martes, 18 de mayo de 2010

De insólito a peligroso. Por Hermann Tertsch

TENEMOS a un presidente del Parlamento, del Congreso de los Diputados, sospechoso de ser un auténtico trilero, que se ha enriquecido de forma que sólo en los Balcanes y Asia central tiene un pase, que insulta al máximo tribunal de España. La cosa tiene poca gracia. Cargos institucionales máximos, don José Bono, el tercer representante institucional de este país, se dedica a difamar a los jueces del Tribunal Supremo. Hasta aquí hemos llegado en el sexto año triunfal de esta locura y esta tortura que se han autoinfligido los españoles a sí mismos.

Es el inefable doctor Bono. Míster Bono, el amigo de los caballos. Bono de los buenos, visto lo que le cunde todo cuanto tocan él o su hiperactiva familia. Resulta que este señor, que miente cuando no lo agreden y que al parecer sabe mover todas sus influencias de forma extremadamente peculiar, pero realmente muy peculiar, aún no ha dimitido.


Ahí sigue, y encima soltando soflamas de protección a otros sospechosos como ese juez Baltasar Garzón, tan trincado en el trinque como él mismo. Allá cada uno con su dignidad. Allá cada periódico con la culminación de su miseria moral y de credibilidad. Pero, pese a las campañas grotescas de la televisión socialista y bolchevique que sufrimos -cadenas cautivas o cobardes-, cualquier individuo medianamente educado sabe que el triunfo de Bono y Garzón sería aquí el triunfo de la chusma. Y que este país puede convertirse en algo extremadamente peligroso si fructifica el llamamiento a la chusma que estos señores ricos, cazadores y caballistas están haciendo a la chusma para que los proteja.

Todo esto resultaría insólito, por supuesto, en cualquier país de nuestro entorno. Si tenemos aún entorno. Todavía. Tengo la sospecha de que cada vez menos. Comenzamos a tener similitudes con los países de la nada. Por decencia, corrección, transparencia y probidad o por la falta de todas ellas, perdón. Todos los que tienen esas características tan aconsejables se distancian de nosotros o nos amonestan. Que nos tenga que llamar un presidente chino que ejecuta a más ciudadanos propios que ningún otro Estado del mundo dice mucho del prestigio que tenemos hoy en el mundo gracias al Gran Timonel.

El presidente de la máxima cámara del Parlamento español no responde a nada de las acusaciones de trinque directo, de él y su familia. Igual que el vicepresidente de la nada del Gobierno que es Chaves. Él y su familia. Y no pasa nada, estimados amigos. El fiscal general debe de estar de vacaciones una vez más. O echando una mano a Diaz Usabiaga, ese etarra que se ha ido a ayudar a su dependiente madre en Lasarte, gracias al ya casi ex juez Garzón, y nunca ha llegado. Este país puede estar llegando una vez más a lo último que resiste. La angustia, la miseria y la traición. Pero hay más. Bono, desde su cargo, ayuda desde un diario amigo al sospechoso de prevaricación en nada menos que tres casos, al amigo Garzón -vaya por Dios- e insulta a las máximas instituciones del Estado. Y Garzón ayuda al Gobierno en la cooperación con los etarras. No es broma. Es la traición, señoras y señores, nada menos. Si esto sucede, Dios quiera que no, estamos a punto de llegar a las manos. Que el presidente del Congreso publique un artículo advocando por la demolición del Tribunal Supremo es, cuanto menos, terrorífico. Que el petimetre cordobés que se hizo en su día con esa venerable y honorable institución de la Generalitat catalana -acuérdense de Tarradellas- haga lo mismo provoca la náusea. Hay que remontarse a los años treinta para encontrar tantos agentes enemigos del Estado de Derecho dentro de las instituciones. Y siempre son los mismos. Comprendo que Bono esté incómodo. Tiene problemas. Porque las cuentas no salen, querido presidente. Querido cristiano. Querido manchego. Querido potentado nuevo rico. Bono es probablemente, mucho más que ese personaje patético que ya es Rodriguez Zapatero, el símbolo del diagnóstico de lo que se nos avecina.


ABC - Opinión

Más feliz que una perdiz. Por Pablo Molina

No parece oportuno que un señor que ha de sentarse en el banquillo de los acusados le pida su confianza a los electores en nombre de un partido político con aspiraciones de llegar al año siguiente a La Moncloa.

El presidente valenciano se declara "más feliz que ayer" (pero menos que mañana) tras el auto del Supremo en el que se detallan los trajes y otras prendas que le fueron regaladas por el cerebro de una trama dedicada a corromper a altos cargos del PP. Desde luego es para estar feliz y, sobre todo, orgulloso de uno mismo.

Es cierto que en el montante de la corrupción partidista que campea por España unos cuantos trajes de medio pelo no suponen un delito que escandalice demasiado a los contribuyentes, porque, por más empeño que le pongan algunos medios, unos pantalones de entretiempo y unas americanas no son, pongamos por caso, un pura sangre valorado en varios cientos de miles de euros. Los trajes son más baratos que el equino y el procedimiento de adquisición no mucho más hortera, porque acudir a una tienda a que te tomen medidas o que un sastre llamado José Tomás (encima) se presente en tu despacho con la cinta métrica y los alfileres, tiene casi el mismo glamur que hacer un viaje al extranjero con un fajo de billetes escondido elegantemente en papel de periódico.


Unos tanto y otros tan poco, pensará Camps, pero el hecho es que el presidente de una comunidad autónoma no debe participar en semejantes enjuagues aunque con los años de mandato se crea por encima del resto de los mortales. Una cosa es que la empresa de mensajería te deje en la oficina un jamón por Navidad, y otra que te vayas a Madrid expresamente a elegir el tejido de unos trajes que sabes que no vas a pagar. La operación tiene su riesgo, sobre todo si los que pagan la fiesta están implicados en decenas de operaciones poco claras como es el caso de la banda de los gürtélidos, así que el presidente valenciano no puede echar las culpas a nadie de lo que le está ocurriendo salvo a él mismo.

Camps es perfectamente capaz de ganar por mayoría absoluta las próximas elecciones autonómicas en su comunidad, porque el PSOE en toda la zona de Levante es una fuerza política llamada a pasar varios lustros en la oposición gracias a que los ciudadanos todavía conservan el recuerdo de etapas anteriores. No obstante, no parece oportuno que un señor que ha de sentarse en el banquillo de los acusados le pida su confianza a los electores en nombre de un partido político con aspiraciones de llegar al año siguiente a La Moncloa.

Y es que más allá de las consecuencias penales o absolutorias que arroje finalmente el proceso, los implicados en actuaciones delictivas deben asumir sus responsabilidades políticas cuando los pillan con el carrito del helado. Aunque sólo lleve horchata, como en este caso.


Libertad digital - Opinión

El recorte de mangas. Por Tomás Cuesta

EN una semana apenas, en un decir Jesús, en menos de lo que tarda un cura loco en persignarse, el edén del optimismo a piñón fijo, de la solidaridad seráfica, del igualitarismo romo y de la modorra subsidiada, se ha convertido en un páramo asmático en el que los pensionistas ponen a remojar sus barbas en el mismo puchero en el que cuecen los garbanzos. Y todo porque Rodríguez Zapatero -el Obama pálido- se ha hecho a sí mismo un recorte de mangas y, en lugar de envainarse la cartera de Igualdad o clausurar la sinecura del compañero Chaves, ha tirado con postas contra los jubilados. A fin de cuentas, los jubilados son un muermo y la señora Aído un jubileo interminable. Por no hablar, claro está, del jubiloso enjambre de asesores sin seso y validos inválidos, soplagaitas sin fuelle y correveidiles cojitrancos que mosconea alrededor de proyectos vitales para la prosperidad doméstica y/o la planetaria como la célebre Alianza de Civilizaciones o el Plan E, por ejemplo, que es todo un planazo.

Al presidente no le ha temblado el pulso, no ha fruncido el ceño, no ha pestañeado, a la hora de aceptar las provisiones impuestas por el FMI, el Banco Central Europeo y la UE. Tal cual le llegó el recado se lo trasladó a los destinatarios. Sin alteraciones, sin adendas, sin modificar un ápice. Con esa gestualidad blandengue y desestructurada en la que se atrincheró cuando, tras haber puesto a Solbes al cabo de la calle, se dispuso a llevar las finanzas de España sin ayuda de nadie. Algo que, en su caso, viene a ser igual, o por ahí le anda, que pilotar un coche sin volante, un barco sin timón o un avión sin alas. O sea, un contradiós de tomo y lomo, un delirio aberrante, un disparate. Lo habitual, sin embargo, en un Gobierno de vuelo gallináceo que no logra alzar la cresta ni desplegar las alas a pesar del empeño que despliegan sus cómplices mediáticos y de la actitud contemplativa de la leal oposición, que gloria haya.

Tal vez lo más escatológico de este desatino sea la ruptura entre Zapatero y los sindicatos, esas hordas anquilosadas en una abstracta representatividad que se habían erigido en los comisarios político-económicos del país sin pasar ni por las urnas ni tan sólo por unas miserables oposiciones. Hasta la semana pasada, hacían y deshacían a su antojo, como si España fuera el último reducto de los soviets, tal era su predicamento en La Moncloa y en las sedes ministeriales de lo económico. Desactivadas las terminales empresariales, Méndez era el amo, el capataz, el encargado, el jefe de una cooperativa. El drama es que esa factoría era, en parte, la economía española, cogida con pinzas, imperdibles y otros artilugios de natural endebles para el vendaval que, otra vez, Solbes y Pizarro ya advertían a gritos y aspavientos desde 2008.

Sin embargo, Zapatero tocaba la lira y se gastaba los cuartos en paridas mientras incrementaba el déficit de manera compulsiva, como un ludópata desesperado aferrado a la palanca de una máquina tragaperras. Así consiguió ganar sus segundas elecciones, a base de crear un agujero en las arcas públicas que ahora van a rellenar los jubilados, los funcionarios de base, los menesterosos y los que soñaban con que el Estado Providencia iba poner remedio a sus quebrantos. Aquí termina el sueño y aquí nos han llevado.


ABC - Opinión

Camps tiene que irse. Por José García Domínguez

En política, como advirtió Fouché, los errores a veces resultan mucho peores que los crímenes. De ahí que la torpeza fatal de Camps, ésa de las malas compañías, no pueda orillarse ahora bajo el muy manido recurso al "y tú más".

Allá a principios de los setenta protagonizó Serrat una película atroz, como todas las suyas, pero de título sugerente. La lenta agonía de los peces fuera del agua, le pusieron a la cosa. Y si ahora lo recuerdo debe ser porque lo de Camps, más que a escándalo, llama a alguna compasión. Ese hombre con su risa impostada, su euforia ficticia y sus verbosidades a cada paso más extravagantes comienza a despertar piedad, al modo de las truchas cuando dan sus últimas bocanadas ya presas en la cesta del pescador. Alguna vez pusimos aquí que no pasará a la Historia de España por haber sido el político más disoluto, pero tampoco por revelarse el de superiores luces. Y es que, en el fondo –y en la forma–, su genuino talón de Aquiles no fue jurídico sino estético.

A fin de cuentas aquella horterada en apariencia venial, la de los trajes de Milano, pudiera antojarse lo de menos. Por cuatro trapos cayó en su día Pilar Miró, dama digna de todo respeto, ante la manada de lobos de Alfonso Guerra, entonces aposentado en el sillón de Gran Inquisidor. Igual que por un simple reloj de pulsera defenestrarían aquel par de licántropos, Prieto y Azaña, al ingenuo de Lerroux. Lo de más, sin embargo, es que ese don Francisco de la triste estampa se nos haya revelado incapaz de elegir a sus amiguitos del alma con algún tino, el inexcusable con tal de no comprometer a la institución que aún preside y al partido donde todavía milita.

En política, como advirtió Fouché, los errores a veces resultan mucho peores que los crímenes. De ahí que la torpeza fatal de Camps, ésa de las malas compañías, no pueda orillarse ahora bajo el muy manido recurso al "y tú más". La vía de salida del zapaterismo exigirá recuperar la razón cartesiana, eclipsada hoy por ese sentimentalismo infantil del optimista antropológico. Pero impondrá también –y sobre todo– reconstruir el valor moral de la palabra dada, un principio no menos demolido a lo largo de estos últimos años. Así, nunca antes la mentira flagrante –"Yo me pago mis trajes"– fue causa de la súbita felicidad de nadie. Y malo sería que novedad tan insólita cupiese en el proyecto regeneracionista del PP.



Libertad Digital - Opinión

Una receta eficaz. Por M. Martín Ferrand

COMO en el PP, de Mariano Rajoy hacia abajo, tienden a descansar durante los fines de semana de todo cuanto no han hecho en los días laborables, los lunes solemos encontrarnos con José María Aznar, gran centinela del centro derecha español, que se nos aparece en algún diario internacional para dar el testimonio de que nos priva su sucesor y no suplen los vecinos de Génova 13 a quienes, por sus continuadas ausencias y con merecido sarcasmo, muchos llaman ya «los habitantes de la casa deshabitada». Como la obra de Enrique Jardiel Poncela, pero sin ninguna gracia.

Ayer, Aznar se nos apareció en el Financial Times para decir, como un ventrílocuo sin muñeco y que cada cual imagine el de sus preferencias dentro del baúl de la gaviota, que el actual Ejecutivo «es incapaz de resolver los problemas de España», una perogrullada que dramáticamente resulta de precisión. A mayor abundamiento, el ex presidente señaló las ocho medidas imprescindibles para que pueda cuajar la recuperación nacional: reforma laboral, nueva política energética, rediseño de las dimensiones autonómicas, regeneración del sistema financiero, desregularización de los mercados, privatizaciones, retoques en el Estado de bienestar y renovación fiscal.

Lo inquietante es que el «programa» que propone Aznar está a parecida distancia del que, con más dudas de las debidas, esboza el Gobierno de Zapatero y del que se deriva de la interpretación de los gestos de Rajoy y su equipo de incomunicación. Con diáfana caridad, el octólogo aznarí marca un camino, menos liberal de lo que parece, capaz de zurcir los rotos de nuestra economía y reparar muchos de los daños producidos en el sexenio de Zapatero.

Como señala Aznar en el decano inglés de la prensa económica, el diario que inventó el color salmón para sus páginas, la Unión Europea, comenzando por París y Berlín, ha incumplido, unos más y otros menos, el Plan de Estabilidad y la disciplina presupuestaria y ahora, ante grandes males, es imprescindible aplicar grandísimos remedios. Tanto más grandes cuanto mayor haya sido el agujero nacional. La Historia demuestra que la socialdemocracia no es válida para acometer esas transformaciones y bueno sería, aunque sólo sea por ausencia de otras opciones de probada eficacia, recurrir a las fórmulas neoliberales.

A juzgar por su desdén, el PSOE ha recibido el mensaje de Aznar, pero no consta su recepción en el PP.


ABC - Opinión

José Bono y de las JONS. Por José García Domínguez

El vástago de Pepe –el del yugo y las flechas– ha manchado de bilis la sede de la soberanía nacional. Y allí debe ser reprobado. Es de justicia.

A José Bono y de las JONS, ya saben, el chico de Pepe el de la tienda, eso de la división de poderes le ha de sonar como a cosa de liberales, masones y demás ralea. Por lo visto, al hijo de Pepe –el de la camisa azul y el correaje– le sucede como a Gombrowicz, que abandonó la abogacía, su profesión, y Polonia, su patria, tras confesarse incapaz de distinguir a los jueces de los criminales. Pues barrunta la tercera autoridad del Estado que los más altos tribunales del Reino yacen sometidos a una vil recua de corruptos; viejos facciosos todos, añejas rémoras de cuando en el ultramarinos del camarada Pepe nunca se ponía el sol. Y así se lo acaba de sugerir a un cuate suyo, cierto Garzón reo de turbios patrocinios, en muy empalagosa misiva pública.

A los reyes es fama que su oficio les obliga a ser monárquicos; sin embargo, a los vendedores de mantas de Palencia y a los rancios demagogos de secano, como el zagal de Pepe, nada ni nadie les impone honrar la dignidad institucional que en algún instante de sus vidas pudieran ostentar. A fin de cuentas, ellos constituyen el testimonio andante de que algo hay más bajo aún que la corrupción económica: la corrupción moral. "Yo no tengo ninguna razón para callar", predica quien debiera ser garante mudo del respeto al Estado de derecho y la legitimidad de sus órganos jurisdiccionales. Alguna razón debe tener, pues, Bono para saltar justo ahora con ese furor verborreico e iconoclasta.

No obstante, a quien ya no ampara excusa alguna con tal de persistir en silencio es al Congreso de los Diputados. Al cabo, las rastreras insinuaciones contra el Tribunal Supremo de su presidente salpican al hemiciclo todo. "Ahora te quieren condenar", escribe el condenado. "¿Tu suerte hubiera sido la misma si tu empeño hubiera caminado ideológicamente en sentido contrario?", remacha, ufano, el ilustre calumniador. Con la excepción de ese fantoche tropical, Chávez, y sus émulos domésticos del tripartito, ¿cabe imaginar proceder parejo en una nación civilizada? El vástago de Pepe –el del yugo y las flechas– ha manchado de bilis la sede de la soberanía nacional. Y allí debe ser reprobado. Es de justicia.


Libertad Digital - Opinión

El presidente deconstruido. Por Ignacio Camacho

LOS socialistas españoles más optimistas empiezan a estar convencidos de que van a perder las elecciones con Zapatero. Los pesimistas creen que las van a perder de todas formas, incluso con otro candidato.

El propio presidente, que siempre ha presumido de optimismo patológico -él lo llama antropológico-, parece estar ya poco convencido de sus posibilidades de recomponerse a sí mismo tras la deconstrucción forzosa a que se ha sometido por imperativo de los líderes de Europa. Así se desprende no sólo de su patente expresión devastada, sino de la desalentadora frase con que justificó a posteriori el brusco ajuste social presentándolo como un sacrificio personal en aras del futuro de España. Al margen de que el ataque de patriotismo sólo le sobrevino tras la presión de Merkel, Sarkozy y Obama, tal declaración parece la confesión de un porvenir liquidado; en pura lógica, su prioridad interna debería ser preparar la sucesión. Pero la política no se rige por lógicas convencionales y sí por una extremada volatilidad, como lo prueba el hecho de que hasta 48 horas antes del tijeretazo el propio Zapatero continuaba defendiendo las bondades de la estrategia que tan abruptamente se ha envainado.

Las demoledoras encuestas que parecen certificar el hundimiento del zapaterismo sólo tienen el valor de una fotografía momentánea. Reflejan el inevitable cabreo popular por los recortes, la decepción de los votantes socialistas y el desconcierto de los demás por la manifiesta incoherencia presidencial. No conviene por tanto interpretarlas fuera de contexto, y se equivocará el PP -que apenas sube pese al desplome del adversario- si considera que este estado de ánimo soliviantado le va a dejar el poder en fácil herencia. A Zapatero le va a resultar difícil, casi imposible, cerrar con ajuste o sin él, con sucesor o sin él, esa horquilla de descontento; pero sí está a su alcance estrecharla. Para ello va a manejar tres bazas fundamentales. La primera, una nueva oleada de medidas fiscales acompañadas de la retórica populista contra «los ricos», las rentas altas y demás mantras al uso socialdemócrata. La segunda, un recrudecimiento de las batallas de tinte ideológico que, como la de los fantasmas del franquismo, le ayuden a movilizar al electorado radical. Y la tercera, una última intentona de acercamiento a ETA en busca de un final más o menos acordado. Sin descartar que, si las circunstancias económicas mejoran, se marque antes de las elecciones otra ronda de dádivas, regalías y subidas de salarios.

Todo eso puede quedar en el aire si el PNV le niega el apoyo a los presupuestos de 2011, en los que va a haber poco que repartir, y le obliga a acortar la legislatura sin tiempo para la opción sucesoria. A esas elecciones anticipadas en medio de un cataclismo se presentaría un zombi político, frente al que los optimistas del PP pensarán que al fin pueden ganarlas... y los pesimistas quizá se pregunten si merece la pena hacerlo.


ABC - Opinión

Y Mayor Oreja vuelve a tener razón

Si esto que tanto Basagoiti como Cospedal o Mayor Oreja tienen por seguro termina siendo cierto, estaríamos ante un punto de no retorno en el pacto vasco y en la colaboración antiterrorista entre las dos principales fuerzas políticas.

El pacto PSOE-PP en el País Vasco pende de un hilo sólo un año después de haberse firmado. Un pacto que en su momento fue histórico por necesario, que ha servido para normalizar la vida política vasca después de 30 años de hegemonía nacionalista pero que, a pesar de todo ello, desde Ferraz ven endeble. Eso en lo que toca a los socialistas, principales beneficiarios de un acuerdo que abrió la puerta de la investidura a Patxi López y que ha permitido a su partido gobernar tranquilamente durante más de doce meses.

En la bancada popular las aguas también bajas revueltas. Los de Basagoiti no se creen que el PSOE haya renunciado del todo a reiniciar las negociaciones con la ETA.


Lo que hace dos meses era una simple sospecha es hoy, a decir de los populares, un hecho corroborado por informes policiales en su poder que certifican contactos reales entre el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, y miembros de la banda. Si esto que tanto Basagoiti como Cospedal o Mayor Oreja tienen por seguro termina siendo cierto (y todo indica que así es), estaríamos efectivamente ante un punto de no retorno en el pacto vasco y en la colaboración antiterrorista entre las dos principales fuerzas políticas españolas.

Significaría que Zapatero ha engañado dos veces seguidas a Rajoy y que no se da por vencido en su empeño de negociar por la ETA, poniendo para ello de rodillas al Estado de derecho y a la dignidad de la Nación. En tierra de nadie quedaría la negativa del Gobierno a volver sobre la senda negociadora y, sobre todo, los 12 inocentes que la banda ha asesinado desde la ruptura unilateral de la tregua-trampa en la Navidad de 2006. En este tema se despacha mucho más de lo que, en su acartonada pose pacifista, Zapatero o Eguiguren se figuran.

No nos cansaremos de repetir que con el terror ni se puede ni se debe negociar. Es, en primera instancia, una perversión legal ya que el Estado no está al mismo nivel que una recua de asesinos. Es, por lo tanto, inmoral e ilegítimo que el Gobierno se embarque en una operación de este tipo. Además, ni siquiera tiene una utilidad de orden práctico ya que todos los intentos de "diálogo" con la ETA han terminado del mismo modo, refortaleciendo a la banda y humillando a la democracia.

Si el objetivo es acabar con el terrorismo, no existe otra vía que la aplicación estricta de la ley, empezando por los ayuntamientos donde se refugia parte del entramado etarra, pasando por la derogación de la autorización parlamentaria para negociar con ETA y terminando con la suspensión de todos los improcedentes beneficios penitenciarios a los etarras. No hay otro camino, y tanto el Gobierno como el PSOE deberían saberlo ya tras el sonrojante escarmiento de la última mesa de negociación que, a bombo y platillo, Zapatero abrió contra todo pronóstico poco después de llegar al poder.


Libertad Digital - Editorial

Las esperanzas de la presidencia

LAS cumbres multilaterales deberían haber sido el colofón triunfante del semestre de presidencia española de la UE, pero no están pasando de ser el reflejo del desengaño de una política exterior en la que el presidente del Gobierno había depositado muchas de sus expectativas.

Es cierto que las ausencias no pueden deslucir la presencia de otros dirigentes iberoamericanos, dispuestos a trabajar constructivamente para que sus ciudadanos se beneficien de unas mejores relaciones con la Unión Europea: líderes como el chileno Sebastián Piñera, la recién elegida presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, o el mexicano Calderón, entre otros, representan una forma de hacer política que lucha por consolidar la democracia, y en este sentido son un ejemplo para los países de la región. Pero nada de eso puede hacer olvidar el hecho de que, en realidad, la agenda de la presidencia española está vacía y que no es realista esperar grandes avances de la reunión.

El principal error del Gobierno consiste en no haber defendido con firmeza en la comunidad iberoamericana los principios de la democracia liberal que desde hace unos años están siendo abiertamente atacados por los partidarios de lo que Hugo Chávez ha bautizado como «socialismo del siglo XXI», y que no es más que una versión trasnochada e igualmente estéril del modelo que fracasó en las dictaduras de Europa del Este. Los países americanos que podrían aprovecharse ahora de una relación fructífera con Europa están profundamente divididos, sin que España haya hecho uso de su influencia para reforzar a quienes han apostado por un modelo de sociedad libre y justa. Los acuerdos interregionales se han congelado -a excepción del centroamericano- a expensas de esa división promovida desde Caracas.

Esa política ha sido también estéril para España, como se ha podido comprobar en esta cumbre. Hugo Chávez -defendiendo sus propios intereses- promovió un boicot contra el presidente de Honduras, amenazando con ausentarse de la cumbre, y, después de lograr que España pidiera a Porfirio Lobo que no asistiera, el venezolano ha respondido con el desplante de enviar a un viceministro en su lugar. Pero en el campo en el que esta política está resultando más dañina es en la obstinación por contentar a la dictadura castrista, al insistir en el cambio de la posición común de la UE hacia Cuba. El abandono de los demócratas cubanos es una actitud inmoral que España lamentará en el futuro.


ABC - Editorial