domingo, 9 de mayo de 2010

¡Salvad el euro!. Por José María Carrascal

YA no se trata de salvar a Grecia. Se trata de salvar el euro.

O lo que es lo mismo, esa maravilla moderna que es la Comunidad Europea, «el mayor éxito del último siglo», hacia la que se dirigen gentes de África, Asia, América, en busca de futuro. Pero puede ser pasado. La rica, social, democrática Europa teme el efecto dominó: que la caída de Grecia traiga la de Portugal; que la de Portugal, la de España, y que la de España, la de todos. Pues si hay dudas de que los 140.000 millones de dólares que van a prestarse a Grecia bastarán para salvarla, los 600.000 millones que se necesitarían para salvar a España, según Mark S. Kirk, miembro del Comité Financiero del Congreso norteamericano, no los tienen ni el FMI ni la CE. Con lo que todos, al hoyo. Nada de extraño que las Bolsas estén de los nervios y que en Bruselas haya reuniones de urgencia para establecer mecanismos de defensa de la moneda única, que miraba al dólar por encima del hombro, para perder valor diariamente respecto a él.

Hoy comprobamos que los agoreros que advertían contra el establecimiento de una moneda común para estados de muy diferentes niveles económicos, sensibilidades políticas y hábitos sociales, podían tener razón. Más, sin tener la misma fiscalidad ni la misma política económica, es decir, el mismo gobierno. Por muchas disposiciones que se dictaran desde Bruselas, los países habituados a gastar más de lo que ingresaban, seguirían gastándolo. Mientras tenían su propia moneda, el remedio cuando el déficit se hacía insoportable era devaluarla. Una especie de purga tras una indigestión, que abarataba los productos propios y encarecía los ajenos, con el consiguiente adelgazamiento general. Pero con una moneda única europea, la devaluación se hacía imposible, y lo que han hecho esos gobiernos es transferir sus déficit al euro. Algo así como cargar los gastos personales a la tarjeta de crédito común. Y que los demás pagasen.

Es lo que venían haciendo los griegos, hasta que la crisis financiera mundial ha descubierto todas las granujadas en curso. Un poco tarde, pues el daño estaba hecho y salvar a Grecia va a costar un ojo de la cara al resto de los europeos. Pero el problema, como les decía, ya no es Grecia. Son los que puedan venir tras ella, nosotros entre ellos, con una economía cinco veces mayor que la griega, es decir cinco veces más difícil de sanear.

Por lo pronto, nos han hecho pagar el 3,58 por ciento de interés por los 4.500 millones de euros que acabamos de pedir prestados, mientras por los 2.300 millones que pedimos en marzo pagamos el 2,8. No se alarmen. Estamos todavía lejos del 9 por ciento que le hacen pagar a Grecia. Pero todo se andará si cuanto hace Moncloa ante la crisis es decirnos que estamos saliendo de ella.

Lo que no nos dice es que hemos entrado en otra mayor, con nosotros en el epicentro.


ABC - Opinión

Reducción drástica, no. Por José T. Raga

Señor presidente, cada día que pasa sin tomar una medida para contrarrestar la crisis es un día perdido, un día que nunca más volverá, y un día en el que su falta de aprovechamiento provocará una pérdida en las condiciones de vida de los españoles

¡Qué desgracia! Parece ser que para lo único que el señor presidente del Gobierno no ha sido radical desde que comenzó su infortunada andadura al frente de la nación española, es para lo único que el mundo entero y los españoles con sentido de futuro hubieran apostado por la radicalidad: estoy hablando naturalmente de la reducción del déficit público. Ya sé, porque nos lo ha dicho, que su ideología no le permite ni le permitirá nunca –esto no sé si lo he añadido yo o me parece habérselo oído a él– tomar algunas medidas por aconsejables o incluso necesarias que sean para el bien de la nación y del pueblo español.

Casi todos los días, organismos internacionales –Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea, Banco Central Europeo, etc.– así como destacadas aunque silenciadas voces nacionales de institutos de investigación y de expertos en el mundo económico, mandan mensajes al presidente del Gobierno, el inefable señor Rodríguez Zapatero, para que se ponga manos a la obra y reduzca a la máxima velocidad el déficit que está lastrando la economía española.


La irresponsabilidad –es difícil llamarla de otra forma– de quien ostenta la función de gobernar España, le lleva a tomar la cosa a broma, como si de algo pasajero se tratara. Es verdad que, de puertas adentro maquillamos las cifras para que parezca que la situación no es como para la máxima preocupación, pero eso mismo es difícil que sea efectivo en el exterior. Es más, si picamos el anzuelo de la falsedad, como hicieron los griegos, nos puede pasar también lo que les ha pasado a ellos: un plan de ayuda a la economía griega de dureza inimaginable si las decisiones correctas se hubieran tomado a su debido tiempo.

Nosotros, de la mano de nuestro presidente, tenemos también la opción de seguir mirando para otra parte. Es más, podemos contemplar cómo se reúnen el jefe del Gobierno y el jefe de la Oposición para hablar de temas tan sustantivos como el rescate de la economía griega, o la necesidad de reformar la normativa sobre las Cajas de Ahorros. Porque, en España, no pasa nada. Sólo hay cinco millones de parados, pero, por lo visto, eso no tiene importancia. Ni para el Gobierno, ni mucho menos para quienes dicen defender los derechos de los trabajadores, los sindicatos, parece que el volumen de desempleo es algo accidental que no merece mayor consideración.

No se nos olvide que los sindicatos, ante la ausencia de problemas laborales en España, dedicaron la jornada, tradicionalmente reivindicativa, del primero de mayo último, a solidarizarse con el juez Garzón, porque no había otro tema de mayor urgencia ni más acorde con la función teórica que están llamados a desempeñar. Seguramente, pensarán como el presidente que las cosas hay que acometerlas, pero sin soluciones drásticas.

Es el problema de la izquierda; nada hay que anteponer a una ideología con capacidad de alienación. Así es que los sindicatos no quieren tratar el problema del paro de forma drástica, como el presidente del Gobierno tampoco quiere soluciones drásticas para reducir el déficit. Reducirlo sí –el menos de boquilla–, pero sin prisa; hay que dar tiempo al tiempo. Las cosas pueden esperar y el presidente, además de que su ideología le impide tomar ciertas decisiones, tiene un segundo problema y es que se cansa mucho, por lo que mejor dejarlo para mañana, que será otro día.

Pues bien, señor presidente, cada día que pasa sin tomar una medida para contrarrestar la crisis es un día perdido, un día que nunca más volverá, y un día en el que su falta de aprovechamiento provocará una pérdida adicional en las condiciones de vida de los españoles y, fundamentalmente, de la de los españoles que menos tienen. ¿A qué espera señor presidente? Temo que usted haya interpretado erróneamente una afirmación de las autoridades monetarias supranacionales. Repite una y otra vez un estribillo que ha aprendido de ellas, cacareándolo de forma desmedida –diría yo "drástica"–, aprovechando la mínima oportunidad.

Es cierto, así lo han dicho ellos, que España no es un caso como el de Grecia, lo que no explican son las diferencias. Es un caso que, de llegar a la situación griega, y ojalá no ocurra pero estamos en el camino, es bastante peor que la situación griega de hoy. En peso económico y por tanto en necesidades, venimos a ser aproximadamente unas cinco veces los importes comprometidos en Grecia. Ahí está la preocupación de la Unión Europea. Francamente, al euro le preocupa más España que Grecia. El golpe que ha recibido en el tipo de cambio como consecuencia del problema griego sería, quizá insoportable, en el caso de España.

De momento, el jueves ya no consiguió el Estado español colocar en el mercado la deuda pública que pretendía –tres mil millones de euros– conformándose en encontrar tomadores para 2.345 millones, y ello a un tipo de interés medio del 3,53 %, lo que supone 1,6 puntos porcentuales por encima del interés que paga Alemania. Compruebe, señor presidente, cómo se nos está deteriorando la situación económica y de credibilidad financiera, que en la anterior subasta de bonos a cinco años el mercado le aceptó cuatro mil quinientos millones de euros y a un interés más bajo.

¡Venga hombre, tómeselo en serio! Póngase manos a la obra, que la vida de muchos está en juego dependiendo de lo que usted haga. No tiene que renunciar a la ideología, pero sí dejarla aparcada un tiempo, hasta que esto se recupere y vuelva la confianza y la serenidad de futuro. No se atrinchere y no engañe; las revueltas griegas y las muertes producidas, son el resultado de una sociedad que se ha visto sorprendida por una realidad que le ha despertado del engaño en que le tenía sus gobernantes.


Libertad Digital - Opinión

El síndrome del capitán Achab. Por Ignacio Camacho

HACE algo más de un par de años se extendió por la opinión pública capitalina la idea de que Zapatero se parecía a Adolfo Suárez.

La comparación beneficiaba al actual presidente, menos eficaz que el líder de la Transición y menos dotado para la cirugía política, pero tenía un fondo de semejanza objetiva: se trata de dos dirigentes intuitivos, maniobreros, pragmáticos, improvisadores, escurridizos, de escasa formación intelectual y potente olfato aventurero. La diferencia esencial es que Suárez resolvió muchos más problemas de los que contribuyó a crear, a pesar de lo cual acabó su etapa en la Moncloa desbordado por una crecida de desconfianza general y señalado como un obstáculo para la normalización de un país a la deriva. Una sensación de alarma, cercana al pánico, que aproxima de nuevo su perfil al de este Zapatero nervioso y contrariado, con claros síntomas de bloqueo político, aislado y autista, incapaz de hacer frente a la crisis y falto de determinación y soluciones para afrontar la responsabilidad del liderazgo.

Como aquel Suárez de los primeros 80, Zapatero aparece ya como el principal impedimento para la recuperación económica y la estabilidad nacional. No sólo carece de crédito para tomar imprescindibles medidas de ajuste, sino que se ha manifestado tajante y reiteradamente contrario a ellas. Ha destruido con su levedad los mecanismos de cohesión del Estado. Provoca zozobra y desconfianza en los mercados de deuda, único sostén posible del desquiciado gasto público, y contribuye a aumentar el riesgo-país con una contumaz negativa a interpretar los síntomas de peligro de insolvencia. Atrincherado en un círculo pretoriano desoye advertencias razonables de personalidades socialdemócratas, y se muestra iluminado en su designio como el capitán Achab de «Moby Dick», atado al palo mayor de su propio inmovilismo. Parchea como puede -que puede mal- las situaciones críticas y empieza a contemplar graves disidencias y enfrentamientos en su mismo partido. Ya no encuentra siquiera eco para sus demasiado repetidos trucos de ilusionista, que se disipan ante la gravedad de unas circunstancias dramáticas. El clamor de unas elecciones anticipadas o de un gobierno de concentración empieza a abrirse paso en una sociedad política dominada por la inquietud. Y entre los suyos cunde la preocupación por un verosímil descalabro que deje al socialismo español herido para una larga etapa.

Nada indica, sin embargo, que vaya a parecerse también a Suárez en la forma en que éste accedió a resolver su colapso terminal, apartándose para evitar males mayores al darse cuenta de que se había convertido en un tapón que obstruía todas las salidas posibles. Más bien existe la sensación de que en su visionario mesianismo considera que todo el mundo está equivocado y que sólo él posee la clave de la deriva correcta. Y aunque ya no le queda nadie por engañar todavía permanece dispuesto a engañarse a sí mismo.


ABC - Opinión

De un viejo país ineficiente. Por Jesús Cacho

El sábado 1 de mayo, uno de los Espírito Santo, dueños del banco de mismo nombre con presencia en España, dio una fiesta en la vieja finca familiar sita en el estuario del Sado, bahía de Setúbal, sur de Lisboa, muy cerca de Alcácer do Sal, a la que asistió la elite empresarial portuguesa. Ningún miembro del Gobierno de José Sócrates, y un solo representante de la clase política local: el nuevo presidente del Partido Social Demócrata (PSD), principal fuerza opositora, Pedro Passos Coelho. Un motivo de conversación: la crisis financiera que, en la estela griega, ha colocado a Portugal contra las cuerdas tras la rebaja del rating de la deuda lusa efectuada por Standard & Poor’s (S&P). Y un solo español entre 120 invitados de postín, que a punto estuvo de abandonar precipitadamente el festejo, incapaz de soportar la presión generalizada de los asistentes: “¿Pero cuándo vais a echar a ese tío…?” El tío al que hacía referencia la clase dirigente portuguesa no es otro que José Luis Rodríguez Zapatero. Según Passos Poelho, “para un país pequeño como Portugal, pegado a la espalda de un vecino tan importante como España, lo que está ocurriendo con Zapatero es una tragedia, porque nosotros pagamos los platos rotos del descontrol español antes de que la cuenta llegue a Madrid. Este hombre se tiene que ir cuanto antes…”.

Afirmar hoy que la combinación de dos crisis, la política y la económica –más grave la primera, por muy aparatosa que se presente la segunda- ha colocado a nuestro país en uno de los momentos más críticos desde la Guerra Civil no es decir demasiado, a la vista de lo ocurrido en las últimas semanas. Muchas veces hemos dicho en este Con Lupa que el horizonte español de salida de la recesión era un buen puñado de años de estancamiento a la portuguesa o a la japonesa, que tanto monta, con crecimientos mínimos del PIB, altas tasas de paro y su correlato de empobrecimiento colectivo. Ya no es eso. Ahora mismo no se trata de eso, sino de algo más grave y urgente: la posibilidad de que una explosiva combinación de crisis de deuda y hundimiento de una parte sustancial del sistema financiero, fundamentalmente de las Cajas de Ahorro, se traduzca en un default, vulgar suspensión de pagos, del Reino de España. Un escenario agudizado por la situación de Grecia, obligada de facto a renegociar su deuda, que extiende su contagio a países con problemas de endeudamiento y de pérdida de competitividad como es España. Tras lo ocurrido esta semana, todo indica que estamos en un camino muy corto –probablemente antes del verano- y sin retorno, al final del cual se yergue la sombra de un crash de impredecibles consecuencias.

nútil resulta a estas alturas aludir a la sucesión de errores, centrados muy grosso modo en la pérdida de un tiempo precioso para haber adoptado las medidas de ajuste pertinentes, que han conducido a esta situación. Toda la política del Gobierno socialista consistió en negar la crisis, y una vez que su reconocimiento se hizo inevitable, intentar combatirla con una expansión del gasto público, filosofía resumida en el famoso “no me fastidies, Pedro, no me digas que no hay dinero para hacer política”. De modo que el enfermo español, cuya gravedad presentaba ya en el estallido de la crisis, finales de 2007, los síntomas clásicos de toda debacle económico-financiera que en el mundo ha sido, es decir, inflación de activos, altos niveles de deuda privada, pérdida de competitividad, un voluminoso déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente y una recesión, ha entrado en la UCI por culpa de la generación de un déficit público descomunal (11,4%), que sigue engordando.

Semejante cuadro, cocinado al baño maría de la crisis griega, ha convertido a España en un firme candidato a sufrir en sus carnes la situación de insolvencia que todo padre de familia acostumbrado a gastar más de lo que ingresa se ve obligado a afrontar en algún momento de su vida. Los españoles sabemos ya que Rodríguez Zapatero no acometerá las reformas que la situación demanda a gritos, y lo peor es que lo saben también los inversores extranjeros. También sabemos que si desde dentro no acometemos el ajuste de grado, desde fuera nos lo impondrán por fuerza. Nuestro funambulista, como esta semana lo calificaba el Herald Tribune, vive más que nunca recluido en su torre de marfil de Moncloa, rodeado por esos visitadores nocturnos, que decía Juan Luis Cebrián, que le recitan al oído el discurso que él quiere oír, no te preocupes, Presidente, no te amilanes ante los catastrofistas, esto no está tan mal, hemos salido de la recesión y en algún momento a lo largo de 2011 empezaremos a crear empleo, de modo que puedes volver a ganar las elecciones de 2012, porque lo que hay enfrente tampoco enamora. Y a eso juega con obstinación suicida. Una de las más recientes incorporaciones al “club de los visitadores” es la de Miguel Boyer (tres veces ha sido recibido en los últimos tiempos: “las dos primeras me preguntaba cómo veía la situación, yo le contaba mi punto de vista y él me despedía casi sin abrir la boca”), un hombre que parece empeñado en arruinar su antaño notable prestigio, que el pasado martes, en El País (“Ganar dinero apostando al desastre”) venía a confortar a ZP afirmando que “la demanda global” nos sacará del atolladero, de lo que se deduce que el genio de León no necesita mancharse las manos con las reformas, nada de esfuerzo, que sudar es de obreros.

Ya hemos encontrado un culpable: los especuladores

Don Miguel, que en su artículo se queja de “este clima lleno de exageraciones negativas y de especuladores”, le ha dolido en especial que “una agencia de rating de la importancia de Standard&Poor’s, haya contribuido a las ideas pesimistas -aunque sea levemente- pasando su rating para la deuda española de AA+, a sólo AA”. Lo que seguramente no sabe, o tal vez sí, es que el secretario de Estado de Economía tuvo que emplearse a fondo con S&P para convencerle de que no incluyera a España en el paquete de los leprosos, Grecia y Portugal, que recibieron su castigo el 27 de abril. El favor consistió en rebajarle el rating a España en solitario y 24 horas más tarde, el 28 de abril. José Manuel Campa parece haberse ganado también el sueldo con Moody’s, a la que ha persuadido, de momento, para que mantenga la calificación AAA para la deuda soberana española, aunque “todos en el Ministerio estamos convencidos de que nos la rebajará más pronto que tarde”. Zapatero, desagradecido, ha pagado esos favores pidiendo una agencia de calificación de riesgos europea que rompa el oligopolio de las anglosajonas (S&P, Moody's y Fitch) y ello con el mismo desparpajo con que el 9 de enero, hace apenas 4 meses, pedía sanciones para aquellos países de la Unión que no cumplieran el objetivo de equilibrio presupuestario…!

A Boyer no le han salido gratis los consejos que ha prodigado en Moncloa los últimos meses. El pasado 15 de abril, el ex ministro fue nombrado “consejero independiente” de la pública Red Eléctrica de España (REE). Ya podemos seguir aconsejando a ZP de que no es bueno hacer reformas en tiempo de crisis. Lo ha contado Mariano Rajoy a sus íntimos tras el encuentro en la tercera fase celebrado esta semana en Moncloa: “le decía que así no podemos seguir más tiempo, que hay que hacer reformas ya, y me contestaba que la situación no es tan grave, que a mí me están intoxicando y que las cosas no están tan mal”. El único problema son los “especuladores”, el nuevo mantra que el agit prop gubernamental expande estos días por tierra, mar y aire. Los malditos especuladores, muy honorables gentes antaño, cuando llegaban a España dispuestas a invertir su dinero a largo plazo, de repente convertidas en la “conspiración judeomasónica” del zapaterismo, y ello porque algunos han decidido llevarse su dinero a lugar más seguro, lejos de un radical de izquierdas incapaz de cumplir con las obligaciones del cargo, un tipo que ya no inspira la menor confianza dentro o fuera.

Alarmante resulta constatar que, con los ingresos fiscales cuesta abajo, el servicio de la deuda cuesta arriba (el diferencial entre la rentabilidad del bono español a 10 años y el alemán se ha disparado a 164 puntos básicos, con aumento del 67% desde el lunes) y la ausencia de planes serios de recorte del gasto, los desequilibrios básicos no hacen sino aumentar y a gran velocidad, retroalimentando la desconfianza radical de los mercados financieros tanto en la sostenibilidad de las cuentas públicas como en la existencia de un horizonte de salida de la crisis. Un escenario agravado por el deterioro de las cuentas de resultados de bancos y Cajas (una mayoría ya en pérdidas) como consecuencia del estancamiento de la actividad, de los números rojos inmobiliarios que habrán de contabilizar en los próximos meses y de la incapacidad de refinanciar a buena parte de sus grandes deudores, incapaces ellas mismas de refinanciar su propia deuda en el BCE y en los mercados financieros (muchos ya cerrados a cal y canto, excepto para los muy grandes). El corolario es la salida de capitales ya en curso, un proceso que solo puede acelerarse como consecuencia de la creciente sensación de que España se enfrenta a una situación de final incierto.

No hay más salida que la política

El descrédito del Ejecutivo es tan grande, que muy probablemente a estas alturas cualquier acción gubernamental destinada a evitar el crash está condenada al fracaso. No sólo el Gobierno ha rehuido presentar un plan de austeridad fiscal, de saneamiento del sistema financiero y de reformas estructurales capaces de convencer a los mercados de que era posible salir de la crisis y poner las finanzas públicas en orden, sino que ha incumplido las magras promesas que a primeros de febrero la ministra Elena Salgado y el secretario de Estado Campa vendieron durante su road show por Londres y París. Precioso tiempo perdido. El resultado es que a medida que pasan los días, las exigencias de los mercados son mayores. Si hace un año, incluso unos meses, hubiera bastado un programa moderado de reformas presupuestarias y estructurales, ahora la exigencia de disciplina y de reformas es mucho más enérgica para ser creíble. La consecuencia de todo ello es que va a resultar muy complicado evitar un desplome económico-financiero del país.

Como se ha insistido en otras ocasiones, la solución ya solo puede ser política, y camina por la vía de lo que cada día parece más necesario: un adelanto de las elecciones generales. A Rodríguez Zapatero le quedan prácticamente dos años de Gobierno, poco tiempo quizá para sus ansias de poder, pero demasiado para España. La sensación general que estos días se oye en labios normalmente ponderados es que “esto no aguanta y se va a freír puñetas antes de verano”. La incertidumbre subió ayer un grado con la noticia de la intervención de S.M el Rey, aquejado de un tumor pulmonar, lo que abre un paréntesis de imprevisibles consecuencias. De ahí que la responsabilidad del PP y Rajoy no se agote con la denuncia de la situación, y tal vez requiera ya de un paso al frente capaz de formular una moción de censura que, al menos, alerte a todos de la gravedad del momento y obligue a los nacionalistas de derechas a definirse ante Zapatero.

Esa responsabilidad no es solo de la derecha política. Es también, y muy fundamental, de unos empresarios –grandes banqueros incluidos- que siguen sosteniendo al frente de CEOE a un Díaz Ferrán en suspensión de pagos, y que callan como vulgares furcias ante la situación. Esa responsabilidad compete igualmente a las elites del Partido Socialista, que no pueden asistir impávidas al ejercicio de irresponsabilidad de un Presidente desbordado de la situación, que se limita a lanzar tontos mensajes de tranquilidad mientras bracea cual náufrago tratando de ganar tiempo. Verle ayer explicarse en televisión tras la cumbre extraordinaria de los jefes de Estado y de Gobierno de la eurozona que dio vía libre a la ayuda a Grecia, resultó un ejercicio penoso: estamos ante un hombre superado por la marea, que no sabe muy bien lo que dice, y que parece encontrarse al límite de su resistencia emocional. Triste fin de semana para un país triste. Tal vez sea llegado el momento de refugiarse en la poesía y seguir los consejos de Gil de Biedma en su “De Vita Beata”:
“En un viejo país ineficiente
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia”.

El Confidencial - Opinión

Lo que de verdad dicen los mercados de ZP. Por Emilio J. González

Los inversores saben que España está al límite, que camina al borde del precipicio y no quieren verse arrastrados a lo más negro y profundo del abismo por nuestros gobernantes.

El presidente del Gobierno, en su permanente huida hacia adelante, en su empecinamiento en negar una y otra vez una realidad que se le está cayendo encima a plomo, va a comparecer el próximo miércoles en el Congreso de los Diputados para recrearnos con un nuevo capítulo de la teoría de la conspiración. No va a hablar para nada de medidas para generar confianza, ni nada por el estilo. No, por el contrario, va a volver a escudarse en maquinaciones ficticias de los inversores cuando lo que de verdad está ocurriendo con España es que todo el mundo está perdiendo la confianza a pasos agigantados en la capacidad del Gobierno para hacer lo que hay que hacer con la economía y, por tanto, en la solvencia de nuestro país a la hora de atender los pagos de una deuda pública que sube como un cohete. Eso es lo que ocurre de verdad y la mejor prueba de ello es la observación y el análisis preciso de lo que está ocurriendo con el diferencial de tipos entre España y Alemania, que mide el riesgo creciente de invertir en nuestro país.

Hace apenas dos meses, ese diferencial entre el bono alemán y el español se situaba en medio punto, aproximadamente. Esta semana ha cerrado en 1,6 puntos. Si hubiera, como sostiene el Gobierno, una conspiración de los mercados contra España, el aumento de esa prima de riesgo hubiera sido fruto exclusivo del incremento de los tipos de interés de la deuda española o, dicho de otro modo, de la caída de su precio. Esto significaría que habría en el mercado quien estaría vendiendo masivamente deuda española y largándose con su dinero fuera de la Unión Europea o, al menos, de la zona euro. Sin embargo, lo que de verdad está ocurriendo es que la ampliación de las distancias con Alemania se debe a que se están vendiendo bonos españoles, provocando la subida de su rentabilidad, para adquirir títulos alemanes, lo que da lugar a la reducción de su interés. Es decir, se trata de movimientos intraeuropeos en los cuales los inversores están deshaciéndose poco a poco de activos que consideran más arriesgados o de menor calidad, como los nuestros, y adquiriendo aquellos otros que consideran más seguros y fiables, como los germanos. Esto no es conspiración, esto es simple y pura lógica financiera por la cual la desconfianza permanente que suscita el Gobierno en relación con la economía y el descrédito en el que han caído Zapatero y los suyos después de tanta política de brazos cruzados, de tanto prometer y tan poco cumplir, de tanto tratar de engañar a unos y otros, lleva a considerar que es cada vez más peligroso detentar activos financieros españoles y, por tanto, a deshacerse de ellos.

¿Quién está vendiendo deuda española? Pues ni más ni menos que aquellos inversores institucionales a los que su vocación inversora les obliga a actuar con prudencia. Me refiero, por ejemplo, a los fondos y planes de pensiones, que tienen que pagar prestaciones por jubilación con el dinero que gestionan y no se pueden permitir el perderlo así como así. O a los fondos de inversión de estrategia conservadora, a los que les ocurre tres cuartos de lo mismo. Nuevamente se ve claramente que no se trata de conspiración alguna de los mercados contra quien quiere reformarlos, como dijo Zapatero, en un nuevo alarde de su infantilismo megalómano, el pasado febrero cuando los inversores empezaron a ponerle en su sitio y como seguramente repetirá el próximo miércoles, sino de pura y simple prudencia en la gestión de los ahorros de la gente.

El problema es que Zapatero sigue sin querer afrontar que mientras no aborde un verdadero programa de saneamiento de las cuentas públicas que permita reducir drásticamente el déficit y una reforma laboral que permita generar empleo y, con él, impulsar el crecimiento económico y reducir el riesgo de insolvencia de las familias y, por tanto, de las entidades crediticias, nadie va a volver a confiar en la economía española. Los mercados están ya muy escamados con los problemas de Grecia y cuando miran hacia España ven que su sistema financiero se puede contagiar de la intoxicación helena, que sus cuentas públicas son insostenibles y, por tanto, que la capacidad del sector público para devolver lo que debe es muy limitada, que el Ejecutivo sigue apostando por más y más gasto y más y más deuda, que la subida del IVA va a provocar una nueva recesión, lo mismo que la retirada de los estímulos de gasto público al crecimiento, y que los sectores inmobiliario y financiero, tan estrechamente unidos entre sí, pueden colapsar en cualquier momento. Por eso no sólo no compran nuestra deuda pública, sino que están desprendiéndose de ella, poco a poco, como hacen siempre para no provocar un cataclismo en el mercado que les genere pérdidas innecesarias. Saben que España está al límite, que camina al borde del precipicio y no quieren verse arrastrados a lo más negro y profundo del abismo por nuestros gobernantes. E insisto una vez más, eso no es conspiración, es prudencia, lógica, sentido común o como quieran llamarlo.

¿Qué va a pasar a partir de ahora? Pues simplemente que la salida de esos inversores, que son estables, de largo plazo, expone cada vez más a nuestro país a una crisis de deuda porque esos inversores son los que estabilizan y sostienen el mercado. Zapatero trata de compensarlo pidiendo ayuda a la banca y a las grandes empresas españolas para que compren deuda. Sin embargo, la capacidad de una y otras para adquirir esos títulos es limitada, en parte porque sus recursos también lo son, en parte porque tienen que dar cuentas a sus accionistas de lo que hagan con el dinero. Por tanto, esa ayuda es limitada tanto en términos temporales como de cantidades y no ataca el mal de raíz, que es como se tienen que hacer las cosas en estos momentos, lo cual nos deja en una situación de debilidad más que propicia para lleguen los especuladores y hagan de las suyas a costa nuestra.

La teoría de la conspiración, por tanto, y como siempre, no sirve para explicar la realidad, sino para tratar de enmascararla porque, digámoslo alto y claro, esto no sucedería si el Gobierno hiciese sus deberes. Pero como ZP sigue queriendo pasar de puntillas sobre la crisis, sin mojarse lo más mínimo, pues en esas estamos, a la espera de que un día, que vendrá a no tardar mucho si seguimos con esta dinámica, se produzca la debacle de la deuda española, los tipos de interés se disparen y Zapatero tenga que solicitar un rescate que muy probablemente no se producirá por la simple y sencilla razón del tamaño de la economía española. Eso no es conspiración, eso es la consecuencia del Gobierno que tenemos y de que actúa como actúa.


Libertad Digital - Opinión

Los últimos, a la izquierda. Por M. Martín Ferrand

DANDO por supuesto que David Cameron consiga instalarse en el 10 de Downing Street, y olvidándonos de alguna de las repúblicas del Báltico que siempre confundo, no puede tratarse de mera casualidad que los tres países con gobierno socialista que quedan en Europa sean, precisamente, Grecia, Portugal y España.

Cabe sospechar que el maleficio, más que en el Sur, resida en la socialdemocracia. No es que la derecha europea, por centrada que se presente, sea para dar brincos de alegría; pero, fervores partidistas al margen, la homogeneidad socialista que coincide en el pelotón de los torpes europeos es un pista para el análisis. Del mismo modo que es imposible construir y mantener un régimen democrático sin demócratas, tiende a serlo el sostén de una economía de mercado, por muy social que quiera ser, por quienes creen en el Estado antes que en la Sociedad y aceptan las leyes de la oferta y la demanda, mejor que como incentivo para la competencia y el progreso económico, como una enfermedad que debe curarse con grandes dosis de intervencionismo.

José Luis Rodríguez Zapatero es el más radical de los tres líderes socialistas que manejan el freno en los vagones de cola de la Unión. Es tal su anacrónica obsesión socialista, evidenciada en su sectaria visión de la Historia, que sigue sin atreverse a reducir el gasto público -no necesariamente en sus capítulos de contenido social- como método para la reducción del déficit y la Deuda. Espera el milagro, algo inquietante en un agnóstico porque, en lo que se nos alcanza, la Virgen siempre se les aparece a los pastorcitos piadosos. Cuando Pedro Solbes estaba a su vera, y actuaba como un Pepito Grillo atento a la moderación del gasto, le faltaron iniciativas y redaños para enfrentarse a la crisis que no quiso ver y ahora, con Elena Salgado, que a juzgar por sus ausencias parece haberse dado a la fuga, todavía es mayor su desconcierto.

Hasta Silvio Berlusconi -¡el Señor nos libre de un esperpento semejante!- tiene más sentido del Estado y mayor inteligencia de la Sociedad que Zapatero. No digamos Angela Merkel, Nicolás Sarkozy y -ahora- Cameron que, con los citados, integran el quinteto de la decadente grandeza europea. Mientras, los últimos de la izquierda están haciendo el ridículo con su empecinamiento de efectos nocivos para los menos favorecidos de la población. Empezando por los parados.


ABC - Opinión