domingo, 30 de mayo de 2010

«¿Qué voy a hacer ahora?». Por Arturo Pérez Reverte

El segundo gintonic, Pencho se vuelve hacia mí. Hace quince minutos que aguardo, paciente, esperando que se decida a contármelo. Por fin hace sonar el hielo en el vaso, me mira un instante a los ojos y aparta la mirada, avergonzado. «Hoy he cerrado la empresa», dice al fin. Después se calla un instante, bebe un trago largo y sonríe a medias con una amargura que no le había visto nunca. «Acabo de echar a la calle a cinco personas.»

Puede ahorrarme los antecedentes. Nos conocemos hace mucho tiempo y estoy al corriente de su historia, parecida a tantas: empresa activa y rentable, asfixiada en los últimos años por la crisis internacional, el desconcierto económico español, el cinismo y la incompetencia de un Gobierno sin rumbo ni pudor, el pesebrismo de unos sindicatos sobornados, la parálisis intelectual de una oposición corrupta y torpe, la desvergüenza de una clase política insolidaria e insaciable. Pencho ha estado peleando hasta el final, pero está solo. Por todas partes le deben dinero. Dicen: «No te voy a pagar, no puedo, lo siento», y punto. Nada que hacer. Los bancos no sueltan ni un euro más. Las deudas se lo comen vivo; y él también, como consecuencia, debe a todo el mundo. «Debo hasta callarme», ironiza. Todo al carajo. Lleva un año pagando a los empleados con sus ahorros personales. No puede más.

Cinco tragos después, con el tercer gintonic en las manos, Pencho reúne arrestos para referirme la escena. «Fueron entrando uno por uno –cuenta–. La secretaria, el contable y los otros. Y yo allí, sentado detrás de la mesa, y mi abogado en el sofá, echando una mano cuando era necesario… Se me pegaba la camisa a la espalda contra el asiento, oye. Del sudor. De la vergüenza… Lo siento mucho, les iba diciendo, pero ya conoce usted la situación. Hasta aquí hemos llegado, y la empresa cierra.»

Lo peor, añade mi amigo, no fueron las lágrimas de la secretaria, ni el desconcierto del contable. Lo peor fue cuando llegó el turno de Pablo, encargado del almacén. Pablo –yo mismo lo conozco bien– es un gigantón de manos grandes y rostro honrado, que durante veintisiete años trabajó en la empresa de mi amigo con una dedicación y una constancia ejemplares. Pablo era el clásico hombre capaz y diligente que lo mismo cargaba cajas que hacía de chófer, se ocupaba de cambiar una bombilla fundida, atender el correo y el teléfono o ayudar a los compañeros. «Buena persona y leal como un doberman –confirma Pencho–. Y con esa misma lealtad me miraba a los ojos esta mañana, mientras yo le explicaba cómo están las cosas. Escuchó sin despegar los labios, asintiendo de vez en cuando. Como dándome la razón en todo. Sabiendo, como sabe, que se va al paro con cincuenta y siete años, y que a esa edad es muy probable que ya no vuelva a encontrar jamás un trabajo en esta mierda de país en el que vivimos… ¿Y sabes qué me dijo cuando acabé de leerle la sentencia? ¿Sabes su único comentario, mientras me miraba con esos ojos leales suyos?» Respondo que no. Que no lo sé, y que malditas las ganas que tengo de saberlo. Pero Pencho, al que de nuevo le tintinea el hielo del gintonic en los dientes, me agarra por la manga de la chaqueta, como si pretendiera evitar que me largue antes de haberlo escuchado todo. Así que lo miro a la cara, esperando. Resignado. Entonces mi amigo cierra un momento los ojos, como si de ese modo pudiera ver mejor el rostro de su empleado. Aunque, pienso luego, quizá lo que ocurre es que intenta borrar la imagen del rostro que tiene impresa en ellos. Cualquiera sabe.

«¿Y qué voy a hacer ahora, don Fulgencio?... Eso es exactamente lo que me dijo. Sin indignación, ni énfasis, ni reproche, ni nada. Me miró a los ojos con su cara de tipo honrado y me preguntó eso. Qué iba a hacer ahora. Como si lo meditara en voz alta, con buena voluntad. Como si de pronto se encontrara en un lugar extraño, que lo dejaba desvalido. Algo que nunca previó. Una situación para la que no estaba preparado, en la que durante estos veintisiete años no pensó nunca.»

«¿Y qué le respondiste?», pregunto. Pencho deja el vaso vacío sobre la mesa y se lo queda mirando, cabizbajo. «Me eché a llorar como un idiota –responde–. Por él, por mí, por esta trampa en la que nos ha metido esa estúpida pandilla de incompetentes y embusteros, con sus brotes verdes y sus recuperaciones inminentes que siempre están a punto de ocurrir y que nunca ocurren. ¿Y sabes lo peor?... Que el pobre tipo estaba allí, delante de mí, y aún decía: No se lo tome así, don Fulgencio, ya me las arreglaré. Y me consolaba.»


XL Semanal - Opinión

Rebelión a bordo. Por Jesús Cacho

La frágil, bella, casi anoréxica ministra de Economía Elena Salgado, Orense, 61, no para de lamentarse estos días del error que supuso no haber honrado la promesa que a sí misma se hizo de no volver a la política activa.

Tras su paso por varios altos cargos durante los Gobiernos de Felipe González, y una tormentosa presidencia de la Fundación Teatro Lírico, de la que fue expulsada por el malvado Miguel Angel Cortés, año 96, primer Gobierno Aznar, la señora peregrinó por cargos de distinto pelaje en el sector privado, el más notable de los cuales fue la consejería delegada de Vallehermoso Telecom, filial del grupo Sacyr. A las órdenes de Luis del Rivero, del que terminó diciendo pestes cuando abandonó la empresa para regresar a la política, se encontraba cuando Jesús Caldera, íntimo amigo y entonces hombre de confianza del incipiente Rodríguez Zapatero, fue a visitarla para plantearle su incorporación inmediata al programa de la “tercera vía” con la que el leonés pretendía cambiar el mundo. La respuesta de Salgado fue rotunda: “Conmigo no contéis y os digo más: si Zapatero llegara un día a ganar las elecciones yo me iría de España…”

La frágil, bella, casi anoréxica Elena Salgado no ha recibido excesivas alegrías de la política, aunque su ego de mujer orgullosa y segura de sí misma haya podido escalar las más altas cotas de la autoestima. Cuando Zapatero retiró su proyecto de Ley del Vino, la Salgado se vino abajo. “Ha sido la única vez que la he visto llorar”, señala uno de sus colaboradores más directos, “la única en que vi a una mujer tan fría pidiendo ayuda a gritos en silencio”. Adicta al trabajo hasta altas horas, a la doña le entraban golpes de sueño en los consejos de ministros “y entonces, apenas apoyada en el borde del sillón, componía un extraño escorzo para dar la espalda al jefe, de modo que no la viera bostezar”. Zapatero no la destituyó tras el episodio del vino, como muchos esperaban. Muy al contrario, puso en sus manos la gestión de la Economía de un país que ya se deslizaba sin frenos por la pendiente de una crisis de dimensión desconocida. Demasiada carga para los frágiles hombros de una mujer cuya ambición le impidió advertir el riesgo que entrañaba penetrar en las fauces del dragón. “Nunca nadie en la vida política española ha tratado tan mal a una mujer como Zapatero, el profeta del feminismo, está tratando a Salgado. La ningunea, la desautoriza, la desprecia, no se le pone al teléfono y, lo que es peor, no se recata en admitir en público que su nombramiento fue un grave error…”

El Confidencial - Opinión

España, Zapatero y los nacionalistas. Por José María Carrascal

LA mejor prueba de la ignorancia que asola nuestro país es ese rumor de que Durán Lleida fue el más crítico con Zapatero en el último debate parlamentario.

Cuando fue su salvador, el que le envió el cable para que no se ahogase. Lo hizo, eso sí, con extraordinaria habilidad: poniéndolo verde. Pero lo salvó, que era lo importante, y Zapatero puede decir aquello de «Llámame tonto, pero dame bollos». Mientras Durán se fabricaba una excelente cortada -el interés general- cara a su electorado, buena parte del cual considera a Zapatero un desastre para Cataluña y para España.

Esa ingeniería política, sin embargo, no va a salvarle a él ni a sus salvadores. Las medidas de ajuste aprobadas no sólo no bastan, sino que pueden resultar contraproducentes. De entrada, consisten sólo en recortes, que pueden conducir a la recesión, como advertía ayer en Madrid el nobel de Economía Joseph Stiglitz. Luego, se concentran en los sectores más débiles de la población, lo que enrarece la atmósfera y dificulta el acuerdo social. Por último, un gobierno que tan pronto hace una cosa como la contraria aumenta la desconfianza de los mercados, como demuestra la rebaja de la calificación de la deuda española que acaba de hacer la agencia Fitch. Total, que quienes invocando los intereses del país permitieron pasar las medidas de ajuste pueden haberle hecho un flaco favor. Claro que a los nacionalistas nunca les han importando los intereses de España. Sólo les han importado los suyos, y los de CiU ya sabemos cuáles son: recuperar el poder en Cataluña y tener en Madrid un gobierno de rodillas, como estará el de Zapatero al llegar los próximos presupuestos. Un plan que comenzó con su abstención el martes en el Congreso y debe culminar tras las próximas elecciones catalanas.

Los nacionalistas vascos han sido mucho más directos, como corresponde a su temperamento. A cambio de abstenerse, exigieron que la paralización de las obras públicas no se aplicase a la Y del AVE vasco y que se suspendiera la cesión de las políticas de empleo al Gobierno vasco, una suspensión que perjudicaría a Patxi López, a quien tienen en el punto de mira. Elena Salgado no pudo concedérselo porque la protesta de todas las demás autonomías se oiría, no ya en Bruselas, sino en la Luna, y porque sería una doble traición, al país y a los socialistas vascos, con consecuencias imprevisibles. Ante lo que el PNV votó «no». Lo que no le impedirá votar sí en el futuro, de pagársele lo suficiente. No le criticamos, pues para algo son nacionalistas.

Lo que no aceptamos es que se convierta a los nacionalistas en salvadores de España, cuando sólo han salvado a Zapatero. Aunque después de haberle visto hacer alardes de patriotismo, uno está preparado hasta para verle jurar hoy la bandera en Badajoz. ¡Y luego dicen que no tiene sentido de Estado!


ABC - Opinión

Saneamiento y reformas

Unas elecciones ahora retrasarían lo que es urgente hacer y perpetuarían vicios del sistema

Frente a riesgos inminentes como los que acechan a la economía española, las soluciones cuyos efectos no sean inmediatos carecen de sentido. Como también las que sumen incertidumbre política a la creciente preocupación por la situación de nuestro país entre los socios de la zona euro y las principales economías mundiales. Un eventual adelanto de las elecciones en estos momentos abundaría en ambos errores, y podría dar al traste con el precario equilibrio desde el que, hasta ahora, España ha conseguido colocar sus emisiones de deuda pública.

Una llamada a las urnas en las actuales circunstancias, como reclaman los más impacientes, entre los que ya se encuentra Rajoy, paralizaría la toma de decisiones desde el instante en que las Cámaras fueran disueltas hasta la formación del nuevo Ejecutivo. Por una parte, habría incentivos partidistas para aplazar o relativizar el alcance de las medidas de austeridad más impopulares ya aprobadas; por otra, un Gobierno en funciones solo podría tomar decisiones de trámite, sin capacidad para hacer frente a las emergencias que, como se ha comprobado, son inherentes a esta fase especialmente aguda de la crisis.


Descartar el adelanto no es sinónimo de voto de confianza al Gobierno de Zapatero, sino de exigencia de responsabilidades: que lo que no ha sabido evitar a tiempo lo corrija, incluso a riesgo de impopularidad; que hasta someter los nuevos Presupuestos al Parlamento y comprobar si dispone de la mayoría necesaria para aprobarlos, asuma su responsabilidad en el saneamiento de la economía; y que aborde las reformas que pueden ayudar a crear empleo cuando se inicie la recuperación; y para ello, que, como parece haber entendido que debía hacer, diga claramente a los ciudadanos que España ha perdido en esta crisis una parte sustancial de su riqueza y que, de no tomar medidas urgentes, la economía española puede entrar en una espiral negativa de difícil salida.

La teoría recomienda hacer las reformas en periodos de bonanza, pero la realidad es que, por inercia o electoralismo de mirada corta, casi siempre se aplazan hasta que las crisis presionan lo suficiente. En ese sentido dicen los economistas que la actual puede ser una oportunidad para mejorar la eficiencia del sistema. La reforma del mercado laboral no permite más dilaciones, después de dos años durante los que el Gobierno ha delegado su responsabilidad en los agentes sociales, que han fracasado rotundamente. El Gobierno actual ha dado un gran protagonismo a los sindicatos, pero si, al igual que la patronal, tienen una función social que va más allá de la defensa de los legítimos intereses de sus afiliados, este es el momento de demostrarlo. En circunstancias como las actuales, ni esos intereses ni los generales del país se defienden mediante huelgas u otras medidas de presión que, de vencer, lo harían sobre un país en ruinas.

Una reforma del mercado laboral contribuiría por su carácter central a la creación de un nuevo clima desde el que abordar otras reformas necesarias, como la fiscal, de forma que los ingresos no dependan tanto de la coyuntura; o la de las administraciones, que profesionalice y despolitice la función pública, evite duplicidades y esos derroches que tanta irritación suscitan ahora (desde los viajes inútiles con séquito a los informes sobre cuestiones fútiles a precio de oro).

Pese a todas las razones que aconsejarían evitar el adelanto electoral, su fantasma seguirá pesando porque no es seguro que el Gobierno pueda sacar adelante la próxima Ley de Presupuestos. A efectos de la oposición, este horizonte invitaría a apoyar al Gobierno ahora que ha empezado a cumplir con sus obligaciones, no a desentenderse de las suyas solo porque cree encontrarse en la antesala del poder.


El País - Editorial

¿Ángel o demonio?. Por M. Martín Ferrand

TANTO las encuestas como el criterio de los analistas más conspicuos coinciden en señalar a Josep Antoni Duran i Lleida como el político más valorado entre todos los españoles.

Respaldado por un 3 por ciento de los votos emitidos en las últimas legislativas, consigue más relevancia y respeto que los mismísimos José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Es más, se extiende como una mancha de aceite la idea -ignoro si espontánea o inducida- de que la abstención de CiU, tan brillante como contradictoriamente explicada por Duran i Lleida, nos ha salvado de un momento dramático. Se opone esa valoración a la más negativa que, por votar en contra, le adjudican al líder del PP. Taparse la nariz ante un olor fétido, ¿es más razonable y meritorio que tratar de ventilar el ambiente?

Posiblemente, el voto negativo de CiU, más concordante con su discurso, hubiera sido el gran fracaso de Zapatero y ello, lejos de precipitarnos en un problemático abismo, hubiera forzado al PSOE a proceder al relevo de su líder, la más fáctica y vertiginosa de las fórmulas posibles para la sustitución de quien tiene acreditada su incapacidad para enfrentarse a una crisis que no supo ver venir y a la que trata de enfrentarse con cataplasmas de abuelita antigua en lugar de hacerlo con la moderna cirugía que nos permite nuestra situación en la Unión Europea.


Sospecho que en la intención de Duran, de quien no conviene olvidar sus mañas democristianas, dominaba la prioridad de evitar unas legislativas anticipadas que pudieran superponerse a las autonómicas catalanas del próximo otoño y quitarle así brillo y oportunidad a un Artur Mas que va camino de perpetuarse con aspirante a president.

Mi admirado Francesc de Carreras, que enseña Derecho Constitucional en la Autónoma de Barcelona y civismo en La Vanguardia, contrastaba ayer la conducta, en el Senado, de José Montilla con el proceder, en el Congreso, de Duran como la antítesis entre la sinrazón y la razón. Entre la rauxa y el seny. Me atrevo a discrepar. Lo de Montilla en el Senado fue de alipori y le cuadra la imagen de la sinrazón si se aliña con unas gotas de ridículo; pero lo de Duran, por mucha admiración que genere, es un caso claro de anteposición de los intereses de un partido y un territorio a los generales de una Nación y un Estado. La perfección formal del gesto es otra cosa que, esa sí, merece vítores.


ABC - Opinión

Reforma laboral, ya

Con una cifra de más de cuatro millones de parados, y un horizonte nada esperanzador si, como afirmó el viernes Elena Salgado se prevé más paro hasta 2013, se antoja imprescindible que los agentes sociales sellen de una vez por todas una reforma laboral que transmita a la ciudadanía y a los mercados la voluntad común, a partir de criterios sólidos, de crear empleo.

Tanto urge este acuerdo –incluso desde organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, la OCDE y la ONU se está pidiendo a gritos que se concrete la reforma laboral– que hasta el presidente del Gobierno ha decidido no asistir a la cumbre de la Alianza de las Civilizaciones para quedarse en Madrid y calibrar cómo se está desarrollando el proceso. Ayer mismo, y después de que el Ejecutivo decidiera interrumpir los encuentros a tres bandas, hubo una nueva reunión al máximo nivel entre los agentes sociales y el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, para intentar desatascar la situación, lo que no sucedió, hasta el punto de que desde los sindicatos se afirmó que «no habrá un desenlace satisfactorio» , una conclusión que no puede ser más decepcionante, aunque el encuentro no había levantado muchas expectativas.

Seguimos igual que hace unos días o peor. Se han estado dando algunos pasos tímidos y, sobre todo, de una lentitud que sólo puede calificarse como exasperante. Por no hablar del penúltimo y más sonrojante episodio al que hemos tenido que asistir al ver el estéril enfrentamiento entre el líder de UGT, Cándido Méndez, y el presidente de la Comisión de Economía de la CEOE, José Luis Feito. No se contribuye al diálogo social con el intercambio de insultos que protagonizaron. Si Feito tildó a los sindicatos de «infantiles e inmaduros» por amenazar con la huelga general, Méndez le correspondió llamándole «sicario». Estos comportamientos irresponsables no están a la altura del desafio al que se enfrentan y, desde luego, son desalentadores. Sin embargo, es mejor pasar página ante esta tarascada y centrarse en lo esencial: la reforma laboral no admite más demoras. Los agentes sociales dicen que están predispuestos a llegar a un acuerdo, pero éste no se termina de concretar. Es evidente que ambas partes tendrán que hacer sacrificios, pero las circunstancias así lo exigen. La reforma laboral deberá ser ambiciosa para adecuar el mercado de trabajo a las nuevas exigencias. Así, por ejemplo, se debería evitar el actual modelo excesivamente rígido en la contratación indefinida, con lo que se promueve la contratación temporal, que procura en el trabajador una sensación de inestabilidad. También debería modificarse la actual negociación colectiva, liberar la intermediación laboral y rebajar los impuestos sobre el uso del empleo.

El Gobierno ha puesto una fecha límite, el 11 de junio, para que ésta se concrete. Si no es así, el Ejecutivo presentará al resto de fuerzas políticas una propuesta que se aprobaría en el Parlamento. Ése es el peor de los escenarios para el Gobierno, tras el decreto del «tijeretazo». Pero también dejaría en una pésima posición a los sindicatos –que amenazan con una huelga general que no beneficiaría a nadie– y a la patronal, puesto que demostrarían una inoperancia y falta de cintura para presentar a la sociedad un acuerdo tan necesario como inaplazable.


La Razón - Editorial

Reforma laboral, ya

Desinvestidura. Por Ignacio Camacho

EL Gobierno vivió el jueves una sesión de desinvestidura, y Zapatero salió de ella con la túnica de tribuno hecha jirones.

Salvó in extremis el cargo que hubiese tenido que rendir en caso de acabar rechazado su plan de ajuste, pero sufrió el que quizá haya sido su peor calvario político: no tuvo un solo voto favorable, lo abandonaron sus antiguos socios y lo zarandearon amigos, enemigos e indiferentes sin que tuviese arrestos para dar la cara en el ambón. A partir de ahora vive en el poder de prestado hasta que sea capaz de fraguarse una nueva confianza. La que ganó, también por la mínima, en 2008 está amortizada por la enmienda a la totalidad que ha tenido que presentarse a sí mismo.

Para seguir al frente de la nación en unas circunstancias de emergencia socioeconómica no puede comportarse como un gobernante atrincherado en un pequeño círculo de pretorianos, bajo sospecha incluso ante parte de los suyos. Así ha logrado sacar a rastras un paquete de recortes improvisados, pero van a ser necesarios más sacrificios y no los puede pedir un Gobierno bajo respiración asistida que además ha pasado dos años defendiendo políticas indoloras. Carece de credibilidad, de respaldo y de ideas. Si se quiere resistir a convocar elecciones, que sería la salida honorable y la que otorgaría al vencedor la legitimidad necesaria para un ajuste duro, no tiene más remedio que someterse a una moción de confianza; un debate sobre un nuevo programa en el que no pueda parapetarse en la excusa del patriotismo. El proyecto con que se presentó a la investidura ha fracasado, sus previsiones han quedado trituradas por la crisis y sus recetas han encallado en la más clamorosa inoperancia. El presidente de hace dos años está derrotado por la realidad; si pretende reinventarse tiene que pasar otra vez la prueba del apoyo parlamentario.

La cuestión es que a día de hoy su soledad es tan intensa que tiene cerrado hasta el mercado negro de la política: no encuentra quien le alquile unos votos. Quizá trate de ganar tiempo a ver si el PNV o los catalanes de CiU le acaban prestando, a precio especulativo, el soporte que esta semana le han negado. Cree que una remodelación del Gabinete y las elecciones de Cataluña le pueden dar oxígeno hasta fin de año. Pero su dependencia ha quedado colgada de un hilo cada vez más frágil. Si los nacionalistas cumplen su palabra y le tumban el techo de gasto o le rechazan los presupuestos, la legislatura se acaba en diciembre. Y el país habrá perdido seis meses cruciales bajo Gobierno en coma.

Cualquier político con coraje asumiría su responsabilidad y tomaría la iniciativa antes de que se la marquen. Zapatero va a optar por el enroque a sabiendas de que su tiempo, como le dijo Duran antes de echarle el último cabo, ha terminado. El problema de fondo, sin embargo, consiste en que aunque él aún pueda agarrarse a su agonía, la gravedad de la crisis no admite más prórrogas.


ABC - Opinión

Salgado. Prepotentes venidas a menos). Por Maite Nolla

No me parece equitativo justificar la incompetencia de esta señora y su nulo peso político con la fragilidad: es una mentirosa consciente. Y ahora le ha llegado el turno de la decadencia.

Caído el mito de Durán, aunque sólo sea porque dijo lo que la derecha quería oír, pero hizo lo que le pidió Zapatero, el personaje que peor ha salido de esta semana es la vicepresidenta Salgado; peor incluso que el insumiso Montilla. Como les pasa a muchos políticos, la fama inmerecida, la falsa apariencia o algún editorial a favor sin mucho fundamento, suelen tener un grave problema de comparación con la realidad. Le sucede, por ejemplo, a José Antonio Alonso, todo un magistrado-juez que ha acabado haciendo de Leire Pajín, eso sí, con un uso más fino y profesional del lenguaje, pero con el mismo discurso.

El caso es que hace unas semanas algún editorial se refirió al rigor de Elena Salgado. Es de suponer que se refería a sus conocimientos de economía, nunca demostrados. Porque en el ámbito de sus aptitudes como política el rigor ocupa un discreto último lugar, al borde de la expulsión. Algunos consideran que el lamentable incidente de la rectificación o corrección en el Boletín Oficial del Estado demuestra la fragilidad del personaje. Es cierto que desde hace un tiempo Zapatero sólo se levanta para humillarla en público y dejarla como una mentirosa.


Hasta el líder sureño del socialismo en Madrid, el finísimo Pedro Castro, se atrevió a dejarla en ridículo. Podemos aceptar cierto grado de penilla, pero también es verdad que hasta mintiendo lo que demuestra la vicepresidenta es ser una prepotente, venida a menos, eso sí.

La cuestión no es que mintiera sobre si lo del crédito de los ayuntamientos publicado en el BOE era una errata o una vuelta atrás, sino que encima nos tratara de imbéciles, como suelen hacer los millonarios de izquierdas que desprecian a la derecha y a sus propios votantes. No me imagino a la señora Salgado en la agrupación socialista de Lavapiés; le debe pasar como al sector nacionalista del PSC con las casas regionales. El mismo amor. Pero es que Salgado, como les decía, se adornó en el insulto, añadiendo que, como somos idiotas e ignorantes, no podemos comprender lo complejo que es elaborar un decreto-ley, entre otras cosas, porque no lo vamos a hacer en la vida.

Por eso no me parece equitativo justificar la incompetencia de esta señora y su nulo peso político con la fragilidad: es una mentirosa consciente. Y ahora le ha llegado el turno de la decadencia, aunque su actitud siempre ha sido la misma. Negó que España fuera a recurrir al fondo que se había creado para salvar a España y tengo unos conocidos con unas cuantas ejecuciones hipotecarias y con siete u ocho monitorios, esperando a los brotes verdes.

En definitiva, que no me da ninguna pena.


Libertad Digital - Opinión

Recurso oportuno y necesario

EL Partido Popular va a presentar de forma inmediata su recurso de inconstitucionalidad contra la ley de ampliación del aborto, que entrará en vigor el próximo 5 de julio.

Mariano Rajoy cumple así su compromiso de impugnar esta ley ante el Tribunal Constitucional y de defender hasta sus últimas consecuencias el respeto a la vida humana, que es un principio fundamental de toda ideología liberal-conservadora. La libertad, como bien supremo del hombre, es una utopía si no se defiende el derecho a vivir para poder ejercerla. El aborto libre es una negación radical del sistema de Derechos Humanos sobre el que se han construido las democracias y los ordenamientos jurídicos. Por eso, la privación de la vida de un ser humano en su fase gestacional es incompatible con el reconocimiento de Derechos Humanos absolutos. Ninguno de tales derechos puede serlo si se niega la premisa de todos ellos, que es el derecho a vivir.

Si políticamente Mariano Rajoy ha demostrado la coherencia de su partido en oponerse a una reforma letal para la sociedad española, jurídicamente esta ley se enfrenta a una doctrina constitucional consolidada que desde 1985 está declarando que no es aceptable la eliminación del «nasciturus» por la sola voluntad de la madre, porque el ser humano, concebido y no nacido, es en sí mismo un bien jurídico digno de protección.

El salto que da la nueva ley del aborto llega a ese aborto libre, incondicional, puramente voluntarista, que permite a la mujer -en muchas ocasiones bajo presión e intimidación de su entorno- decidir sobre la vida o la muerte de quien ya es, aparezca o no esta palabra en el diccionario abortista del Ministerio de Igualdad, un ser humano. Su hijo, para ser más precisos. En este aborto libre, el feto no provoca ningún conflicto específico, no causa daño comprobable. Simplemente molesta. El recurso del PP propone una medida que no está prevista en la ley. Pide la suspensión cautelar de la ley para que no se aplique hasta que haya sentencia. Los fundamentos de esta petición son claros, de sentido común y, sobre todo, de una justicia material inapelable. Por un lado, la nueva ley contradice abiertamente la doctrina del TC, por lo que no tiene esa «presunción de constitucionalidad» con la que cuenta de partida toda ley del Parlamento. Por otro, si esta ley injusta se aplica, una posible sentencia de inconstitucionalidad llegaría demasiado tarde para evitar los miles de abortos que ya se habrían cometido en virtud de una norma ilegal. Nunca antes se le había planteado al TC una disyuntiva tan dramática y necesaria.


ABC - Editorial