miércoles, 19 de mayo de 2010

Zapatero, el cáncer de Europa. Por Manuel Llamas

De no estar en el euro, España se habría enfrentado ya a una masiva devaluación monetaria, así como a la monetización de deuda pública por parte del Banco de España, es decir, a una suspensión de pagos encubierta creando una elevada inflación.

El presidente del Gobierno ha desarrollado una política económica suicida. Muchos ciudadanos aún no son plenamente conscientes del riesgo que ha atravesado –y atraviesa– el país como resultado del desmán cometido por el dirigente socialista en materia presupuestaria. Por suerte, la Unión Monetaria nos ha salvado de males mayores, al menos, por el momento.

La canciller alemana, Angela Merkel, se ha visto forzada a intervenir para evitar que España arrastrara consigo al resto de la zona euro hacia una crisis soberana de dramática resolución. La pertenencia al euro ha logrado frenar los brotes psicóticos del presidente, empeñado hasta hace apenas dos días en seguir aumentando el déficit público para tirar de la economía nacional, poniendo así en duda la solvencia misma del sistema financiero y del propio país. De ahí, precisamente, que Zapatero no sólo sea el cáncer de España sino también de Europa.


Es un peligro público, la mayor amenaza para los ciudadanos. Su cambio de rumbo responde, única y exclusivamente, a las directrices impuestas desde Bruselas y Washington. En una situación similar, de no haber pertenecido a la moneda única, a Zapatero le habría faltado tiempo para emplear todos los medios a su alcance con tal de seguir despilfarrando el dinero del contribuyente. España se habría enfrentado ya a una masiva devaluación monetaria, así como a la monetización de deuda pública por parte del Banco de España mediante la impresión de billetes, es decir, a una suspensión de pagos encubierta creando una elevada inflación.

Ahora, obedeciendo órdenes del exterior, da marcha atrás tratando de reducir un gasto público que él mismo desbocó desde el comienzo de la crisis. Para muestra un botón. El Gobierno intentó vender a la opinión pública, de forma torticera y muy cutre, un ejercicio de austeridad en los Presupuestos Generales del Estado para 2010 cuando, en realidad, estaba aprobando el mayor incremento del gasto público de la historia reciente. Ni más ni menos que un 17,3% interanual, un aumento superior a los 27.000 millones de euros. De este modo, si Zapatero hubiera optado por congelar el gasto, muy posiblemente no se hubiera visto obligado ahora a recortar cuantías a funcionarios, pensionistas y dependientes.

Otro ejemplo paradigmático es, sin duda, el famoso Plan E. Ése que tanto se esforzó en vender como paradigma que posibilitaría la ansiada recuperación. El Gobierno ha despilfarrado un total de 13.000 millones de euros en ese engendro, cuando ahora pretende recortar el gasto en 15.000 millones hasta 2011 (serán más).

Además, la ausencia de reformas estructurales de calado, sobre todo, en materia laboral, ha provocado que más de 4,6 millones de personas en edad de trabajar se hayan visto privadas de empleo y sueldo. Con un paro superior al 20% resulta más complicado contener el gasto público. No obstante, el coste de dichas prestaciones y el pago de intereses (gastos financieros) por la deuda pública podrían sumar cerca de 80.000 millones de euros a finales de año, lo que equivale a cerca del 20% del gasto público total (386.000 millones para 2010).

En resumen, Zapatero es el único culpable de la falta de credibilidad que sufre España en los mercados internacionales; y, por ello, responsable del brusco encarecimiento de los créditos al sector privado nacional (incluida la banca); culpable de la mayor tasa de desempleo del mundo desarrollado; culpable de que la casta política siga disfrutando del dinero público mientras solicita “esfuerzos” adicionales a funcionarios, pensionistas y dependientes; culpable de la pasada y futura subida de impuestos que padecerán los contribuyentes, con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo y ahorro nacional; culpable de la escasa competitividad exterior por la ausencia de reformas; culpable del dispendio autonómico ya que, lejos de ajustar las transferencias a los ingresos tributarios reales, las aumentó durante estos años para comprar aliados políticos...

En definitiva, Zapatero es culpable de la miseria actual y, por ello, debe dimitir. Este glaucoma político debe ser extirpado de inmediato, pese a que ahora resida en estado latente, ya que, de lo contrario, es susceptible de revivir en cualquier momento, extendiendo nuevamente el riesgo de metástasis a nivel económico.


Libertad Digital - Opinión

Proxima estación: reforma laboral. Por José María Carrascal

CITAR la reforma del mercado laboral hace sólo una semana era anatema en los círculos autodenominados progresistas. Un atentado contra los derechos de los trabajadores, una muestra de la avidez capitalista.

Pero resulta que, hoy, la reforma laboral forma parte del programa del Gobierno. «Si los agentes sociales no se ponen de acuerdo, se la impondremos», ha dicho Zapatero. Claro que, antes, Bruselas se la había impuesto a él. Si no haces la reforma, te la hacen. Así da gusto. La reforma del mercado laboral es tan necesaria en España como disminuir el déficit, al ser en el fondo la misma cosa. Nuestro mercado laboral es, por una parte, tan rígido, y por la otra, tan caótico que está impidiendo cualquier intento de crear empleo estable, sin el que no hay recuperación posible, al no haber suficientes cotizantes a la Seguridad Social ni contribuyentes a la Hacienda Pública.

De entrada, tenemos dos clases de trabajadores, los de empleo fijo, con un sueldo asegurado y todo tipo de derechos adquiridos, y el resto, sin apenas derechos y expuestos a todo tipo de calamidades. Con el agravamiento de que el número de los primeros disminuye por jubilación o muerte sin ser repuestos, mientras el de los segundos crece, al resultarles más ventajosos a las empresas.


Los sindicatos se han dedicado a defender a capa y espada los derechos de los fijos, ocupándose tan sólo de boquilla de los temporales, demostrando una vocación clasista indigna de ellos. Aunque ¿qué podía esperarse de unas organizaciones sostenidas por las arcas públicas, que los gobiernos procuran acallar con subvenciones y prebendas de todo tipo, como esos dieciséis millones que acaba de concederles? De hecho, los sindicatos son hoy el mayor obstáculo para la creación de empleo en España, y encargarles la reforma laboral es como encargar a la zorra del gallinero. Ahí los tienen, movilizándose a favor de Garzón en vez de buscar salida a los cuatro millones de medio de parados.

Junto a ellos, hay toda una legislación con el rótulo de «social», que no se sostiene en la economía global de nuestros días. ¿Cuántas empresas han quebrado por no poder asumir los costes de su plantilla? ¿Cuántos jóvenes sólo han conseguido un contrato «basura», por el temor de las pequeñas empresas a darle otro? Suele ponerse como ejemplo de lo que no se debe hacer a Grecia, donde un trabajador puede jubilarse a los cincuenta años con plena pensión, si ha ejercido «un trabajo peligroso». Incluyendo en los mismos el de peluquero, «por manejar productos químicos». Pero es que en España hemos estado jubilando a personas con esa edad y nadie ha dicho nada. Quiero decir que con el mercado laboral que tenemos, todos los recortes anunciados no servirán de nada, al no crearse empleo.

Vamos a ver si Zapatero logra reformarlo. Seré el primero en aplaudirle, y les pongo a ustedes como testigos.


ABC - Opinión

Entre la complicidad y la cobardía

La reacción del Gobierno de Zapatero ante los ataques que recibimos de regimenes populistas y dictatoriales como Argentina, Marruecos o Bolivia sólo oscila entre la complicidad y la cobardía.

Nuestro Gobierno ha vuelto a dejar de manifiesto que su política exterior oscila entre la complicidad y la cobardía ante las últimas provocaciones a España de Estados liberticidas y tercermundistas como los que padecen Argentina, Marruecos o Bolivia.

Así, el Ejecutivo de Zapatero ha dado la callada por respuesta ante las bochornosas e insultantes declaraciones que ha realizado la presidenta de Argentina contra la Justicia española aprovechando su estancia en nuestro país para asistir a la cumbre UE-América Latina. Que Fernández de Kirchner, tras visitar al juez suspendido y presunto prevaricador Baltasar Garzón, se permita denigrar tanto al Tribunal Supremo de nuestro país como a su Consejo General del Poder Judicial al calificar la suspensión y el proceso del "juez estrella" como una "regresión en la concepción de la justicia universal en materia de derechos humanos", merecería que nuestro Gobierno formulase una firme protesta diplomática que no descartara una llamada a consultas de nuestro embajador. Pero, ¿qué reacción en defensa de la dignidad y la independencia de la Justicia española cabe esperar de un Gobierno como el de Zapatero cuando alguno de sus integrantes y del PSOE han participado en el aquelarre guerracivilista y totalitario contra el Tribunal Supremo en defensa del presunto prevaricador?


Un reacción similar en defensa de nuestra soberanía e integridad territorial merecerían las declaraciones que el primer ministro de Marruecos, Abás El Fasi, ha pronunciado en una sesión plenaria de la Cámara de Representantes marroquí, y en las que ha reclamado "abrir un diálogo" para "poner fin a la ocupación de estas dos ciudades marroquíes –en referencia a Ceuta y Melilla– y de las islas vecinas expoliadas". Ante este exabrupto, la vicepresidenta española Fernández de la Vega se ha limitado a declarar, a un medio de comunicación español, que nuestro Gobierno no se cuestiona la integridad ni la españolidad de estas ciudades para, acto seguido, insistir, sorprendentemente, en que "tenemos una muy buena relación con Marruecos". Sin embargo, ¿cómo se puede defender una "muy buena relación" con un país cuyos máximos dirigentes acaban de acusar a nuestro país de "ocupar" y "expoliar" territorios que, en realidad, siempre han formado parte de España y que ya eran españoles en tiempos en que ni siquiera existía Marruecos?

Baste, sin embargo, recordar la pasividad del Ejecutivo de Zapatero ante las intolerables protestas marroquíes que se produjeron con ocasión de la visita del Rey de España a estas ciudades españolas para que no quepa esperar ahora tampoco protesta alguna.

Otro tanto se puede decir, finalmente, de las bochornosas declaraciones que ha hecho el populista y liberticida dirigente boliviano Evo Morales, también de visita oficial en nuestro país, contra el principal partido de la oposición español, al que ha acusado, nada menos, que de "financiar" un "golpe de Estado" contra su gobierno. El PP sólo ha podido despacharse, por boca de Soraya Sáenz de Santamaría, con un retórico "¡qué podemos esperar de quien advierte de los riesgos de comer pollo!", en referencia a unas declaraciones en las que Morales relacionó las "desviaciones sexuales" con el comer "pollo hormonado".

¿Y qué amparo al PP podemos esperar –nos preguntamos nosotros– de un Gobierno como el de Zapatero, cuando por boca de su propio ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos y en declaraciones a RTVE, acusó al anterior Ejecutivo de Aznar de respaldar un golpe contra Hugo Chávez? Conviene recordar que la única vez que Zapatero ha defendido al PP de acusaciones de dirigentes extranjeros, no lo hizo por sentido de Estado, sino forzado por el célebre "¡por qué no te callas!" que el Rey espetó a Hugo Chávez.

En definitiva, no son sólo la Justicia, Ceuta y Melilla o el principal partido de la oposición quienes salen malparados, sino todo nuestro país. Está visto que la reacción del Gobierno de Zapatero ante los ataques que recibimos de regimenes populistas y dictatoriales sólo oscila entre la complicidad y la cobardía.


Libertad Digital - Editorial

Vicepresidente fantasma. Por Ignacio Camacho

COMO aquel caballero Agilulfo de Italo Calvino, cuya incorpórea existencia discurría en el interior de un yelmo vacío, Manuel Chaves pugna por el desafío ontológico de demostrar que es un político real con funciones y competencias y no un espectro del zapaterismo ni una entelequia administrativa envuelta en la carcasa de lujo de una vicepresidencia fantasma.

Acostumbrado durante veinte años a la hegemonía soberana de un califa socialdemócrata ha tenido que vivir la experiencia metafísica de ascender desde el ser hacia la nada, transustanciado en la pompa hueca de la orla que pronto envolverá un retrato muy formal como huella más visible de su estancia en la jerarquía del Estado. Si al menos se tratase sólo de eso podría pasar por un tránsito ineludible entre el verdadero núcleo del poder y su expresión más superficial y retórica, pero de un tiempo a esta parte su hornacina de prejubilado santón tardofelipista se ha convertido en el símbolo del despilfarro. Su abstracta indefinición y su gaseoso cometido chocan de frente contra el clamor general por una Administración más delgada y una dieta de ajustes contra la grasa del déficit; desprovisto de agenda, carente de desempeño y ayuno de encargos, la oposición lo contempla como el inquilino irregular de un departamento superfluo.

En realidad, el cargo de Chaves no es mucho menos accesorio que los ministerios de Vivienda o Igualdad, pero su rango brilla con más fuerza en el dispositivo simbólico de la nomenclatura zapaterista. Hace tiempo que la hipertrofia de la España autonómica ha vuelto redundante a buena parte del inflado organigrama del Gobierno; en vez de afinarlo con una poda de pragmatismo, el presidente ha optado por construir estructuras políticas triviales cuya función apenas trasciende la retórica de su propio enunciado. Mientras el Estado vivía en una engañosa opulencia esta huera arquitectura institucional podía resistir con mayor o menor soltura las críticas a su escasa utilidad; ahora que pintan bastos de estrechez aparece a ojos de la opinión pública como un inaceptable exceso de vacuidad y, sobre todo, como una carga presupuestaria prescindible.

Para quien fuese omnímodo virrey de una Andalucía en la que no se movía una hoja sin su visto bueno, este zarandeo cotidiano que lo señala como epítome del derroche ha de constituir un amargo sinsabor moral que pone epílogo ingrato a una carrera tan victoriosa como amortizada. Zapatero lo engatusó para jubilarlo con un señuelo de oropel que escondía un cepo de acero, y en cualquier momento puede prescindir de él con la displicencia de quien le echa a las fieras un bocado para apaciguarlas. Más duro que ese final acaso resulte este cerco que lo reduce a la mera ornamentalidad, al triste rol de un destino decorativo y excusable, sin la porfiada voluntad de excelencia con que al menos el caballero Agilulfo era sin ser en el interior de su armadura andante.


ABC - Opinión