martes, 30 de marzo de 2010

El pastel. Por Ignacio Camacho

DESPUÉS de tres años y medio de injustificables dilaciones en el pleito del Estatuto catalán, el Tribunal Constitucional parece tener casi a punto un veredicto para servirlo sobre la mesa del Estado.

Se trata de un pastel descomunal cocinado con tres requisitos: que no contente a nadie, que no descontente a nadie y, sobre todo, que en su calculada ambigüedad no se entienda demasiado. Lo llaman sentencia interpretativa porque va a subordinar la legalidad del texto estatutario a una especie de sobreescritura redactada por los magistrados, que aceptarán la mayoría de los artículos imponiéndoles cláusulas condicionales. De este modo, su posible colisión con el marco constitucional dependerá del futuro desarrollo en leyes autonómicas, lo que augura una nueva cascada de recursos que a los miembros de este Tribunal ya les pillarán jubilados. El fallo propiamente dicho promete prestarse a todas las variantes polisémicas del término, y puede constituir un monumento jurídico a la plasticidad del Derecho y su adaptación a los hechos consumados de la política.


Esta sofisticada resolución, inspirada por la necesidad de no formar un lío de proporciones cósmicas, pretende dejar las cosas como están y salvaguardar el trámite de la dignidad jurídica mediante un procedimiento de medias ponderadas. Rechazará algunos principios del Estatuto, convalidará otros y dejará los más polémicos -la nación y la lengua, sobre todo- en el limbo de las exégesis de expertos, con la imposible intención de que todo el mundo se sienta al tiempo levemente satisfecho y suavemente decepcionado. Unos hablarán de inconstitucionalidad selectiva y otros de constitucionalidad condicionada, pero al fondo de tanto alambicamiento subyace la evidencia de un enjuague forzado a la medida de los intereses políticos. Al cabo de tanto tiempo de parálisis y de bloqueo el TC ha alcanzado un nivel de desprestigio que a sus componentes ya no les van a afectar en demasía las protestas de amaño.

El acuerdo en ciernes va a contemplar el Estatuto como un edificio en construcción sobre planos deficientes, y su solución consistirá en aceptar con más o menos reparos la parte que ya está edificada según la tesis del mal menor, que es una teoría pragmática y por tanto política. Del resto del proyecto eliminará algunos aspectos vistosos -sobre todo los que afectan a la soberanía judicial, que toca la médula corporativa de sus señorías- y propondrá algunos retoques que no afecten a la estructura. Será inevitable una cierta polémica, un alboroto político y mediático en el que abundarán los reproches de conveniencia, tan cargados de retórica como exentos de rigor jurídico, y luego el expediente languidecerá hasta decaer como se consumen casi todos los debates de una política superficial y volátil. Despejado el horizonte hasta las próximas elecciones, la presidenta del Tribunal podrá rendir cuentas ante quien la nombró con la satisfacción tardía del encargo cumplido.


ABC - Opinión

Cuatro años de Estatut. Por José García Domínguez

El supremo interés del Estado, o sea, la más que prosaica conveniencia inmediata de los socialistas, aconseja que María Emilia Casas continúe bostezando en el limbo.

Sin duda, la consecuencia más demoledora de la aprobación del Estatut en el Parlamento hace hoy cuatro clamorosos años es su absoluta, radical, definitiva inanidad. Y es que de nada ha servido que Zapatero, Guerra, Bono y el resto de sus iguales se prestasen, diligentes, a horadar los cimientos del edificio constitucional con tal de complacer a los catalanistas. Al revés, la virulencia del irredentismo identitario, el insulso plato único que se degusta en la plaza, no ha hecho más que avivarse desde entonces. Algo previsible si se concede que todo nacionalismo romántico, y no a otra calaña obedece el catalán, requiere de la constante tensión dialéctica con el enemigo externo para sobrevivir.

La siempre doliente imaginería victimista, ese permanente desgarro retórico a cuenta de no menos permanentes agravios imaginarios, se le antoja tan imprescindible como el aire que respirar. Así, por paradójico que semeje, el corolario fáctico de aquella renuncia de las Cortes a la soberanía nacional fue la final eclosión del independentismo en las filas de CiU. Esas vistosas performances domingueras del secesionismo rústico, las "consultas" que maquina el folclórico López Tena por orden directa de Artur Mas, constituyen la mejor expresión plástica del fenómeno.

Un sesgo, ése de la radicalización sentimental del catalanismo canónico, que cualquier sentencia del Constitucional no hará más que atizar. Así las cosas, el supremo interés del Estado, o sea, la más que prosaica conveniencia inmediata de los socialistas, aconseja que María Emilia Casas continúe bostezando en el limbo. A fin de cuentas, dirimir la cuestión ahora, es decir, en vísperas de las elecciones domésticas, implicaría desplazar los términos de la disputa partidaria hacía el terreno en el CiU siempre habría de ganar.

Salvo en la muy inverosímil hipótesis de que el Tribunal asintiera ciego y mudo a la literalidad del texto, toda enmienda suya abocaría el debate hacía el campo semántico de la confrontación con esa entelequia metafísica llamada "Madrit"; el peor escenario posible para el PSC; el que lo empujaría a un callejón sin salida, forzado a la parálisis escénica entre la espada de Convergencia y la pared de Zapatero. La única sentencia inminente que les sirve, pues, es que no haya sentencia. Por eso, no la habrá. Y si no, al tiempo.


Libertad Digital - Opinión

Los asesinos buenos. Por Hermann Tertsch

TODAVÍA habrá quien diga que Jaime Mayor Oreja no tiene razón cuando advierte a los españoles que este Gobierno está preparando otra negociación con ETA.

Y desde luego hay demasiados en su propio partido que se han precipitado en criticarle o descalificarle diciendo que no entiende ya lo que pasa en el País Vasco. Lo entiende muy bien. Tan bien que a ellos les molesta. Porque da la impresión de que algunos en el Partido Popular han interiorizado tanto el discurso del Partido Socialista y sus tesis de la eterna armonía que a veces parecen ya Eguiguren u Odón Elorza. La noticia tiene guasa. Pero va en serio. Resulta que ahora -¡¡o qué casualidad!!-, nos salen unos llamados «profesionales internacionales de la negociación», políticos jubilados y necesitados de ingresos para alimentar su pensión, que piden al Gobierno español la legalización de Batasuna. Y lo hacen en el Parlamento Europeo. Los dirigen los surafricanos Brian Curry, Frederick De Klerk y el arzobispo Desmond Tutu. Pero son más por lo que la posible nómina amenaza con subir aún más el déficit público español. Piden por supuesto también el acercamiento de los presos al País Vasco. En realidad demandan a medio plazo -sin decirlo- que todos los criminales que han causado casi mil muertos españoles vayan preparándose para la libertad. Miles de años de prisión en condena quedarían así en cuestión de meses. A eso llaman reconciliación.

Piden también generosamente a ETA que declare un alto el fuego. «Plenamente supervisado dicen». Se supone que como el anterior, en el que los zulos, según el ministro Rubalcaba, no eran zulos. Y los etarras, según decían, eran ya gentes de paz. Y ETA sería incapaz de volver a matar «porque el coste sería demasiado alto», como decían los portavoces de los diarios oficiales del zapaterismo. Y las pistolas robadas por ETA y que después han matado a manos de ETA las había robado algún chorizo, insistía Rubalcaba Fouché.

Y a partir de ahí, de la nueva tregua, todos amigos y dentro de un par de años, para las elecciones generales, aquí se declara la paz y el olvido, el fin de ETA, la legalización de Batasuna y la salida escalonada de prisión de todos los asesinos. Ni «ley Parot» ni niño muerto. Se hace una ley retroactiva y todos a la calle. Ya nos quieren hacer una ley para el señor Garzón para que quede sin vigencia el delito de intervenir las entrevistas de acusados y abogados defensores. Se hace otra. Y las que hagan falta.

Los que recomiendan al Gobierno español y a ETA tan bondadosas medidas para la eterna armonía no son otros que gente en parte implicada en la anterior negociación. Y son gente que no actúa gratis. ¿Por qué de repente, cuando se le cae encima al Gobierno español toda su ineptitud y su mentira sobre nuestra economía, cuando el país ha entrado en una deriva hacia la pobreza que parece imparable, estamos otra vez hablando de una paz con los terroristas de ETA ? ¿Por qué si la lucha contra el terrorismo va bien? Y promete ir mejor con el compromiso de Sarkozy tras la muerte del gendarme francés de acabar con todas sus guaridas. Pues porque el Gobierno Zapatero necesita tanta árnica como la organización terrorista. Y todo indica que ha acudido solícito a estos mediadores interesados -digamos que recaudadores-, para irse preparando esta especie de carta falsa en una partida, la electoral, que temen perder. Los españoles con dignidad tienen la obligación de rebelarse contra esta nueva infamia cuyo fin último es legitimar los crímenes de ETA y dejar en libertad a los criminales. Como dice Mayor Oreja, el Gobierno y ETA tienen hoy intereses comunes. Y con ellos los negociadores que pasarán por caja.

Y hablando de asesinos, da gusto ver como Santiago Carrillo, en su día héroe de la transición y hoy héroe del zapaterismo guerracivilista, se lanza al cuello de la oposición y defiende a quienes lo han erigido en adalid de la mentira histórica, auténtico caballo de batalla del caudillo vallisoletano que se creía leonés. Dice Carrillo que Rajoy es Le Pen. Mala comparación. Con lo fácil que sería decir que él es Laurenti Beria.


RABC - Opinión

Algo chiquitito, algo pequeñito, en lugar de pacto ZP tiene ‘pactito’ . Por Federico Quevedo

¿Lo ven? Al final los hechos nos dan la razón a quienes denunciamos desde el primer momento que esto era una milonga, una broma de mal gusto, una farsa, pura escenografía, parafernalia y una colosal mentira. No hay pacto.

Hay pactito. Algo chiquitito, algo pequeñito, como dice la canción esa tan soberanamente cursi y ñoña con la que nos vamos a presentar a Eurovisión a ver si ya por fin quedamos los últimos pero, qué quieren, en tiempos de ZP hasta el tema de Eurovisión es para echarse a llorar o para salir corriendo.

Compuesto y sin novias, si lo que pretendía Rodríguez era dejar constancia de la soledad del PP, se ha quedado con las ganas. No sólo el PP le ha dado calabazas, sino que también lo ha hecho IU, Rosa Díez, ERC, el BNG, Coalición Canaria y es más que probable que haya alguna baja más. De entrada, el documento que el viernes hizo circular CiU es bastante elocuente: sí, hay algunos avances, pero en lo sustancial el Gobierno se queda, más que corto, paralizado, viene a decir el grupo catalán, que sólo estará en la foto si Moncloa se aviene a recoger el grueso de sus propuestas. Pero Moncloa ya ha dicho que sólo va a retratarse sobre la base de las 54 tiritas que le quiere poner a la brecha abierta en el corazón de nuestra economía, y que no son del agrado de ninguno de los grupos.

Y es que ésa es la realidad: lejos de la ambición que debería tener un Gobierno verdaderamente dispuesto a afrontar la complejidad de esta situación, adoptando medidas de calado por impopulares que estas pudieran ser, Rodríguez ha optado por el cortoplacismo y la nulidad. Por otra parte es lo que hace siempre, para qué vamos a engañarnos.


Hagamos un poco de memoria, que nunca viene mal. Rodríguez propuso en el último debate sobre la situación económica -al que acudió obligado por la presión de los demás grupos parlamentarios- la búsqueda de un Pacto de Estado contra la crisis, después -eso sí- de que todos los grupos, incluido el PP, se lo hubieran reclamando por activa, pasiva y perifrástica hasta la saciedad. Bien, para ello dispuso de un lugar, el Palacio de Zurbano, y de una ‘troika’ negociadora encabezada por la vicepresidenta Salgado y los ministros de Industria, Sebastián, y Fomento, Blanco. No estaban ni De la Vega ni Corbacho y todavía hoy cabe preguntarse qué hacen que no se han largado con viento fresco, pero ése es otro cantar.

Establecido el marco, faltaba lo más importante, es decir, los temas de negociación, y es aquí donde el Gobierno, fiel a sí mismo, demostró desde el primer momento que esto del pacto le importaba una… En fin, les voy a decir yo lo que le importaba. Un día antes de la primera reunión, a las ocho de la tarde, el Ejecutivo envió a los grupos, no un documento, sino papel y medio plagado de absurdas obviedades. Por supuesto, ni una sola medida de fondo, ni reforma laboral, ni reforma fiscal, ni plan de ajuste, ni nada que se le pareciera, sino la apuesta por el coche eléctrico como medida estrella.

Llegó la reunión del Palacio de Zurbano, como si aquello fuera la Cumbre de Postdam y de ella dependiera el futuro de la Humanidad, y lo único que salió de allí fue la promesa gubernamental de un documento un poco más elaborado. En el siguiente encuentro, esta vez de modo bilateral con cada grupo, la ‘troika’ presentó, ya no un papelillo, sino un documentillo que recogía una serie de medidas deslabazadas, casi todas ellas anunciadas ya, y alguna que otra propuesta realizada anteriormente por los grupos parlamentarios y rechazada por la mayoría socialista, como la rebaja del IVA en operaciones domésticas presentada por el PP en octubre pasado.

Sin interés por el Pacto

El desencuentro fue absoluto, sobre todo en el caso del PP, pero el Gobierno todavía confiaba en poder reconducir esta cosa que yo desde luego no me atrevo a llamar pacto, sobre todo porque siempre quedaba en la guantera la llamada de Rodríguez a Rajoy. Llamada que nunca se ha producido, entre otras cosas porque por más veces que el indocumentado del presidente ha dicho que le llamaría, luego le entra la pereza y lo va dejando para más adelante: ya saben, Rodríguez es un miembro aventajado del club de los que dejan para mañana lo que podrían hacer hoy. No tiene el más mínimo interés, y eso demuestra que más allá de las llamadas a la responsabilidad y a arrimar el hombro quien de verdad nunca ha querido un acuerdo es Rodríguez Zapatero. Solo quería una foto, porque desde lo de Las Azores, Rodríguez es el hombre de las fotos. No se si por envidia cochina o por oportunismo, pero sólo quiere fotos, y se va a quedar con las ganas.

¿Por qué? Es bien sencillo, porque un verdadero acuerdo, un verdadero Pacto de Estado contra la crisis implicaría necesariamente el reconocimiento de los muchos errores que ha cometido este Gobierno y, sobre todo, la toma en consideración de medidas impopulares y ambiciosas, medidas que prácticamente solo podría poner en marcha con el acuerdo del PP y, si acaso, de CiU y a lo mejor el PNV y CC, pero paren ustedes de contar. Y Rodríguez no esta dispuesto a hacer ese ejercicio de humildad y, mucho menos, darle al PP la satisfacción de reconocer, aunque sea implícitamente, que siempre ha llevado razón. ¿Conclusión? Se ha quedado sin pacto. Bueno, tiene un ‘pactito’, probablemente –y ya veremos- con el PNV y poco más.

Digo ya veremos porque, a lo mejor, al PNV tampoco le interesa aparecer ante la opinión pública como el único aval de una política profundamente equivocada y antisocial. La cuestión ahora es: ¿se puede aguantar así hasta 2012? La prerrogativa de convocar elecciones generales está única y exclusivamente en manos de Rodríguez, pero como ya dije en cierta ocasión, si el patrón de la nave se vuelve tarumba, siempre cabe el motín a bordo y hoy, de nuevo, vuelve a ponerse en valor aquel llamamiento de Rajoy a las filas socialistas. Oigan, esto no hay Dios que lo aguante porque no es que vayamos a la ruina, es que no van a quedar de este país ni las aceras como siga en manos del personaje, luego, hagamos algo, por favor. Es ya una cuestión de piedad, de compasión, pero que alguien consiga que se vaya, por favor…


El Confidencial - Opinión

Terror islamista en Moscú

La predilección del terrorismo de inspiración islamista por los transportes públicos es una de las señas que identifican sus actos de barbarie.

Así se vio en el atentado a las Torres Gemelas, en la masacre de los trenes de Madrid o en las bombas en el Metro de Londres. Ayer fue el suburbano de Moscú el que sufrió el zarpazo terrorista e indiscriminado. Según las informaciones oficiales, dos mujeres independentistas de Chechenia habrían hecho estallar en hora punta los cinturones explosivos que portaban, causando la matanza de casi cuarenta moscovitas y malhiriendo a otros sesenta y cinco. Para los españoles, las imágenes difundidas por la televisión resultaron dramáticamente familiares, con vagones desventrados y personas ensangrentadas pidiendo auxilio. Y es muy probable que, al margen del modus operandi de las dos terroristas chechenas, también este atentado tenga relación más o menos directa con Al Qaida, cuyos esfuerzos por instalarse en las repúblicas musulmanas del Cáucaso Norte son conocidos por los servicios de inteligencia occidentales. Es cierto que el metro de Moscú y sus edificios públicos han sufrido numerosos atentados perpetrados en la última década por independentistas de Chechenia, Osetia, Ingushetia y Daguestán. En los últimos seis años, unas setenta personas han muerto en atentados cometidos en transportes públicos, y al menos doscientas fallecieron a consecuencia de un secuestro masivo en un teatro moscovita.

El norte caucásico es un hervidero de grupos radicales que pretenden independizarse del Kremlim, como han hecho las repúblicas del sur. Pero lo que podría considerarse un conflicto político de orden territorial ha encontrado en el islamismo el combustible ideológico y religioso para justificar sus atrocidades. Para Al Qaida, la guerra santa decretada por Ben Laden es global y abarca todas las ensoñaciones territoriales posibles. Moscú es un viejo rival del líder islamista, al que ya combatió en Afganistán cuando los tanques de la Unión Soviética intentaron controlar el país. Y no parece que la Rusia de Putin le merezca mejor opinión, sobre todo por los métodos expeditivos que utiliza el Ejército ruso para combatir a los islamistas chechenos y osetios. Todos estos datos confirman que el terrorismo islámico se mueve en un vasto frente internacional sin distinción de bloques estratégicos, de regímenes o de formas de gobierno. Allí donde entran en conflicto comunidades islámicas con otras de diferente fe religiosa, allí está Al Qaida operando o capitalizando el conflicto, ya sea de modo directo o mediante grupos afines con los que comparten objetivos. No sólo en el Magreb, donde secuestran europeos para financiarse, o en Egipto, Irak, Líbano o Moscú. También en Palestina, donde los vínculos terroristas de Hamas con la gran red islamista son notorios; el enemigo en este caso es el «gran Satán» de Ben Laden: Israel. No en vano, es el único país democrático y no musulmán de la zona. Por eso resulta sorprendente la ceguera de quienes deploran sinceramente atentados como el de ayer y no ven el sustento ideológico que los justifica y la mano común que los perpetra.

La razón - Editorial

Ceaucescu. Por Alfonso Ussía

De la noche a la mañana, como consecuencia de una brutal actuación policial contra una manifestación pacífica, decenas de miles de rumanos se presentaron ante el Palacio de los Ceaucescu.

El tirano y su mujer, acostumbrados a las grandes concentraciones aclamatorias, salieron a saludar a los suyos, y nunca mejor dicho los suyos, porque eran los dueños de sus vidas, de sus muertes, de sus haciendas y de sus destinos. Una palabra coreada por todos los asistentes nubló los rostros de Nicolás y Elena Ceaucescu. Les gritaban «¡Drácula!». Pocos minutos más tarde, Drácula y señora huían en un helicóptero presumiblemente salvador. Pero lo hicieron hacia su fin. Ya no eran nada. Fueron detenidos, ridículamente juzgados por un tribunal militar de los suyos y fusilados inmediatamente. Ella no podía creer que «sus hijos» –así llamaba a los soldados rumanos– se atrevieran a disparar. Lo hicieron con entusiasmo. Decenios de sufrimiento, privaciones, cárceles, miseria, falta de libertad y enriquecimiento de los poderosos apretaron los gatillos. Su gesto de pasmo y asombro se detuvo en sus cadáveres. Murieron asombrados de que tal cosa pudiera ocurrir.

Drácula, aunque rumano, es sinónimo universal de perversidad. Se alimenta de la sangre de su gente, incluida la más allegada. Y su nombre ya se susurra por las calles arruinadas de La Habana. Si muere Guillermo Fariñas, se alzarán más voces. Ya está dispuesta una veintena de presos políticos a seguir la cadena hacia la muerte por la libertad de Cuba. Cuidado con la ira acumulada, el dolor acumulado y la acumulación de horrores. Los hermanos Castro no tienen complicada su seguridad. Un avión los llevará a Venezuela, donde podrán disfrutar, mientras se mantenga el régimen de Chávez, de los millones de dólares que han robado a su pueblo. Pero no lo tendrán tan fácil las decenas de miles de colaboradores del castrismo, comisarios políticos, torturadores de prisiones, agentes del régimen y chivatos del partido comunista. Tienen cara y todos los conocen. El tiempo de la posible transición a la democracia ha pasado. El castrismo ha endurecido su sistema, y la pobreza en Cuba se ha adueñado de la gran isla. ¿Cuántos conseguirán huir de la venganza? Ceaucescu nunca se figuró que su Estado policial y asesino se volviera contra él. Los Castro no son más poderosos que los Ceaucescu. Y sus colaboradores, tampoco. Los aviones que pueda enviar Chávez tienen un número limitado. En Cuba, los dráculas no son sólo el asesino jubilado y el asesino en activo. Hablan de «la gusanera» de Miami. Los cubanos exiliados en Florida no van a mover ni un dedo. Los que llevan padeciendo el castrismo durante décadas serán los protagonistas de la nunca aceptable venganza. Cuidado con las reacciones de una población harta y aparentemente asustada y mansa. Una chispa provoca el desastre. Y en Cuba se ha iniciado el proceso de desaparición del miedo. La vida cuesta dejarla cuando se vive en libertad. Una vida sin libertad es lo más parecido a la muerte. Guillermo Fariñas, como otros muchos, está alegremente dispuesto a morir por la libertad de Cuba. Y contra esa voluntad no hay poder político, ni tortura física, ni pelotón de fusilamiento capaces de contrarrestar el sacrificio. Un día, cualquiera, el más inesperado, el pueblo cubano se levantará. Los dráculas escaparán a Venezuela. Pero otros, menos poderosos, emularán sobre la tierra cubana, víctimas del odio, el gesto quieto de pasmo de los Ceaucescu.

La Razón - Opinión

Moscú, enésima matanza islamista

Su motivación es precisa y no cejará hasta conseguir su objetivo final: rendir a Occidente mediante el miedo que nace del terror que los yihadistas administran sobre la indefensa población civil.

A primera hora de la mañana de ayer el terrorismo islámico sembró de dolor y muerte el metro de Moscú. A falta de que concluya la investigación que está llevando a cabo la policía moscovita, un total de 38 personas han perecido en el atentado, 25 en la estación de Lubyanka y 13 en la de Park Kultury. Una matanza sin nombre perpetrada, según han revelado las autoridades rusas, por dos terroristas suicidas de origen checheno, dos viudas de terroristas abatidos por el ejército que han hecho explotar dentro de los vagones sendos cinturones forrados de explosivos. Y todo en plena hora punta con el metro atestado de gente.

El atentado de Moscú es la enésima matanza que se apunta el yihadismo islamista. Aunque el número de muertos sea menor al de otros atentados, la planificación, el método y los objetivos son los mismos que en ocasiones anteriores. Una vez más, los terroristas se aprovechan de las facilidades que ofrece la sociedad abierta para desangrarla desde dentro mediante espectaculares acciones en lugares muy concurridos. Matar en un autobús, un tren de cercanías o un convoy del metro tiene la ventaja de que magnifica el efecto del atentado con un baño de sangre difícil de asimilar para la sociedad, que suele quedar en estado de shock tras el atentado. Sucedió en Nueva York o en Londres y ya está sucediendo en Moscú, silente y conmocionada ante el horror.


Casi nueve años después del 11-S, el terrorismo islámico sigue siendo la principal amenaza para la seguridad internacional. Nada lo ha frenado y se continúa alimentando de las mismas fuentes teóricas y financieras que hace una década. Su motivación es precisa y no cejará hasta conseguir su objetivo final de rendir a Occidente mediante el miedo que nace del terror que los yihadistas administran sobre la indefensa población civil. Su naturaleza no es ya a estas alturas un misterio. El islámico es una variante de terrorismo perfectamente estudiado y al que se puede combatir si los Gobiernos adoptan las medidas adecuadas.

Los Estados Unidos han conseguido mantener al islamismo a raya dentro de sus fronteras convencidos de que es el enemigo y tiene que ser derrotado cueste lo que cueste. Gracias a esa visión, el 11-S ha sido el último atentado islámico en Estados Unidos. En España el Gobierno que sucedió al 11-M se rendió preventivamente ante un islamismo que consideró culpable; escogió un atajo, el de la rendición para, acto seguido, poner en marcha la “Alianza de civilizaciones”, un camelo buenista para mentes simples plenamente inoperante desde el principio y que no ha conseguido más adhesión que la puramente retórica de algunos líderes del Tercer Mundo. Zapatero, a diferencia de Bush, de Blair o de Vladimir Putin, no se toma el terrorismo en serio porque, en su trastornada cosmovisión, los terroristas lo son porque no les han dejado ser otra cosa.

Los muertos aun calientes de Moscú nos despiertan del opiáceo zapaterino y nos devuelven a la realidad. Las asesinas del metro moscovita sabían muy bien lo que hacían y por qué lo hacían. Sabían que con su execrable decisión de inmolarse iba a morir de un modo espantoso muchísima gente inocente. Eran, en definitiva, muy conscientes de la razón y el alcance de su aborrecible crimen. Esto es el terrorismo, con la diferencia de que el de corte islamista parte de unos presupuestos muy definidos que a nosotros, sus víctimas del mundo libre, nos corresponde cortar de cuajo al coste que haga falta.


Libertad Digital - Editorial

La siniestra sombra de Chechenia

TODOS los indicios apuntan a que las mujeres que han asesinado a casi cuarenta personas en el metro de Moscú pertenecían a un grupo llamado «viudas negras», que han sido entrenadas por activistas musulmanes chechenos, cuyo máximo responsable ha sido recientemente abatido en una operación policial.

Asesinar a inocentes ciudadanos en el transporte público es un siniestro método que utilizan organizaciones terroristas de medio mundo, porque es relativamente fácil aprovecharse de que se concentran muchas personas, como por desgracia sabemos bien en España. Cualesquiera que pudieran ser las razones invocadas por los criminales que han adiestrado a esas mujeres suicidas del metro de Moscú, jamás podrán sobreponerse al hecho de que lo que han cometido ha sido un crimen y ante esta constatación no puede haber ningún matiz. Los terroristas se ponen a sí mismos al margen de la sociedad y ésta está obligada a defenderse.

Ahora bien, en esa defensa legítima, las autoridades de un país civilizado deben actuar en el marco de la ley y el respeto a los derechos humanos. Las invocaciones de los máximos dirigentes rusos sobre la «guerra sin cuartel» contra el terrorismo recuerdan que en anteriores ocasiones eso tuvo un reflejo trágico e incluso claramente contraproducente para la legitimidad de las posiciones de Rusia en el Cáucaso. Si cuando dicen «guerra sin cuartel» se imaginan que puedan aplicarlo al pie de la letra, con operaciones militares, no ayudarán a sus propios intereses.

Rusia no es un país irrelevante: su influencia militar y económica es tan importante que todo lo que pudiera suceder en su interior tendría forzosamente repercusiones importantes en muchas partes del mundo, para empezar en su vecindario europeo. En un país democrático, con instituciones fuertes y leyes inteligentes, los terroristas pueden ser perseguidos eficazmente y la experiencia demuestra que tarde o temprano llegan a ser vencidos, sin que por ello haya habido que aplastar las libertades de la sociedad a la que dicen representar. Sin embargo, en Rusia la sociedad civil es todavía débil y el poder, poco respetuoso con las prácticas que son comunes en las sociedades occidentales. Pero mientras Rusia se mantenga dentro de los usos democráticos, deberá ser ayudada en su lucha contra el terrorismo criminal.


ABC - Editorial