martes, 4 de mayo de 2010

Cita a griegas. Por Tomás Cuesta

HASTA donde se sabe, Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy tienen una cita casi todos los miércoles en una sesión de control parlamentario que es pública, notoria e incluso notable, a veces.

Es, por lo general, un duelo imprecatorio en el que suele haber más ruido que nueces y en el que ambos disparan con balas de fogueo. Don Mariano pregunta, que es lo suyo, y don Rodríguez no contesta, que es lo que procede. La cosa da de sí para hilvanar un titular cogido por los pelos o, lo que viene a ser lo mismo aunque no lo parezca, para que algún gacetillero revenido, pelanas y alopécico, brinde por el pasado con la zarzaparrilla del presente y exhiba sin pudor la pluma en plan gallina chueca.

Sin embargo, el hecho de que el «capo» del Gobierno haya convocado al jefe de la leal oposición en La Moncloa justamente este miércoles se ha convertido en una noticia de alcance en los mercados financieros que descuentan y no paran que nuestra economía está entre los bonos portugueses y las hipotecas griegas. Se trata, por lo tanto, de un encuentro privado y exclusivo, algo muy goloso a ojos de Don Dinero que es de natural sensible a los fenómenos que, sin ser paranormales, resultan infrecuentes. Las cosas de palacio van despacio y Zapatero & Rajoy no protagonizan un dueto desde hace año y medio. Dos no dialogan si uno no quiere y la querencia dialogante del señor presidente ha quedado sobradamente demostrada en el lapso abisal que mañana se cierra.


¿A qué grado de deterioro ha debido llegar la hacienda pública si no queda otra salida que la cita a griegas? ¿A cuántos centímetros estamos del despeñadero? Los mismos que tildaban de antipatriotas a quienes afirmaban que el diablo tenía rabo y cuernos, califican ahora de alarmistas a los que aseguran que entre la Puerta de Alcalá y el Partenón no hay demasiadas diferencias. Lo peor, por supuesto, no es que cuenten milongas, sino que todavía hay quien escucha los cantos de sirena. Estamos, una vez más, ante el eterno tocomocho de la supuesta superioridad moral de una izquierda indigente que ha dilapidado la credibilidad de una nación amén de poner en riesgo su existencia. ¡Que no farte de na! Por parné que no quede.

Puede que Zapatero quiera hablar con Rajoy de los créditos que vamos a tener que pagar para conseguir los nueve mil millones del rescate de Grecia. Consejos vendo que para mi no tengo, la solidaridad bien entendida empieza, por lo visto, esquilmando a los propios y ordeñando a los ajenos. Dice Elena Salgado que nos tendrán que devolver el préstamo con suculentos intereses y que, al hacer de la necesidad virtud, nos convertiremos en virtuosos usureros. Mientras, la convicción de que la derecha española es culpable de todo lo que ha hecho y, muy especialmente, de todo lo que no ha hecho, obliga al señor Rajoy a meterse de lleno en la boca del lobo en el momento en el que al lobo le apetece.

Hay que salvar al pobre soldado Ryan, caiga quien caiga y cueste lo que cueste. Rajoy, por sentido de Estado, subirá los peldaños del cubil zapateresco con la misma elegancia con la que subió al cadalso la reina Maria Antonieta. En algo ha de notarse que la derecha-guay ha ido a buenos colegios. La compostura es lo primero. También en las componendas y en las citas a griegas.


ABC - Opinión

Golpismo mediático y callejero. Por Miguel Bernad

Garzón se defiende con argumentos espurios, torticeros y lanzando todo tipo de falsedades contra el querellante y contra el instructor en un intento último de "morir matando".

Se ha utilizado el enjuiciamiento del juez Garzón para iniciar una ofensiva contra nuestro sistema constitucional y para cambiar la monarquía parlamentaria por una república.

A las manifestaciones dentro y fuera de España con las banderas republicanas, el "no pasarán" de los sindicatos de clase, indignos y subvencionados, incluidos los titiriteros de la ceja, se han sumado los independentistas, la izquierda sectaria, radical, los pseudointelectuales y los politicastros de ínfimo nivel cultural y jurídico. Los actos vergonzosos en la Universidad Complutense de Madrid y de la Universidad de Barcelona, los medios de comunicación prensa, radio, televisiones afines al lobby garzoniano, han montado una campaña de falsedades, haciendo ver a la opinión pública nacional e internacional que Garzón es una víctima para perseguir los desaparecidos del franquismo. Pero la realidad es que a Garzón se le va a enjuiciar por cometer un delito de prevaricación.


La petición de la Fiscalía de que se aplique la doctrina Botín, en lugar de la de Atutxa, es el último intento torticero, desleal, indigno del Ministerio Público para que un hecho punible (la prevaricación de Garzón) quede impune. Se utiliza políticamente al Ministerio Público para cargarse la acción popular.

Dentro de los herederos del franquismo y como máximo exponente se encuentra la figura del Rey, legitimado y propuesto por Franco, como sucesor del tránsito de un régimen a otro de monarquía parlamentaria. De lo que se deduce que la táctica de toda la izquierda española es la de socavar el actual sistema constitucional y legitimar una nueva república que tenga como referente al régimen del 31.

Por lo visto, a estos sectarios no les basta con el perdón de la Ley de Amnistía, con los beneficios morales y económicos que les concede la Ley de Memoria Histórica, ésa que debería llamarse Ley de Memoria de resentidos, vengativos y desagradecidos históricos.

Garzón se defiende con argumentos espurios, torticeros y lanzando todo tipo de falsedades contra el querellante y contra el instructor en un intento último de "morir matando".


Libertad Digital - Opinión

Un mal consustancial. Por M. Martín Ferrand

LA singular y pertinaz Esperanza Aguirre, gran animadora de un partido sesteante -el único que nos queda sin trocear-, ha dicho, sin que le tiemblen las carnes ni los pulsos, que «la corrupción es algo consustancial a todas las instituciones».

Dentro del ámbito matritense hay que remontarse, por lo menos, a los tiempos de Enrique Tierno Galván para recordar dichos tan oportunistas, provocadores e inexactos. ¿Las instituciones, alguna de ellas, son de la misma sustancia que la corrupción? ¿El bien lo es de la misma que el mal? No es que yo sienta un respeto insuperable por las instituciones -muchas, ¿demasiadas?- que nos rodean y sostenemos con nuestros impuestos; pero aceptar que en ellas reside la corrupción, tal y como el alma habita en el cuerpo, me parece una pasada excesiva.

Las instituciones, para merecer la condición de respetables, tienen que estar dotadas de mecanismos de vigilancia constante y depuración permanente. Si, aquí y ahora, no hubiéramos debilitado instituciones como el Tribunal de Cuentas y funcionaran, al viejo y tradicional modo administrativo, los servicios de Intervención de Hacienda la corrupción podría, incluso, ser frecuente; pero no «consustancial». La mayoría de las personas, incluso en la vida pública, tienden a ser honradas y sólo la provocación insistente, como la que significa la falta de sistemas de control, puede desviarlos de su recta trayectoria. Una afirmación tan liviana podría esperarse de Leire Pajín, la planetaria; pero resulta sorprendente, e inquietante, en boca de quien por procedencia, formación y experiencia debiera ser más respetuosa, por lo menos, con el Diccionario.

Alberto Ruiz-Gallardón, que, con el frío y el viento de la más cruel primavera madrileña, inauguró ayer la glorieta de Jaime Campmany, en la que concluye la avenida de Camilo José Cela, sí podría haber pronunciado con toda propiedad la palabra consustancial. El maestro Campmany, como su ahora vecino Cela, son consustanciales con el brillo del idioma castellano; pero quiero pensar que lo de los protagonistas del «caso Gürtel», a quien -supongo- Aguirre trata de defender con su machada, son sólo accidentales en el delito, no consustanciales con él. Convendría que quienes usan el lenguaje en público y revestidos de autoridad lo hagan con mayor prudencia que Aguirre. Más en el estilo, inteligente, delicado y cariñoso, con que ayer lo hizo Gallardón.


ABC - Opinión

35 céntimos. Por José García Domínguez

El llamado Plan de Racionalización del Sector Público Empresarial Estatal, ése que el Gobierno acaba de aprobar con el preceptivo estruendo de bombos y platillos, implicará un ahorro de... 35 céntimos por cabeza. Ni más ni menos.

Contra lo que aquí sentencian las barras de los bares, el estrago peor de la Gran Recesión de 2008 no ha de ser la bancarrota griega que ahora toca pagar a escote, sino la quiebra de los fundamentos mismos de eso que con pretenciosa arrogancia llaman ciencia económica. Y es que se requiere algo más que una dosis cósmica de ingenuidad para conceder que todo el orden capitalista tiemble por mor de unas cuantas hipotecas fallidas en Alabama. Porque lo en verdad inquietante no es la insolvencia de Papandreu, sino la propia del canon, su definitiva incapacidad a fin de explicar un colapso sistémico como el que sufre Occidente, muy secundario epifenómeno heleno incluido.

Así, la economía lograría pisar, al fin, las alfombras de la respetabilidad civil, marcando distancias con la plebeya grey de las otras disciplinas sociales, al albur todas de charlatanes, demagogos y sofistas, cuando, hacia 1874, Léon Walras adoptó para ella idéntico instrumental matemático que la física de la época. Luego, ya a mediados del siglo XX, el refinamiento de las técnicas econométricas la afianzaría entre la aristocracia académica. Pero lo malo no es que las ciencias experimentales, las duras, ya hayan desechado –por inanes y obsoletas– esas herramientas aún tan suyas, sino que ninguno de los hechos importantes que surgen sobre el terreno se compadece con cuanto la teoría prescribe cierto, indubitado y seguro. Ninguno. Desde hace décadas.

Y aunque la modestia socrática siga sin figurar en los planes de estudios, al margen de la fatua jerigonza de los "expertos", tras las políticas económicas de los gobiernos poco más hay que prosaico sentido común, una mercancía al alcance de cualquiera. Por ejemplo, la ecuménica certeza de que a nadie, ni siquiera a Zapatero, le ha sido concedido endeudarse hasta el infinito. Mas no nos inquietemos. A día de hoy, la Deuda Pública del Reino de España sólo asciende a 10.575 euros por cada uno de los cuarenta y seis millones de habitantes del Estado, que diría Montilla. Frente a esa cifra, un llamado Plan de Racionalización del Sector Público Empresarial Estatal, ése que el Gobierno acaba de aprobar con el preceptivo estruendo de bombos y platillos, implicará un ahorro de... 35 céntimos por cabeza. Ni más ni menos. Tranquilos, pues.


Libertad Digital - Opinión

Parecidos razonables. Por Ignacio Camacho

QUE España no es Grecia resulta un hecho objetivo que constituye una de las pocas verdades de la propaganda gubernamental sobre la crisis.

Además de las obvias hay entre la situación de ambas naciones una diferencia interesante; en Grecia fue un gobierno conservador el que se fundió el presupuesto y camufló las cuentas públicas en una trama de engaños, dejándole a la izquierda la responsabilidad de un ajuste draconiano para salir de la bancarrota. Aquí fueron los socialistas quienes encontraron un amplio superávit heredado de la derecha y lo derrocharon con alegres políticas de despilfarro. Allí se han levantado los sindicatos en una protesta incendiaria contra las inevitables medidas de control de gasto y reducción del déficit, mientras en España jalean al presidente y blasonan de su capacidad de imponerle un generoso dispendio. Los griegos se van a ver obligados por su mala cabeza a recortar los salarios y las pensiones, mientras el sector público español ha incrementado en un trimestre de recesión más de un cuatro por ciento sus gastos de personal. No, España no es Grecia. Pero eso no quiere decir que no pueda empezar a parecerlo.

Para parecerse a Grecia, cuya tasa de paro es por cierto inferior a la española, no hay mejor camino que continuar gastando. Incrementar la deuda a base de proclamar que aún existe mucho margen y negarse a tomar medidas de reforma del mercado de trabajo. Seguir el juego de los sindicatos y subir los impuestos para mantener una hipertrofiada administración y un desmesurado paquete de subsidios. Maquillar con cuatro recortes cosméticos la imprescindible reducción del sector público. Aplazar indefinidamente la remodelación del sector financiero y las cajas de ahorros. Ceder a las pretensiones de las autonomías con una financiación disparatada e impagable. Y prometer, cuando se acerquen las elecciones, más regalías y subvenciones para ganar votos. Todo eso lo ha hecho ya el Gobierno en diversas fases de la crisis. Pero aún no nos parecemos bastante porque nuestras bases de prosperidad y desarrollo eran mucho más sólidas que las griegas. Lo que no evita que, con un poco de perseverancia, se puedan alcanzar pronto inquietantes similitudes.

Claro que también cabe la posibilidad de parecerse a Portugal, que está más cerca. El primer ministro portugués y el jefe de la oposición se reunieron al día siguiente de que las agencias de rating rebajaran la calidad de su deuda, presentaron un razonable plan de ajuste y lo refrendaron en una rueda de prensa conjunta. Ésta sería una buena fórmula para copiar en la reunión que Rajoy y Zapatero van a mantener el miércoles. Claro que nuestros vecinos, como los griegos, han celebrado recientes elecciones y cuentan con un Gobierno investido de legitimidad para tomar medidas desagradables. Es cuestión de elegir semejanzas; al final, a partir de una cierta madurez, todo el mundo acaba pareciendo lo que realmente es.


ABC - Opinión

Así es la Rosa. Por Cristina Losada

El exceso verbal de Díez corona un triste episodio que muestra cuán fácil es el contagio. Ni siquiera un partido recién nacido escapa a los males que aquejan a los antiguos, y eso que se fundó con el propósito de regenerar la democracia.

Perpleja me dejaron, días atrás, unas líneas que Rosa Díez plasmó en un chat realizado en el diario La Razón. Explicaba allí los motivos por los que había llamado "batasunos" a los miembros de su partido que presentaron una candidatura alternativa en el primer Congreso. La acusación, desde luego, era gravísima. Batasuna es indisociable del terrorismo. ¿Qué actos de violencia extrema habían cometido los militantes revoltosos? "Son comportamientos batasunos", escribía Díez, "los de aquellos que creen que si amenazan con bronca o chantaje se les permitirá que se salten las normas". Inquietante. Con tal definición, meteríamos en el mismo saco proetarra a quien le monta un cirio a un guardia de tráfico para que no le ponga una multa.

De las palabras de Díez se infería que las normas contra las que se rebelaron los facciosos eran las fijadas para el Congreso de su partido. A un observador puede parecerle poca cosa, pero cuestionar esos reglamentos constituye el peor de los atentados posibles a ojos del aparato partidario. En cuanto al chantaje, habría consistido en que los taimados "batasunos" ofrecieron deponer las armas si les daban unos puestos en la candidatura oficial, extremo que desmintieron los aludidos. En cualquier caso, un incidente que debería ser habitual en un partido, como un desacuerdo sobre las reglas internas, lo presentaba la líder de UPyD cual si fuera un acto filoterrorista, una coacción similar a las que ejercen Otegui y compañía desde la connivencia con los que matan. Caramba.

El exceso verbal de Díez corona un triste episodio que muestra cuán fácil es el contagio. Ni siquiera un partido recién nacido escapa a los males que aquejan a los antiguos, y eso que se fundó con el propósito de regenerar la democracia. Una barrunta, desde hace tiempo, que la democracia interna es incompatible con nuestros partidos y el concepto mismo, un oxímoron. Figura en la Carta Magna, pero habrá que incluir ese precepto en la lista de los principios constitucionales que se incumplen. Y es que las condiciones objetivas, como antaño se decía, no favorecen la virtud, sino el vicio. No tenemos una partitocracia por casualidad, sino por obra del sistema electoral y lacras parejas. Dejar el funcionamiento democrático de los partidos en manos de la buena voluntad de sus dirigentes es no conocer la humana naturaleza.


Libertad Digital - Opinión

Miserias. Por Hermann Tertsch

NUNCA en las grandes civilizaciones se ha dictado que la pobreza fuera la peor de las miserias.

La pobreza, la que acosa a tantos españoles decentes hoy por obra y gracia de otros españoles que acumulan pisos y casas en la costa, en el interior y el exterior, no es una vergüenza ni una miseria. Es un drama. Una tragedia griega, que diríamos ahora. Grecia ha sido siempre, desde que el Imperio Otomano dejó aquellos lares, una gran mentira. Lo lamento decir exclusivamente por la Reina Doña Sofía, una gran alemana y patriota griega. Y por todos esos valientes griegos que han luchado durante dos siglos contra diferentes enemigos con una gallardía y valentía que evoca a la de los españoles del Dos de Mayo. Mi profundo respeto a los griegos está, creo pensar, fuera de duda. Sus muestras de coraje durante la Segunda Guerra Mundial son emocionantes y conmovedoras. Pero la mentira nacional que ha perseguido a los griegos desde su independencia es también indudable. Es el problema de los países de cultura fundamentalmente sentimental. Los intentos de crear una continuidad entre la Grecia helénica y la fundamentalmente eslava helenizada, balcánica, tras la ocupación otomana, crearon esa gran mentira historicista que ha tenido a ese pueblo siempre preso de lo que sabe que no es pero pretende.

El sentimentalismo es probablemente una de las grandes tragedias de toda sociedad aquejada por él -probablemente también de los individuos- porque hace persistir por una especie de código de honor imaginado que las ancla en los errores más profundos. Grecia los tiene desde que se convirtió tras la ocupación turca en un país imaginado por sus propios habitantes y manipulada por sus gobernantes. Nada los diferencia de los nacionalismos tristes y combativos que tenemos aquí en la península y ponen todos los días en cuestión la existencia de esta gran nación que ha sido España. Turquía, que perdió más del sesenta por ciento de su territorio entre 1820 y 1918 no tiene esos problemas. Por supuesto tiene otros. Pero nunca tendrá problemas existenciales porque sabe sufrir. Y porque su vitalidad le impide radicalmente la melancolía. Por eso, los turcos, mucho más maltratados en este último siglo que los griegos, perseveran, trabajan y se entusiasman. Todos los días salen de casa pensando en lo que deben hacer para mayor felicidad de sus seres queridos y no a llorar por lo que consideran es un maltrato del Estado o el destino.

¿Y los españoles? Está claro que no somos griegos. Pero tampoco turcos. La autocomplacencia de las últimas generaciones se ha convertido en un auténtico baldón para la reacción ante la miseria que avanza. La indolencia en el Gobierno y en la oposición, pero también la falta de reacción civil de una sociedad que en principio creíamos ya estructurada y homologable a las avanzadas de Europa, nos han convertido en una perfecta anomalía que pudiera llevarnos, esperemos que no, a una nueva marginalidad en nuestro continente. Nuestra miseria entonces sería magrebí. Y no es una broma. Tenemos un Estado gobernado por casi lo peor que tenemos. Y eso no es poco. Porque las generaciones que nos van a suceder están peor preparadas, tienen menos compromiso con el Estado y el bien común que las de la Transición y en parte están profundamente intoxicadas por la ponzoña de una revancha que nuestras generaciones adultas habían rechazado rotundamente, conscientes de que nuestra historia nos comprometía a una convivencia abierta y tolerante. Por racionalidad y sin esos sentimentalismos que, por necesidad, acaban llevándote a un duelo al amanecer. Por patriotismo bien entendido, no por lloriqueos victimistas, somos muchos los que creíamos haber llegado a la sociedad abierta que nos merecíamos. Una sociedad capaz de hacer frente a los tiempos duros sin agitar fantasmas ni pedir víctimas que compensaran de forma primitiva los sufrimientos. Parece que son muchos otra vez los que quieren frustrarnos este sueño. La exsecretaria de Estado norteamericana Magdaleine Albreith le dijo hace poco a Ana Palacio que nuestros últimos treinta años de lealtad constitucional y convivencia habían sido un espejismo y que España volvía a las andadas de siempre. No dejemos que ocurra.


ABC - Opinión

Atando los cabos de una nueva negociación

Rosa Díez parece sospechar que el Gobierno, nuevamente, miente. Pero para alertar a la población española de la infamia que puede estar en curso, no debería quedarse en minoría. El PP debería escuchar más a Mayor Oreja y menos a Rubalcaba.

Mentir se encuentra en el ADN de este Gobierno. Lo ha acreditado con contumacia a lo largo de más de seis años en muy diversos frentes: desde la política exterior a la economía, pasando obviamente por la lucha antiterrorista. Su palabra ha quedado descalificada por completo y de nada sirve que nos prometa que ya ha dejado de negociar con ETA. Serán más bien los hechos y los indicios los que permitirán formarnos una opinión sobre las actuaciones del Ejecutivo y, en este sentido, como en tantas otras veces, las evidencias parecen llevarles la contraria a Zapatero y Rubalcaba.

No se trata sólo de que la autorización parlamentaria para negociar con ETA no haya sido derogada por el Congreso o de que ANV siga en los ayuntamientos vascos y navarros nutriéndose de los impuestos ciudadanos. Tampoco de que Mayor Oreja, uno de los políticos que con más acierto y clarividencia ha combatido el terrorismo etarra y ha anticipado los tejemanejes del PSOE contra el Estado de Derecho, anunciara hace pocas semanas que el Gobierno socialista había vuelto a las andadas.

A todo ello hay que añadir el generoso trato que Interior está otorgando a algunos de los terroristas más sanguinarios de la banda. Por un lado, de acuerdo con diversas fuentes entre las que se encuentra Rosa Díez, Josu Ternera se encuentra perfectamente localizado en Europa sin que hasta el momento se haya movido un dedo para cursar la Euroorden y detenerlo. Por otro, a Rafael Díez Usabiaga le fue concedida por Garzón la libertad bajo fianza con el argumento de que su madre se encontraba en una situación de dependencia, cuando la semana pasada fue vista paseando junto a su hermana gemela sin ningún problema de salud.

Dejando de lado los casos de Iñaki de Rentería y de Iñaki de Juana Chaos, cuyo paradero parece deliberadamente oscurecido por las autoridades, también destacan las concesiones hechas a Otegi, el "hombre de paz" de Zapatero, quien lleva más de 15 días en la cárcel donostiarra de Martutene donde fue trasladado para una estancia de sólo tres días desde la madrileña de Navalcarnero.

De tratarse de casos aislados, podríamos atribuirlo a la mera incompetencia del Gobierno a la hora de preocuparse por hacer cumplir las leyes. Sin embargo, la acumulación de todos estos tratos de favor coincidentes unida a la nula determinación demostrada hasta el momento para cerrar todas las puertas a la negociación nos debe llevar a sospechar muy seriamente que como mínimo el PSOE, tal y como denunciara Mayor, está tratando de recomponer relaciones con ETA, si es que no lo ha hecho ya.

A estas alturas no cabrá atribuirles a los socialistas ni siquiera una ingenuidad buenista de creer que "hablando se entiende la gente". No, en su primera legislatura traspasaron todos los límites morales y legales (ahí está bloqueada la instrucción del caso Faisán para dar constancia de ello) con tal de lograr su presunto objetivo y sólo consiguieron revitalizar a la banda en una de las fases más debilitadas de su historia.

Pese a que la clase política se las ha arreglado para desactivar la rebelión cívica de las víctimas, no deberíamos permitir que Zapatero reiniciara un proceso de claudicación frente a los terroristas que sólo serviría para darles un nuevo aliento de seguir asesinando a españoles con la esperanza de establecer su dictadura en el País Vasco. Rosa Díez parece sospechar que el Gobierno, nuevamente, miente: ve mucho "cabo suelto" con los etarras. Pero para tener éxito en su denuncia, para alertar a la población española de la infamia que puede estar en curso, no debería quedarse en una minoría clamando en el desierto. El PP debería escuchar más a Mayor Oreja y menos a Rubalcaba: el primero nunca les ha fallado, el segundo nunca les ha dejado de traicionar.


Libertad Digital - Editorial

Zapatero se acuerda ahora de Rajoy

MAÑANA, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, recibirá a Mariano Rajoy para hablar de la crisis económica y del rescate financiero de Grecia.

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Como es obvio, no cabe poner objeción alguna a encuentros de este tipo, a los que Rajoy siempre ha acudido puntualmente y para los que siempre se ha ofrecido sin condiciones. En un sistema parlamentario, el diálogo Gobierno-oposición debería ser un capítulo normalizado, sin imposturas ni falseamiento, dentro de una política de Estado asumida por ambas partes. Ahora bien, los antecedentes no permiten ser ingenuos cuando el anfitrión es Rodríguez Zapatero. El historial de reuniones con Rajoy demuestra que el jefe del Ejecutivo convoca al líder de la oposición siempre que la situación política le es adversa, buscando con estas citas una excusa para transferir al PP la responsabilidad política de la falta de acuerdos y, en definitiva, de los males de la nación. Casualmente, en su última cita la crisis económica y el Tribunal Constitucional constituyeron el orden del día y, como hoy se comprueba, nada se resolvió entonces.

El nuevo «abrazo» de Zapatero a Rajoy no va a ser un reflejo de la foto entre el jefe del Gobierno de Portugal, José Sócrates, y el líder de la oposición conservadora, Pedro Passos Coelho, unidos en defensa de su país frente a la crisis. La diferencia estriba en que el Gobierno español entrega todas sus opciones políticas a los pactos con los nacionalistas y otras minorías, descartando la única opción realmente válida para un país en crisis como España, que no es otra que el acuerdo de Estado entre PP y PSOE. La estrategia de los socialistas hasta hoy ha sido utilizar estas reuniones para preconstituir dos mensajes: el de que Rodríguez Zapatero hace todo lo que puede para tender puentes y luego, tras hacer imposible el acuerdo con la oposición, el de que Rajoy es un desleal que sólo quiere que las cosas vayan a peor. Nada sería más oportuno que una nueva etapa a partir de mañana, pero el encuentro más parece un balón de oxígeno que un gesto de responsabilidad institucional. Mejor que Zapatero se hubiera acordado de Rajoy cuando lo despachaba con descalificaciones de antipatriota porque le advertía de la crisis. Ha pasado año y medio desde la última reunión y la de mañana se convoca después de que la EPA revele un escalofriante 20,05 por ciento de paro y de que el Gobierno anunciara que va a poner 9.800 millones de euros del rescate a Grecia, cuando hace poco más de una semana el Ejecutivo cifró la aportación española en 3.675 millones de euros. Al menos, Rajoy ya está advertido.

ABC - Editorial