sábado, 22 de mayo de 2010

Zapatero ante el toro de la quiebra. Por Ignacio Ruiz Quintano

LA situación de España en el mundo se resume en una impresión que José-Miguel Ullán sacó en Varsovia de las señales callejeras del destape polaco:

-Octavillas con reclamos eróticos en los parabrisas de una larga hilera de coches aparcados; en todos, menos en uno: el que lleva una pegatina de conductor minusválido.

La pegatina de España es Zapatero, y en nuestros parabrisas han dejado de poner reclamos eróticos.

El toro de la quiebra es cinqueño -los cinco años que llevamos haciendo el ganso-, y Zapatero es un torero a la moderna, «patrás» y «pafuera» (o «afuera y aparte», como dice Lopera). En las escuelas taurinas, que son las que más han hecho por terminar con los toros, la tauromaquia se resume en dos palabras:

-Tocar y componer.


Se coge un toro arreglado de pitones, se le cita con el pico de la muleta (tocar) e inmediatamente uno ha de componer esa figurilla que los taurinos llaman «de cartel de toros». Esto, en realidad, es el «no-toreo», puesto de moda por los toreros galácticos igual que Javier Aguirre puso de moda el «no-cine», pero sirve para ir tirando hasta que el público o el toro cambien.

A Zapatero no le han cambiado el público: el periodismo global en español vende que Garzón ha sido condenado por el franquismo con el mismo descoco que el periodismo septentrional en vascuence vendía que Ortega Lara había vuelto a la cárcel. Y la tercera autoridad de la nación, que atiende por Bono, hace suyas las «boutades» de esos personajes bufos de la farsilla zapateril que son el gagman de los parados o el Gramsci de Torresandino.

-Demostraste -le dice Bono a Garzón, él sabrá por qué- que por muchas flores que los liberticidas corten no pueden acabar con la primavera.

A Zapatero tampoco le han cambiado la oposición: Rajoy, como el Rosco, toca palmas que no dan ni para fastidiar una siesta, mientras María Cospedal y María Soraya remedan a los del «7», que con las pancartas de protesta hacen el péndulo.

Lo que a Zapatero le han cambiado es el toro, porque el toro de la quiebra es un toro de los de Madrid y decimonónico, para cuya lidia no está preparado ni él ni nadie del actual escalafón. El ruedo español es una capea donde, estoque en mano, los más chulos ofrecen sus servicios, pero sin abandonar el callejón. La empresa habla de montar una feria de un solo toro, el toro de la quiebra, y un cartel con Pepiño Blanco o Rubalcaba... O el tipo de barba cana y corbata azul que el martes, porque comía «pixín» en «El Paraguas», impedía policialmente a los turistas hacer fotos en la madrileña calle de Jorge Juan. Nadie lo conoce, luego no lo amenaza nadie. ¡Don Nadie!

-Don Nadie es funcionario o influyente -escribe Paz en «El laberinto de la soledad»-, y tiene una agresiva y engreída manera de no ser.

Justo lo que en este trance nos va a hacer falta para torear.


ABC - Opinión

Sindicatos. No a la huelga general de la extrema izquierda. Por Juna Ramón Rallo

La izquierda nunca es una buena compañera de viaje, pero desde luego no lo es cuando establece como destino el suicidio colectivo.

Aunque podría resultar tentador congraciarse con la eventual convocatoria de una huelga general en España, es decir, aunque podría buscarse y encontrarse cierta justicia poética en que los cuervos que Zapatero ha criado y engordado a conciencia se rebelen contra su cebador, no deberíamos caer en la trampa de actuar de comparsa de una izquierda radical, presta a destruir el país y la economía por saber que en medio del Apocalipsis seguirá chupando del bote presupuestario.

Porque sí, clamaba al cielo el doble rasero de unas centrales sindicales que en una situación de crecimiento del empleo le convocaron a Aznar una huelga general espoleados por el PSOE ("a nosotros nos montasteis tres y a la derecha ninguna") frente a su comprensión y mutuo cariño con el Gobierno de los cinco millones de parados. Pero no habría que olvidar que lo detestable de este doble rasero no era que no le plantasen una huelga a ZP, sino que se la hubiesen plantado a Aznar. Lo inadmisible es que unos lobbys de extrema izquierda, mantenidos con el dinero de los ciudadanos, den un golpecito de estado para bloquear una cuasi imperceptible liberalización del mercado laboral. Lo que escandaliza de los sindicatos es eso: que con la mano izquierda nos roben y con la derecha nos apaleen para impedirnos ser libres de enriquecernos y prosperar. Las tachas pasadas no se subsanan con otras tachas presentes: mal estuvo lo de Aznar, mal (o peor) puede estar lo de Zapatero.

Pues, al fin y al cabo, en el peor de los casos la huelga general forzará al PSOE a mostrar su lado más rojo y peronista, a saber, subir los impuestos a esos ricos atacables que son las clases medias y conducir al país a la bancarrota; en el mejor, sólo lograría tumbar a Zapatero y a su Gobierno. Y digo sólo, porque si la ultraizquierda derroca a este Ejecutivo ya de por sí radical al grito populista de "contra la derecha económica, la especulación financiera y los llamados mercados", el tanto será suyo, de esos mismos que prefieren ver cómo cinco millones de trabajadores se van al paro antes que ceder una coma en sus dogmas socialistas. La alternativa que tendríamos con un triunfo de la huelga general sería peor a la de un Gobierno que se resiste a tomar las medidas adecuadas: encumbraríamos a un nuevo Gobierno nacido de una huelga general y legitimado para no adoptar ninguna de las imprescindibles reformas contra las que esa huelga general protestaba.

La izquierda nunca es una buena compañera de viaje, pero desde luego no lo es cuando establece como destino el suicidio colectivo. Puestos a buscar indeseables aliados, más nos valdría presionar a Zapatero para que, aprovechando las incipientes rencillas internas, finiquite de una vez los privilegios y prebendas sindicales a hacerle el juego a CCOO y UGT para que nuestro compungido y agónico presidente encuentre la excusa perfecta con la que oponerse a los más que razonables, pero insuficientes, planes de ajuste de Bruselas. España no está para que la misma izquierda que primero nos ha arruinado se subleve ahora contra sus propios escombros con tal de redoblar sus políticas empobrecedoras; más bien es el momento de que se vayan todos a sus casas sin cobrar un duro más de sus sufridas víctimas.


Libertad Digital - Opinión

El poder y la noria. Por Tomás Cuesta

ZAPATERO es a la política lo que la sopa de letras a los pasatiempos clásicos. Un quiero y no puedo sin garbo y sin sustancia, una especie de crucigrama para ignaros.

Es lo que fue antaño: ZP, una ingeniosa abreviatura de la insignificancia, un tijeretazo tempranero que anunciaba el desastre. Rodríguez Zapatero ya no da más de sí y ZP, en su nombre, se tambalea en el alambre. Se desangra en directo y en «prime time» sin que nadie detenga la hemorragia. Incluso los sindicatos le hacen ascos a acudir en su auxilio y a improvisar un torniquete multimillonario.

Si Gordon Brown era un líder analógico en plena era digital, Zapatero es un vendedor de crecepelos en un momento en el que la oportunidad la pintan calva. De ahí que la comidilla de Ferraz consista en hacerse lenguas de en qué plato se servirá la sucesión y cuando empezará el festival de dentelladas. Ya sean elecciones primarias o complejas, congresos ordinarios o bien extraordinarios, el «modus operandi» del aparato socialista oscila entre la Noche de San Bartolomé y las Vísperas Sicilianas. Total, que Rubalcaba se obstina sin recato en que el CIS le retrate como el primero de la clase (un camelo mil veces repetido es un caramelo que jamás amarga) y Pepe Blanco no deja de tender trampas en las que su tocayo Bono, el caballista audaz, siempre termina cayendo a cuatro patas.


Con la economía sujeta al escrutinio del ojo tutelar del Gran Hermano y con las chequeras oficiales congeladas, es evidente que, de ahora en adelante, el gasto en demagogia acabará disparatándose. No es que se vayan a enterar los ricos -que es el remoquete de rigor en estos casos-, sino que infinidad de gente va a descubrir que es rica y ni se había enterado. Pues, ¿y los curas? Otros que tal bailan. Habrá que recordarles que todavía no ha prescrito la sentencia del clásico: «El hombre no será libre hasta que el último burgués no haya sigo colgado con las tripas del último fraile». En buen plan, por supuesto, nada grave, una miajilla de picante y basta. O sea, la especialidad de José Blanco, un cocinillas impecable y un rival implacable cuando le plantan cara.

Su sonado debut en el vertiginoso vertedero de los mezquinos entresijos y las míseras corazonadas despeja cualquier duda y no deja lugar a engaños. Disputarle la primacía a la Pantoja (y a Belén Esteban no digamos) es una tarea de titanes y, aún así, hasta esos cangilones se ha arrimado el señor Blanco, dispuesto a hacer cualquier cosa para salvar los muebles, para salvar a España y para estar bien situado cuando a su señorito le den una patada en salva sea la parte. Si Zapatero llegó donde llegó gracias a su inestimable ayuda y a sus infalibles mañas ¿hasta dónde podría llegar él sin llevar ningún lastre? Él le puede dar sopas con hondas a las sopas de letras embobadas. Lo suyo es el verbo, la lengua del sistema, la elocuencia mediática, los juegos de palabras. ¿El poder y la noria? Blanco y embotellado.


ABC - Opinión

De la Vega. De Maputo a Nueva York. Por Pablo Molina

Tan pronto hace su aparición estelar en Maputo ataviada con la tradicional vestimenta mozambiqueña, como acude a las capitales más cosmopolitas con el mínimo séquito que requiere un alto cargo, que si es socialista no baja del medio centenar.

Se puede ser una ajetreada vicepresidenta del Gobierno y estar al día en las novedades de la moda femenina, e incluso compatibilizar el exigente trabajo de despacho que requiere el cargo con viajes a tierras exóticas aduciendo los motivos más variados. La prueba es que Fernández de la Vega lo hace habitualmente, de forma que tan pronto hace su aparición estelar en Maputo ataviada con la tradicional vestimenta mozambiqueña para redimir a la mujer africana de su discriminación ancestral, como acude a las capitales más cosmopolitas con el mínimo séquito que requiere un alto cargo, que si es socialista no baja del medio centenar.

Las frecuentes visitas a Nueva York de la vicepresidenta del Gobierno de España deben tener alguna explicación distinta del estricto cumplimiento del deber, porque no se conocen casos similares entre los vicepresidentes del resto de la Unión Europea.

O María Teresa se ve fuera del brillantísimo equipo de Rodríguez Zapatero y está aprovechando para fundirse el presupuesto de viajes de su departamento antes de que le indiquen el camino a la puerta, o alguien le ha dicho en serio que le trae un aire a Sarah Jessica Parker y ha decidido frecuentar los mismos lugares que el personaje de la famosa comedia "de género" que catapultó al estrellato a la actriz.


A Fernández de la Vega le gusta Nueva York, qué se le va a hacer, y como en la gran manzana debe haber todos y cada uno de los días del año del orden del centenar de actos que tengan algo que ver con la cultura o la lengua españolas, la Fernández ha encontrado un buen pretexto para esmaltar con su presencia y la de su cortejo algunos de estos saraos, por más que en algún caso sólo hayan concitado la atención de una veintena de estudiantes de lengua española.

En todo caso, puestos a que dilapide el dinero que le quita a los pensionistas está bien que el Gobierno envíe a sus representantes a países civilizados como los Estados Unidos de Norteamérica. Allí no les piden subvenciones para las cosas más absurdas como ocurre cuando viajan al tercer mundo y, además, con unas cuantas giras neoyorkinas más hasta es posible que un alto porcentaje del séquito vicepresidencial acabe civilizándose y sacudiéndose el pelo de la dehesa del que habitualmente hacen gala los políticos profesionales de la España interior. Cosas más raras se han visto.


Libertad Digital - Opinión

Los ricos invisibles. Por Ignacio Camacho

PARA ejercer el poder se necesita el dinero de los ricos y el voto de los pobres, y la política consiste en captar las dos cosas con el pretexto de proteger a los unos de los otros.

Pero algo malo tendrá la riqueza, decía Noel Clarasó, cuando los ricos están muy mal vistos y la mayoría trata de no parecerlo. Hasta Cristo les auguró serias dificultades para entrar en el reino de los cielos. Los socialdemócratas, que suelen ser agnósticos, se limitan a cobrarles una tasa de entrada en el paraíso progresista; sin embargo para construir el Estado del Bienestar, es el gran invento moderno de la socialdemocracia, prefieren apoyarse en los impuestos de la clase media, conscientes de que a la verdadera riqueza, de natural evaporadizo y camuflado, es muy difícil aplicarle justicia redistributiva.

Con su política retráctil de anuncios, cortinas de humo, rectificaciones y autoenmiendas, el Gobierno se ha metido acaso sin querer en un debate interesante desde el punto de vista sociológico: el de a partir de qué momento, o qué cifra, o qué hecho diferencial , se puede considerar rico a alguien, y por tanto susceptible de pagar impuesto sobre la fortuna. El concepto de riqueza tiene muchos matices semánticos, desde la holgura hasta la opulencia pasando por la simple abundancia, pero la política fiscal trabaja con la categoría objetiva de los números. Cualquier ciudadano considera rico al que tiene más dinero que él, si bien con ese criterio no se puede establecer un arbitrio tributario.


Así que ahora los cerebros de La Moncloa están envueltos en un debate más filosófico o taxonómico que técnico, una especie de existencialismo financiero que debe constituir la base teórica del futuro gravamen a los grandes patrimonios. La ventaja que tienen es que se trata de una medida política, esto es, retórica, sin valor recaudatorio significativo, y por tanto no necesitan establecer previsiones de ingresos porque lo único que importa del asunto es su carácter ejemplarizante y/o propagandístico.

El parámetro más sencillo y comprensible apunta a la cifra redonda del millón de euros, lo que permitiría al zapaterismo asentar fama de azote de millonarios en sentido estricto. Más arriba de ese tope empieza la bruma de las cumbres; la estructura fiscal española se adelgaza a partir de cantidades relativamente modestas porque la verdadera plutocracia es opaca o invisible a la mirada de Hacienda y diluye sus caudales en una ingeniería muy sofisticada de artificios fiduciarios. Y para establecer un impuesto, por muy teórico que sea, conviene que haya al menos alguna posibilidad de cobrárselo a alguien. Ésa es la gran paradoja de la fiscalidad contemporánea, que se basa más en los sueldos que en los capitales. Igual y en virtud del mismo principio que Valle decía que en España se puede robar un monte pero no se puede robar un pan, es perfectamente posible disimular una fortuna pero no hay modo de ocultar un salario.


ABC - Opinión

Antifranquismo. Del miedo a la memoria. Por José María Marco

Si se quiere romper con la maldición de la sospecha de franquismo, habrá que escenificar ese alejamiento con gestos que aclaren las responsabilidades de cada uno y dejen sin argumentos a quienes han utilizado esa sombra para adelantar posiciones políticas

No hay nada como las relaciones públicas. Así se ha demostrado de nuevo en Madrid, esta semana, en la cumbre que rubrica el fracaso de la presidencia europea de nuestro Rodríguez Zapatero. Lo más notable, aparte de la prepotencia con la que esta gente se pasea por las calles, ha sido la catarata de insultos con que algunos gerifaltes latinoamericanos han cubierto a sus anfitriones.

También anduvo por ahí Garzón, cacique global de los Derechos Humanos y la Justicia Universal, tan querido de los Kirschner y los Morales de aquel hemisferio, dechados a su vez de respeto a la legalidad y a la tolerancia, grandes ejemplos de sofisticación intelectual y refinamiento moral que deberíamos imitar como hace el juez estrella, espejo de antifranquistas maduros.


Seguramente la salida de Garzón para el Tribunal Internacional haya suscitado algún suspiro de alivio, sobre todo tras el bloqueo de la causa abierta contra Franco. Ahora bien, es posible que en La Haya, Garzón, con su colega el fiscal argentino que lo ha invitado, encuentre una plataforma más visible aún para cumplir su vocación de justiciero histórico en ruta a Copenhague. En la opinión internacional, el antifranquismo es considerablemente más popular que aquí. En un momento de crisis como este, reforzará además el narcisismo de buena parte de los occidentales, que podrán recrearse a su gusto, como hicieron varias veces a lo largo del siglo XX, en la imagen de una España atrasada, casi bestial, infectada de ultramontanismo y cuartelería. Ese es el pedestal sobre el que Garzón va a seguir levantando su efigie. No lo hará de carne humana, como decían que iban a hacer la estatua de Robespierre, porque el precio de la carne humana anda por las nubes. Aun así, los efectos son similares. Los insultos a España se venden bien.

La dimensión que puede adquirir la campaña de antifranquismo póstumo debería llevarnos a todos a reflexionar, de una vez por todas, sobre lo ocurrido en estos últimos treinta años. La Transición se pudo hacer porque se aceptó un principio muy sencillo: no se iba a utilizar la historia para hacer política, como se había hecho varias veces, y siempre con resultado catastrófico, en transiciones anteriores.

A pesar de esto, quedó un remanente histórico que afecta a las posiciones políticas: el centro derecha fue desde entonces el heredero del franquismo y la izquierda y los nacionalistas, los titulares de la legitimidad democrática. Aunque la Transición puso entre paréntesis la historia, la historia no se fue del régimen democrático, y menos aún se fueron la Guerra Civil y el franquismo. Siempre han estado ahí, de forma más o menos subterránea, a veces explícita, a veces sangrante. Rodríguez Zapatero y Garzón –que en realidad acaba de recobrar la libertad– la han devuelto al primer plano, de donde no va a ser desalojada con facilidad.

No lo desalojará, en cualquier caso, la obcecación en negar cualquier relación con el pasado. Resulta sorprendente, pero cuanto más se aleja la derecha política española de ese fantasma, cuanta más neutralidad quiere aparentar, más se acerca a él y más se le parece... Si se quiere de verdad romper con la maldición de la sospecha de franquismo, habrá que escenificar ese alejamiento con gestos y medidas concretas, inteligibles, que aclaren las responsabilidades de cada uno y dejen sin argumentos a quienes han utilizado esta sombra para adelantar posiciones políticas y, al final, para volver a poner en duda el resultado de la Transición. Hay cosas que siempre vuelven.


Libertad Digital - Opinión

Populismo fiscal

EL presidente del Gobierno sigue dando tumbos a la hora de afrontar la crisis económica ante una opinión pública crecientemente indignada por la falta de coherencia y la ineficacia de un Ejecutivo superado por las circunstancias.

Después del «tijeretazo» que castiga a 8,6 millones de funcionarios públicos y de pensionistas, llega la demagogia tributaria en forma de un impuesto para los «ricos». Como es notorio, se trata de una maniobra de distracción con el objetivo de hacer un guiño a la izquierda radical y disfrazar bajo un manto de populismo el decreto-ley aprobado el jueves, que supone el mayor recorte social en la historia de la democracia. La vicepresidenta Elena Salgado anuncia un impuesto de carácter temporal, concebido como una «contribución solidaria» a la lucha contra la crisis. De nuevo los bandazos constantes de Rodríguez Zapatero y los ministros crean una situación de incertidumbre que resulta incompatible con la confianza que necesita la economía española en una situación de emergencia. Ahora vuelve el voluntarismo sin sentido: la vicepresidenta asegura que no se llegará a los cinco millones de parados, pero la credibilidad del Gobierno en materia de predicción sobre las cifras del desempleo está bajo mínimos. En todo caso, la propia Salgado reconoce que el Ejecutivo es incapaz de saber qué impacto pueden tener las medidas ya aprobadas en materia de empleo, pero por si acaso anuncia una revisión a la baja de las previsiones sobre crecimiento económico.

En lugar de maniobras oportunistas, Rodríguez Zapatero tendría que abordar de una vez por todas la reforma estructural del mercado del trabajo que demandan los sectores más dinámicos de nuestro tejido empresarial y que los sindicatos bloquean una y otra vez en defensa de sus intereses específicos. Es inútil seguir cerrando los ojos a la realidad en nombre de ideologías sectarias y tácticas de corto plazo. La economía española exige un nuevo marco laboral, una reforma del sistema financiero y una actualización del modelo en materia de pensiones. Los sedicentes «ricos» no son el problema, y además es muy probable que la carga tributaria recaiga de nuevo sobre las clases medias y en general sobre todos aquellos cuyos ingresos son fácilmente controlables por Hacienda. Hace falta altura de miras y sentido de la responsabilidad; es decir, justamente lo que no tiene Rodríguez Zapatero, como ha demostrado con una gestión lamentable de la crisis.

ABC - Editorial

Responsables ante el recorte

Por más que esté justificada la indignación de los funcionarios y de los pensionistas, principales víctimas del tijeretazo, se espera de los agentes sociales y políticos que actúen con la responsabilidad y la solvencia moral que exige este crítico momento.

No se trata, como pretende el PSOE, de que expidan un cheque en blanco al Gobierno de Zapatero ni que agachen sumisos la cerviz ante el desastre causado por una política económica sin pies ni cabeza. Tampoco se trata de eximir de culpas a unos gestores económicos que de pertenecer a la empresa privada habrían sido despedidos hace ya meses por incompetentes. En una coyuntura de emergencia como ésta, de lo que se trata es de que los principales actores de la vida pública no causen más daños todavía con reacciones equivocadas, desmedidas o simplemente suicidas. Esto vale de manera especial para los dos sindicatos mayoritarios, UGT y CC OO, cuyos dirigentes agitaron ayer la amenaza de la huelga general. No está claro cuánto hay de sinceridad en esta advertencia y cuánto de táctica ante una reforma laboral que se prevé conflictiva.

Sea como fuere, los sindicalistas cometerían una grave irresponsabilidad si llegaran a culminar sus amenazas. Primero, porque agravarían la precariedad económica y no aliviarían en nada el deterioro laboral. Y segundo, porque si el Gobierno socialista nos ha conducido hasta el precipicio es porque ha contado con el aplauso y la complicidad de los propios sindicatos. A CC OO y UGT, que se ufanaban de dictarle a Zapatero la política económica, más les valdría hacer examen de conciencia y pedir perdón a los trabajadores por haberse subido al carro del Gobierno y atacar despiadadamente a quienes, desde el PP o el Banco de España advertían, de los peligros que se avecinaban. Si el endeble equipo gobernante es culpable del desaguisado, también lo son los sindicalistas. Así que por respeto a los millones de obreros defraudados deberían medir mejor sus invectivas y amenazas de huelga general. En cuanto al principal partido de la oposición, el PP, no se le puede negar el derecho a la protesta y a la denuncia. Es un sarcasmo que el Gobierno y su coro mediático exijan ahora al partido popular que secunde unas medidas adoptadas de forma unilateral y cuando no hace ni un mes Zapatero le dio a Rajoy con la puerta del pacto en las narices. Los que estos días arrojan a la cara de los populares el sagrado valor del patriotismo para que apoyen al Gobierno son los mismos que hace un año los acusaban de «antipatrióticos» por alertar de la debacle a la que conducía la indolencia socialista. Por tanto, no se les puede reprochar a los dirigentes del PP que se resistan a convalidar unas medidas tomadas a sus espaldas y tras haberles negado en el Congreso el pan y la sal. A quienes corresponde apuntalar al Gobierno es aquellos que, a cambio de un plato de lentejas, han sido cómplices de unos delirantes Presupuestos: los nacionalistas y regionalistas, unos por activa y otros por pasiva. También ellos, como los sindicatos, han contribuido al hundimiento de las cuentas públicas por un déficit desbocado y deberían explicar a los votantes su cuota de responsabilidad.

La Razón - Editorial

ZP, callejón sin salida. Por Antonio Elorza

El mayor plan de ajuste de la democracia

En medio del temporal no es bueno cambiar la tripulación. Pero esa advertencia no debe hacer olvidar que, fiel a sí mismo, el presidente Zapatero ha evitado todo reconocimiento de la propia responsabilidad en lo ocurrido. La asignación de la autoría del recorte al ultimátum exterior le permite afirmar que se trató de una decisión dolorosa, ajena a sus convicciones. "Le ha costado mucho", explica José Blanco. Ojeras, vestido de oscuro, gesto grave. Compasión/severidad. Obama le consuela ingresando en la Alianza de Civilizaciones.

Como representación, no está mal. Solo que tal actitud resulta censurable, porque ha faltado algo fundamental: una explicación abierta a la opinión de las causas del fracaso y de las dimensiones de la actual caída de la economía española ¿Para qué está TVE? Por supuesto nadie ignora la incidencia de la crisis internacional, ni que fueron las instancias internacionales quienes forzaron el recorte. Pero resulta penoso tener que acudir a la lectura de este diario para apreciar la profundidad de nuestra sima, bordeando un "periodo especial". El discurso oficial se refugia en generalidades y en que toda Europa sufre y recorta lo mismo. Falso.


Además, si hemos llegado a ese punto, y con unas dimensiones tales que la situación española se convirtió en la principal amenaza para Europa, es porque desde hace dos años el Gobierno siguió una política económica que estuvo basada en la negativa a reconocer el alcance de nuestra crisis. Confió inútilmente en que llegara el tirón europeo e ignoró la primera de las cuatro reglas al asumir un crecimiento suicida del déficit. No se trató de errores parciales, sino de impericia, agravada por la práctica de una manipulación informativa que se manifestó desde el momento en que Zapatero decreta la inexistencia de la crisis en la primavera de 2008 e impone esa inexistencia a los suyos: recuerdo aún hace dos años en televisión a un profesor de probada lealtad, hoy cargo socialista madrileño, negando con insufrible prepotencia que pudiera hablarse de crisis y menos de recesión. Argumentario manda.

Un repaso a las declaraciones de Zapatero lo dice todo, desde la marcha triunfal de enero 2008 -después de la crisis del ladrillo-, cuando se vanagloriaba del sorpasso económico a Italia y esperaba alcanzar pronto a Alemania, siguiendo con la cascada de augurios optimistas, engañosos e infundados, para terminar con el coche eléctrico. Ese es ZP.

Hace tiempo que le dediqué dos artículos de títulos contradictorios: La insoportable levedad de un presidente y El bulldog (apelativo made in Suso de Toro). Ambas caracterizaciones siguen siendo válidas. Elegida una opción, con frecuencia de forma poco reflexiva, Zapatero traza una línea política que sobrevuela la realidad, la justifica con palabras seguras, se niega a considerar todo elemento negativo por importante que sea, y la mantiene a toda costa, salvo que una variable externa se lo impida (intransigencia de ETA en el "proceso de paz", Merkel-Obama ahora). Del bulldog destaca el empecinamiento al aferrar la presa, también la mala vista. Encubrir es otra cosa: veremos cuánto resulta "el cinco por ciento" funcionarial. Algo anticipó José Blanco... en La noria, para desdramatizar. Siempre maniobras.

Desde la "desaceleración" de 2008 hasta hoy Zapatero acumula medidas a borbotones, ahora una por semana, sin abordar nunca una visión de conjunto. Busca la línea de menor resistencia, funcionarios y pensionistas: ante el rechazo sindical, olvida la jubilación. Hasta ahora intocables las mayores rentas, caerán como otro parche imprescindible y para repintar la fachada progresista. Los bancos, felices en todo el proceso. ZP no piensa ni hace cuentas, decide. Ni socialdemocracia ni racionalización. Queda su gran habilidad para la maniobra. También la coraza de disciplina impuesta sobre el PSOE. Sustituirle será casi misión imposible. La defensa del propio liderazgo es para Zapatero un fin esencial, su fin.

En el PP se habla de elecciones, ahora indeseables. Sugerencia utópica: el PSOE ha de plantearse, en cuanto amaine, el relevo en el vértice. Una gestión equilibrada de la crisis, y los intereses del partido, de la izquierda, del país, no deben ser sacrificados a la ciega confianza en sí mismo de quien tanto yerra. Así como la debilidad de Rajoy es el pilar de la supervivencia de Zapatero, la obstinación de este abre la puerta a un PP que se distancia del conservadurismo eurooccidental por su complacencia en la propia corrupción, la tosquedad y unilateralidad de sus planteamientos económicos y, en fin, por la mentalidad agresiva exhibida tanto al ejercer la oposición como en la sórdida partida de caza al juez Garzón. ¿Qué hacer


El País - Edición impresa

No a la huelga de los liberados

A los sindicatos no les importa absolutamente nada el destino de los parados españoles. Les importa mantener sus privilegios y que el Gobierno obedezca a sus dictados ideológicos, aunque éstos nos lleven de cabeza al precipicio.

Siendo los sindicatos y sus liberados un auténtico lastre para la economía española, un residuo del siglo XIX enquistado por la glorificación de un "diálogo social" entre quienes no representan a los trabajadores y quienes no representan a los empresarios, lo deseable sería que convocaran una huelga general, fracasaran y fueran en lo sucesivo rigurosamente ignorados a la hora de decidir qué es lo mejor para los españoles. No merecen otra cosa, y nuestro país ganaría muchos enteros a la hora de enfrentarse con el negro futuro que parece esperarle.

Desgraciadamente, un resultado así resulta tan improbable que no podemos animarlos a que se suiciden, como sería deseable. Mal que nos pese, la decepción de unos socialistas que se creen de verdad las paparruchas sobre "derechos sociales" y la malvada derecha que siempre quiere acabar con ellos, así como el cabreo aún mayor de la derecha social con Zapatero y, sobre todo, los casi cinco millones de parados casi garantizan el éxito de la convocatoria. Pero rara vez una huelga general es buena para sacar un país adelante. En España no lo ha sido nunca.

Y es que para los sindicatos, lo malo, lo pérfido, aquello contra lo que hay que manifestarse y hacer huelgas, es la creación de empleo. Zapatero ha podido mantenerse con más de cuatro millones y medio de parados, pero eso era "social" y, por tanto, bueno. Zapatero se ha gastado nuestro dinero y el dinero que ganaremos durante los próximos años nosotros y nuestros hijos, pero eso también es "social". Los sindicatos españoles de clase, CCOO y UGT, son ambos de extrema izquierda, y la extrema izquierda es la ruina, económica y moral. El Gobierno que surgiese de las cenizas de Zapatero llegaría a hombros de una movilización de la extrema izquierda, por más que el grueso de los huelguistas no comulgue con ella. Y sería un Gobierno impelido a no reformar el mercado laboral, a aumentar el gasto que los izquierdistas llaman "social" y, en definitiva, a arruinar aún más el país.

En estas páginas hemos criticado duramente el doble rasero de unos sindicatos que le hicieron una huelga a Aznar por facilitar la creación de millones de puestos de trabajo, mientras callaban con el Zapatero del paro. Pero no porque consideremos que haya que convocarla, y menos ahora, sino por mostrar la siniestra contradicción entre lo que dicen defender y lo que realmente defienden.

De hecho, una de las mejores políticas sociales que podría acometer el Ejecutivo es eliminar inmediatamente todas las subvenciones que reciben los sindicatos. De este modo, cuando convoquen la huelga general, podrá acusarles de hacerlo porque no quieren "arrimar el hombro" y prefieren mantener sus privilegios a ayudar a que España salga del hoyo en el que se ha metido. Por una vez, sería una acusación justa.

A los sindicatos no les importa absolutamente nada el destino de los parados españoles. Les importa mantener sus privilegios y que el Gobierno obedezca a sus dictados ideológicos, aunque éstos nos lleven de cabeza al precipicio. No tienen autoridad moral para convocar a nadie y, por más tentadora que resulta la idea, los españoles indignados con Zapatero no deberían hacer huelga. Porque con unos sindicatos aún más radicales que el presidente, ir a cualquier movilización que convoquen es apoyar lo peor de la izquierda gobernante, la que nos ha llevado a esta situación.


Libertad Digital - Editorial

Garzón nunca investigó crímenes franquistas. Por Andrés de la Oliva Santos

Aunque parezcan hoy calmadas las aguas, la desinformación en el «affaire Garzón» ha sido superlativa y sigue latente, capaz de resurgir cualquier día con mucho daño para instituciones que merecen y necesitan respeto ciudadano.

Es el caso, sobre todo, del Tribunal Supremo. En guardar respeto a este Tribunal debería sobresalir ejemplarmente el «Gobierno de la Nación», no sólo con vagas y ocasionales palabras, sino con actuaciones claras, en vez de fomentar o disculpar ataques furibundos y tolerar lamentables ingerencias extranjeras. Sin ser ni mucho menos la primera razón para esa actitud debida hacia el Alto Tribunal, cada vez que se le ataca (como lo han hecho «Financial Times», «Le Monde» y «New York Times») y no se le defiende desde los poderes del Estado, disminuye la confianza mundial hacia el «Reino de España», lo que tiene enormes consecuencias en la situación presente, porque la inversión se preocupa, en primer término, de la seriedad jurídica de un país y del confiable funcionamiento de sus Tribunales de Justicia.

Pero lo asombroso de este asunto, con todas sus deplorables consecuencias, es que se opina sobre una actividad judicial de don Baltasar Garzón Real que, lisa y llanamente, no ha existido. Se ha inventado esa actividad. Y lo inventado tiene muy poco que ver con la realidad del proceso iniciado y finalizado por Garzón, que le ha conducido a verse imputado por prevaricación.

Aquí no voy a entrar ni en la aplicabilidad de la Ley de amnistía de 1977 ni en la prescripción de delitos ni en la irretroactividad de las leyes penales ni en las reglas admisibles, o no, para el ejercicio de la llamada «jurisdicción universal» o de la «justicia penal internacional». Por encargo de una revista jurídica, me tomé hace tiempo el trabajo de conocer, ante todo, la realidad del pretendido proceso de Garzón sobre crímenes franquistas. Y lo que aquí encontrarán de inmediato es esa realidad, que contrasta brutalmente con lo que se está diciendo, incluso por medios de comunicación, como los citados, que, en principio, son considerados fiables. En esto, esos medios han escrito frívolamente y de oídas, respaldando mentiras.

El limitado espacio me obliga a ser esquemático. De modo que resumiré la realidad en varios puntos:

1º) El famoso proceso de Garzón comienza en diciembre de 2006 al recibir unas denuncias de «desapariciones forzadas». Se trataría de delitos de detención ilegal sin dar razón del paradero del detenido (art. 166 del Código Penal).

2º) Durante año y medio, Garzón no lleva a cabo investigación alguna de esas desapariciones ni ninguna otra actividad investigadora. Al cabo de esos 18 meses, ya en el año 2008, por resoluciones del día 28 de agosto y del 25 de septiembre de 2008, Garzón solicita a innumerables entidades información sobre otras posibles desapariciones y sobre inhumaciones o enterramientos colectivos en toda España. Continúa la ausencia de investigaciones sobre las concretas desapariciones denunciadas. Esas desapariciones se podrían considerar, es verdad, probables «crímenes del franquismo». Pero no las investiga.

3º) Por Auto de 16 de octubre de 2008, Garzón introduce en el proceso iniciado en diciembre de 2006 un nuevo hecho, que es, según los términos de ese Auto, el «Alzamiento Nacional». Lo considera un delito contra los Altos Organismos de la Nación. En consecuencia, se declara competente. Siempre en el mismo Auto, Garzón señala, con nombres y apellidos, a una treintena larga de personas como responsables de ese delito. Siempre en el mismo Auto, afirma, por dos veces, que es notorio que todas esas personas han fallecido y anuncia ya que, una vez reciba los certificados de defunción que pide (aunque la ley establece que los hechos notorios no necesitan prueba), declarará extinguida la responsabilidad de esas personas.

Tras el Auto de 16 de octubre de 2008, Garzón hubiera podido intentar siquiera investigar hechos de apariencia delictiva conexos con el «Alzamiento Nacional» y posteriores a él. No sólo no lo hizo, sino que su planteamiento en ese Auto fue ya de inmediato «carpetazo».

4º) En efecto: un mes y dos días después, el 18 de noviembre de 2008, Garzón dicta otro Auto en el que, recibidos los certificados de defunción, 1º) Declara extinguidas las responsabilidades penales de los por él declarados protagonistas del «Alzamiento Nacional»; 2º) Se declara incompetente para seguir conociendo del proceso que él había iniciado. Casi dos años después de las primeras denuncias de «desapariciones forzadas» reconoce Garzón (no se lo impone nadie: nadie le arrebata su proceso) que los delitos de detención ilegal no están entre los que resultan de su competencia según los arts. 88 y 65 de la Ley Orgánica del Poder Judicial (obviamente, eso podía y debía haberlo resuelto en diciembre de 2006).

5º) De lo anterior deriva: a) Que las desapariciones forzadas, en general, han sido objeto de la actividad judicial de Garzón durante algo más de dos meses (ni un solo día si hablamos de las desapariciones concretamente denunciadas). Lo que en cierto momento (agosto de 2008) pretende Garzón es información sobre otras exhumaciones en marcha o planeadas, para controlarlas todas desde el Juzgado Central de Instrucción nº 5; b) La actividad judicial de Garzón respecto del «Alzamiento Nacional» dura un mes y dos días; c) En ningún momento se investigan por Garzón ni «crímenes del franquismo» en general ni algún crimen en particular en el curso del «Alzamiento Nacional, hecho distinto del franquismo» resultante, que, contando a partir de 1939, dura 36 años más.

Así han sido las cosas. Dejando a un lado la Ley de Amnistía de 1977, la prescripción de delitos y la cuestión de la aplicabilidad a unos hechos de preceptos penales muy posteriores a ellos (retroactividad de la ley penal no favorable) y dejando aparte igualmente si la Justicia penal internacional o sobre «crímenes contra la humanidad» debe seguir tales o cuales reglas, ciertos hechos -que son resoluciones escritas- no se deberían discutir y no debieran inventarse otros muy distintos para sustituir a los reales.

La justa causa de quienes deseaban y aún desean conocer dónde se encuentran enterrados sus familiares o amigos, ¿en qué se benefició a causa de resoluciones judiciales dictadas por Garzón? A mi entender, en nada. ¿Qué concreto (presunto o real) crimen del franquismo fue objeto de una actuación judicial de Garzón? De los papeles del proceso surge esta obligada respuesta: ninguno. Garzón despertó esperanzas que quedaron insatisfechas y movilizó recursos económicos y esfuerzos de gran número de personas, con un único resultado objetivo: miles de páginas y miles de minutos en radio y TV con don Baltasar Garzón como protagonista.

Entiendo que haya quienes se encuentren a disgusto con la Transición, con la Ley de Amnistía de 1977 y con la Constitución vigente. Lo que no entiendo ni acepto es que ese disgusto conduzca a falsear el proceso conducido por Garzón, que nada tuvo de heroico y casi todo de antijurídico simplemente en lo procesal. Y la opinión pública -también aquella en la que influyen los medios extranjeros citados- merece saber que, contra lo que se ha repetido machaconamente, nunca Garzón investigó judicialmente los «crímenes del franquismo».

ANDRÉS DE LA OLIVA SANTOS Catedrático de Derecho Procesal. Universidad Complutense


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