunidad semejante, en la que es el PSOE quien asume el reto y el coste político-sindical inherente. El centro derecha debería apreciar este «sacrificio» socialista y, sin renunciar a las mejoras pertinentes y necesarias, facilitarle la tarea. Aunque pueda sonar a sacrilegio para quienes desean derribar al Gobierno por sus graves errores, cuanto menos partidismo se haga con esta reforma, mejores resultados podrán obtenerse para trabajadores y empresarios. Ahora bien, el Gobierno está obligado a interpretar el voto mayoritario de ayer y a aceptar que la futura ley debe incorporar algunas modificaciones imprescindibles como aclarar los límites y la subordinación de la negociación colectiva a la de cada empresa, asunto éste que el decreto mantiene deliberadamente en la ambigüedad y la contradicción. Sin unas normas nítidas sobre el descuelgue y la «ultraactividad» de los convenios, el recurso al arbitraje se convertirá en un foco de conflictividad. Es también inexcusable establecer con transparencia las causas objetivas del despido, de modo que no se produzca una judicialización permanente del mercado laboral. En esta línea, sería de gran eficacia facilitar la flexibilidad organizativa de las empresas de acuerdo a los nuevos modos de trabajar de la sociedad tecnológica. Y, por último, más pronto que tarde, habrá que reformar el sistema de prestaciones de desempleo para vincularlo a la búsquea real de trabajo y formación. Que Obama haya dado su aprobación a los esfuerzos de Zapatero no significa que se haya llegado a la meta final. Es a partir de ahora cuando la reforma laboral se enfrenta a su verdadera prueba de fuego. AQUÍ

La Razón - Editorial

Tarde, mal y solos

El argumento decisivo de que "nosotros estamos a favor de una reforma pero no de esta reforma" se viene a bajo, sin embargo, cuando desde el PP no se atreven siquiera a mencionar y a concretar cuál es su alternativa.

Por si le quedara alguna duda, el Gobierno ha podido constatar este martes en el Congreso la total falta de apoyos que suscita su simulacro de reforma del mercado laboral. El decreto ha sido convalidado sólo con los votos del PSOE y con más abstenciones que votos a favor. De hecho, ni siquiera lo ha votado favorablemente un diputado del PSOE con tanto peso como es el presidente de la Comisión de Economía y ex secretario general de CCOO, Antonio Gutiérrez.

No vamos a reiterar las merecidas críticas que nos suscita esta supuesta reforma, tan tardía como confusa e insuficiente. Hasta alguien tan próximo al Gobierno como es el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordoñez, no ha podido sino reconocer lo que, en parte, ya señalábamos en editoriales anteriores: que esta reforma ni reduce decisivamente la disuasión a la contratación que implican los coactivos y altos costes de indemnización por despido, ni elimina de forma coherente la dualidad entre contratos fijos y temporales, ni suprime la rémora que supone la contratación colectiva para la flexibilidad y productividad que requieren nuestras empresas.


El hecho es que el Gobierno, tras delegar su responsabilidad durante tres años a un esteril "diálogo social", se ha visto obligado, a instancias de nuestros socios europeos, a hacer deprisa y corriendo una reforma que no satisface ni a los que irresponsablemente se han instalado en el inmovilismo ni a los que ambicionábamos un cambio muchísimo más profundo de nuestro encorsetado mercado laboral.

En este sentido no podemos sino lamentar la impresentable forma con la que la portavoz del PP, Soraya Sáenz de Santamaría, ha justificado su oposición a esta reforma, con "argumentos" más propios del inmovilismo sindical o del de Izquierda Unida que de una formación que supuestamente quiere flexibilizar mucho más nuestro mercado laboral. Así, decir que el decreto "es una reforma para el despido y no para el empleo", tal y como ha hecho la portavoz del PP, no hace más repetir la demagógica cantinela sindical que ignora que las coactivas barreras de salida ejercen como barreras de entrada a nuestro mercado laboral.

Otro tanto se podría decir del acento que el PP ha puesto, no a lo insuficiente de la reforma, sino a lo supuestamente injusto de la misma. Para empezar, la única "injusticia" de la que aquí cabe hablar es el hecho de que quien ofrece un empleo y quien lo busca no sean libres para negociar sus condiciones laborales, incluidas las referidas a la eventual rescisión del contrato que les une. Lo injusto es esa serie de condiciones impuestas por quienes no participan en la relación laboral que disuaden al empleador y condenan al desempleo a aquellos cuyos derechos se dice defender. La reforma, que no se aplica a contratos ya suscritos, no viene sino a reducir muy escasamente estas rémoras y estos obstáculos a la contratación.

Por otra parte, el argumento decisivo de que "nosotros estamos a favor de una reforma pero no de esta reforma" se viene abajo, sin embargo, cuando Sáenz de Santamaría no se atreve siquiera a mencionar y a concretar cuál es la reforma que el PP sí llevaría a cabo y que justifica su negativa a la insuficiente propuesta por el Gobierno.

Esperemos, en cualquier caso, que la tramitación del decreto como proyecto de ley permita la introducción de enmiendas que hagan de él una autentica reforma de nuestro mercado laboral. Si el Gobierno quiere perder esta última oportunidad, al menos que el PP no desechar la suya de ofrecer una auténtica alternativa.


Libertad Digital - Opinión

Una reforma insuficiente

Las reformas se anuncian a trompicones y con voces discordantes en el seno del Ejecutivo, no responden a un patrón homogéneo y el PSOE se conforma con evitar que la situación vaya a peor.

EL Congreso de los Diputados convalidó ayer la reforma laboral aprobada por el Gobierno mediante real decreto ley, gracias a la abstención del PP y de los grupos nacionalistas, movidos a esta opción por la futura tramitación de la norma como proyecto de ley. Teóricamente, esta es la contrapartida del PSOE a los demás grupos parlamentarios por no impedir la aprobación de una reforma que, a pesar de su necesidad y de cuanto entraña de rectificación por parte del Gobierno, nace rodeada de incertidumbres. Por lo pronto, el ministro de Fomento ya ha reconocido que puede ser «insuficiente» para crear empleo, y el gobernador del Banco de España se lamentaba de que el decreto eludiera una reforma de la negociación colectiva. Al tiempo, los sindicatos la rechazan y los empresarios la ven corta. El panorama del nuevo mercado laboral no invita precisamente al optimismo. Además, mientras no haya crecimiento económico suficiente, no se darán las condiciones requeridas para crear empleo, con esta reforma o sin ella, por la sencilla razón de que las empresas no tendrán necesidad de contratar nuevos empleados, pero sí podrán despedir con más facilidad. Nada peor puede pasarle a una reforma laboral que ser recibida con esta sensación de fracaso anticipado, porque así es imposible que incite a los empresarios a contratar y a los trabajadores a implicarse en un mercado laboral supuestamente más dinámico.

Una de las principales consecuencias es que el déficit público no se reducirá en los términos fijados por el Gobierno, porque los costes del desempleo van a impedirlo. Por eso las reformas del Gobierno se encuentran, sencillamente, en una fase intermedia, ya que cada día se anuncian, sugieren o insinúan nuevas medidas. Así, el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, anunció ayer que una nueva reforma se basará, como estaba descontado a pesar de los desmentidos del Gobierno, en una ampliación de la edad de jubilación. Nuevamente cae un tópico de este Gobierno, obligado desde hace varios meses a desdecirse de sus principales compromisos de política social, que se ampararon en la temeraria seguridad de que nunca tendría fin el ciclo de bonanza que recibió en 2004. Ahora toca recoger velas a medida que las arcas se vacían, y lo hace al dictado ajeno, deprisa y sin agenda. El Gobierno socialista abarata el despido, reduce las pensiones, paga menos a los funcionarios, hará trabajar más años a los ciudadanos, aumenta los impuestos indirectos, colapsa la obra pública, recorta la ayuda a los dependientes y suprime la de maternidad, medidas que hoy son tan traumáticas porque el Gobierno no quiso tomarlas a tiempo, negando la evidencia de la crisis. Por eso, junto con la reforma de las pensiones, es seguro que el Ejecutivo impulsará en 2011 una nueva subida de impuestos para intentar cumplir el objetivo que le ha impuesto Bruselas de reducción del déficit. Y antes o después les tocará el turno a las prestaciones por desempleo, y entonces se cerrará el círculo de
la negación de Zapatero a sí mismo y a su discurso social.

Este Gobierno tiene el don de no dar seguridad ni certidumbre siquiera cuando inicia un camino de rectificación. No es suficiente que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llame para mostrar su apoyo a Zapatero ni que el presidente del FMI le diga que las medidas tomadas son las correctas: ni uno ni otro iban a criticar lo que han obligado a Zapatero a hacer. El problema es de confianza en la dirección política de España. Las reformas se anuncian a trompicones y con voces discordantes en el seno del Ejecutivo, no responden a un patrón homogéneo y se conforman con evitar que la situación vaya a peor, lo cual conduce al estancamiento, no a la recuperación. El Gobierno no incentiva la inversión con una bajada de impuestos y costes laborales reales, pero tampoco se mantiene una política de obra pública que mantenga activas algunas constantes vitales de la economía. El Gobierno golpea a la clase media bajando los salarios de los funcionarios y recorta pensiones, pero al mismo tiempo aumenta el IVA, retrayendo por partida doble el consumo, con efecto negativo directo en los beneficios empresariales y el empleo. ¿Cuál es la política económica del Gobierno? Mientras esta pregunta no tenga una respuesta definida, las reformas del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero nacerán lastradas por la desconfianza, por más que pueda presumir de no contar con muchos votos en contra en el Congreso.


ABC - Editorial